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26 pages, Paperback
First published January 1, 1833
¿No es el viajante de comercio, personaje desconocido en la antigüedad, una de las figuras más curiosas que han creado las costumbres de la época actual? ¿No está destinado, en un cierto orden de cosas, a marcar la gran transición que, a los ojos de observadores, une la época de las explotaciones materiales co la época de las explotaciones intelectuales? Nuestro siglo ha de ser un eslabón [...con] el reinado de la fuerza uniforme, aunque niveladora, que da igualdad a sus productos, los lanza por masas y se rige por un pensamiento unitario, última expresión de las sociedades. ¿No es el viajante de comercio a las ideas lo que nuestras diligencias son a las cosas y a los hombres? El es quien las transporta, las pone en movimiento y las hace entrechocar unas con otras [...] Este piróforo humano es un sabio ignorante, un burlador burlado, un sacerdote incrédulo que por serlo expone mejor sus misterios y sus normas. ¡Curiosa figura! Este hombre lo ha visto todo, lo sabe todo y conoce todo el mundo. Saturado de los vicios de París, puede fingir la bonachona ingenuidad provinciana. ¿No es él el eslabón que une al pueblo con la capital [...] Se interesa por todo, y nada le interesa [...] Se ve forzado a ser observador so pena de renunciar a su oficio. ¿No está obligado a sondear a los hombres con una sola mirada, a adivinar sus hechos, sus costumbres y, sobre todo, su solvencia, teniendo además, que calcular en cada caso, rápidamente, las probabilidades de éxito, para no perder su tiempo? De este modo, el hábito de adoptar prontas decisiones en cualquier asunto, le hace ser esencialmente juzgador: habla y decide en árbitro [...] Dotado de la elocuencia de un grifo de agua caliente, que se abre y cierra a voluntad, le es posible igualmente detener y soltar sin equivocarse el raudal de su colección de frases preparadas, que fluyen sin cesar y producen en la víctima el efecto de una ducha moral [...] Nadie en Francia sospecha el increíble poder sin cesar desplegado por los viajantes, esos intrépitos arrostradores de ngativas que representan en la última de las aldeas el genio de la civilización y los inventos parisienses, en pugna con la prudencia, la ignorancia o la rutina de las provincias [...] ¡Hablar! ¡Hacerse escuchar! ¿No es esto ya seducir?La elocuencia del Gaudissart nos pierde, nos confunde, nos seduce con promesas y pirotecnias verbales y sólo la monomanía del loco, la viveza provinciana del burlador y el encandilamiento del propio vendedor por hacer negocio parecen poderle hacer frente.