Sin duda, la publicación de “Para ángeles y gorriones” de Jorge Teillier marcó el inicio de una de las etapas más importantes para la poesía chilena del presente siglo. Era la voz personalísima de un joven venido del sur, que rompía en forma respetuosa y segura con casi todos los esquemas que en aquel entonces -1956- imperaban en el panorama poético.
Nació en la ciudad de Lautaro el 24 de junio de 1935, el mismo día que murió Carlos Gardel. Estudió Historia y Geografía en la Universidad de Chile. Ejerció la docencia en el Liceo de Victoria. Perteneció al Grupo Trilce de la Universidad Austral de Valdivia. Fue director de la revista Orfeo y del Boletín de la Universidad de chile. Recibió los siguientes Premios: Gabriela Mistral, Municipal, Crav, Juegos Florales de la revista Paula, Premio Alerce de la SECH y el Premio Eduardo Anguita, concedido por la Editorial Universitaria al poeta vivo más importante de Chile y que no hubiese conseguido el Premio Nacional. También fue galardonado con el Premio Al Mejor Libro de Poesía 1993 establecido por el Consejo Nacional del Libro. Asimismo, ganó el Premio en Conmemoración del Sesquicentenario de la Bandera Nacional.
Entonces soy un mendigo que le pide al tiempo un recuerdo que no se deforme en el turbio estanque de la memoria.
Releo este libro después de 8 meses y cambio su puntuación de 3 a 5 estrellas. Estos poemas son magníficos, nostálgicos, entrañables, encantadores. Quiero leerlos mil veces y mil veces más.
Las manos del viento remecen los árboles de la huerta, y caen sobre el pasto pequeñas frutas descarnadas, picoteadas por los pájaros.
Teillier es como viajar en el tiempo y ser amiga de mi abuela cuando era niña, darle de comer a las gallinas, caminar entre trigo, hablar con los pájaros, acostarme a ver el cielo y volver a una casa llena de fantasmas donde todo huele a pan.
En un verano que no es verano, porque la vieja tierra perdió la memoria, y no recuerda cómo era el verano, siempre se encuentra el miedo o madres tejiendo, quietud o pasos de ladrones despertando ancianos, odios o gatos en las faldas. Y las aves siguen comiendo en el patio, se saluda con las mismas palabras mañana tras mañana, nadie sabe por qué va a darle avena a los conejos, las cucharas siguen haciendo igual ruido a la hora de almuerzo, y se habla sobre el mal tiempo, y lo corta que es la vida.
Estas son las últimas vistas del pequeño pueblo, del campo. Después llegará el mundo urbano, el banco, los autos, y nada será igual. Lo único que podemos hacer es guardar estos versos como imágenes para el recuerdo, como verdaderas naturalezas muertas. Muy melancólico.
Todo lo que esta aquí parece estar verdaderamente en otro lugar Los jóvenes no pueden volver a casa porque ningún padre los espera y el amor no tiene lecho donde yacer
"Qué importa recordar que una vez cerramos la puerta de nuestro cuarto, para llorar, con el rostro oculto entre las manos. El aire dice que una vez sonreímos por nada, y que nos conoce, desde antes que supiésemos quiénes somos, cuando éramos fantasmas entre ruinas contempladas por estrellas muertas hace siglos. Qué importa recordar que todo quedó a oscuras cuando los labios amados olvidaron nombrarnos, que los vidrios de la ventana se llenaron de polvo, y la nieve obscureció al día en vez de iluminarlo, y en la calle había sólo papeles sucios, y los bellos, veleros de las estaciones eran detenidos por algas informes"
Primera reseña: Jorge Teillier es tan fascinante. Sus obras me han acercado a la poesía como nunca lo imaginé. Tanta belleza en tanta simpleza, tanta admiración en lo que literalmente lo rodeaba. Cambió la mirada de muchos en relación a como leer o escribir un verso, incluyéndome. Si hoy hago el intento de escribir poesía es gracias a ''ella'' y a Teillier.
Segunda reseña: Teillier me hace florecer en cada línea, escucho las aves que describe, siento el olor a campo, puedo casi ver a sus personajes, como asimismo siento el regocijo de sus ideas al momento de tallarlas sobre papel. No imaginé nunca sentir tanto amor con un autor, menos de mi país. Gracias Jorge.
Agarré este libro con cierto recelo. Lo leí incontables veces a los veintitantos y tenía temor de releerlo más de veinte años después, pero el recelo era infundado: el libro no solo se sostiene, sino que ha envejecido estupendamente. Cuesta creer que haya sido publicado cuando Teillier tenía 21 años y que algunas de las obras maestras que recoge este volumen hayan sido escritas a los 16. No volveré a cometer la torpeza de dejar pasar tanto tiempo para leer de nuevo un libro que regresó a mi repisa de libros fundacionales.
El poemario me recuerda el portafolio con el que retorna un acuarelista después de recorrer el campo y visitar pueblos fantasma. Cada poema excava en esa nostalgia de reconocer el brutal aplaste del tiempo en la vida campestre, sin mencionar, eso sí, la devoradora invasión del mundo industrial o la influencia de las ciudades en las crisis migratorias, en las cuales los jóvenes se marchan para perderse en las grandes urbes.
Desde muy joven; Teillier, ya comienza a manejar el que sería el tema principal de toda su literatura. El retorno a la aldea, a la infancia, al seno materno, los primeros amores, las calles vacias. Una obra profundamente nostálgica, con una voz reflexiva y melancólica, la cual nos deja ver aquellas pequeñas imágenes, ensoñaciones, de quienes vivieron su juventud dentro de la ruralidad. Un reino perdido para muchos.
Poesía lárica, poesía de círculos perfectos. Me queda la nieve, ese pulverizado esqueleto de pétalos (Nieve Nocturna); el lenguaje del cielo; el tiempo en el color de los árboles y el ritmo de los animales (Imagen para un Estanque); las manos del viento que remecen los árboles de la huerta. Ahora sé que ninguna Estrella resucita.
“Entonces soy un mendigo que le pide al tiempo un recuerdo que no se deforme en el turbio estanque de la memoria”
El libro está cargado de imágenes nostálgicas del Sur de Chile. El primer poema con que inicia ("Otoño secreto") es un deleite a los sentidos, donde se sufre la perdida de la identidad original producto del paso del tiempo. Un libro de cabecera para quien es ávido lector de poesía para ser leído mirando el fuego que envejece.
La iglesia frente a la plaza, y en la plaza los novios eternos de la aldea. Arriba, en la loma, el cementerio donde sólo las zarzas visitan las tumbas.
Este poemario es como un conjunto de estampillas que te muestran trocitos de campo chileno, muy bonito.
¿Es que puede existir algo antes de la nieve? Antes de esa pureza implacable, implacable como el mensaje de un mundo que no amamos, pero al cual pertenecemos y que se adivina en ese sonido todavía hermano del silencio.
Increíble poesía del subgénero de la Poesía de los Lares. La nostalgia, el pueblo, la infancia y el pasado, son las sombras y luces con las que Teillier pinta estos poemas
“Mi amor era menos que nada en ese puente. Una naranja hundiéndose en las aguas, una voz que no sabe a quien llama, una gaviota cuyo brillo se deshizo entre los pinos”. TEILLIER ORGULLO REGIONAL
¿Cómo se logra crear una voz tan singular, original y profunda cuando se vive rodeado de aspirantes a pequeños dioses, de impostores dotados de corazón singular y sueños funestos, de farsantes imaginarios que viven en mansiones imaginarias o de varones genitales intimidados por el yo rabioso?
Creo que tiene mucho que ver con lo que decía Gabriela Mistral (a cuya poesía hay que tenerle pánico): "no hay arte ateo". Probablemente por ahí va la respuesta: Teillier es original porque necesitaba serlo, necesitaba creer en un lenguaje porque había una materialidad ahí -un techo, una mesa, una estufa-, pero también una espiritualidad dada por el hecho de compartir, de hacer vida en común, de sobrevivir a los horrores de la primera mitad del siglo XX chileno. Tal vez lo que quería decir Teillier no tenía tradiciones poéticas grandilocuentes ni universalismos que diluyen lo particular de la existencia cotidiana en vociferaciones de paracaidista...
Un ejemplo de esta necesidad:
El silencio no puede seguir siendo mi lenguaje, pero sólo encuentro esas palabras irreales, que los muertos les dirigen a los astros y las hormigas, y de mi memoria desaparecen el amor y la alegría como la luz de una jarra de agua lanzada inútilmente contra las tinieblas.
Necesidad que decanta en una auténtica declaración de principios:
Cuando las amadas palabras cotidianas pierden su sentido, y no se puede nombrar ni el pan, ni el agua, ni la ventana, y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve, y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo, y falso todo diálogo que no sea con nuestra desolada imagen, aún se miran las destrozadas estampas en el libro del hermano menor, es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa, y ver que en el viejo armario conservan su alegría el licor de guindas que preparó la abuela y las manzanas puestas a guardar.
O este pasaje de regreso a esa tan incómoda dimensión de cualquieridad de la que siempre estamos huyendo, creyéndonos especiales:
Qué importa recordar que una vez cerramos la puerta de nuestro cuarto para llorar con el rostro oculto entre las manos. El aire, dice que una vez sonreímos por nada, y que nos conoce, desde ante que supiésemos quiénes somos…
Para ángeles y gorriones está lleno de este tipo de imágenes de búsqueda que llega a buen puerto, devolviéndonos al valor concreto de los paisajes, de la aldea, de la comunidad contradictoria, confluyendo en una nostalgia extraña, que no paraliza, que empuja de rescatar lo que nunca dejamos de ser para que sigamos siendo lo que siempre fuimos.
Es una auténtica refundación poética, pero más que una novedad vanguardista, hay un reordenamiento luminoso de elementos presentes en la vida de muchas personas, que simplemente eran pasados por alto por no ser parte, quizás, de los certificados de civilización llegados desde los centros coloniales y de sus vanguardias raras.
Entonces, siguiendo con esa idea de que no hay arte ateo, habrá que buscar los restos del demiurgo en el resto de la obra de Jorge Teillier. Una excelente y novedosa invitación, que siempre tuvimos en frente de nuestras narices.