Intelectuales, crisis y sociedad

Vivimos en tiempos que podríamos llamar privilegiados. Pues esta época nos ha permitido ser testigos de avances científicos inimaginables, avances tecnológicos que habrían hecho dudar a la gente ilustrada del siglo XIX de su escepticismo científico, pues muchas de las cosas comunes e insertas en nuestra vida cotidiana les habrían parecido la magia más sorprendente. Sin embargo, contario a lo que el sentido común nos indica, estos hombres ilustrados de siglos pasados se mostrarían igual de anonadados ante lo que podríamos llamar el deterioro de nuestra casta intelectual.

¿Por qué hablo de deterioro? ¿No es un poco contradictorio tratar así al grupo de personas que nos permitió vivir en estos tiempos privilegiados de los que hice mención en un principio? Lo cierto es que, a pesar de que los hechos parecen demostrar lo contrario, el científico o intelectual de siglos anteriores tenía conocimientos mucho más amplios que los de nuestro tiempo o, dicho de otra forma, poseían saberes más integrales, pues se educaban en filosofía, lógica, historia, literatura, artes, música, etc; todo esto sin considerar su área de especialidad. Mientras tanto, el intelectual de nuestro tiempo es un especialista en el sentido más estricto de la palabra. Posee un saber profundo en un área muy específica de la ciencia que estudió, una evolución natural si consideramos la extensa acumulación de saber que tenemos el día de hoy. Este «especialismo» se las arregla para conseguir avances a pasos agigantados aportando un pequeño engranaje a la maquinaría científica, lo que junto con los muchos otros engranajes aportados por otros, nos permite este milagro tecnológico en el que vivimos; todo esto a pesar de la profunda ignorancia de su propio campo científico que tienen muchos de nuestros intelectuales. Esto no deja de ser sorprendente, un oxímoron, pues este método, por llamarlo de alguna forma, nos permite descomponer el saber en piezas tan pequeñas que deja de ser necesario ser un erudito o un prodigio para dedicarte a esto, por el contrario, como nos advierte Ortega y Gasset, la ciencia actual parece conseguir todo esto gracias a personas mediocres quienes, gracias a los cimientos puestos por sus predecesores, han podido mecanizar la producción de conocimiento al punto de no requerir mentes extraordinarias para lograrlo [1].

Esta decadencia intelectual en la producción científica se hace patente en lo que Santos-Herceg denominó la papermanía. El autor nos alerta de una sobreproducción de textos en desmedro de la calidad y originalidad lo que provoca saturación de papers que en su mayor parte terminan en la irrelevancia provocando, muchas veces, que publicaciones de mayor nivel se pierdan en un mar de textos mediocres [2]. Ahora bien, Santos-Herceg culpa en gran medida a la mercantilización de la academia y acusa una suerte de complot por parte de las empresas dedicadas lucrar con los textos académicos para evitar la libre circulación de ideas y los discursos disidentes [3]. Yo discrepo en esta tesis, pues a mi parecer esta papermanía es una consecuencia de la mediocridad intelectual en que vivimos y no tanto una causa, o quizás esto último solo en la medida que ayuda a mantener ese estado en la academia, pero descarto una intencionalidad por parte de algún poder fáctico. Las revistas indexadas nacieron como una necesidad, por parte de investigadores y universidades, para transferir este conocimiento y alcanzar una cobertura mundial, de tal forma de lograr retroalimentación y avance científico en cada rincón del mundo civilizado. Pero fue justamente la comunidad científica e intelectual la que comenzó a volverse dependiente de estos, al punto que las instituciones gubernamentales comenzaron a usarlas como una forma de medir la calidad de un académico y de una universidad. Las becas, los fondos y las acreditaciones se basan, en gran medida, en los papers publicados, por lo que el incentivo parece venir de los mismos intelectuales que trabajan tanto en el gobierno como en las instituciones académicas, es; por decirlo de alguna forma, un autosabotaje. Nuestros intelectuales, sumergidos en su racionalismo, decidieron que la mejor forma de medir el rendimiento de un científico, un filósofo o un cientista social era mediante el número de papers publicados y el prestigio de las revistas en las cuales lo hizo, dejando de lado cualquier interés por el impacto real de estos y traspasando la responsabilidad a estas revistas cuya función pasó de ser la simple divulgación, a ser un fin en si mismo. Esto no debería sorprendernos, ni tampoco podemos culpar a las revistas mismas, pues su función era prestar una herramienta para conseguir beneficios económicos, nunca fue su fin promover la ciencia; esto último correspondía a los científicos, académicos e intelectuales. .

Esta casta de «sabios-ignorantes» como los llamó Ortega, actúan como una nueva aristocracia, pues han formado un círculo cerrado que va desde las instituciones públicas y políticas hasta las universidades y otros centros académicos y de investigación. En Chile se ve reflejado en el clásico pituto donde los fondos para investigación terminan siempre en las mismas personas y en los mismos proyectos sin originalidad, pero que siguen recibiendo palmadas en la espalda entre ellos mismos fomentando esa mediocridad y provocando una degeneración de la misma forma que ocurrió con las aristocracias de antaño. Esta falta de conocimiento integral, la mecanización de la investigación científica y la sobrecarga de papers de baja y nula calidad podrían ser una advertencia, mas en Chile hay otro problema que suelen tener los «intelectuales» y eso es que al ser expertos en un área muy específica, pero compleja de ciencia (ya sea exactas o sociales) tienden a creer que todo lo demás es sencillo y por lo tanto esto los vuelve de forma automática expertos en eso. A palabras de Ortega, no actuara como un ignorante ante las cosas que ignora, sino con la petulancia de quien se siente un sabio, pues nuestra civilización al especializarlo le ha hecho hermético y satisfecho dentro de su limitación, pero esta misma complacencia le hace querer predominar fuera de su acotada especialidad [4]. Sin embargo, la sociedad y el status quo no suelen ser amigables con el trabajo intelectual, es de conocimiento público la difícil situación de la ciencia en Chile, lo que provoca una animadversión por parte de esta casta, tanto a la gente como al sistema político y económico imperante. Robert Nozick nos dice que los «forjadores de palabras» tienen suelen ser personas que rechazan en mayor medida que el resto los sistemas capitalistas debido a que se consideran con derecho a las más altas recompensas que la sociedad en su conjunto puede ofrecer, no tanto en lo económico, sino más bien al estatus y valoración que creen merecer por sobre los demás [5]. Esta sensación de superioridad, nos dice Nozick, proviene de las escuelas donde los profesores y demás académicos premian y alaban a aquellos que logran mejores calificaciones o que muestran preferencia a las actividades intelectuales. Es por esto que para ellos resulta inconcebible que la sociedad no reaccione de la misma forma que las escuelas, les gustaría que el mundo fuese una extensión de estas instituciones educativas donde las personas como él eran quienes destacaban por sobre aquellos a quienes considera inferiores [6].

Si bien, es evidente el sesgo de Nozick debido a su ideología libertaria minarquista, por lo que para él lo que se forma es un sentimiento anticapitalista en los forjadores de palabras. Quisiera ampliar un poco en esto, pues esta decadencia del mundo intelectual que mencionamos en un principio atañe a todas las áreas del saber ya que el especialismo, del que hicimos mención antes, parece ser una norma general en nuestro tiempo. Como dijimos antes el especialista es un sabio-ignorante, pero no parece estar al tanto de ello, pues en las escuelas y sobre todo las universidades se forman estos círculos de intelectuales que refuerzan sus propios prejuicios entre ellos, apoyando sus ideas extravagantes y dándose palmadas en las espaldas entre ellos, convenciendo a los intelectuales que la validez de sus opiniones va más allá de su campo de especialización. Pero al enfrentarse al mundo real, donde la sociedad global funciona diferente, comienza a formarse esta animadversión hacía el status quo, por lo que la nostalgia los hace volver a los círculos donde sus opiniones y teorías venidas del más puros racionalismo eran escuchadas y alabadas. Al no adaptarse al status quo generan uno propio, esta suerte de aristocracia en decadencia que menosprecia a aquellos fuera del círculo y busca cambiarlo todo para ajustarlo a lo que considera correcto, sin considerar la posibilidad de estar equivocado, aun cuando contradigan a otros especialistas en sus propias áreas del saber, pues en su condición de sabio-ignorante piensan que sobresalen en todo, cuando la realidad es que los intelectuales de nuestro tiempo se encuentran mucho más cerca de las personas comunes que el intelectual de antaño o, en palabras de Ortega, forman parte de lo que él llama hombre-masa. Estos se sumergen más y más en sus propias ideas, pues terminan convencido de que todo lo que necesitan ya esta dentro de ellos, despreciando lo externo, la vida misma. Este exceso de racionalismo, más que un simple anticapitalismo, nos lleva a un radicalismo, una proliferación de ideas extremas que a principios del siglo XX vimos reflejado en el comunismo soviético, el nazismo y el fascismo. En nuestro tiempo, si bien no hemos llegado al extremo del siglo pasado, si existe una polarización en la vida política de los países. La extrema derecha nacionalista y conservadora o los populismos de extrema izquierda han crecido producto de este radicalismo, este absolutismo moral en que ha caído la clase intelectual producto de su propia mediocridad, porque cuando las personas encargadas de generar y promover el conocimiento fallan en esta tarea, la sociedad completa se deteriora.

¿Existe forma de frenar este deterioro en nuestros académicos? ¿O acaso la arrogancia que caracteriza a este sabio-ignorante no hará más que profundizarlo?

Hoy en día muchos se han dado cuenta que el universo y la vida son demasiado complejos como para estudiarlo como suma de sus partes. El extremo especialismo nos ha funcionado hasta ahora, pero quizás sea momento, no de dejarlo de lado, pero si que evolucione. Son cada vez más los equipos interdisciplinarios que están surgiendo, donde especialistas se ven obligados a enfrentarse a profesionales diferentes a los que acostumbran, ampliando sus ideas, conocimientos y estudiando un tema de una forma más integral, acercándose de a poco al intelectual de antaño. El estudio de los sistemas complejos se hace cada vez más importante, por lo que se requiere cada vez más un cambio en el sistema educativo de las ciencias. Se requiere que las mallas vuelvan a tener filosofía como parte del curriculum del futuro científico, pero también complementar con otras artes liberales, con el fin de que al momento de salir al mundo, este entienda su complejidad, la importancia de la pluralidad de ideas y que a veces otra persona puede tener razón y ser tú el que se equivoca. Pero también ayudará a que la tecnología no llegue a un punto en que supere a las mentes científicas, los avances de la inteligencia artificial requieren de personas capacitadas, no solo en la ciencia que lo permite, sino también en la filosofía que hará su uso ético o incluso evite que esta nos controle a nosotros. Entender lo que se hace es cada día más importante, la ciencia y la generación de conocimiento no deben ser una simple técnica mecanizada para lograr el objetivo, deben ser una disciplina de pensamiento, una que nos permita cumplir con los estándares de la nueva revolución tecnológica y que la sociedad no se vuelva esclava de sus creaciones.

Referencias bibliográficas:

[1] Ortega y Gasset. J, 2014, La Rebelión de las masas y otros ensayos, Alianza Editorial, pág. 174-175.

[2] Santos-Herceg. J, 2020, La Tiranía del paper, Ediciones UACh, pág. 47-50.

[3] Santos-Herceg. J, 2020, La Tiranía del paper, Ediciones UACh, pág. 51-80.

[4] Ortega y Gasset. J, 2014, La Rebelión de las masas y otros ensayos, Alianza Editorial, pág. 176-177.

[5] Nozick. R, 1997, ¿Por qué se oponen los intelectuales al capitalismo?, clublibertaddigital.com.

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Published on June 02, 2023 10:34
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