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199 pages, Hardcover
First published January 1, 1973
Vivir peligrosamente, señores, el peligro nos mantiene despiertos, rápidos en pensar y atacar. Porque si nos echamos con las petacas nos ponemos bonachones, la vida se duerme y uno se acaba.
El hombre está solo y hay siempre un enemigo, el tango lo tiene. Parece cargar el cuchillo tieso y el chimbo tieso, a meter el chimbo o la puñalada, al fin y al cabo el tango es un gran polvo, un polvo desesperao.
Puede ser, recordar es rematarnos, saber que uno está acabao y es hora de borrones, o porque tengo mi manera de olvidar, empuñando en el aire cosas que se fueron.
Esa musiquita en la calle de cantinas más larga del mundo.
La vida, señores, la humanidá, el tiempo, lo paran a uno en la raya. Es verdá, uno no sabe ónde empieza, no sabe ónde acaba, ¡de aquí pa la tumba! No me disculpo, unos perdidos del diablo.
Uno va a la casa y todo estorba, pero sale y está libre y las calles son caminos y andamos aunque no lleven a ninguna parte. Muestran el café, la cantina, las pipiolas, la pelea, el gritón, el hombre que habla solo, el loquito con su tema, los vendedores, la bulla que quiere decir vida.
Arde en el gaznate, arde en los ojos, va calentando el guargüero y se nos acomoda aquí reblujando de lo macho, se nos riega después hasta la punta de los dedos y del pelo y ya todo se olvida y el mundo es bueno y la mujer sincera y el amigo sigue vivo y los demás son leales y la vida no pasa.