"Existen sentimientos previos que nunca nos abandonan aunque estemos soñando mientras dormimos, tales como el miedo continuo a ser observados por los demás."
La delgada línea que separa a los muertos de los vivos es cruzada, con elegante indiferencia, por el sueño. ¿Cuál es el lugar de los muertos? ¿Que siente, que piensa, un hombre primitivo cuando, en sueños, se le aparece su padre, ya muerto? Y así como el sexo es una venganza provisional contra la muerte, entrar en el sueño es también, un ingreso al mundo de los imposibles, el país donde moran los muertos. Y por su modo de abandono, una suerte de práctica para el momento de la muerte. Los sueños solo pueden transmitirse fielmente, convertidos en palabras a través de la poesía, insensible a la lógica cartesiana.
La narradora es una mujer marroquí que vive en París, una viajera con una salud endeble, y sus períodos de vigilia transcurren entre la cama del hospital y los aviones.
Y en los períodos libres, se dedica a buscar pistas que le den sentido a sus sueños recurrentes: siempre partiendo desde el desván de una misma casa, en sus recorridos y la observación de sus habitantes, el perro, la carta de la mujer triste, narrados con un lenguaje poético y simbólico; y la recurrente figura de un tal Juan Rodrigo Omeya, quien también aparece como narrador intercalado en las notas al pie, junto con otros personajes.
Una forma diferente de acercarse a la verdad, como los místicos, como la locura.
Una muy buena novela. Aicha Bassry nació en Settat, Marruecos, en 1960. Estudió Letras y Lengua árabe en la Universidad de Mohamed V de Rabat. Reside actualmente en Casablanca.
PD: Personalmente descreo de la posibilidad de vínculos entre vivos y muertos, así como del carácter profético de los sueños. En cambio sí considero que son valiosos para insinuar el inconsciente freudiano. Y como todo lo que hace a la vida de las personas, su inclusión en la literatura constituye una forma de enriquecimiento.