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136 pages, Paperback
First published January 1, 1955
“Siempre creí que los muertos debían tener sombrero.”Acababa de terminar de leer “Recuerdos del porvenir", de Elena Garro, lectura que insisto en recomendar desde aquí, en la que los personajes parecen ser arrastrados por un destino fatal para el que actúan conscientemente aun en contra de sí mismos. Nuevamente encuentro aquí la misma condena:
“A veces creía que Meme iba a llorar mientras hablaba. Pero se mantuvo firme, satisfecha de estar expiando la falta de haber sido feliz y haber dejado de serlo por su libre voluntad.”Y, sin embargo (o puede que no sea algo tan distinto), el centro de la trama de la novela es justamente el acto decidido que un buen hombre lleva a cabo en contra de la unánime opinión ajena y de lo que su familia le pide por una promesa hecha a un médico dejado de la mano de dios y odiado por todos… por casi todos.
“No era yo quien disponía las cosas en mi hogar, sino otra fuerza misteriosa, que ordenaba el curso de nuestra existencia y de la cual no éramos otra cosa que un dócil e insignificante instrumento. Todo parecía obedecer entonces al natural y eslabonado cumplimiento de una profecía.”
“Me acordé de su vida, de su soledad, de sus espantosos disturbios espirituales. Me acordé de la indiferencia atormentada con que asistía al espectáculo de la vida.”Este buen hombre, el coronel, pertenece a una época anterior a la aparición de la hojarasca, la marabunta que llegó persiguiendo a la compañía bananera que se asentó en el pueblo de Macondo y que no abandonó hasta esquilmarlo y dejarlo empobrecido y maltrecho, con gente “cesante y rencorosa, a quien atormentaban el recuerdo de un pasado próspero y la amargura de un presenté agobiado y estático” (otra vez el tiempo estático, tan importante en la novela de la autora mejicana que antes cité). Una hojarasca “revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos; rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil”, que en los tiempos prósperos “quemaba billetes en las fiestas… que lo menospreciaba todo, que se revolcaba en su ciénaga de instintos y encontraba en la disipación el sabor apetecido.”