Alejandro Parisi's Blog
October 6, 2025
San Juan 2025
Hace 8 años, las profes María Isabel Paredes y Fabiana Puebla les dieron a leer a sus alumnos de la escuela Fray Mamerto Esquiú de la ciudad de San Juan mi novela El ghetto de las ocho puertas y viajé a conocerlos. Aquel viaje me cambió la vida, sin exageraciones. Desde entonces, a la lectura de aquella novela se sumaron La niña y su doble y Hanka 753. Gracias al enorme trabajo y la dedicación de Isa y Fabi, esas lecturas se convirtieron en un proyecto hermoso llamado “Memoria vigente”, al cual se fueron sumando más docentes y escuelas. Poco a poco, todas esas profes ya son amigas, y sus alumnos, mis lectores preferidos. Gracias a Dani Favaro, Laura, Irene, Agostina, Denis, y tantos otros le dieron nueva vida a estas novelas y, así, permitieron que la memoria y el testimonio de Mira, Nusia y Hanka las sobrevivieran a ellas y hoy formen parte de la formación de tantos y tantos chicos y chicas sanjuaninos que a través de esos textos pueden conocer la experiencia de los sobrevivientes del Holocausto.
8 años después, la semana pasada volví a San Juan y volví a asombrarme por el empuje y el trabajo incansable de los docentes sanjuaninos y la empatía de esxs 800 lectorxs (800!!) que leyeron a Mira, Nusia y Hanka en la Escuela Industrial, la Escuela de Comercio, el Fray Mamerto Esquiú, Colegio Parroquial de Santa Lucía, Colegio del Tránsito de Nuestra Señora y el Colegio San Francisco. Un detalle que me sigue emocionando: Mica Olivera, que fue de la primera camada de lectores, esta a punto de recibirse de profe de Literatura y esta vez trajo a sus propios alumnos.
Decir gracias es poco. Recontra gracias. A ellxs y también a las autoridades de cada escuela y de la Universidad de San Juan, que nos abrieron las puertas del Rectorado para poder reunirnos con lxs chicxs.
Gracias por tratarme tan bien, incluso más de lo que merecía.
Nos vemos pronto!!!
September 4, 2025
Rafaela y Moises Ville
El martes estuve charlando con alumnos de distintas escuelas de Rafaela en el Archivo Histórico Municipal de Rafaela.
El miércoles, viajé por primera vez a Moises Ville y pude conocer una parte importante de la historia de la migración judía de fines del siglo XIX, que también es parte de la historia de nuestro país. Pude visitar el primer cementerio judío de Argentina, la biblioteca Popular Barón Hirsch (que resiste a pesar de todo, gracias a la Conabip), y charlamos con muchos alumnos en el Teatro Kadima.Gracias a Natalia y Julieta de Rafaela, a Judith, Hilda y Marta y a todos los que me recibieron y me escucharon con tanto respeto y atención, Y a Vaad Hakeilot, por esta hermosa oportunidad. Siempre es un placer contar las historias de Mira, Nusia y Hanka.
August 12, 2025
Taller sobre el Holocausto, Unidad Penitenciaria 24 de la prov. de Buenos Aires

Ayer tuve la suerte de participar del cierre del Taller sobre el Holocausto que llevó adelante la ONG @lesisargentina (Lazos en Educación Salud e Inclusión Social) en el penal 24 de Florencio Varela como parte del programa "Pabellones Literarios para la Libertad" que impulsa el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires y el Servicio Penitenciario Bonaerense.
Los muchachos, que leyeron Hanka 753 y La niña y su doble, tuvieron la posibilidad de charlar virtualmente con la sobreviviente Josette Laznowski gracias a la gente del Museo del Holocausto. Fue muy conmovedor escucharlos con tantas preguntas, tanta empatía y tantas ganas de aprender y aprovechar las oportunidades que les ofrecen los Pabellones Literarios y gente como mi querida Cristina Fernández Cuesta, que labura a pulmón con una energía y solidaridad admirables.
Gracias a todos por habernos recibido con esa amabilidad de siempre, me causa mucha admiración las ganas que los muchachos les ponen a estas actividades(como Maxi, que sale en la foto y está estudiando para ser profe de Historia), ver cómo aprenden y cambian el chip año tras año gracias a su propia voluntad para salir adelante y al compromiso las autoridades de la Unidad, pero sobre todo mi agradecimiento a Cris, por permitirme esta experiencia un año más.
August 8, 2025
Presentación de El héroe olvidado en La Rioja.
Nos vamos a La Rioja. El martes 12 vamos a estar charlando sobre El ghetto de las ocho puertas, La niña y su doble, Hanka 753 y El héroe olvidado en la librería Rayuela de la ciudad de La Rioja. Si andan por ahí, serán bienvenidos.
July 31, 2025
San Juan, 2025.
En 2017, junto a Teo Erlich viajamos a San Juan para visitar y charlar con unos alumnos que habían leído y estudiado El ghetto de las ocho puertas. Para los me conocen, saben que aquel fue un viaje emblemático porque pude compartir con Teo todas las emociones que su historia, y la de Mira y Edek, habían generado en aquellos chicos.
Pasaron ocho años, Teo ya no está con nosotros, pero su historia no dejé de leerse entre los chicos y chicas sanjuaninos. Cada año, como una ceremonia, voy a visitarlos gracias al inmenso trabajo que llevan adelante las profes María Isabel, Fabi, Dani y Agus, que han llevado mis tres libros del Holocausto cada vez a más escuelas, a mas lectores. Poco a poco, las charlas fueron creciendo en número. Este año, como siempre, voy a ir a San Juan a fines de septiembre a charlar con las nuevas camadas que leyeron El ghetto de las ocho puertas, La niña y su doble y Hanka 753. Me esperan 600 alumnos y esas profes que laburan sin descanso por la memoria. Y un detalle que me emociona: Mica (nuestra protegida), que era alumna cuando viajamos por primera vez a San Juan en 2017, va a llevar a sus propios alumnos, ya que ahora es profe de literatura.Y pensar que con Teo pensábamos imprimir 100 copias anilladas de El ghetto para que lo leyeran sus familiares y amigos, nada más. Como le dije aquella tarde de 2017 en San Juan, mientras él reía feliz de poder contar su historia y yo lloraba como un idiota de la emoción, "claramente esto se nos fue de las manos".
May 5, 2025
El héroe olvidado. Sudamericana 2025. Primer capítulo.
"Cuando María AngélicaGarmendia alcanzó la puerta del Banco Nación de Coronel Suárez no podía imaginarseque ese día, 23 de marzo de 1961, quedaría marcado para siempre en su memoriay en la de todo el pueblo. En aquel momento ella sólo pensaba en dejar atrás elcalor agobiante que había sumido a Coronel Suárez en una quietud forzada,obligando a los vecinos a caminar rápido para alcanzar las sombras queproyectaban los árboles y descansar unos segundos antes de reemprender sumarcha. Quizá por eso, al llegar al umbral de la puerta, María se detuvo aobservar con sorpresa a los hombres que, al otro lado de la calle, conversabanal sol en la plaza San Martín.
—Buen día, señorita María —la saludóel cabo Fernández, custodio del banco.
—Buen día, Eusebio —respondió ella,enfrentando la mirada tímida de ese joven que jamás cruzaba la línea de laformalidad.
—Hace demasiado calor para estar enla calle.
—Yo tengo que trabajar igual—respondió María, avanzando hacia uno de los mostradores en el que, acodados,con la mirada perdida, tres hombres se demoraban en rellenar distintos papeles,como si su tardanza fuera una estrategia para aplazar el momento de regresar ala calle.
María apoyó sobre el granito colormarfil la carpeta con los expedientes. Suspiró con fuerza. Luego retiró unpañuelo gris de su cartera para secarse la frente y el cuello. Poco a poco, elaire fresco que impulsaban las paletas de los cuatro ventiladores del banco ymovían levemente su vestido floreado la envolvió en una placidezreconfortante.
Sus movimientos parecieron sacar alos tres clientes del sopor en el que estaban inmersos, y, coordinados, giraronla cabeza para mirarla. Era extraño ver mujeres en el banco, y más extraño aúnera ver a una chica tan joven como María. Hipnotizados por la imagen, los treshombres la observaron doblar el pañuelo y volver a colocarlo en su bolsillo.
—Buenos días, señor Hanns, señorUrquiza y señor González —dijo María.
Los tres parpadearon al escucharla,como si sólo entonces la reconocieran.
—Buenos días, María —dijeron a coro,al tiempo que volvían a concentrarse en los expedientes, cheques y documentosque tenían ante sí.
Al principio le había costadoacostumbrarse a enfrentar las miradas y las sonrisas de todos aquellos hombres.Sin embargo, María había resistido a todo, y ahora, un año después de empezara trabajar para el señor Hermann, se movía por las colonias alemanas, por elpueblo y por los bancos con naturalidad, tan segura de sí misma como parasoportar cualquier comentario, incluso los de su propia madre.
Retiró los expedientes de la carpetay, a su vez, de cada uno de ellos extrajo los formularios que ya había completadoy que ahora necesitaba sellar para que el señor Hermann pudiera tramitar lasjubilaciones de sus clientes ante el Estado argentino.
Consultó la hora. Habían pasadoalgunos minutos del mediodía. Debía apurarse si no quería que el señor Hermannse molestara por su tardanza. Se ubicó en la fila de una de las cajas. En elbanco se notaba bastante movimiento. “Quizás todos estén escapando del calor”,pensó María mientras saludaba con gestos a todos los que la reconocían.
La fila no avanzaba. Por lo quedecían los clientes, al cajero le había bajado la presión antes de entrar altrabajo y su reemplazante no terminaba de agilizar la atención. Aburrida,María se detuvo a escuchar la conversación que mantenían las dos mujeresmayores que estaban delante de ella.
—Explicame, ¿quién puede usarsobretodo negro con estas temperaturas?
—El jefe de la estación le dijo quehabían llegado desde Mar del Plata.
—¿Desde Mar del Plata? Estás loca,Eugenia. Nadie podría soportar un viaje tan largo envuelto en uno de esosabrigos. ¿Estás segura de que estaban vestidos así? ¿No te habrás confundido?¿No serían curas en sotana?
La mujer llamada Eugenia frunció laboca, ofendida.
—Te juro que no. Eran tres hombresaltos, dos rubios y uno pelirrojo. También tenían pantalones y zapatos negros.Caminaban con las manos en los bolsillos del sobretodo.
—¿Y cuándo decís que los vio?
—El lunes.
—¿Quiénes eran?
—No sabe. Mi comadre dice que ese díafue a la peluquería y los vio salir de la casa del doctor Frenkel.
—¿La Petisa? ¿De la peluquería deAurora?
—Sí.
—Queda a media cuadra de la casa deFrenkel, y tu comadre no ve un burro a dos metros.
—Y así y todo se casó con Justino.
—¿Y qué querés, si él ve menos queella?
Las dos estallaron en una carcajada.María no pudo reprimir su sonrisa. Las habladurías del pueblo la divertían y lairritaban en partes iguales.
La fila avanzó, los clientes dieronun paso adelante.
Entonces, las sirenas de varios autosde la policía rompieron la quietud del banco y de todo el pueblo. Más acostumbradosa las sirenas de los bomberos, porque en Suárez había más incendios quecriminales, todos parecieron inquietarse.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué tanto lío?
Como las dos mujeres que estabandelante de María, el resto de los empleados y clientes se hicieron las mismas preguntas.Incluso el cabo Fernández dejó su lugar y salió a la calle para ver qué pasaba.Lo siguieron dos o tres hombres, pero regresaron de inmediato. El sol era másfuerte que su curiosidad.
—¿Qué pasó, Eusebio? —preguntóalguien desde la línea de cajas.
—No sé, van para el lado de laestación.
Cuando los últimos estertores de lassirenas se apagaron, todos volvieron a sus conversaciones y trámites. La filaavanzó un poco más y las dos mujeres que estaban delante de María alcanzaron laventanilla. Ella contó una vez más el dinero que le había dado el señor Hermanny se dispuso a esperar su turno.
Desde una de las oficinas llegó elsonido de un teléfono.
Segundos más tarde, el gerente delbanco, el contador Franco Benavídez, salió de su oficina, avanzó dando grandeszancadas y se detuvo en el centro del salón. Con gesto preocupado, comenzó amirar a cada uno de los clientes hasta que posó sus ojos en María. Ella lesonrió, como siempre. Lo conocía desde pequeña porque había ido a la escuelacon su hija, hasta que la pobre Alicia murió de polio a finales de quintogrado.
A diferencia de sus encuentrosanteriores, esta vez Benavídez no le devolvió la sonrisa, sino que le hizo unaseña para que la siguiera.
—Buen día, señor Benavídez, ¿pasóalgo?
—Creo que sí —dijo Benavídez,señalando el tubo del teléfono que, descolgado, yacía sobre el escritorio de suoficina.
—¿Es para mí? —dijo María, incrédula.Nadie de su familia tenía teléfono, y si lo tuvieran, ¿cómo podían saber queestaba en el banco?—. Debe ser para otra María —dijo.
—Es la señora Hermann —le aclaróBenavídez.
María extendió su mano y se llevó elauricular al oído.
—María, dejá todo lo que estáshaciendo y vení a casa, por favor —le dijo la señora Marta con voz desesperada.
Ni siquiera sintió el sol cayendosobre su cabeza como un rayo ardiente. Todos sus sentidos estaban concentradosen la breve conversación que había mantenido con la señora Hermann. Nunca, enel tiempo que llevaba trabajando para su marido, ni ella ni el señor Hermannhabían hecho algo parecido, mucho menos tutearla. ¿Qué habría pasado? ¿Sehabría descompensado el señor Hermann? Podía haber ocurrido cualquier cosa,algo demasiado grave para que le pidieran que regresara sin haber cumplido elencargo.
En la plaza San Martín los hombresseguían conversando. María ni los miró, se echó a correr en dirección a laestación del ferrocarril con la carpeta apretada contra el pecho.
Cruzó las vías y, nada más alcanzarel inicio de la avenida San Martín, encontró dos patrulleros que, atravesadosen la calle, impedían el paso del tránsito. A la distancia vio también lasilueta de varios autos negros y camiones del ejército. Ni ella ni ninguno delos habitantes de Coronel Suárez había visto jamás semejante desplieguepolicial en las calles del pueblo.
Siguió corriendo, y al llegar alcruce de San Martín con Baigorria, un par de soldados se cruzaron en su camino.
—No puede pasar, señorita. Hay unoperativo federal.
—Yo trabajo en esa casa. La señoraHermann me pidió que…
—No puede…
Antes de que el soldado terminara lafrase, María ya había desaparecido entre los soldados y policías que iban de unlado a otro. El sol se reflejaba en el metal de las decenas de armas que sealzaban en aquel mediodía de marzo.
Arriba, como sombras sin rostrorecortadas sobre el cielo diáfano, hombres vestidos de civil empuñaban pistolascortas. Caminaban hacia la casa de los Hermann por sobre los techos de lascasas vecinas, agazapados, como si esperaran ser atacados por alguien.
Entre los uniformes verdes, grises yazules que ocupaban la cuadra de los Hermann, resaltaban unos pocos vecinosque, en camiseta y con los brazos desnudos, no habían podido resistir lacuriosidad ante aquel movimiento inusitado y habían abandonado el almuerzofamiliar para ver qué ocurría afuera.
María los escuchó:
—Me lo dijo Domínguez. Se llamaMengele. Se debe haber cambiado el nombre cuando llegó a la Argentina.
—Mirá, ahí va la secretaria. Pobrepiba, cuando se entere de que trabajaba para un nazi…
Al oírlos María recordó a aquellosperiodistas ingleses que se habían presentado unos días antes en casa de losHermann. De pronto le vinieron a la mente todas las preguntas que no se habíaanimado a formularse en el último año: ¿por qué su jefe le había hecho escribirtantas cartas al hombre que investigaba a los criminales nazis en Israel?¿Quién era en realidad el señor Hermann?
Alcanzó los vehículos detenidosfrente al número 241 de la avenida San Martín y giró sobre sus talones paracontemplar la escena completa: contó veintiséis hombres armados, entre civilesy militares, tres camiones del ejército, cuatro patrullas y dos autos de callesin patente. Si bien pudo reconocer a algunos de los policías del pueblo, a lagran mayoría nunca los había visto por Suárez ni por las colonias. Pronto, loshombres armados que caminaban por los techos alcanzaron el de la casa de losHermann apuntando con sus pistolas en todas direcciones. Fue en ese momento queMaría descubrió a aquellos tres hombres, dos rubios, uno pelirrojo, vestidoscon largos sobretodos negros.
Paralizada, permaneció en su lugardurante unos segundos, hasta que unos ladridos llamaron su atención. A travésde la ventana del frente de la casa, vio a la señora Marta con Waldi entre losbrazos. El pequeño perro salchicha ladraba y se sacudía con desesperación. Sindarse cuenta, María comenzó a caminar entre las armas y los autos.
—¿Adónde va? No puede entrar. Este esun operativo…
Se zafó de la mano que intentabaretenerla y entró a la casa. En la sala, un puñado de hombres revolvía cajones,estanterías y placares, arrojando todo al piso. Marta Hermann sostenía con unamano al perro y con la otra un cigarrillo que se consumía mientras ella mirabacon impotencia el desastre que se expandía por esa casa que siempre habíallevado con cuidado y pulcritud. Desde el estudio comenzó a salir una hilera dehombres de uniforme cargando cajas que contenían las carpetas y los papeles delarchivo del señor Hermann.
De pronto, la señora Marta lanzó ungrito furioso por sobre los ladridos de su perro:
—Esto es una locura, comisario. Hacemás de seis años que vivimos acá. Usted nos conoce, usted sabe quiénes somos.Se están llevando papeles que no les interesan.
Domínguez, que estaba controlando elallanamiento, le dedicó una mirada avergonzada. Después puso los ojos en blancoy se encogió de hombros.
—Lo siento, señora. Es una orden dearriba. No puedo hacer nada. Nos pidieron que nos saquemos todos los papeles.
Junto al reloj cucú de pared, sentadoen un sillón con las rodillas juntas, Lothar Hermann guardaba silencio con losanteojos negros puestos.
María se acercó, apoyó su manoderecha sobre el hombro de su jefe y le dijo al oído:
—Ya llegué, señor Hermann.
Lentamente, él se llevó la manoderecha al hombro izquierdo y, con una delicadeza familiar, dio tres leves golpessobre la mano de su secretaria.
—Gracias, María —susurró.
—En la calle dicen que usted esMengele —dijo María, y bajando aun más su tono de voz, rogando que todo fueramentira, preguntó—: ¿Es verdad? ¿Usted es un nazi?
Lothar Hermann sonrió con amargura.
—Por favor, María, encárguese deWaldi, que está nervioso —fue su única respuesta."
April 30, 2025
EL HEROE OLVIDADO. Editorial Sudamericana, 1 de mayo de 2025
Mañana 1 de mayo de 2025 sale a la venta mi nueva novela, EL HEROE OLVIDADO.
Ojalá puedan leerla.
April 8, 2025
Feria del Libro de Buenos Aires 2025
El 1° de mayo sale a la venta mi nueva novela, EL HEROE OLVIDADO, basada en la vida de Lothar Hermann, el hombre que denunció a Adolf Eichmann en Argentina.
La presentamos el 11 de mayo a las 17.30 hs en la Sala Rodolfo Walsh de la Feria del Libro, junto con Liliana Hermann, sobrina nieta de Lothar.
Nos va a acompañar Facundo Pastor.
Ojalá puedan leerla y acompañarnos en la presentación.
Los esperamos!
March 4, 2025
Próximamente, novela nueva.
January 23, 2024
Balestra y Angelito Gómez, el futbolista atormentado.
Los Pájaros Negros, Ed. Sudamericana, 2021 (fragmento)
Buenos Aires. 2009.
Al verlo sentadoen el suelo con un tobillo atado a la pata de la cama, cubriéndose el rostrocon las manos manchadas de sangre y el cuerpo sacudiéndose por el llanto, nadiehubiera podido imaginar que ese pibe de dieciocho años llamado Ángel Gómezvalía catorce millones de dólares libres de impuestos.
Sin despegar lavista del pibe, Balestra contaba los minutos que faltaban para terminar sutrabajo. Afuera amanecía, y la llovizna parecía flotar en el aire brumoso deabril que cubría los campos de Ezeiza. Sorbió un trago de whisky y cerró losojos pensando en la isla, en la tranquilidad de la isla. Pronto, a más tardar alas dos de la tarde, estaría en el Tigre y todo lo que había vivido en losúltimos once días sería una anécdota para contarle a Obdulio.
Eso si Gómez llegabavivo a las ocho y cuarto de la mañana.
Más allá delhastío que le había dejado aquel trabajo sórdido de niñera muy bien paga, eldetective no podía sentir más que lástima por Ángel Gómez. Su currículum era elmismo que el de casi todos los jugadores de fútbol: infancia en una villamiseria, siete hermanos menores de una madre abnegada y un padre alcohólico,violencia familiar, una habilidad innata para jugar al fútbol, fracaso escolary luego, a los quince años, la llegada al club donde había hecho las divisionesinferiores y en el que había debutado en el asenso, apenas seis meses atrás. Eléxito repentino se había traducido en la citación a la Selección Argentina Sub-20y un contrato profesional con una altísima cláusula de venta. La repentina lluviade popularidad y dinero habían llevado a Angelito Gómez a creerse el dueño delmundo y, sin saber conducir, a comprarse el auto importado con el que terminóatropellando a un nene que iba en bicicleta por una calle oscura de Lomas deZamora. Se había salvado de cualquier tipo de condena gracias al estudio deabogados que había contratado su representante y a los quince mil dólares queaplacaron el dolor de la familia del nene atropellado. Sin embargo, su futurohabía quedado pendiendo de un hilo. Y para evitar perder la gallina de loshuevos de oro, tanto el club como su representante habían aceptado una ventaprecipitada a un ignoto club de Ucrania propiedad de un jeque árabe,asegurándose una montaña de plata tanto para su representante como para lafamilia de Gómez y el club, que gracias a esa venta podría evitar la quiebra yla clausura del estadio.
Tras confirmarsela venta Gómez había empezado a tener pesadillas de noche y alucinacionesdurante el día. Al fin, el recuerdo del accidente lo había enloquecido al puntode abandonar los entrenamientos y ser apartado del plantel. Privado de su mejorjugador y goleador, el equipo había caído en desgracia acercándose a lospuestos de descenso. Algo que la barra brava no podía permitir. Se lo hicieronsaber con una llamada anónima: “Si te vas antes de que nos salvemos deldescenso te pegamos dos tiros en la pierna y no jugás más”.
Asediado portantos frentes externos e internos, la poca entereza que le quedaba a ÁngelGómez había terminado por convertirse en gelatina. Once días antes de su viaje,el masajista del club lo encontró colgado de una soga atada a una de las vigasdel techo del vestuario. De inmediato, el representante y el presidente delclub decidieron sacarlo de circulación para protegerlo de la barra y de élmismo, y ponerlo al cuidado de Balestra hasta que se subiera al avión que lollevaría a Ucrania.
Durante losprimeros días el detective había sido su sombra, acompañándolo a cada uno delos lugares a los que Angelito había querido ir para emborracharse y exorcizarsus demonios. En ese lapso, Balestra había tenido que defenderlo en tres peleascallejeras, evitar que se estrellara con el auto contra una columna deautopista y revivirlo segundos antes de que entrara en un coma alcohólico. El viernesanterior, cuando volvían de un boliche de González Catán, un grupo de barrabravascomenzó a dispararles a plena luz del día. Después de perderlos, Balestra decidióque la única posibilidad de mantener al pibe con vida hasta el día del viajeera escondiéndolo en un hotel cercano al aeropuerto.
Ahí estaba ÁngelGómez ahora, la mañana de su viaje: atado a la cama con el cinturón deBalestra, en calzoncillos, con las manos ensangrentadas porque había intentadocortarse las venas, llorando en aquella habitación en la que llevaban tres díasencerrados.
Balestra tomó untrago y consultó el reloj. Las siete y quince de la mañana. En una hora, alfin, todo habría terminado.
¾ Losigo viendo… ahí está - gimió Gómez.
¾ ¿Quéves? – preguntó el detective, aburrido de esa conversación que se habíarepetido hasta el infinito entre aquellas cuatro paredes.
¾ Lacabeza explotando contra el parabrisas. Y el ruido seco.
Ahora Gómez secubría los oídos con ambas manos.
¾ Elruido, el ruido…
Balestra secompadeció, y lo liberó de la cama desatando el cinturón.
¾ Noaguanto el ruido… - gritó Gómez de pronto, poniéndose de pie y corriendo hacia laventana.
Cuando la abrióy sacó medio cuerpo afuera con la intensión de tirarse, Balestra se hartó. Noiba a permitir que Gómez se matara y le impidiera cobrar el dinero que él sehabía ganado. Arrojó el vaso contra el espejo del ropero, se incorporó, sacó elarma y corrió hacia la ventana. Con fuerzas, sujetó a Gómez del cuello y loobligó a que lo mirara a los ojos. Entonces le puso el cañón del arma dentro dela boca y dijo:
¾ Elpibe que atropellaste ya está muerto. Vas a cargar con su muerte hasta que temueras vos. Pero no va a ser hoy. Hay mucha gente que depende de tu viaje. Tufamilia, el club, tu representante… y yo. Casi me matan por cuidarte. Así queescuchame bien: ahora te vas a bañar. Después te vas a poner ese traje y te vasa subir al avión sin hacer un solo quilombo más, ¿me escuchaste?
Gómez sacudió lacabeza, resistiéndose. Balestra metió el cañón del arma cinco centímetros masadentro de la boca del pibe, que comenzó a retorcerse por las arcadas.
¾ Podríasestar en la cárcel, infeliz, pero no. Tenés dieciocho años. Te vas a Ucrania avivir como un rey, a jugar en canchas que tienen más césped que todo el queviste en tu puta vida. Con la guita que juntes, si seguís pensando en el pibeque mataste poné una fundación y ayudá a las víctimas de los accidentes detránsito. Y si eso no te alcanza, cuando te retires te podés suicidar. Peroahora no. Ahora te vas a bañar y te vas a portar bien porque si no te voy acagar a tiros y no te va a reconocer ni tu vieja. ¿Me escuchaste? ¿Vas a hacerlo que yo te digo?
Ahora asintió, pálido.Cuando el detective le retiró el arma de la boca, Gómez vomitó.
¾ Ustedestá loco.
¾ Nosabés lo loco que puedo estar – dijo Balestra, obligándolo a levantarse.
Lo condujo hastael baño y abrió la ducha diciendo:
¾ Queno te quede sangre en ninguna parte del cuerpo. ¿Me escuchás?
¾ Sí,sí… Váyase.
¾ No,no me voy a ir.
Gómez comenzó abañarse con fruición, como si quisiera quitarse la piel que cubría su cuerpoatormentado. Sentado sobre la tapa del inodoro, Balestra fumaba mezclando elhumo del cigarrillo con el vapor de la ducha. Cuando el pibe terminó, lealcanzó una toalla y lo acompañó de regreso a la habitación para que sevistiera con el traje que el representante le había enviado, junto con unavalija de ropa y el pasaporte. Apuntándole con el arma, Balestra dijo:
¾ Ponetelindo que vas a salir en la tele.
Las ocho de lamañana. En quince minutos el auto del representante estaría en la puerta delhotel. Balestra se colocó el cinturón, se acomodó la camisa que llevaba puestadesde hacía tres días y fue al baño a lavarse la cara.
Cuando Gómezestuvo vestido, Balestra lo obligó a que se mirara en el espejo roto. Pero fueBalestra el que se sorprendió al ver su propio cuerpo. Todavía no seacostumbraba al cambio, y a veces hasta sentía nostalgia por los doce kilos quese había visto obligado a bajar hacía cinco meses. O seis. No lo recordaba, lasfechas se habían mezclado durante las dos semanas que había pasado internado enterapia intensiva a causa de aquel pre infarto que lo había obligado a consumirmenos grasas, a caminar dos veces al día y… y nada más. Bastante tenía con eso.Y con Gómez.
Le acomodó lacorbata al pibe y le dijo:
¾ Sonreíque el Aeropuerto va a estar lleno de periodistas. Tenés que contestar dos otres preguntas, y agradecerle sobre todo a la hinchada. Les vas a desear quepuedan zafar del descenso y vas a prometer volver para retirarte en el club.¿Está?
¾ Sí.
¾ Yahora agarrá la valija que nos vamos.
En la recepción,Garfunkell, el representante del pibe, estaba hablando con el encargado delhotel.
¾ Dejalesbastante propina que la habitación es un desastre… - dijo Balestra.
Garfunkell miróa Gómez y se sorprendió por su buen aspecto.
¾ Quépinta, crack. ¿Listo para romperla en Europa?
Gómez se encogióde hombros sin responder, pero al ver el gesto amenazante de Balestra, asintió.
Los tressalieron a la calle bajo una fina llovizna. El BMW negro de Garfunkell estaba enla puerta. Balestra encendió un cigarrillo para despejar el cansancio que leatería el cuerpo. Mientras el chofer tomaba la valija y la metía en el baúl,Balestra le palmeó el hombro a Ángel Gómez.
¾ Saludosal jeque.
¾ Entráque te vas a mojar, crack – le dijo Garfunkell, señalando la puerta trasera delauto.
Cuando Gómezestuvo dentro del auto y la puerta cerrada, Balestra suspiró.
¾ Listo.Ahora el pibe es problema tuyo.
¾ Gracias,Balestra – dijo Garfunkell entregándole un sobre - Los tres mil que pediste,más otros dos para que arregles los balazos que tiene el coche.
¾ ¿Vossabés que ese pibe es una bomba de tiempo, no?
¾ Claro.Cuando él firme el contrato y yo cobre la comisión del pase, dejo derepresentarlo.
¾ Ah,sos un humanista.
¾ Hayque saber cuidarse, Balestra. Y va para vos también. Guardate por un tiempo. Losmuchachos de la barra saben tu nombre. No creo que pase nada, pero por lasdudas cuidate.
Se estrecharonla mano. Garfunkell entró al BMW y se alejó en dirección al aeropuerto deEzeiza. ¿Qué iba a hacer ese pobre pibe, solo en Ucrania? ¿Cuánto podía tardaren suicidarse o en contar la verdad, que era lo mismo?
Caminó hasta elestacionamiento del subsuelo del hotel y contempló los agujeros de bala en elbaúl de su viejo Peugeot. Se sentó al volante y arrancó. Cuando salió a la calle,las gotas de lluvia se estrellaron contra el parabrisas como cabezas de niñosatropellados.
Alejandro Parisi's Blog
- Alejandro Parisi's profile
- 21 followers

