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335 pages, Paperback
First published March 1, 2012
“Liubliana es una conjura de los sentidos, un pasadizo oculto, un acuerdo amistoso entre el ayer y el ahora. Liubliana es el pasado dentro del presente. [...] El tiempo se repite…”
"En el resto del mundo dos años puede ser un lapso razonable, un tiempo de reflexión, de espera; pero en Venezuela dos años son una tortura. Los días no pasan, todo es lo mismo, siempre es lo mismo, la universidad es mediocre, la ciudad es mediocre, tus amigos son mediocres. No hay agua, no hay luz, las autopistas se caen a pedazos. No lo soporto. Todos los días me lo pregunto: ¿qué coño hago yo aquí? ¿Estudiando? Tienes que ver en lo que se ha convertido esa universidad. Más que aprender, en los últimos años he olvidado las cuatro cosas que sabía."
"El mal es Venezuela. A ese país deberían dinamitarlo, lanzarle una bomba atómica. El infierno está en la Tierra y queda en Caracas, es así. Yo lo sé. (...) A nosotros Caracas nos hizo ser los infelices que somos.Perdimos el partido porque nacimos ahí, nunca tuvimos una oportunidad de nada. Nuestro tren pasó, Gabriel, y lo dejamos pasar. Lo dejamos pasar porque nos enseñaron que ninguno de esos trenes era para nosotros, porque nos dijeron que teníamos que echarle bolas caminando y, lo peor, nos dijeron que caminar era de pinga.
Nuestra generación no vale ni media mierda. Nosotros perdimos. Heredamos una idea de país arrechísimo, una vaina con real, con petróleo, con culos, con futuro pero todo fue un bluff, todo era pura paja."
"Yo sabía perfectamente que esa ciudad estaba maldita. Sabía que la vida no tenía valor; que, en cualquier momento, una bala perdida podía destrozarme la cabeza; que mi fallecimiento sería solo una gélida cifra en una estadística inútil e incompleta. Sabía que el poder estaba en manos de un grupo de mercenarios. Creí saber tantas cosas… Pero, maldita sea, cómo me dolió partir; qué difícil fue entrar a Maiquetía con la certidumbre de la fuga, con el decreto de expulsión, con el título nobiliario de extranjero."
El mal es Venezuela. A ese país deberían dinamitarlo, lanzarle una bomba atómica. El infierno está en la Tierra y queda en Caracas [...] Perdimos la partida porque nacimos allí, nunca tuvimos una oportunidad de nada. Nuestro tren pasó, Gabriel, y lo dejamos pasar. Lo dejamos pasar porque nos enseñaron que ninguno de esos trenes era para nosotros, porque nos dijeron que teníamos que echarle bolas caminando y, lo peor, nos dijeron que caminar era de pinga [...] Nuestra generación no vale ni media mierda. Nosotros perdimos. Heredamos una idea de país arrechísimo, una vaina con real, con petróleo, con culos, con futuro pero todo fue un bluff, todo era pura paja.
“Me gusta pensar que los recuerdos no mueren con la carne, que todo aquello que hacemos, que todo a lo que atribuimos un valor se queda escrito con tinta indeleble en la memoria del mundo…”