ALAS DE COLOMBIA EN EL RECUERDO Corría el año de 1910 y en todo el territorio colombiano se programaban y realizaban festejos para conmemorar el primer centenario de la Independencia. Y el pueblito cundinamarqués de Bojacá no fue una excepción. Normalmente era —y ha seguido siendo— un punto de confluencia de nutridas romerías de gentes que acuden al Santuario de la Virgen de la Salud para elevar sus plegarias, plantear a la Milagrosa sus urgencias, ofrecer sus promesas y llevar luego ante el altar los exvotos de cera que representan en figuras concretas y realistas el milagro obrado por la Virgen. Pero además del trasiego corriente de los peregrinos, en este año del centenario Bojacá vivió el bullicio, la alegría y las saetas luminosas de los voladores que celebraban en ese pequeño paraíso sabanero el primer siglo de vida independiente. Y lo que los vecinos de Bojacá nunca esperaron fue verse agasajados por el deslumbrante espectáculo de Domingo Valencia, un loco maravilloso que ya se había hecho conocer como El aeronauta colombiano, y que venía recorriendo ciudades y pueblos con un artefacto inverosímil que llamaban Globo, confeccionado con sus propias manos. El aeronauta convocaba a las gentes con un megáfono de cuerno vacuno en las plazas de los pueblos y con carteles en las ciudades, y, una vez congregada la multitud, que hasta entonces solo sabía de) vuelo de los angeles, Valencia disponía en medio de la plaza un arrume de tamo y leña verde que producía un humo muy espeso. Sus ayudantes desplegaban el globo, y con ayuda de estacas lo colocaban perpendicular a la hoguera. El aeronauta se metía en su canasta, saludaba al público, daba orden de soltar las amarras y ascendía lentamente ante el pasmo de los varones y el san,to temor de las mujeres que pedían a Dios perdón para el intruso y sacrilego que sin respeto...