Marta Rebón's Blog

October 2, 2014

Ermitage, San Petersburgo, SEP 2014
© Marta Rebón



Ermitage, San Petersburgo, SEP 2014


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Published on October 02, 2014 15:06

Sofia Petrovna, viuda de un prestigioso médico, trabaja como...



Sofia Petrovna, viuda de un prestigioso médico, trabaja como mecanógrafa en una de las más importantes editoriales de Leningrado. Parece que la vida y el Estado le sonríen a pesar de las continuas estrecheces: el resto de las mecanógrafas de la oficina está bajo su eficaz batuta; su sueldo es cada vez mayor; su propio hijo ha dejado de ser un muchacho para convertirse, al fin, en un joven y guapo ingeniero también ejemplar: ama la herencia de la Revolución y el Partido casi tanto como a su madre, a quien alienta en su dedicación y empeño.


Estamos a mediados de los años treinta, y enseguida —en medio de un misterio que quizá nadie consiga resolver nunca— el vértigo innombrable de la Gran Purga va a arrastrar hasta el centro de su vacío a Kolia, el hijo. Comenzará entonces una «segunda» y ejemplar, en el sentido cervantino del término, novela: un verdadero aprendizaje sobre la vida y sus sinrazones, una parábola a la vez ingrata e insuperable; es decir, una pieza literaria de primer orden. O, como suele decirse, un texto que nos muestra la otra cara de la verdad, ésa que muchas veces inventamos nosotros mismos para no perder toda esperanza.


Puedes leer las primeras páginas aquí


Colección: El Pasaje de los Panoramas
Formato:
 14× 21,5
Páginas: 192
Precio:
 17,50 €
ISBN: 
978-84-15217-78-7
Traducción:
 Marta Rebón


Epílogo: Marta Rebón y Ferran Mateo

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Published on October 02, 2014 14:58

Poeta póstuma, pero viva

Publicado en Babelia, 23 SEP 2014


Por Marta Rebón



Con Hasta aquí, poemario liviano y afortunado colofón a medio siglo de creación literaria, Wislawa Szymborska (1923-2012) se despide de los lectores de poesía —dos de cada mil, según sus cálculos— con una destreza intacta para suscitar sonrisas, aun cuando aborda cuestiones de gran calado relativas a qué significa estar vivo y habitar el mundo. Con ella no iban la voz engolada de intelectual seria ni las torres de marfil (“Vivir en la cumbre de la gloria es aburrido y las vistas que se extienden alrededor brumosas”), y esa constatación vital fue el único credo al que se adscribió y ejerció, por ejemplo, a lo largo de tres décadas de trabajo en la revista Vida literaria, donde comentaba los libros más variopintos en un tono distendido, incluso jocoso, y prodigaba consejos, sin hacer ascos al plural mayestático, a escritores bisoños.


 ”Los pensamientos profundos deben hacernos sonreír”, recordaba citando a Thomas Mann. No hay que aproximarse a la poesía, añadió, como si fuera algo insignificante o sagrado, sino con una actitud intermedia: los versos deben volar a una altura suficiente para poder observar a los hombres al mismo nivel que al resto de seres vivos, pero próximos a ellos para no caer en abstracciones. Por eso, en la poesía de Szymborska todo es concreto, y en una misma página convergen el humor y la gravedad, la duda y la certeza, el pesimismo y el entusiasmo. En ella aparecen cebollas, dinosaurios, gatos, granos de arena, el Yeti o el número pi. Cualquier fragmento de realidad movilizaba la inspiración de una poeta que era capaz de admitir sin rubor: “No sé”.


Junto a Tadeusz Rózewicz, Zbigniew Herbert y Czeslaw Milosz, la “gran dama de la literatura polaca” —apelativo que seguramente le provocase una mueca burlona— formó parte de una de las generaciones más brillantes de la poesía europea, aquella que rastreó el camino de vuelta al verso después de Auschwitz. Una mano, leemos en Hasta aquí, es suficiente para escribir Winnie the Pooh o Mein Kampf.


En esta obra póstuma, que aglutina 13 “respuestas pequeñas a grandes preguntas”, la escritora sigue reflexionando sobre nuestra facultad de percibir y comprender el mundo. Como en ‘Confesiones de una máquina lectora’, poema sobre la incapacidad de dar una definición solvente a palabras escurridizas como “sentimiento”, “alma” o “soy”; o en ‘Obligación’, en que nos recuerda que “comemos vidas ajenas para vivir” a fin de reconciliarnos con esta ley natural, y que el hambre, corruptor de la inocencia, es un poder abrumador que parece entregado a la naturaleza por los dioses. En otro, ‘El espejo’, la premio Nobel vuelve a la indiferencia de los objetos cuando sobreviven a sus dueños “con una profesional falta de asombro”, o a la defensa de los saberes innecesarios en ‘Hay quienes’, en que se confronta con las personas que siempre “piensan justo lo debido / ni un segundo más / porque tras ese segundo acecha la duda”. El poemario concluye con una de las composiciones más notables del conjunto, ‘Mapa’, en que juega con las escalas de las representaciones cartográficas (“aquí todo es pequeño, cercano y accesible. / Puedo con el filo de la uña aplastar los volcanes, acariciar los polos sin gruesos guantes”) y admira el empeño que hay en ellos por omitir la cruda realidad (“Fosas comunes y ruinas inesperadas, / de eso nada en esta imagen”). Como las verdades fabricadas de las ideologías impuestas, los mapas “despliegan en la mesa un mundo / no de este mundo”, todo lo contrario que los poemas de esta hacedora de observaciones insospechadas.



Hasta aquí. Wislawa Szymborska. Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán. Bartleby. Madrid, 2014. 70 páginas. 15 euros

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Published on October 02, 2014 04:24

Vasili Grossman o cuando la raíz de la belleza es la valentía

Publicado en Confabulario, 13 SEP 2014


Por Marta Rebón




Hace ocho años, cuando recibí el encargo de verter al español Vida y destino, ignoraba la carga explosiva de este artefacto literario, pues es una de esas novelas cuya lectura te transforma, algo que tuve oportunidad de comprobar con creces a medida que me adentraba en sus páginas durante los meses que trabajé en su traducción. Recién aterrizada en Bruselas para ampliar mi formación académica, ésta muy pronto quedó eclipsada ante la urgente necesidad de destinar todos mis esfuerzos a practicar, lo mejor que pude, el arte de la empatía con este inmenso testimonio hecho obra de arte que es, además, la mejor novela de Vasili Grossman.


La traducción obliga a lograr un grado de comprensión del texto original que no permite dejar zonas en penumbra y a producir un equivalente con ambición de alcanzar las mismas cotas de calidad literaria. No importa no haber vivido en primera persona un bombardeo, el pavor de una cámara de gas o de una noche de interrogatorios en la Lubianka. Por eso, la traducción es el arte de la escucha, de ese aguzar el oído al máximo a lo que dice el autor, a las vibraciones de los textos. Sentada al escritorio de un céntrico apartamento de Bruselas miraba de vez en cuando por la ventana, concesión mínima a la abstracción en que me había sumido el relato de Grossman, todo un viaje en el tiempo. La traducción también es el arte de la imaginación.


A finales de junio de 1941 la Operación Barbarroja, acometida por el ejército nazi, convirtió Europa Oriental en el mayor teatro de operaciones de la Segunda Guerra Mundial. Para Stalin, a pesar de las reiteradas advertencias, resultó tan inesperado aquel movimiento de tropas de más de tres millones de efectivos que fue el ministro de Asuntos Exteriores quien tuvo que anunciar a los soviéticos la amenaza que se cernía sobre el país. No en vano había sido él, Viacheslav Mólotov, quien dos años atrás había firmado el Tratado de No Agresión con Alemania, ahora dispuesta a empujar el mundo al abismo.


En la cola de voluntarios para alistarse como soldado, y hacer frente al enemigo ya a las puertas, se encontraba Vasili Grossman. Natural de Berdíchev, ciudad ucraniana que contaba con una de las comunidades judías más importantes de Europa, había abandonado definitivamente su trabajo en una mina de Donetsk en calidad de ingeniero, así como la enseñanza de química, para dedicarse a la escritura y conquistar, con sus primeros frutos como prosista, los elogios de Isaak Bábel, Mijaíl Bulgákov y, especialmente, Maksim Gorki, quien le apremiaba, no obstante, a preguntarse: “¿Por qué escribo? ¿Qué verdad estoy confirmando? ¿Qué verdad quiero que triunfe?” Pocos escritores han llevado la verdad desnuda tan lejos en el terreno de la literatura y de la crónica periodística —una verdad que nos interpela directamente sobre la libertad y la dignidad del hombre por encima de todas las cosas— como lo hizo Vasili Grossman en Vida y destino y Todo fluye, así como en otras cumbres de su narrativa breve, tales como El infierno de Treblinka o La Madona Sixtina. Pero, para que esto aconteciera, en Grossman tuvo que despertar primero su conciencia judía —la diferencia perseguida—, ser testigo directo del catálogo de horrores que coleccionó el malogrado siglo pasado, dejar que se le cayera, de una vez por todas, la venda de los ojos en relación con el Estado soviético y así ver con claridad el sistema de terror en que se había visto inmersa toda una sociedad después de someterse a una Revolución que se decía capaz de planificar la felicidad. Cada uno, escribiría en su artículo sobre el francotirador Anatoli Chéjov, es valiente a su manera. Para Grossman, su modo de coraje, como le confesó en una carta a su colega Iliá Ehrenburg, era dar voz a los que yacían en la tierra.


El estatus de Grossman como miembro con credencial de una élite de “ingenieros del alma” —la Unión de Escritores— no le ayudó en aquella cola de reclutamiento: en la guerra las ametralladoras no disparan adjetivos ni los tanques, metáforas. Su condición física —corto de vista y de quebradiza salud— le impidió ingresar como soldado en el Ejército Rojo, pero Grossman, fiel a su genuina perseverancia, dio con la manera de ir al frente: ejerciendo como reportero de guerra. Fue David Ortenberg, director del periódico a la sazón más leído por los soviéticos, Estrella Roja, quien lo “llamó a filas”, pese a opiniones contrarias que desaconsejaban su nombramiento, pues Grossman nunca había servido en el ejército, no sabía empuñar un arma ni contaba con experiencia en el campo de batalla. Tenía todas las papeletas para acabar siendo un estorbo. Ortenberg no lo conocía personalmente, pero había leído su novela Stepán Kolchuguin y dejó sin argumentos a sus detractores afirmando: “Seguro que hará un buen trabajo para nosotros, conoce el alma de la gente”.


Después de una instrucción militar acelerada, efectuada en el curso de una semana, Grossman partió al Frente del Este, a Briansk. Las fuerzas soviéticas a duras penas podían contener la embestida nazi, lo que ponía al descubierto su inferioridad material, estratégica y capacidad de mando frente a los alemanes. Empezaba así una peripecia vital decisiva para Grossman a lo largo de gran parte de la dantesca cartografía de la Segunda Guerra Mundial: acompañó al Ejército Rojo en su retirada y posteriores contraataques de 1942, se dirigió hacia el sur para pasar cinco meses en Stalingrado —ciudad donde se libró una “guerra de ratas”, nombre con el que bautizaron los alemanes a los enfrentamientos casa por casa—, fue destinado a Kalmukia donde indagó sobre el tabú del colaboracionismo local con los alemanes antes de las deportaciones masivas ordenadas por Beria, asistió en Kursk a una de las mayores batallas de todos los tiempos que, en el delirio de Hitler, debía ser “el faro que iluminaría el mundo” y también a la del Dniéper, llegó a Berdíchev, donde constató la barbarie de la aniquilación nazi y decidió recopilar material que se incluiría en el futuro Libro negro —catálogo de las infamias infligidas a los judíos—, siguió a las tropas hacia el Oeste, pasando por Treblinka, cuyo campo de exterminio había sido destruido por los alemanes pero del que pudo reconstruir su funcionamiento mediante entrevistas a testigos y supervivientes, redactando lo que constituye el primer texto sobre los campos de concentración nazis y presentado como prueba documental en los juicios de Núremberg, relató la toma de Berlín… Allí, en la capital, se acercó al núcleo mismo del Tercer Reich, a la siniestra oficina de Hitler, donde tomó como botín varios sellos que estampaban un categórico “El Führer ordena…” o “El Führer aprueba…”


De todo ello Grossman tomaba notas en sus cuadernos, detalles e impresiones objetivas y francas que, de ser descubiertas por los suyos, le habrían costado la pena máxima. Con parte de ese material redactó las que fueron las crónicas más leídas por soldados y civiles soviéticos. Su capacidad para penetrar en las distancias cortas en el corazón de todos los participantes, tanto anónimos como de alto rango, su memoria privilegiada, su profundidad psicológica e integridad moral confluían en una narración que apelaba siempre a lo esencial. El único problema con que se topaban en la redacción es que sus textos estaban tan bien trabados que cualquier intento de cortar aquí o allá por razones de espacio se tornaba una empresa imposible. Además, como dejó constancia Ortenberg, no era preciso tocarle ni una coma. Y de su proceso de escritura dijo: “Aunque ha aprendido a escribir en cualquier circunstancia, por difícil que sea, en un refugio junto a un candil, en un campo, tumbado en la cama o en una isba atestada de gente, siempre escribe despacio, comunicando toda su fuerza al proceso”. La fama que le granjearon sus artículos en Estrella Roja fue su único salvavidas, lo que evitó que le arrestaran a él, pero no a sus manuscritos, que fueron confiscados.


Se cree que Grossman, con su empeño en participar en la guerra, buscaba una suerte de redención. Dos capítulos personales le infligieron unas heridas de culpa que nunca cicatrizaron: no haber actuado para evacuar de Berdíchev a su madre cuando estuvo en su mano, y cuyo final trágico, junto a decenas de miles de judíos, después se le reveló poderosamente sobre el terreno, y haber guardado silencio durante el terror de las grandes purgas estalinistas y firmado una carta de apoyo a los procesos judiciales “fabricados”. De alguna manera creía que la catarsis de la victoria en la Gran Guerra Patriótica, después de la suma de esfuerzos individuales y el gran sacrificio de vidas, conllevaría la expurgación de la cara más oscura del Estado soviético: detenciones sumarias, campos de trabajos forzados, culto a la personalidad, delaciones indiscriminadas, hambrunas planificadas, deportaciones masivas, así como de ese “empeño de borrar las diferencias y las particularidades por la vía de la violencia”. De lo contrario, el Lager y el Gulag, como mutaciones de una misma esencia, seguirían mirándose uno a otro desde ambos lados del mismo espejo. No obstante, mantenía aún viva la esperanza en la primera novela que escribió después de la guerra, Por una causa justa, encorsetada todavía en el realismo socialista. Pero cuando Grossman ve que Stalin vuelve a apretar las tuercas y a practicar políticas antisemitas, es cuando surge Vida y destino, su secuela, un denso tejido de miniaturas chejovianas ensambladas con la técnica monumental del Tolstói. Esta novela, que Grossman no pudo ver publicada en vida, es el fructuoso intento de convertir el testimonio en objeto artístico y con él brindar el más completo relato de los horrores de los totalitarismos, así como un vívido panorama de la sociedad soviética, con todas sus virtudes y miserias. Además de monumento literario, es una lección ética. En Vida y destino leemos: “Cada día, cada hora, año tras año, es necesario librar una lucha por el derecho a ser un hombre, ser bueno y puro. Y en esa lucha no debe haber lugar para el orgullo ni la soberbia, sólo para la humildad. Y si en un momento terrible llega la hora desesperada, no se debe temer a la muerte. No se debe temer si se quiere seguir siendo un hombre”.


La historia del manuscrito de Vida y destino se ha explicado profusamente a raíz de la aparición de la traducción directa del ruso al español y al catalán que firmé en 2007 y 2008, respectivamente. Como muchos textos gestados en la Rusia soviética, arrastra tras de sí una historia penosa y delirante. Pero los manuscritos, por suerte, no ardieron. Me refiero a las obras de Bulgákov, Pasternak, Shalámov, Chukóvskaia, Mandelstam u otros textos de Grossman, como Todo fluye, El libro negro, sus últimos cuentos o la crónica de su viaje a Armenia. En la actualidad, gracias a una nueva generación de traductores todos estos títulos se están vertiendo directamente del ruso, evitando las lenguas puente como fue norma durante muchos años, con dignísimas excepciones. De esta manera el español está buscando y encontrando la manera de acomodar un paisaje íntimo, cultural e histórico a través de la mirada de la gran literatura rusa y cierra el círculo de unos manuscritos que nunca debieron languidecer, ajenos a los lectores, en archivos y sótanos policiales. En el caso de Grossman aún es muy reciente su restitución como gran literato en todo el espacio rusófono y la puesta en los anaqueles de sus libros, donde siempre debieron estar. No fue hasta hace poco más de un año cuando los responsables de los archivos secretos del Servicio Federal de Seguridad, antiguo KGB, entregaron a los descendientes de Grossman todo el material incautado al escritor a partir de 1961, que hoy puede consultarse en el Archivo Estatal de Literatura y Arte de Rusia.



 

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Published on October 02, 2014 04:14

July 28, 2014

Hay quienes - Wisława Szymborska

Hay quienes llevan a cabo la vida más hábilmente.


Tienen orden en su interior y a su alrededor.
Para todo la manera y la respuesta adecuada.


Adivinan inmediatamente quién a quién, quién con quién,
con qué objetivo, por dónde.


Ponen el sello en las verdades absolutas,
arrojan a la trituradora los hechos innecesarios,
y a las personas desconocidas
a las carpetas destinadas a ellas de antemano.


Piensan justo lo debido
ni un segundo más,
porque tras ese segundo acecha la duda.


Y cuando los dan de baja de la existencia,
dejan su puesto
por la puerta señalada.


A veces los envidio
-afortunadamente se me pasa.




Wisława Szymborska
Hasta aquí
Traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán
Ed. Bartleby




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Published on July 28, 2014 12:00

"- Además de quererme y de trabajar en la oficina de correos, ¿qué más haces?
- Estudio..."

“- Además de quererme y de trabajar en la oficina de correos, ¿qué más haces?

- Estudio idiomas.

-¿Cuáles has aprendido?

- Búlgaro… Luego inglés, francés, italiano. Ahora estoy aprendiendo portugués.

- Eres extraño.

- No, es que tengo buena memoria.”

-

No matarás [Krótki film o miłości, 1988]


Krzysztof Kieślowski


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Published on July 28, 2014 09:55

"- Además de quererme y de trabajar en la oficina postal, ¿qué más haces?
- Estudio idiomas.
- ¿Qué..."

“- Además de quererme y de trabajar en la oficina postal, ¿qué más haces?

- Estudio idiomas.

- ¿Qué has aprendido?

- Búlgaro… Luego inglés, francés, italiano. Ahora estoy aprendiendo portugués.

- Eres extraño.

- No, es que tengo buena memoria.”

-

No matarás [Krótki film o miłości, 1988]


Krzysztof Kieślowski


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Published on July 28, 2014 09:55

July 24, 2014

Las aulas de la Academia de Bellas artes de San Petersburgo, bajo la lente de Valery Katsuba

23 de julio de 2014 Marta Rebón, RBTH

Karl Bulla (1853-1929), padre del fotorreporterismo ruso, encuadró con su cámara un sinfín de escenas de la entonces capital del Imperio. Considerado el gran cronista de la ciudad, es autor de algunos de los retratos más célebres de su época. Dejó al Archivo Estatal de Leningrado un legado de más de 130.000 negativos, memoria visual del cambio de siglo en Rusia. Una de estas imágenes captó la atención de Valery Katsuba cuando llevaba a cabo una investigación en el Archivo Estatal de fotografía y cine documental de San Petersburgo. Se trataba de la instantánea de una clase de dibujo al natural, tomada en la Academia de Bellas Artes. Inspirándose en esa fotografía, Katsuba realizó, en la misma localización, la serie “Cien años después”, en la que ha plasmado el recogimiento de los estudiantes de arte, absortos en su trabajo.


El joven prusiano Carl Oswald Bulla recaló en San Petersburgo en 1865. Su aventura rusa empezó con un empleo como “chico para todo” en un negocio de suministros fotográficos. Desde entonces nunca se separó del mundo de la fotografía. Ideó un sistema de placas sensibles que comercializó por toda Europa, abrió su primer estudio en el nº61 de la calle Sadóvaia e inmortalizó a las grandes figuras de la sociedad, la política y la intelectualidad rusas. Tal era su prestigio que, en 1886, consiguió el permiso de las autoridades para fotografiar en cualquier punto de la ciudad, todo un privilegio y una ventaja, pues la censura había constituido una seria cortapisa para el desarrollo de este oficio en Rusia.


Su interés, omnívoro, no conocía límites en cuanto a género y técnica. Exteriores e interiores, fotografía nocturna y diurna, luz natural y artificial, paisaje y reportaje, retratos por encargo yfotoperiodismo. A él le debemos retratos de Lev Tolstói en Yásnaia Poliana, de Vladímir Nabokov con siete años, sentado con un libro de mariposas sobre las rodillas, de Grigori Rasputinflanqueado por el mayor Putianin y el coronel Lotman, de Leonid Andréiev con su mujer o de Chaliapin tocando el piano. Pero también documentó tanto la vida cotidiana de la urbe como los grandes acontecimientos históricos. El auge de las publicaciones periódicas que incluían material gráfico y el mercado creciente de las tarjetas postales sirvieron de estímulo para que fotógrafos como Karl Bulla exploraran todas las posibilidades del medio.



La importancia de Bulla en el desarrollo de la fotografía rusa, relegada en la época soviética (a sus dos hijos, también fotógrafos, se les represalió en la década de 1930), fue finalmente puesta en valor tras la gran retrospectiva que se le dedicó con motivo del tricentenario de San Petersburgo, el escenario principal de sus fotografías, y el 150º aniversario de su nacimiento. Hoy, en la calle Malaia Sadóvaia, cerca del lugar donde estaba situado su antiguo estudio, se erige una escultura de bronce que representa a Bulla acompañado de su cámara de gran formato.









El fotógrafo que más ha dialogado artísticamente con Karl Bulla ha sido Valery Katsuba, quien inició su carrera como fotógrafo influido por sus investigaciones en el Archivo Estatal de fotografía y cine documental (CEAFCD), en donde se restaura y estudia uno de los fondos de fotografía antigua más importantes del mundo. Allí, por ejemplo, Katsuba descubrió el material visual que realizó Karl Bulla sobre las sociedades deportivas petersburguesas, cuyo primer club de fitness se inauguró en 1885. Los estudios de Karl Bulla -llegó a contar con tres en la ciudad, uno en plena Perspectiva Nevski- eran los preferidos de ciclistas, gimnastas y culturistas para retratarse. En esas imágenes los modelos miran a cámara, confiados y orgullosos de su aspecto físico, ignorantes de la profunda transformación que se avecinaba e iba a poner punto final a toda una época. Luego, durante el realismo socialista, el régimen promovió muchos aspectos propios de aquella estética que conformaron una parte importante del imaginario soviético, compuesto de grandes desfiles, espartaquiadas y héroes deportivos nacionales. Katsuba reflexionó sobre la evolución del canon de belleza, del ideal del cuerpo humano y la cultura deportiva -tomando a Karl Bulla como referente- en la serie fotográfica Phiscultura.




Ahora, en la serie “Cien años después”, el artista afincado en San Petersburgo vuelve a unir dos épocas con la Academia de Bellas Artes como nexo, centro educativo con más de dos siglos y medio de historia cuyo imponente edificio se encuentra a orillas del Nevá, custodiado por dos esfinges egipcias. Semyon Mikhailovsky, director de esta institución, recuerda que ya en el siglo XIX el centro contaba con un equipo y laboratorio fotográfico propio para documentar las obras de los artistas plásticos y las ceremonias que tenían lugar en la academia, y que por sus aulas pasaron algunos reputados pioneros de la fotografía rusa, como Andréi Karelin. Luego, dada la majestuosidad y la luz del edificio construido durante el reinado de Catalina la Grande, fotógrafos contemporáneos, tanto rusos como extranjeros, han escogido las instalaciones de la academia como localización para elaborar reportajes de moda y retratos editoriales. Es el caso también de Valery Katsuba, que fotografió para la edición inglesa de Harper’s Bazaar a la primera bailarina del teatro Mariinski, Oksana Skorik, en el museo de la Academia.


Katsuba ha realizado una puesta en escena teatral de las clases de pintura y dibujo al natural con los profesores y estudiantes como protagonistas, ejercitándose en los mismos espacios que aparecen en las fotografías de Karl Bulla. Si en su precedente trabajo, Phiscultura, se centraba en los modelos, en esta ocasión su atención se dirige al silencio y concentración que reflejan los rostros de los jóvenes artistas, enmarcados en el clasicismo de la arquitectura, las esculturas y los bocetos.


Junto a “Cien años después”, en la que ha incluido trabajos precedentes en los que la Academia de Bellas Artes ha servido como escenario, se exhibe el proyecto fotográfico “La mañana”, compuesto por retratos de personas en distintas ciudades del mundo durante el tránsito entre el sueño y la vigilia. Una exploración de las pequeñas rutinas íntimas que se siguen durante los primeros compases del día.

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Published on July 24, 2014 04:31

July 19, 2014

"Antes de nacer sólo hay oscuridad. Y tras la muerte, oscuridad también. Nuestra vida no es más que..."

“Antes de nacer sólo hay oscuridad. Y tras la muerte, oscuridad también. Nuestra vida no es más que un granito de arena en el océano indiferente del infinito. ¡Tratemos al menos de no ensombrecer este instante con la congoja y el tedio! Intentemos dejar un arañazo en la corteza terrestre. Que el hombre mediocre sea quien tire del carro. De todos modos, él no realiza hazañas. Y ni siquiera comete crímenes…”

- La maleta, Serguéi Dovlátov, Trad. de Justo E. Vasco
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Published on July 19, 2014 04:22

Mis recomendaciones veraniegas, aparecidas el sábado pasado en...



Mis recomendaciones veraniegas, aparecidas el sábado pasado en Babelia.



1. ¿Qué libro lleva en la maleta?


2. ¿Qué libro ya leído recomienda al lector?



1. Hasta aquí. Wislawa Szymborska. Bartleby Editores. Entre mis lecturas del verano está el poemario póstumo de la poeta polaca. Este libro, además de traernos los últimos versos de la Premio Nobel, incluye una entrevista a sus dos principales traductores al español: Abel Murcia y Gerardo Beltrán. Escritora que seduce por sus notables dotes para fusionar la ironía y la ligereza, supo hablar sin altisonancias de ideas sencillas en apariencia pero siempre esenciales, privilegiando el sentido del humor al revestimiento de pompa.


2. Un viaje a la India. Gonçalo M. Tavares. Seix Barral.  Rocambolesca y metafísica epopeya de nuestros tiempos, escrita en versos libres y estructurada en diez cantos, narra la travesía que emprende el protagonista, Bloom, a través de Europa (Londres, París, Viena…), huyendo de un pasado criminal en Lisboa y con destino a la India, en pos de la sabiduría. Actualización de un género abandonado, la epopeya, es una obra trepidante que este genio versátil de las letras portuguesas resuelve con autoridad.

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Published on July 19, 2014 04:13