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Figure emblématique de ce premier roman, Svevo Bandini est maçon, comme l'était le père de l'auteur. Immigré italien de fraîche date, il s'est installé avec sa famille dans le Colorado. Durant tout l'hiver, Svevo cherche désespérément du travail et finit par trouver une riche maîtresse. Tout rentre dans l'ordre lorsque le printemps revenu, Svevo réintègre le foyer familial. Sa famille, c'est Maria, sa femme, une amoureuse lascive et surtout Arturo, le fils aîné. Rebelle et passionné, Arturo est l'élément moteur du récit. Un garnement qui porte sur ses parents un regard à la fois tendre et sans pitié. Il est d'une certaine manière le double de Fante, qui le suivra jusqu'à sa mort.
La grande force du roman réside dans son caractère quasi autobiographique et une écriture à la fois limpide, drôle et rageuse. À partir de 1940, Fante écrira peu, travaillant surtout pour Hollywood. Bandini est donc une oeuvre majeure, parce que rare et novatrice. Son influence, depuis Bukowski jusqu'à Coppola, a marqué plusieurs générations d'artistes et d'écrivains. --Stellio Paris
266 pages, Paperback
First published January 1, 1938
At once Federico and Arturo left the table. This was old stuff to them. They knew he was going to tell them for the ten thousandth time that he made four cents a day carrying stone on his back, when he was a boy, back in the Old Country, carrying stone on his back, when he was a boy. The story hypnotized Svevo Bandini. It was dream stuff that suffocated and blurred Helmer the banker, holes in his shoes, a house that was not paid for, and children that must be fed. When I was a boy: dream stuff. The progression of years, the crossing of an ocean, the accumulation of mouths to feed, the heaping of trouble upon trouble, year upon year, was something to boast about too, like the gathering of great wealth. He could not buy shoes with it, but it had happened to him.



“El desayuno estaba listo. Oyó a su padre que pedía el café. ¿Por qué su padre vociferaba continuamente? ¿No sabía hablar en voz baja? Por culpa de aquellos gritos, todos los vecinos sabían lo que ocurría en la casa. Los Morey vivían al lado mismo: pues no se les oía ni estornudar, nunca nunca; gente silenciosa y tranquila los norteamericanos. Pero a su padre no le bastaba con ser italiano, tenía que ser un italiano escandaloso.
—Arturo —exclamó la madre—. A desayunar.
¡Como si no supiera que el desayuno estaba listo! ¡Como si todo Colorado no se hubiese enterado ya de que los Bandini estaban desayunando!
Detestaba el agua y el jabón y no alcanzaba a comprender por qué había que lavarse la cara todas las mañanas. Odiaba el cuarto de baño porque no había bañera. Odiaba los cepillos de dientes. Odiaba el dentífrico que compraba su madre. Odiaba el peine de la familia, engorrinado siempre con la argamasa del pelo de su padre, y aborrecía su propio pelo porque siempre se le despeinaba. Pero sobre todo detestaba su cara manchada de pecas y que parecía una alfombra sobre la que hubiesen desparramado diez mil peniques cobrizos. Lo único que le gustaba del cuarto de baño era el madero suelto del rincón. Debajo escondía ejemplares de Scarlet Crime y Terror Tales.
—¡Arturo! ¡Que se te enfrían los huevos!
Huevos. Dios del universo, cuánto aborrecía los huevos.”
