Andres Torres Scott's Blog: Un blog para todos y para nadie
October 29, 2020
Lovecraft y Borges: comparación posible
Existen similitudes inspiracionales y temáticas entre Lovecraft y Borges, seguramente por ser contemporáneos: Lovecraft nació en 1890 y Borges en 1899. Ambos abordaron la inmortalidad, el tiempo, el infinito, los espejos y los libros. Lovecraft y Borges empezaron por escribir poesía desde adolescentes, admiraban a Edgar Allan Poe, leyeron en su adolescencia a los clásicos romanos y griegos, gustaban de la literatura inglesa del siglo XIX, en particular de Samuel Taylor Coleridge, Rudyard Kipling, H. G. Wells y Robert L. Stevenson, leyeron con cuidado a filósofos alemanes, en particular a Schopenhauer y Nietzsche, fueron fanáticos de Las mil y una noches y emularon lo arabesco en sus textos. A estas similitudes, habría que sumar las coincidencias fortuitas en sus personalidades y sus vidas. El crítico literario Barton Levi St. Armand identifica este fenómeno de similitud de tópicos inspiracionales como sincronicidad (2011) a partir de la definición de Carl Gustav Jung, es decir, como una serie de pensamientos similares provocados por causas distintas, pero que contienen cualidades o condiciones básicas que se manifiestan en personas y lugares diferentes.
Existe también una velada, pero recurrente presencia de Lovecraft en Borges que no ha sido abordada a profundidad en la academia. Este influjo de la ansiedad, como diría Harold Bloom, quizá fue aceptado por Borges de forma explícita desde que dictaba cursos de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires en 1956 donde incluyó la enseñanza de Lovecraft y que culminó al dedicarle el cuento TMT en El libro de arena de 1975.
Las obras literarias vistas a la distancia provocan reacciones, visiones y comentarios distintos a los que generaron cuando se publicaron. Esto ha ocurrido sobremanera en el caso de Lovecraft. El paso del tiempo influye en la opinión y respuesta de críticos, letrados e iletrados, educados y toscos, cultos e ignorantes. De igual manera, a la distancia de su obra y de su muerte, Borges se ha posicionado como uno de los más grandes escritores del siglo XX y de la lengua española. Su fama escapa de la esfera del español para convertirse en innovador de la literatura fantástica y de la experimental —cualquier cosa que eso sea—, y ha resultado ser el autor más popular del todavía nebuloso y germinal slipstream —veáse Latham y “A Working Canon of Slipstream Writing”—.
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La comparación entre Lovecraft y Borges ha sido descuidada en el medio académico. Los estudios han favorecido la comparación de Borges con autores que gozan de mayor fama literaria que Lovecraft, por ejemplo: Samuel Beckett, Italo Calvino, Miguel de Cervantes, Gilbert Keith Chesterton, Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Umberto Eco, Sigmund Freud, Franz Kafka, Marcel Proust, Thomas de Quincey, Edgar Allan Poe, William Shakespeare e incluso los clásicos griegos.
Esto se debe a que Borges es un erudito, un escritor enciclopédico. Se abordan sus relatos, ensayos y poemas desde perspectivas que requieren lucidez, altos estudios y conocimientos amplios y precisos que van más allá de la crítica literaria. A Borges se le coloca en el canon de la literatura de crimen y misterio por un cuento: “La muerte y la brújula”, se le estudia como postmoderno, se analizan las influencias de las culturas judía y musulmana en sus textos, los elementos de las civilizaciones griega y romana, y también como creador de literatura fantástica inclasificable. Faltaría hablar de los estudios sobre Borges en las áreas de letras, epistemología, filosofía, liberalismo, gnosticismo, cristianismo, física y matemáticas. Borges prevalece en la cultura educada global, como ejemplo basta señalar las lecturas de textos de Borges en la Fiction Podcast dirigida por Deborah Treisman en la prestigiosa revista The New Yorker donde los cuentos del argentino han sido leídos por Paul Theroux (2007), Hisham Matar (2012), Mohsin Hamid (2018) y recientemente por Orhan Pamuk en febrero 2019.
Me han faltado mencionar ciencias y disciplinas en las que el argentino también ha sido estudiado con seriedad. Pero según Edwin Williamson, en el ámbito literario global son principalmente los cuentos de Borges los que lo colocan como gran escritor. En específico Ficciones (1944), El Aleph (1949), El Hacedor (1960) —que también contiene poesía— y el libro de ensayos Otras inquisiciones (1952).
Con todo, parece que Borges no ha dejado de ser como lo afirmó Octavio Paz: un “escritor para escritores” (296). En términos comerciales, Borges es un escritor de nicho, no es para todos, no es para las masas. Borges es complejo, quizá demasiado complejo para la rapidez del siglo XXI y requiere ser consumido lentamente, reflexionado y comentado para entenderse a cabalidad. La dificultad para llevarlo a otros medios, debido a su complejidad y maestría, ha hecho prácticamente imposible a la fecha, 2020, representarlo con calidad y éxito en cine, radio o televisión. Borges es un escritor que exige al lector atención, concentración, contexto y antecedente, de eso no hay duda. Presentarlo por entregas serializadas o en un par de horas en la pantalla es una labor que no ha podido ser concluida de forma exitosa. Así, a pesar de ser popular para críticos literarios, temas de disertaciones, fuente eterna e inagotable de artículos académicos y provocador de cuestionamientos epistemológicos a niveles profundos, casi arcanos, precisamente, como a él le habría gustado, es necesario admitir que sus textos no son todavía de consumo masivo.
Por otro lado y casi en otro extremo, está Lovecraft, el autor nacido en Nueva Inglaterra, quizá la región más tradicionalista, protestante y conservadora de Estados Unidos donde le tocó crecer a este escritor ateo. Lovecraft nunca negó sus raíces y siempre tuvo orgullo de donde venía, a tal punto que el epitafio en la losa de su tumba reza: “I am Providence”. Lovecraft es misógino, abiertamente temeroso del homosexualismo, racista y discriminatorio en su ficción directamente contra mexicanos, indios, indígenas, sirios, chinos, negros, italianos, españoles y judíos (Joshi, 2011). Pero debatir la postura discriminatoria de Lovecraft y su racismo evidente, no aporta al análisis literario de su obra.
En vida, Lovecraft sólo publicó un libro: The Shadow over Innsmouth (1936) con un tiraje de 200 ejemplares (Klinger 2014: xlix), el resto de sus relatos aparecieron en las revistas pulp, en particular en Weird Tales. Estas revistas hechas en papel periódico durante la época de la gran depresión (1926-1936) son herederas de la tradición de las penny dreadfuls y dime noveles que surgieron desde el siglo XIX en EE.UU. y Gran Bretaña. Las revistas pulp se popularizaron debido a su bajo precio que iba entre 15 y 25 centavos de dólar, su contenido de fantasía, ciencia ficción, western, crimen y romance, sus portadas a colores con ilustraciones dramáticas o sensuales, su capacidad de venta masiva (algunas llegaron a vender un millón de ejemplares a la semana), el uso del plagio, la repetición y la adaptación y readaptación de tramas similares y muchas veces una calidad literaria nimia del material.
El fandom de Lovecraft fue diverso desde sus inicios. Sus amigos por correspondencia, de los cuales tuvo cientos y a quienes escribió la increíble cantidad de por lo menos cien mil cartas (Moore, xii) a lo largo de su vida, decidieron publicar su obra después de su muerte. Dos de estos amigos que no lo conocieron personalmente, August Derleth y Donald Wandrei, fundaron la editorial Arkham House y se ostentaron durante años como poseedores de los derechos de publicación de Lovecraft sin tenerlos —véase “Copyright Status of Works by H. P. Lovecraft”—, después de que varias editoriales se habían negado a publicar los cuentos de Lovecraft cuando vivía.
La crítica más común acerca de Lovecraft es que es un escritor popular sin valor literario. Esta idea viene de 1945, cuando Edmund Wilson, afamado y prestigioso crítico de The New Yorker, afirmó acerca de los cuentos de Lovecraft: “The only real horror in most of these fictions is the horror of bad taste and bad art” (Klinger: lv). Después, L. Sprague de Camp, también escritor de fantasía y primer biógrafo de Lovecraft, parece haber tenido la encomienda de disminuirlo como escritor en su biografía de 1975, Lovecraft: A Biography. Estas opiniones de Wilson y de de Camp han perdurado hasta la fecha, a pesar que desde la década de 1970 se han incentivado y producido en la Universidad de Brown, Providence, estudios literarios especializados en Lovecraft.
El camino de Lovecraft hacia la fama fue lento y como sus textos, weird. No llegó a la fama en vida, vivió y murió en 1937, pobre, solo, desnutrido y sufriendo de un grave dolor a los 46 años, provocado por un cáncer de intestino delgado que nunca supo que tenía. Su popularidad inició hasta los setenta con múltiples traducciones al español, francés, alemán, chino, japonés, idiomas nórdicos y ruso (Kracker). Pero la fama global le llegó en la década de 1980, quizá debido a la clara inspiración de la película Alien (1979) en el principal eje temático lovecraftiano del terror cósmico. Así, a finales del siglo XX todo cineasta, escritor de fantasía o ciencia ficción y creador de cómics ha leído a Lovecraft y se inspira en él.
A la lectura y reconocimiento de Lovecraft por Borges se suma la admiración pública de creadores como Neil Gaiman, Stephen King, Michel Houellebecq, Joyce Carol Oates, China Miéville, Harumi Murakami, Edogawa Rampo, Ridley Scott, Peter Straub y Guillermo del Toro.
Hoy en día, la influencia de Lovecraft, a cien años de haber escrito la mayoría de su obra, es innegable en la cultura popular mundial. Puede añadirse la influencia de Lovecraft en por lo menos una docena de escritores estadounidenses que a su vez han sido relevantes para la literatura universal y la cultura popular de 1980 a 2020, así como su influencia para el género gótico americano y en el New Weird.
Resalto dos influencias más de Lovecraft. Primero, aquella en el género de ciencia ficción en cine, series en plataformas de streaming, novelas y relatos, tanto de consumo masivo como de nicho. Y segundo, casi inconmensurable al ser promovido por el internet, la constante y en crescendo presencia de Lovecraft en la tradición oral global desde finales del siglo XX. Las ideas de sus cuentos surgen y resurgen en leyendas urbanas y creepy-pasta, particularmente aquellas que tienen que ver con OVNIs, abducciones, extraterrestres y monstruos urbanos o rurales.
A la ironía del romanticismo del escritor que dedica su vida a las letras y muere pobre, hay que añadir la paradoja literaria lovecraftiana: pocos estudios serios sobre su calidad literaria. Sin duda, el éxito de Lovecraft en la cultura popular es equiparable al éxito de Walt Disney, pero sin su mercadotecnia. Lovecraft es fuente de inspiración comercial de la cultura popular vendedora de millones de best-sellers, arte, productos y boletos de cine en todo el planeta.
Así las cosas, aquí comparo el estilo y la obra de Lovecraft con un solo cuento de Borges, TMT. Una comparación de un Lovecraft, escritor que vivió con su madre y su tía en Providence, quien lo más lejos que viajó fue a Quebec y Nuevo Orleans, racista a ultranza y quien muere pobre, solo y desconocido, con Borges, escritor argentino que vivió en Suiza, España y Argentina, viajó innumerables ocasiones entre Europa y América, que fue reconocido en vida por la calidad literaria de su obra, que publicó en diversos países, ganó premios internacionales y a quien se le negó el Nobel, quizá por su postura política. Ambos son las dos caras de la misma moneda del escritor del siglo XX.
March 24, 2020
Poniatowska, estulticia y daño colateral: Borges autor de “Instantes”
Creo que fue en la tele de una peluquería cuando vi en el programa Hoy a Andrea Legarreta y un señor leer el poema adjudicado a Borges llamado “Instantes”, dice así:
Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Me bastó escuchar los primeros versos para sospechar que no era un poema del mismo autor de “El Golem”, mi poema favorito de Borges, aquí el primer verso:
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'
Lo que no sabía entonces es que miles de personas viven engañadas por la autoría del poema que pulula en la demográfica gerontológica y cursi de Facebook, cuestión irrelevante sí se trata de hacer felices a unos miles de personas con su lectura.
Este es un poema original en inglés del caricaturista y humorista Don Herold quien lo publicó en 1935, aunque después pasó a ser adjudicado a una tal Nadine Stair, quién nunca existió.
Adjudicar dicho poema a Borges ha ridiculizado a dos personalidades de la literatura, Elena Poniatowska y Alastair Reid, y de forma colateral a dos revistas: a la canadiense Queen’s Quarterly y a la desaparecida revista cultural Plural —dirigida por Octavio Paz—.
Resulta que Plural* publicó en las páginas 4 y 5 del mes de mayo de 1989 “Instantes”, lo atribuyó a Borges y añadió una loa de Mauricio Ciechanower, por su “síntesis magistral” y lo catalogó de “Texto sustancial” de “esta figura mayor de la literatura de todos los tiempos”. El señor Ciechanower se fue en banda de manera limpia.
[image error]Número 202 de Plural
Daño colateral
Además de pelear con Televisa la paternidad de las fake news en México, surgen preguntas para Plural:
¿Cómo verificaba Plural los derechos de autor? ¿Cuánto le pagó a los herederos de Borges por publicar ‘Instantes’? ¿De dónde sacó el texto?
Las tres respuestas me temo que son:
No verificaba. No pagó. Y Quién sabe.
Lo cuál lleva a pensar que en otras ocasiones Plural cometió la misma y triste pifia con otros textos y otros autores, cuestión que la mancha y desprestigia. Simplemente, a partir de este dato, citar cualquier cosa de Plural, quita seriedad y confianza.
Tres años después, en 1992, la revista Queen’s Quarterly publicó una traducción del poema “Moments”, de J. L. Borges, de Alastair Reid. Reid era staff del The New Yorker y ¡traductor de Borges!
[image error] Alastair Reid
De nueva cuenta, preguntas para la revista:
¿Cómo verificaba los derechos de autor? ¿Notificaron a los herederos de Borges de la traducción? ¿Cuánto le pagó a Reid por publicar su traducción de Borges? ¿De dónde sacó Reid el texto?
Las cuatro respuestas, sin tener evidencia, me temo que son: No verificaba, no notificaron, quién sabe y de Plural.
Poniatowska
Quien se lleva las palmas es Poniatowska. Si bien los dos primeros y las revistas se brincaron derechos de autor y regalías, delitos en México y Canadá, la princesa polaca construyó un plagio del tamaño de la plaza de Tlatelolco alrededor del poema “Instantes”.
[image error]Poniatowska antes de inventar ‘Instantes’ de Borges
Estulticia
Poniatowska envió una entrevista con Borges para el libro Borges y México (2012). Su texto ya se había publicado en dos ocasiones, en 1973 en Novedades y después en 1990 en su libro Todo México, donde ya falsamente indicaba que la entrevista era de 1976. Para la version 2012, ella añadió una conversación que no aparecía en las entrevistas previas.
Afortunadamente, María Kodama, viuda de Borges, cachó en la mentira a Poniatowska cuando se publicó Borges y México. Poniatowska incluyó una conversación que nunca tuvo con Borges donde hablan del poema “Instantes” seguido de otro, éste sí de Borges, llamado “Remordimiento” (1975). Pero, ¿cuántas otras mentiras añadió en este texto y en otros? Nunca lo sabremos.
Kodama, pidió retirar Borges y México y reimprimirlo sin el capítulo de Poniatowska, dijo Kodama a CNN “Si alguien ha leído un poema de Borges se da cuenta de que no puede ser de él … Yo fui a los tribunales en Buenos Aires para aclarar esa situación”. Ante la BBC Kodama agregó: “El poema ‘Instantes’ … en realidad es un mal ejemplo para la juventud porque la incita a vivir en lo banal. Borges nunca se arrepintió de su vida”.
Coincidentemente, en 2012, la misma semana que se presentó Borges y México, Jonah Lehrer renunció a su puesto en The New Yorker tras confesar que había inventado y publicado varias citas de Bob Dylan en entrevistas.
Sin embargo, en México no hubo repercusiones, ni morales ni legales para nuestra princesa polaca, Elenita- Tristemente, ni el libro se retiró de la venta, ni se reimprimió sin su texto.
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* Para un análisis detallado de esta confusión y de la atribución del poema a Borges, véase de Iván Almedia, “Jorge Luis Borges, autor del poema ‘Instantes’”. http://www.borges.pitt.edu/bsol/iainst.php
February 19, 2020
¿Qué le falla a The Irishman?
Finalmente me tumbé a ver The Irishman en Netflix.
Creo que es pecado mortal decir que uno se decepciona con una movie de Scorsese, por eso no lo diré. Pero la pelí deja mucho que desear debido a la pesadísima carga de actores estelares y del propio nombre del director. A The Irishman le sobran grandes nombres para tan poca película y si en lugar de haberse estrenado el 27 de noviembre se hubiera estrenado en febrero de 2019 ya nadie se acordaría de ella para recibir un premio.
Momento. No es una película mala y sí se puede ver en tres horas y media sin problema. Hay que pararse al baño un par de veces, que ni qué, pero no se queda uno dormido.
No sé si es una serie de dos o tres temporadas que Scorsese y De Niro como productores decidieron hacer en una sola película o simplemente se encapricharon con una historia en la que querían trabajar juntos acompañados de Pacino y Pesci.
Para lo que nos tiene acostumbrados Scorsese la historia no es tensa ni sorprendente, además es demasiado larga.
Para verla debes prepararte a ver tres relatos. Uno: como Frank Sheeran (De Niro) se convierte en gangster, sí ya sé, Scorsese es maestro en esto. Segundo: cómo Sheeran se convierte en escolta de Jimmy Hoffa (Pacino). Y tercero: cómo y por qué la mafia decide desaparecer a Hoffa.
Ahora, ¿en qué falla The Irishman? Yo veo dos grandes errores.
Primero, el casting de De Niro y Pesci como actores principales debido a su edad y a no querer utilizar a otros actores para representarlos más jóvenes. La película comienza con un De Niro que se dedica a ser trailero y que visualmente aparenta unos 50 años. A media película nos damos cuenta que en realidad era un jovencito cuando conducía camiones y que viviría los siguientes 50 años como matón para la mafia italiana de Nueva York. Es decir, ¡De Niro supuestamente tenía 25 años cuando inicia la película! Cosa que ni yo que soy pésimo para calcular la edad me la creo. Cuando Sheeran conoce a Bufalino (Pesci), éste último se ve de unos 60 años y pasarán los siguientes 40 años trabajando juntos, pero Pesci se ve idéntico al del principio —salvo en su última escena en que es un viejo decrépito en silla de ruedas de 90 años—.
En la foto de abajo es en la que tentativamente Pesci y De Niro tienen 50 y 25 años respectivamente, ¿qué opinas?
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Segundo, el personaje de Pacino, Hoffa, parece no entender de política, no querer tragar sapos y no ser paciente, como sí fuera Pacino y no Hoffa. Yo no me la creo. Jimmy Hoffa, fundador de los teamsters, podría ser cualquier cosa menos inocente para la política. Supongo que lo engañaron para matarlo, pero no era un viejo necio que no entendiera nada sobre aguantar golpeteo político y saber que no debía hacer berrinches en público.
Lo mejor de la película sin duda es el vestuario de los gangsters en los sesenta, setenta y ochenta al que nos tiene acostumbrado Scorsese desde hace 50 años.
No esperes un final inesperado ni un twist. Tampoco verás la mejor actuación de ninguno de los actores.
February 15, 2020
1917
Ya para 2020 es un estándar que las pelis de guerra tengan excelente fotografía y rostro humano. ¿A qué me refiero? A la fotografía a que existan tomas abiertas de grandes paisajes y detallados acercamientos; respecto al rostro humano me refiero a conocer de cerca situaciones que sabemos que existen en la guerra como la crueldad y la desesperanza. Si esperas encontrar eso en 1917, ya la hiciste.
Es una película de dos actores. Nada más. Dean-Charles Chapman como el cabo Blake y Geroge MacKay como el cabo Schofield, todo el peso del drama cae en estos jóvenes, y me parece que lo hacen bien.
El argumento es demasiado simple para ganarse un premio, vaya y al ser soldados ingleses y no gringos, pues ni siquiera se acercaron al Óscar aunque como consolación ganaron un Golden Globe a la mejor película dramática.
La película es una aventura, una misión o quest. Los dos cabos deben cruzar un espacio lleno de alemanes y llegar con una división lo antes posible para notificar que el ataque ha sido cancelado y evitar que 1,600 soldados sean masacrados. Desde que supe esta premisa me pregunté si no hubiera valido la pena enviar un pelotón, es decir, entre 8 a 12 soldados, en lugar de dos cabos imberbes de 20 años; pero bueno, el General los envió no quiso sacrificar tanta gente.
Estamos así ante una película de aventuras durante la primera guerra mundial. La tensión la concentra el director, Sam Mendes, en que el espectador sufra con los dos cabos el recorrido para cumplir su misión.
Sin duda, lo mejor de la película son los efectos especiales visuales durante la toma de un pueblo francés por el ejercito alemán. No sólo la parte técnica para lograrlo, sino el ambiente onírico e infernal que Guillaume Rocheron, Greg Butler y Dominic Tuohy lograron crear. Una persona poco avezada diría que los escenarios nocturnos, los incendies y el fuego son parecidos a los de un videojuego; cuando se debe agradecer al director y los creadores visuales que se basaran en la obra de Dante.
Si te interesa saber más, puedes ver la conferencia de prensa de los creadores de efectos visuales aquí:
April 3, 2019
“There Are More Things” de Jorge Luis Borges
“There are more Things” por Jorge Luis Borges
Publicado en el libro: El libro de arena (1975)
A la memoria de Howard P. Lovecraft
A punto de rendir el último examen en la Universidad de Texas, en Austin, supe que mi tío Edwin Arnett había muerto de un aneurisma, en el confín remoto del continente. Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: La congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos. El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos. La materia que yo cursaba era filosofía; recordé que mi tío, sin invocar un solo nombre propio, me había revelado sus hermosas perplejidades, allá en la casa colorada, cerca de Lomas. Una de las naranjas del postre fue su instrumento para iniciarme en el idealismo de Berkeley; el tablero de ajedrez le bastó para las paradojas eleáticas. Años después, me prestaría los tratados de Hinton, que quiere demostrar la realidad de una cuarta dimensión del espacio, que el lector puede intuir mediante complicados ejercicios con cubos de colores. No olvidaré los prismas y pirámides que erigimos en el piso del escritorio.
Mi tío era ingeniero. Antes de jubilarse de su cargo en el ferrocarril decidió establecerse en Turdera, que le ofrecía las ventajas de una soledad casi agreste y de la cercanía de Buenos Aires. Nada más previsible que el arquitecto fuera su íntimo amigo Alexander Muir. Este hombre rígido profesaba la rígida doctrina de Knox; mi tío a la manera de casi todos los señores de su época, era librepensador, o mejor dicho, agnóstico, pero le interesaba la teología, como le interesaban los falaces cubos de Hinton o las bien concertadas pesadillas del joven Wells. Le gustaban los perros; tenía un gran ovejero al que le había puesto el apodo de Samuel Johnson en memoria de Lichfield, su lejano pueblo natal.
La Casa Colorada estaba en un alto, cercada hacia el poniente por terrenos anegadizos. Del otro lado de la verja, las araucarias no mitigaban su aire de pesadez. En lugar de azoteas había tejados de pizarras a dos aguas y una torra cuadrada con un reloj, que parecían oprimir las paredes y las parcas ventanas. De chico, yo aceptaba esas fealdades como se aceptan esas cosas incompatibles que sólo por razón de coexistir llevan el nombre de Universo.
Regrese a la patria en 1921. Para evitar litigios habían rematado la casa; la adquirió un forastero, Max Preetorius, que abonó el doble de la suma ofrecida por el mejor postor. Firmada la escritura, llegó al atardecer con dos asistentes y tiraron a un vaciadero, no lejos del camino de las Tropas, todos los muebles, todos los libros y todos los enseres de la casa. (Recordé con tristeza los diagramas de los volúmenes de Hinton y la gran esfera terráquea.) Al otro día, fue a conversar con Muir y le propuso ciertas refacciones, que este rechazo con indignación. Ulteriormente, una empresa de la capital se encargó de la obra. Los carpinteros de la localidad se negaron a amueblar de nuevo la casa: un tal Mariano, de Glew, aceptó al fin las condiciones que le impuso Preetorius. Durante una quincena, tuvo que trabajar de noche, a puertas cerradas. Fue asimismo de noche que se instaló en la Casa Colorada el nuevo habitante. Las ventanas ya no se abrieron, pero en la oscuridad se divisaban grietas de luz. El lechero dio una mañana con el ovejero muerto en la acera, decapitado y mutilado. En el invierno talaron las araucarias. Nadie volvió a ver a Preetorius, que, según parece, no tardó en dejar el país.
Tales noticias, como es de suponer, me inquietaron. Se que mi rasgo más notorio es la curiosidad que me condujo alguna vez a la unión con una mujer del todo ajena a mí, solo para saber quién era y como era, a practicar (sin resultado apreciable) el uso del láudano, a explorar los números transfinitos y a emprender la atroz aventura que voy a referir. Fatalmente decidí indagar el asunto.
Mi primer trámite fue ver a Alexander Muir. Lo recordaba erguido y moreno, de una flacura que no excluía la fuerza; ahora lo habían encorvado los años y la renegrida barba era gris. Me recibió en su casa de Temperley, que previsiblemente se parecía a la de mi tío, ya que las dos correspondían a las sólidas normas del buen poeta y mal constructor William Morris.
El diálogo fue parco; no en vano el símbolo de Escocia es el cardo. Intuí, no obstante, que el cargado té de Ceylán y la equitativa fuente de scones (que mi huésped partía y enmantecaba como si yo aun fuera un niño) eran, de hecho, un frugal festín calvinista, dedicado al sobrino de su amigo. Sus controversias teológicas con mi tío habían sido un largo ajedrez, que exigía de cada jugador la colaboración del contrario.
Pasaba el tiempo y yo no me acercaba a mi tema. Hubo un silencio incómodo y Muir habló.
—Muchacho (Young man) —dijo—, usted no se ha costeado hasta aquí para que hablemos de Edwin o de los Estados Unidos, país que poco me interesa. Lo que le quita el sueño es la venta de la Casa Colorada y ese curioso comprador. A mí, también. Francamente, la historia me desagrada, pero le diré lo que pueda. No será mucho.
Al rato, prosiguió sin premura:
—Antes que Edwin muriera, el intendente me citó en su despacho. Estaba con el cura párroco. Me propusieron que trazara los planos para una capilla católica. Remunerarían bien mi trabajo. Les conteste en el acto que no. Soy un servidor del Señor y no puedo cometer la abominación de erigir altares para ídolos.
Aquí se detuvo.
—¿Eso es todo? —me atreví a preguntar.
—No. El judezno ese de Preetorius quería que yo destruyera mi obra y que en su lugar pergeñara una cosa monstruosa. La abominación tiene muchas formas.
Pronunció estas palabras con gravedad y se puso de pie.
Al doblar la esquina se me acercó Daniel Iberra. Nos conocíamos como la gente se conoce en los pueblos. Me propuso que volviéramos caminando. Nunca me interesaron los malevos y preví una sórdida retahíla de cuentos de almacén más o menos apócrifos y brutales, pero me resigné y acepté. Era casi de noche. Al divisar la casa Colorada en el alto, Iberrra se desvió. Le pregunté por qué. Su respuesta no fue la que yo esperaba.
—Soy el brazo derecho de don Felipe. Nadie me ha dicho flojo. Te acordaras de aquel mozo Urgoiti que se costeó a buscarme de Merlo y de cómo le fue. Mirá. Noches pasadas, yo venía de una farra. A unas cien varas de la quinta, vi algo. El tubiano se me espanto y si no me le afirmo y lo hago tomar por el callejón, tal vez no cuento el cuento. Lo que vi no era para menos.
Muy enojado, agregó una mala palabra.
Aquella noche no dormí. Hacia el alba soñé con un grabado a la manera de Piranesi, que no había visto nunca o que había visto y olvidado, y que representaba el laberinto. Era un anfiteatro de piedra, cercado de cipreses y más alto que las copas de los cipreses. No había ni puertas ni ventanas, pero sí una hilera infinita de hendijas verticales y angostas. Con un vidrio de aumento yo trataba de ver el minotauro. Al fin lo percibí. Era el monstruo de un monstruo; tenía menos de toro que de bisonte y, tendido en la tierra el cuerpo, parecía dormir y soñar. ¿Soñar con que o con quien?
Esa tarde pasé frente a la casa. El portón de la verja estaba cerrado y unos barrote retorcidos. Lo que antes fue jardín era maleza. A la derecha había una zanja de escasa hondura y los bordes estaban pisoteados.
Una jugada me quedaba, que fui demorando durante días, no solo por sentirla del todo vana sino porque me arrastraría a la inevitable, a la última.
Sin mayores esperanzas fui a Glew. Mariani, el carpintero, era un italiano obeso y rosado, ya entrado en años, de lo más vulgar y cordial. Me bastó verlo para descartar las estratagemas que había urdido la víspera. Le entregue mi tarjeta, que deletreo pomposamente en voz alta, con algún tropezón reverencial al llegar a doctor. Le dije que me interesaba el moblaje fabricado por él para la propiedad que fue de mi tío, en Turdera. El hombre hablo y hablo. No trataré de transcribir sus muchas y gesticuladas palabras, pero me declaró que su lema era satisfacer todas las exigencias del cliente, por estrafalarias que fueran, y que él había ejecutado su trabajo al pie de la letra. Tras de hurgar en varios cajones, me mostró unos papeles que no entendí, firmados por el elusivo Preetorius. (Sin duda me tomó por un abogado.) Al despedirnos, me confió que por todo el oro del mundo no volvería a poner los pies en Turdera y menos en la casa. Agregó que el cliente es sagrado, pero que en su humilde opinión, el señor Preetorius estaba loco. Luego se calló, arrepentido. Nada más pude sonsacarle.
Yo había previsto ese fracaso, pero una cosa es prever algo y otra que ocurra.
Repetidas veces me dije que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca. Esas profundas reflexiones resultaron inútiles; tras de consagrar la tarde al estudio de Schopenhauer o de Royce, yo rondaba, noche tras noche, por los caminos de tierra que cercan la casa Colorada. Algunas veces divise arriba una luz muy blanca; otras creí oír un gemido. Así hasta el 19 de enero.
Fue uno de esos días de Buenos Aires en el que el hombre se siente no solo maltratado y ultrajado por el verano sino hasta envilecido. Serían las once de la noche cuando se desplomó la tormenta. Primero el viento sur y después el agua a raudales. Erré buscando un árbol. A la brusca luz de un relámpago me halle a unos pasos de la verja. No se si con temor o con esperanza probé el portón. Inesperadamente, cedió. Avance empujado por la tormenta. El cielo y la tierra me conminaban. También la puerta de la casa estaba a medio abrir. Una racha de lluvia me azotó la cara y entre.
Adentro habían levantado las baldosas y pise pasto desgreñado. Un olor dulce y nauseabundo penetraba la casa. A izquierda o a derecha, no se muy bien, tropecé con una rampa de piedra. Apresuradamente subí. Casi sin proponérmelo hice girar la llave de luz.
El comedor y la biblioteca de mis recuerdos eran ahora, derribada la pared divisoria, una sola gran pieza desmantelada, con uno que otro mueble. No trataré de describirlos, porque no estoy seguro de haberlos visto, pese a la despiadada luz blanca. Me explicaré. Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir la Biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombre de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.
Ninguna de las formas insensatas que esa noche me deparó correspondía a la figura humana o a un uso concebible. Sentí repulsión y terror. En uno de los ángulos descubrí una escalera vertical, que daba al otro piso. Entre los anchos tramos de hierro, que no pasarían de diez, había huecos irregulares. Esa escalera, que postulaba manos y pies, era comprensible y de algún modo me alivio. Apague la luz y aguarde un tiempo en la oscuridad. No oí el menor sonido, pero la presencia de las cosas incomprensibles me perturbaba. Al fin me decidí.
Ya arriba mi temerosa mano hizo girar por segunda vez la llave de la luz. La pesadilla que prefiguraba el piso inferior se agitaba y florecía en el último. Había muchos objetos o unos pocos objetos entretejidos. Recupero ahora una suerte de larga mesa operatoria, muy alta, en forma de U, con hoyos circulares en los extremos. Pensé que podía ser el lecho del habitante, cuya monstruosa anatomía se revelaba así, oblicuamente, como la de un animal o un dios, por su sombra. De alguna página de Lucano, leída hace años y olvidada, vino a mi boca la palabra anfisbena, que sugería, pero que no agotaba por cierto lo que verían luego mis ojos. Asimismo recuerdo una V de espejos que se perdía en la tiniebla superior.
¿Cómo sería el habitante? ¿Qué podía buscar en este planeta, no menos atroz para él que él para nosotros? ¿Desde qué secretas regiones de la astronomía o del tiempo, desde qué antiguo y ahora incalculable crepúsculo, habría alcanzado este arrabal sudamericano y esta precisa noche?
Me sentí un intruso en el caos. Afuera había cesado la lluvia. Mire el reloj y vi con asombro que eran casi las dos, Deje la luz prendida y acometí cautelosamente el descenso. Bajar por donde había subido no era imposible. Bajar antes de que el habitante volviera. Conjeturé que no había cerrado las dos puertas porque no sabía cómo hacerlo.
Mis pies tocaban el penúltimo tramo de la escalera cuando sentí que algo ascendía por la rampa, opresivo y lento y plural. La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos.
There are more Things de Jorge Luis Borges
Publicado en el libro: El libro de arena (1975)
A la memoria de Howard P. Lovecraft
A punto de rendir el ultimo examen en la Universidad de Texas, en Austin, supe que mi tío Edwin Arnett había muerto de un aneurisma, en el confín remoto del continente. Senti lo que sentimos cuando alguien muere: La congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido mas buenos. El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos. La materia que yo cursaba era filosofia; recorde que mi tio, sin invocar un solo nombre propio, me habia revelado sus hermosas perplejidades, alla en la casa colorada, cerca de Lomas. Una de las naranjas del postre fue su instrumento para iniciarme en el idealismo de Berkeley; el tablero de ajedrez le basto para las paradojas eleaticas. Años después, me prestaria los tratados de Hinton, que quiere demostrar la realidad de una cuarta dimension del espacio, que el lector puede intuir mediante complicados ejercicios con cubos de colores. No olvidare los prismas y pirámides que erigimos en el piso del escritorio.
Mi tio era ingeniero. Antes de jubilarse de su cargo en el ferrocarril decidio establecerse en Turdera, que le ofrecía las ventajas de una soledad casi agreste y de la cercanía de Buenos Aires. Nada más previsible que el arquitecto fuera su íntimo amigo Alexander Muir. Este hombre rígido profesaba la rígida doctrina de Knox; mi tío a la manera de casi todos los señores de su época, era librepensador, o mejor dicho, agnóstico, pero le interesaba la teología, como le interesaban los falaces cubos de Hinton o las bien concertadas pesadillas del joven Wells. Le gustaban los perros; tenia un gran ovejero al que le había puesto el apodo de Samuel Jonson en memoria de Lichfield, su lejano pueblo natal.
La casa Colorada estaba en un alto, cercada hacia el poniente por terrenos anegadizos. Del otro lado de la verja, las araucarias no mitigaban su aire de pesadez. En lugar de azoteas había tejados de pizarras a dos aguas y una torra cuadrada con un reloj, que parecían oprimir las paredes y las parcas ventanas. De chico, yo aceptaba esas fealdades como se aceptan esas cosas incompatibles que solo por razón de coexistir llevan el nombre de Universo.
Regrese a la patria en 1921. Para evitar litigios habían rematado la casa; la adquirió un forastero, Max Preetorius, que abono el doble de la suma ofrecida por el mejor postro. Firmada la escritura, llego al atardecer con dos asistentes y tiraron a un vaciadero, no lejos del camino de las Tropas, todos los muebles, todos los libros y todos los enseres de la casa. (Recordé con tristeza los diagramas de los volúmenes de Hinton y la gran esfera terráquea.) Al otro día, fue a conversar con Muir y le propuso ciertas refacciones, que este rechazo con indignación. Ulteriormente, una empresa de la capital se encargo de la obra. Los carpinteros de la localidad se negaron a amueblar de nuevo la casa: un tal Mariano, de Glew, acepto al fin las condiciones que le impuso Preetorius. Durante una quincena, tuvo que trabajar de noche, a puertas cerradas. Fue asimismo de noche que se instalo en la Casa Colorada el nuevo habitante. Las ventanas ya no se abrieron, pero en la oscuridad se divisaban grietas de luz. El lechero dio una mañana con el ovejero muerto en la acera, decapitado y mutilado. En el invierno talaron las araucarias. Nadie volvió a ver a Preetorius, que, según parece, no tardo en dejar el país.
Tales noticias, como es de suponer, me inquietaron. Se que mi rasgo mas notorio es la curiosidad que me condujo alguna vez a la unión con una mujer del todo ajena a mí, solo para saber quien era y como era, a practicar (sin resultado apreciable) el uso del laudano, a explorar los números transfinitos y a emprender la atroz aventura que voy a referir. Fatalmente decidí indagar el asunto.
Mi primer trámite fue ver a Alexander Muir. Lo recordaba erguido y moreno, de una flacura que no excluía la fuerza; ahora lo habían encorvado los años y la renegrida barba era gris. Me recibió en su casa de Temperley, que previsiblemente se parecía a la de mi tío, ya que las dos correspondían a las sólidas normas del buen poeta y mal constructor William Morris.
El dialogo fue parco; no en vano el símbolo de Escocia es el cardo. Intuí, no obstante, que el cargado té de Ceylan y la equitativa fuente de scones (que mi huésped partía y enmantecaba como si yo aun fuera un niño) eran, de hecho, un frugal festín calvinista, dedicado al sobrino de su amigo. Sus controversias teológicas con mi tío habían sido un largo ajedrez, que exigía de cada jugador la colaboración del contrario.
Pasaba el tiempo y yo no me acercaba a mi tema. Hubo un silencio incómodo y Muir habló.
—Muchacho (Young man) —dijo—, usted no se ha costeado hasta aquí para que hablemos de Edwin o de los Estados Unidos, país que poco me interesa. Lo que le quita el sueño es la venta de la Casa Colorada y ese curioso comprador. A mí, también. Francamente, la historia me desagrada, pero le diré lo que pueda. No será mucho.
Al rato, prosiguió sin premura:
—Antes que Edwin muriera, el intendente me citó en su despacho. Estaba con el cura párroco. Me propusieron que trazara los planos para una capilla católica. Remunerarían bien mi trabajo. Les conteste en el acto que no. Soy un servidor del Señor y no puedo cometer la abominación de erigir altares para ídolos.
Aquí se detuvo.
—¿Eso es todo? —me atreví a preguntar.
—No. El judezno ese de Preetorius quería que yo destruyera mi obra y que en su lugar pergeñara una cosa monstruosa. La abominación tiene muchas formas.
Pronunció estas palabras con gravedad y se puso de pie.
Al doblar la esquina se me acercó Daniel Iberra. Nos conocíamos como la gente se conoce en los pueblos. Me propuso que volviéramos caminando. Nunca me interesaron los malevos y preví una sórdida retahíla de cuentos de almacén mas o menos apócrifos y brutales, pero me resigné y acepte. Era casi de noche. Al divisar la casa Colorada en el alto, Iberrra se desvió. Le pregunte por qué. Su respuesta no fue la que yo esperaba.
—Soy el brazo derecho de don Felipe. Nadie me ha dicho flojo. Te acordaras de aquel mozo Urgoiti que se costeo a buscarme de Merlo y de cómo le fue. Mirá. Noches pasadas, yo venia de una farra. A unas cien varas de la quinta, vi algo. El tubiano se me espanto y si no me le afirmo y lo hago tomar por el callejón, tal vez no cuento el cuento. Lo que vi no era para menos.
Muy enojado, agrego una mala palabra.
Aquella noche no dormí. Hacia el alba soñé con un grabado a la manera de Piranesi, que no había visto nunca o que había visto y olvidado, y que representaba el laberinto. Era un anfiteatro de piedra, cercado de cipreses y más alto que las copas de los cipreses. No había ni puertas ni ventanas, pero si una hilera infinita de hendijas verticales y angostas. Con un vidrio de aumento yo trataba de ver el minotauro. Al fin lo percibí. Era el monstruo de un monstruo; tenía menos de toro que de bisonte y, tendido en la tierra el cuerpo, parecía dormir y soñar. ¿Soñar con que o con quien?
Esa tarde pase frente a la casa. El portón de la verja estaba cerrado y unos barrote retorcidos. Lo que antes fue jardín era maleza. A la derecha había una zanja de escasa hondura y los bordes estaban pisoteados.
Una jugada me quedaba, que fui demorando durante días, no solo por sentirla del todo vana sino porque me arrastraría a la inevitable, a la ultima.
Sin mayores esperanzas fui a Glew. Mariani, el carpintero, era un italiano obeso y rosado, ya entrado en años, de lo más vulgar y cordial. Me basto verlo para descartar las estratagemas que había urdido la víspera. Le entregue mi tarjeta, que deletreo pomposamente en voz alta, con algún tropezón reverencial al llegar a doctor. Le dije que me interesaba el moblaje fabricado por el para la propiedad que fue de mi tío, en Turdera. El hombre hablo y hablo. No tratare de transcribir sus muchas y gesticuladas palabras, pero me declaro que su lema era satisfacer todas las exigencias del cliente, por estrafalarias que fueran, y que el había ejecutado su trabajo al pie de la letra. Tras de hurgar en varios cajones, me mostró unos papeles que no entendí, firmados por el elusivo Preetorius. (Sin duda me tomo por un abogado.) Al despedirnos, me confió que por todo el oro del mundo no volvería a poner los pies en Turdera y menos en la casa. Agrego que el cliente es sagrado, pero que en su humilde opinión, el señor Preetorius estaba loco. Luego se calló, arrepentido. Nada más pude sonsacarle.
Yo había previsto ese fracaso, pero una cosa es prever algo y otra que ocurra.
Repetidas veces me dije que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca. Esas profundas reflexiones resultaron inútiles; tras de consagrar la tarde al estudio de Schopenhauer o de Royce, yo rondaba, noche tras noche, por los caminos de tierra que cercan la casa Colorada. Algunas veces divise arriba una luz muy blanca; otras creí oír un gemido. Así hasta el 19 de enero.
Fue uno de esos días de Buenos Aires en el que el hombre se siente no solo maltratado y ultrajado por el verano sino hasta envilecido. Serian las once de la noche cuando se desplomo la tormenta. Primero el viento sur y después el agua a raudales. Erré buscando un árbol. A la brusca luz de un relámpago me halle a unos pasos de la verja. No se si con temor o con esperanza probé el portón. Inesperadamente, cedió. Avance empujado por la tormenta. El cielo y la tierra me conminaban. También la puerta de la casa estaba a medio abrir. Una racha de lluvia me azoto la cara y entre.
Adentro habían levantado las baldosas y pise pasto desgreñado. Un olor dulce y nauseabundo penetraba la casa. A izquierda o a derecha, no se muy bien, tropecé con una rampa de piedra. Apresuradamente subí. Casi sin proponérmelo hice girar la llave de luz.
El comedor y la biblioteca de mis recuerdos eran ahora, derribada la pared divisoria, una sola gran pieza desmantelada, con uno que otro mueble. No tratare de describirlos, porque no estoy seguro de haberlos visto, pese a la despiadada luz blanca. Me explicare. Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehiculo? El salvaje no puede percibir la Biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombre de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.
Ninguna de las formas insensatas que esa noche me deparo correspondía a la figura humana o a un uso concebible. Sentí repulsión y terror. En uno de los ángulos descubrí una escalera vertical, que daba al otro piso. Entre los anchos tramos de hierro, que no pasarían de diez, había huecos irregulares. Esa escalera, que postulaba manos y pies, era comprensible y de algún modo me alivio. Apague la luz y aguarde un tiempo en la oscuridad. No oí el menor sonido, pero la presencia de las cosas incomprensibles me perturbaba. Al fin me decidí.
Ya arriba mi temerosa mano hizo girar por segunda vez la llave de la luz. La pesadilla que prefiguraba el piso inferior se agitaba y florecía en el último. Había muchos objetos o unos pocos objetos entretejidos. Recupero ahora una suerte de larga mesa operatoria, muy alta, en forma de U, con hoyos circulares en los extremos. Pensé que podía ser el lecho del habitante, cuya monstruosa anatomía se revelaba así, oblicuamente, como la de un animal o un dios, por su sombra. De alguna página de Lucano, leída hace años y olvidada, vino a mi boca la palabra anfisbena, que sugería, pero que no agotaba por cierto lo que verían luego mis ojos. Asimismo recuerdo una V de espejos que se perdía en la tiniebla superior.
¿Cómo seria el habitante? ¿Qué podía buscar en este plantea, no menos atroz para él que él para nosotros? ¿Desde qué secretas regiones de la astronomía o del tiempo, desde qué antiguo y ahora incalculable crepúsculo, habría alcanzado este arrabal sudamericano y esta precisa noche?
Me sentí un intruso en el caos. Afuera había cesado la lluvia. Mire el reloj y vi con asombro que eran casi las dos, Deje la luz prendida y acometí cautelosamente el descenso. Bajar por donde había subido no era imposible. Bajar antes de que el habitante volviera. Conjeture que no había cerrado las dos puertas porque no sabía como hacerlo.
Mis pies tocaban el penúltimo tramo de la escalera cuando sentí que algo ascendía por la rampa, opresivo y lento y plural. La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos.
October 10, 2018
Sexo bíblico de Venus Rey, Jr.
En Sexo Bíblico nos enfrentamos ante una obra de 13 relatos, número también bíblico.
Me concentro en dar una visión general y luego comento solo tres relatos, para brindar una idea general.
Puede analizarse esta obra si la dividimos en dos: aquellos relatos que son recuentos de la Biblia, y me refiero a cuentos que se vuelven a contar en lenguaje del siglo XXI y aquellos cuentos que fueron inspirados por la Biblia.
Ubiqué seis entre aquellos que son una nueva versión: “Levántante, vámonos”, “La ramera redimida”, “La cueva de la soledad”, “La oveja robada”, “Fantasías seniles” y “El hombre que perdió la cabeza”. Dejé fuera el relato “Simón el mago” porque contiene partes iguales entre un recuento bíblico y una nueva interpretación ubicada en otro tiempo y en otro espacio de lo ocurrido en las Sagradas Escrituras. Así, nos quedan seis relatos que son una reinterpretación, ya sea medieval o contemporánea, de asuntos bíblicos: “Guardia Suiza”, “El semen de la Luz”, “Del instrumento sodomizador y otros fetiches”, “Crono y Urano”, “Serpientes en los árboles” y “El desierto del alma”.
Como sucede a lo largo y ancho, muy ancho y muy largo de la Biblia, (ya desde la presentación física el libro sagrado comienza con su doble sentido), muchas de las historias no son aptas para menores, menores de criterio, no menores de edad. Pensar un joven de 15 años del siglo XXI no debe ver desnudos ni saber nada de sexo y violencia, no solo es una estupidez, si no que coloca al hipotético joven en desventaja en un México dominado por la violencia del narco y la violencia sexual contra la mujer.
La Biblia está plagada de violaciones, sangre, abusos homosexuales y heterosexuales, infanticidios, pedofilia, injusticia de género, estulticia, fraude, robo y hasta plagio. Curioso esto del plagio que antes de que se inventara en el siglo XX la Biblia ya lo traía inmerso. Quizá se deba a eso de que Dios lo sabe todo desde el principio. Por esta razón el Dios Judeo-Cristiano-Islámico copió las ideas de la Creación y el Diluvio a la antigua religión Mesopotámica. Siempre me he preguntado que opinarían de este plagio los sacerdotes que cantaban el himno dela creación, Enuma elish, en Babilonia.
Si a la Biblia la tuviera que catalogar RTC de Gobernación, sería algo más allá de clasificación C, al grado que una película pornográfica del norte de Hollywood y las andanzas de los Zetas en Tamaulipas se quedarían frías ante las barbaridades y aberraciones que cometen, principalmente las tribus de Israel.
Con la Biblia entendemos por qué la mano dura de la civilizadora pax romana es similar al establecimiento de la paz en Irak por las fuerzas gringas. No me imagino qué acto bíblico podría compararse con las fotografías de aquella soldada gringa con un pie sobre un soldado irakí desnudo en una cárcel de Bagdad. No es que este hecho sea correcto, pero después de leer cómo los judíos tratan a sus mujeres e hijas en la Biblia, las violaciones de derechos humanos de los EEUU en Medio Oriente se convierten en pecata minuta. La Biblia no considera poner un pie sobre el lomo desnudo de un prisionero de guerra un acto digno de relatarse; pero al contrario, sí por salvar el culo de mi invitado, ofrezco a mis dos hijas a una turba de violadores, la Biblia considera al acto digno de ser escrito por Dios en las Sagradas Escrituras. Quizá es solo por Lot que no soy católico.
Ahora bien, la Biblia fue escrita hace 2,000 o 2,500 años por tribus nómadas del desierto árabe. Sería estúpido esperar que tuvieran métodos de justicia como los de Finlandia en el siglo XXI, pero para ser sinceros, yo sí habría esperado algo de censura por parte de la iglesia católica medieval respecto a Lot, contra Abraham y sus abusos para con su esclava y notablemente acerca de Noé y sus hijas que se emborrachaban y se aventaban unos tríos dignos del Porn-Hub.
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Probadita de tres cuentos
En “El semen de la Luz” estamos con Alma, Simón y Juan. No sabemos si se trata de los personajes de los evangelios. Me refiero a Juan, quizá hermano menor de Jesús, y Simón el futuro apóstol Pedro. Y, ¿Alma? No sé si es una metáfora del alma o en realidad es una mujer llamada así, que en dado caso sería pronunciado su nombre Néfesh en hebreo. Sospecho que Alma vive un triangulo amoroso con Juan y Simón, pero no tengo evidencia suficiente, será cosa que el lector decidirá. Ya entrado en el relato nos damos cuenta de que Alma se trata de Énnoia, la amada de Simón, el mago,
“El semen de la Luz” es un texto cargado de reflexión teológica y filosófica, nos pregunta: ¿Van a negar que el cristianismo es fusión? ¿Qué caso tiene construir imprentas si con ellas han de difundir listas prohibidas? ¿El demiurgo del Antiguo Testamento no será Satanás? Y entre estás preguntas surge un relato erótico, que no de amor: Alma y Simón, el conocimiento y la semilla masculina con el principio femenino, pero, ¿es la imagen o es el ser? Es el pensamiento del cosmos y no su praxis. Y entre estos dos personajes surge la pasión:
Los dedos de Simón
recorrieron aquella piel inmaculada.
No hubo valle ni montículo
que, después de tan sublime recorrido,
permaneciera ignoto (p. 39).
En el cuento “Simón, el mago” nos reencontramos con este personaje bíblico que hizo competencia a Jesús en la práctica, y que, para su infortunio, perdió. Aunque no estoy seguro de que quisiera haber ganado como lo hizo Jesús muriendo crucificado. En el momento del relato, Simón está en el futuro bíblico, es decir, quizá en el siglo XX, pues por lo menos vemos pasar un avión.
Simón fue condenado en la Biblia por querer comprar la facultad de transmitir el Espíritu Santo, de hecho el Vaticano llama a esa actitud y pecado simonía. Pero en “Simón, el mago” de Venus Rey, Jr., Simón es un hombre de ideas más maduras que se halla convencido de que Dios debe ser una dualidad masculina y femenina y no una trinidad absurdamente macha. Este Simón es más cercano a Ometeotl, el principal Dios nahua que es hombre, mujer, noche, día, agua, fuego, tierra, cielo y hasta ying y yang o ring y rang como me corrige Word mientras escribo.
Simón el mago, nos dice la Biblia, era capaz de volar, convertir agua en vino y curar personas. Se dice también que el propio emperador Nerón lo creía Dios. ¿Por qué demonios querría Simón comprar el poder de esparcir el Espíritu Santo? Además, “Dios no necesita de nadie”, dice Simón en el cuento de Rey. Simón se encuentra cara a cara con Pedro, el pescador de hombres, y Juan, en la que será la batalla final. Pero en este relato Simón tiene la capacidad de realizar viajes en el tiempo, quizá astrales. Simón vence a Pedro, pero no a Juan. Juan ha entrado en sus dominios, y quizá por eso es atractivo para Alma.
Así, a pesar de que quizá vence un apóstol en la forma del cuento, es Alma (Énnoia) la que domina a la trilogía de hombres en el relato, y es su espíritu el que da completitud y no el Espíritu Santo. Amén.
“Crono y Urano” trata sobre la historia de amor medieval Abelardo y Eloísa. La historia de amor es tan desgarradora que por momentos parece que ambos amantes se odiaban, este punto y la tensión entre las ideas de Abelardo y la iglesia católica es lo que toca Rey en el cuento.
El autor entra a detalle en la relación de los amantes, pero vale la pena una diminuta síntesis del romance epistolar. Abelardo es contratado como maestro de Eloísa por Fulberto (tío dela adolescente). Eloísa no es bella, pero sí es inteligente y alta. Entre clase y clase, Abelardo y Eloísa, mantienen relaciones sexuales. Después, se casan a escondidas porque él no quiere dejar de ser cura, mientras que Eloísa tampoco hace publico su matrimonio para ingresar al convento y poder seguir con sus estudios. Así, Abelardo se brinca el muro del convento habitualmente para confirmar la unión matrimonial. Por si fuera poco, ambos son adictos al sadomasoquismo durante el sexo 600 años antes de que el Marqués de Sade lo inventase a detalle. En el clímax del relato, Fulberto manda castrar a Abelardo, pena legítima para los violadores de la época. Pero las influencias de Abelardo son tan amplias, que logra que se castigue a Fulberto con la expropiación de sus propiedades. La suerte se termina para los amantes en el Concilio de Sens, pues se condena el texto Sic e non de Abelardo por ser contradictorio a la Biblia. Se sentencia a Abelardo y se separan los amantes, pero no es claro cuál fue su pena y él muere meses después encerrado en su celda de monje (no de preso).
Es en este momento en el que inicia el cuento de Venus. Ante la condena, Abelardo siente la desesperación, se culpa a sí mismo y culpa a Eloísa, la culpa de dejarse amar y por eso haberlo influido para escribir lo que escribió. No obstante, en un epifanía bajo la luna, Abelardo se da cuenta de que odiar a Eloísa no es la respuesta, pues odiarla solo puede ser un impulso inspirado por el mismo Satán.
September 20, 2018
Su nombre era Muerte de Rafael Bernal
Su nombre era muerte es, hasta la fecha, 2018, la mejor novela de ciencia ficción mexicana.
No dejan de sorprender dos elementos: el primero que haya sido escrita en 1947, en la posguerra, antes del inicio del a guerra fría. El segundo elemento que inquieta es la falta de características típicos de la ciencia ficción de la primera mitad del siglo XX: un arma espeluznante, un alienígena o una sociedad distópica. Sin embargo, todos estos elementos están ahí, en esta gran novela de Bernal.
Sobre la primera sorpresa, su año de publicación. La novela se imprimió en 1947, por lo que debo suponer que por lo menos se gestó y escribió en 1946. Su nombre era muerte estaba ya publicada un año antes de la publicación de 1984 de Orwell y de The Sentinel de Arthur C. Clarke, el cuento clásico en el que se basa 2001: Space Odyssey pues ambas salieron a la venta en 1948. Aún así, no caeré en el cliché de afirmar que Bernal se adelantó a su tiempo, pues en realidad es hijo y resultado de su época. Una era de pesimismo y desesperanza hacia el género humano y su sed de destrucción y odio contra otras razas. Es recurrente en la época leer relatos apocalípticos de ciencia ficción, el fin del mundo había estado cerca, por lo que había que decir cómo llegaría y afirmar que llegaría pronto.
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El personaje principal de la novela, un hombre sin nombre es un alcohólico que se va a vivir a la selva de Chiapas porque odia al mundo y suponemos que el mundo lo odia a él.
Sobre la que llamé la segunda sorpresa, y me refiero a la carencia de un alienígena, un arma de destrucción masiva y una sociedad distópica, a pesar de no estar ahí, sí están sus sombras.
La premisa de Bernal es la destrucción del mundo, llegar a una sociedad distópica donde la humanidad estará esclavizada y solo se nos permite la reproducción por ser alimento, ganado, de otra especie, una especie superior. ¿El arma de destrucción masiva? Está ahí, lista para atacar, lista para destruir al mundo, es un enjambre de enfermedades, de virus y bacterias, del que pocos sobrevivirán y con la que se controlará a la humanidad. ¿El alienígena? Se trata de los moscos, una especie inteligente con la que no pudimos comunicarnos, hasta que quizá fue demasiado tarde.
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August 21, 2018
Il nero e l’argento – Como de la familia
En principio dos comentarios sobre lo que quizá sean la peor traducción de un título y la peor portada de Salamandra.
Primero, si el nombre de la novela en italiano es Il nero e l’argento, ¿por qué traducirlo por Como de la familia? Además de ser una falta de respeto al autor, el título hace evidente lo que el autor no quiere hacer. Mi edición, como se ve en la foto es en inglés y como el mismo error al titularse Like family.
Segundo, la maldita portada. Esa mujer con un tapiz de flores rosas de fondo —¿rosas rosas?—, ¿qué diablos significa esa mujer? Quiero suponer que la mujer es Nora, la esposa del narrador de la novela, que por cierto no es el personaje principal de la novela.
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Bien, en su título original Lo negro y lo plateado, Paolo Giordano quiere hacer referencia a dos de los humores del cuerpo descritos primero por Hipócrates y luego por Galeno. Negro: siempre relacionado a la tristeza y la melancolía, a la sensibilidad artística, a quien se conmueve facilmente y el plata relacionado con las personas frías y racionales.
La novela trata sobre la relación de una pareja, Nora (la que sale en la portada) y su marido —narrador intradiégetico cuyo nombre no se menciona—, con Babette o Sra. A., una mujer de edad, viuda, que cuida a Nora cuando se embaraza y posteriormente se hace cargo de su hijo, Emanuele. Al principio de la novela parece que el narrador es lo plata y que Nora es lo negro, pero ¿es así? Al final no estoy tan seguro, quizá Nora se transforma de la mlancólica a la racional y el narrador sufre una transformación inversa.
El título en español Como de la familia hace referencia a que la Sra. A es como de la familia del narrador ya que cuida a su hijo, pero al hacerlo explícito en el mismo, desmonta de primera intención y antes de empezar a leer, lo que el autor no quiso hacer evidente en el título.
El relato es corto, tierno y concreto. Es una novela breve que no tiene pretensiones, no es la mejor obra de Giordano, pero de ninguna manera diría que es mala. Me recordó a las novelas de Mitch Albom, en especial Tuesdays with Morrie y For one more day, novelas cortas, tiernas y que tienen como objetivo serenar la mente y proponer una lectura sin sobresaltos al lector.
En la novela, vemos como la Sra. A., después de cuidar por cinco años a Emanuele, enferma de cáncer. A partir de ese momento el narrador va y viene del pasado al presente para poner sobre la mesa los momentos que vivieron en casa y en sus vidas con la Sra. A. El final es evidente, es el final para una mujer que enferma de cáncer de pulmón después de los 60, no espere, lector, otra cosa.
Una lectura no imprescindible, pero amena, diáfana, serena y sutil narrada con un estilo peculiar, sin prisas ni presiones.
August 10, 2018
El cuento de la criada de Atwood
Confieso que fue la serie de Hulu la que me obligó a ver El cuento de la criada, como lo tradujeron desafortunadamente en España y no la novela de la canadiense Margaret Atwood.
Después de verla quedé fascinado por las referencias intertextuales al Antiguo Testamento de la Biblia judeo-cristiana, al régimen sovietico, al nazismo, a 1984 de Orwell y a Fahrenheit de Bradbury. Leerla da una idea clarísima, de por qué la canadiense suena cada año para llevarse el Nobel de Literatura.
1.
Leí la edición original en inglés del 2017 con la nueva introducción de Atwood y me queda claro que el título en español es una traducción mal lograda. El más atinado debe ser: La fábula de la sierva, o ya de perdida El cuento de la sierva y si doy licencia hasta aceptaría El cuento de la esclava.
Pero, ¿El cuento de la criada? ¡Por favor!
Lo tradujeron con un pinche diccionario a la mano sin tener en cuenta el contexto, sin leer tres páginas, sin leer una sola página de la novela. Muy mal por editorial Anagrama que normalmente hace bien las cosas al permitir este título. No me explayo en los porqués, solo diré que el sustantivo cuento implica de manera popular un relato corto, este, con 311 páginas no lo es. Y ahora, ¿criada? OMG! No es una criada, es exactamente una sierva, ¿y qué creen? La traducción número uno del Diccionario Oxford dice:
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Sí, sierva.
Así que el editor o los traductores de Anagrama utilizaron un diccionario que ni siquiera es el canónico de la lengua inglesa para realizar esta traducción.
Por lo tanto, me abstendré de leer la versión ibérica.
2.
The Handmaid’s Tale es una novela que podría haber llevado el título que le dio Larsson a su primera novela: Los hombres que odian a las mujeres, este título conlleva e implica todo el contexto y argumento de la novela.
Estamos ante una novela del subgénero de la ciencia ficción denominado utopia/distopía. Atwood nos lleva a una sociedad dónde las mujeres han perdido sus derechos, no pueden salir solas a la calle, no pueden tener propiedad, no pueden tener voluntad sobre lo que harán sus hijos y el señor de la casa tiene el derecho a mantener relaciones sexuales con ellas.
Atwood insiste cada vez que se le pregunta en que su novela no es de ciencia ficción por la sencilla razón de que puede probar que a lo largo de la historia todo lo que sucede en su texto ha sucedido, es decir, las muejres han tenido que mantener relaciones sexuales con el patrón, se les ha impedido poseer propiedad, ejercer patria potestad sobre sus hijos, etc.
Sin embargo, el contexto es de ciencia ficción. Es el Estado en esta novela lo que se convierte en el artefacto inexistente en la realidad, en la época actual, pero que con fundamentos científicos e históricos podría actualizarse. Un Estado en el este de los EE.UU. donde se gobierna fundados en el Antiguo Testamento, donde las muejres no tienen derecho a salir solas a la calle, donde se les prohibe leer, donde se les encierra en casa como, donde se les cubre el pelo y el rostro, un Estado donde la mujer es un ser inferior en todo sentido respecto al hombre. Como si vivieran bajo el tétrico y deleznable Islam.
3.
¿El libro o la serie?
Para esta rara avis es necesario decir que las dos son diferentes, pero manifiestan con gran profundidad el odio de los hombres a las mujeres. Vale la pena tumbarse a ver ambos.
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