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386 pages, Paperback
First published January 1, 1994
"Cerca ya de casa, crucé corriendo nuestro parque, donde había llevado a tomar el aire a mis hijos las tardes de los fines de semana al acabar el verano. Paré en la zona de juegos del nordeste, donde encontré a una docena de madres jóvenes que cuidaban inteligentemente de sus pequeños. Para prepararlas, sin querer herirlas, dije: De aquí a quince años, vosotras, chicas, estaréis como yo, os habréis equivocado en todo" (de uno de los mejores cuentos del libro, La corredora de fondo).Las dos autoras sitúan a una mujer como columna vertebral de su obra, ambas fuertes en su debilidad, muy libres, de una sexualidad abierta y poderosa; ambas tratan la cotidianidad en sus relatos, la convivencia con padres, hijos, amigos, noviosmaridosparejas, y aunque hablan de ser madres, de no serlo, de ser hijas, de ser esposas, de no quererlo, de necesitarlo, hay mucho más en los cuentos de ambas. Los hombres, en general, son personajes secundarios, y, sin embargo, están profundamente presentes en la mayoría de ellos.
"Sigues pensando que siempre tiene que haber un hombre detrás de todo, Susan, como tantas mujeres. ¿Ah, sí? ¿Y tú no?"Paley es más intelectual y menos emotiva que Lucia, más dura y con más conciencia política, con más humor también. Sus narraciones se entrecortan, las escenas se superponen unas a otras, con mucho diálogo, sin trama específica. Uno de sus relatos, uno de los más conocidos (yo lo leí hace muchos años en una selección de los mejores cuentos norteamericano hecha por Richard Ford) trata precisamente de su concepción del cuento:
" -Me gustaría que escribieras un cuento sencillo, sólo uno más -dice-. Como los que escribía Maupassant, o Chéjov, los que escribías antes. Sólo gente identificable y luego explicar lo que les pasa.En definitiva, otro maravilloso libro de relatos escrito por una mujer y donde las mujeres son absolutas protagonistas. O, simplemente, otro maravilloso libro de relatos.
-Sí, ¿por qué no? Eso puede hacerse -le digo. Quiero complacerle, aunque ya no recuerdo cómo se escribe de ese modo. Me gustaría intentar contar una historia así, si se refiere a ésas que empiezan: «Érase una vez una mujer...» y esa frase va seguida de una trama. Siempre he despreciado esa línea recta irremediable entre dos puntos. No por razones literarias, sino porque desvanece toda esperanza. Todo el mundo, sean seres reales o inventados, merece el destino abierto de la vida.”

Lillie, don’t be surprised—change is a fact of God. From this no one is excused.
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I was just tangent to the Great Circle of Life, of which I am one irrevocable diameter, when my mother appeared.
Just when I most needed important conversation, a sniff of the man-wide world, that is, at least one brainy companion who could translate my friendly language into his tongue of undying carnal love, I was forced to lounge in our neighborhood park, surrounded by children.
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She put her two hands over her ribs to hold her heart in place and also out of modesty to quiet its immodest thud.
Once I thought, Oh, I’ll iron his underwear. I’ve heard of that being done, but I couldn’t find the cord. I haven’t needed to iron in years because of famous American science, which gives us wash-and-wear in one test tube and nerve gas in the other. Its right test tube doesn’t know what its left test tube is doing.
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A few hot human truthful words are powerful enough, Ann thinks, to steam all God’s chemical mistakes and society’s slimy lies out of her life. We all believe in that power, my friends and I, but sometimes...the heat.
Silence —the space that follows unkindness in which little truths growl.
I thought, Oh, man, in the very center of your life, still fitting your skin so nicely, with your arms probably in a soft cotton shirt and the shirt in an old tweed jacket and your cock lying along your thigh in either your right or left pants leg, it's hard to tell which, why have you slipped out of my sentimental and carnal grasp?