Cada nuevo libro de Ángel Olgoso supone un festín no solo para los degustadores del relato sino también para los amantes de la literatura fantástica. Las veinte nuevas historias recogidas en Las frutas de la luna nos muestran visiones oscuras y atmósferas inquietantes, desde perspectivas siempre vertiginosas. El autor, cuentista de culto y referencia ineludible en la narrativa breve actual en español, vuelve a entretejer con lirismo la lógica y el asombro, la maravilla y el horror. La imaginación desbordante de este libro brinda al lector páginas llenas de mundos posibles e imposibles, tan extraños como poblados de belleza.
Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Granada. Publicó su primer libro de relatos, Los días subterráneos, en 1991, aunque se dedica a ese género en exclusiva desde 1978. Después siguieron La hélice entre los sargazos, Nubes de piedra, Granada, año 2039 y otros relatos, Cuentos de otro mundo, El vuelo del pájaro elefante, Los demonios del lugar (Libro del Año 2007 según La Clave y Literaturas.com y finalista del XIV Premio Andalucía de la Crítica), Astrolabio, La máquina de languidecer (Premio Sintagma 2009), Los líquenes del sueño. Relatos 1980-1995 (finalista del XVII Premio Andalucía de la Crítica), Cuando fui jaguar, Racconti abissali y Las frutas de la luna. Su trayectoria ha sido avalada por la inclusión de relatos suyos en más de treinta antologías sobre el cuento y por numerosos premios, entre los que destacan el de la Feria del Libro de Almería, el "Gruta de las Maravillas" de la Fundación Juan Ramón Jiménez, el Caja España de Libros de Cuentos y el Clarín de relatos convocado por la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. En la encuesta sobre los más destacados libros de relatos publicados en España entre 2007 y 2012 (llevada a cabo en el blog de referencia sobre el cuento El síndrome Chéjov entre críticos, autores, especialistas, libreros y editores), ha sido el autor más mencionado y con más libros, acompañado por los veteranos Alice Munro y Juan Eduardo Zúñiga. La crítica lo considera un maestro del relato breve y fantástico: Tiene una capacidad verbal e imaginativa que es una excepción en la literatura que ahora mismo se escribe en España (Justo Navarro). Ángel Olgoso es un escritor de culto, un maestro del cuento y de lo inquietante, con una prosa rica y exacta y la mejor artillería perturbadora, oscura y fantástica (Juan Jacinto Muñoz Rengel). Un escritor de la estirpe de Borges y de Felisberto Hernández, de los que poseen una abrumadora capacidad de fabular y de resumir la vida, y sus enigmas, en dos páginas. Estos cuentos, de cuentista estricto, en los que hay una alquímica fusión de realidad y ficción, con ese extrañamiento feliz que redondea las narraciones, dan una idea de su imaginación, de su elegancia narrativa y de sus variados recursos (Antón Castro). Un autor casi secreto y sin embargo deslumbrante (Fernando Iwasaki). La obra de Olgoso despide el aroma y el sabor de esa fórmula que creíamos perdida: la felicidad de la pura literatura (Jesús Ortega). Tiene la capacidad de contarnos cada relato como si sintiéramos que está construido para nosotros, tallado en exclusiva como una piedra preciosa (Miguel Ángel Muñoz). Olgoso escribe desde la perspectiva de quien percibe la extrañeza del mundo. Lo fantástico, la historia, las mitologías, un lenguaje evocador y exacto que esquilma las posibilidades léxicas del castellano, el eco de autores imprescindibles -Borges, Calvino, Cunqueiro, Kafka, Perucho, Cortázar-, la subversión de las reglas que gobiernan la realidad: todos estos elementos contribuyen a crear una atmósfera donde conviven el estremecimiento y el goce estético (Manuel Moyano). Un escritor que trabaja sus textos con la intensidad del poeta y la precisión del narrador eficiente (Santos Domínguez) Francisco Morales Lomas, en su libro Narrativa andaluza fin de siglo (1975-2002), relaciona la escritura de Ángel Olgoso con la tradición antirrealista que procede de las vanguardias. Otros críticos lo creen continuador y renovador de la mejor tradición de la literatura fantástica. El sombrío cosmos de sus relatos, hecho de atmósferas desasosegantes y vertiginosas, remite también al de artistas gráficos como Kubin, Füssli, Delvaux o Escher. Ángel Olgoso es, además, miembro de la Amateur Mendicant Society de estudios holmesianos y fundador y Rector del Institutum Pataphysicum Granatensis (organismo dependiente e independiente del Colegio de Patafísica francés), donde ha otorgado el rango de Sátrapa Trascendente -entre otros muchos escri
El patafísico granadino lol. Nunca encontraré la máquina de languidecer.
Lugrís q se agobia x ver todas las caras del mundo a la vez tenia miedo a la unidad El aramundos es buen personaje La monja con el pene de Dios en la boca es gracioso El discípulo de Friedrich pues
Si alguien me preguntara alguna vez en qué consiste escribir bien, creo que la única respuesta sensata que se me ocurriría sería esta: Escribir bien es escribir como lo hace Ángel Olgoso. Y si alguno no conoce todavía la escritura de Ángel Olgoso, puede que ya haya llegado el momento de enmendar esa falta. Nada más fácil para ello que hacerse con un ejemplar de su último libro, Las frutas de la luna, donde una vez más el autor andaluz vierte todo su talento de armador concienzudo y elegante, de auténtico prestidigitador de las letras, para llevarnos por un universo sensorial y lúcido donde no tienen cabida ni las certezas ni las categorías incuestionables. Por resumirlo de alguna manera, se podría decir que la prosa de Olgoso recuerda a las exquisitas filigranas de los templos sagrados de Jaisalmer o a los más refinados arabescos de La Alhambra. Olgoso construye sus historias con la delicadeza del artesano más refinado, hasta construir una pieza no solo magníficamente elaborada, sino ante todo sugestiva, exuberante, subyugadora.
Pero no es solo el estilo lo que hace de cada relato de Ángel Olgoso una auténtica pieza de museo. El talento para la fabulación del escritor granadino alcanza niveles difícilmente igualables. No resulta sencillo, en ese sentido, describir de qué habla Las frutas de la luna. En total, son veinte los relatos que dan forma a este libro, y cada relato esconde dentro de sí mismo multitud de miradas convergentes o dispares, de heridas intangibles y de sospechas apenas vislumbradas. Por resumirlo de alguna manera, me voy a permitir reproducir unas cuantas líneas del primero de ellos, «Contraviaje», donde se narra con una belleza nada gratuita uno de los muchos posibles finales al universo tal como lo conocemos. Así pues, diremos que dentro de Las frutas de la luna podemos encontrar…
«… desde lo más ínfimo a lo más exorbitante, las cosas más peregrinas y los actos más distraídos, las somnolencias y las esperas, la fiebre de los horarios y de los litigios, las fotografías sin revelar, las tareas escolares detestadas, los ripios de enamorados, una bombilla que parpadea bajo la tulipa de un portal, la sombra de una piedra porosa sobre la rala hierba de un camino, los fogonazos y las germinaciones, las arrugas y las mariposas, las gemas y las miasmas, la triste y sucia osamenta de los barrios industriales, el crujido de una rama de fresno durante la tormenta, un cuchillo que desciende contra una verdura remojada o un animal muerto, las pavesas de un incendio, una rueda que derrapa apenas sobre la grava de una curva…»
Tampoco resulta sencillo escoger unos relatos del libro en detrimento de otros, y menos aún tratar de resumir su argumento (que va más allá de la lógica de la trama imperante en las novelas de consumo). En cualquier caso, y para no extenderme demasiado, me atrevería a señalar —solo a modo de ejemplo— el cuento titulado «Suero», donde en apenas unas páginas se sintetiza el sustrato más íntimo de la relación entre una madre y una hija a lo largo de toda una existencia, todo ello aderezado con el exquisito estilo de Olgoso; o «Dibujé un pez en el polvo», donde se nos cuenta el ocaso de abandono e indiferencia en que la divinidad creadora va pasando sus últimos días, lejos ya de las preocupaciones de los humanos y ausente casi por completo de sus vidas; o «El confeti de nuestras cenizas», donde un largo travelling a través del tiempo va enlazando diferentes épocas bajo el nexo de un viejo bastón cuya propiedad se traspasa de mano en mano. Son, en cualquier caso, los diferentes matices y el tono con que cada uno de los relatos está construido lo que otorga al libro esa dimensión a medio camino entre el lirismo y la belleza absoluta que no puede dejar de subyugar al lector. Como todos los libros de Ángel Olgoso, Las frutas de la luna debe disfrutarse a sorbos breves, espaciados, ligeros; no es un libro que pida ser devorado con ansiedad, sino degustado con lentitud y calma. Y también —por qué no decirlo— una magnífica ocasión para dar respuesta a todos los que alguna vez se han preguntado en qué consiste la verdadera literatura.
Ángel Olgoso es un autor que debería ser más conocido. Por varias razones. Tiene un estilo único, peculiar, y además es de los autores que crean todo un personaje alrededor suyo, y nunca se salen del mismo. El Colegio del Patafísica es su escenario, y Ángel Olgoso ejerce dentro del mismo como oficiante, pero también como el autor Ángel Olgoso. Esta literatura a todos los niveles aparece en toda su extensión en Dybbuk, quizás uno de los mejores relatos de este libro. No porque servidor de ustedes aparezca en él, sino porque sobre la figura del sosías muestra claramente el desdoblamiento entre el autor y la persona, paradoja que explica, mutatis mutandis, los que estoy explicando aquí: no existe la persona, existe el autor como personaje construido por la persona, pero que oculta y sustituye a la persona. Tema que, por cierto, le resultaba muy atractivo a Bioy Casares, pero que también usó Borges en uno de sus relatos, donde se encuentra consigo mismo. A veces han comparado a Olgoso con Borges, pero muy pocos con Bioy casares. O nadie. Y yo creo que se parece más a éste. Dicho esto, el problema es que esta recopilación no tiene mucho más que salvar. El autor Ángel Olgoso se especializaba en el hiperbreve, cuentos de una página, cortos como un haiku, y que describen sensaciones, listas, suspiros. Desgraciadamente, no parece funcionar de la misma forma en formato largo. A veces parece que se trata de acumular palabras ignotas y listas de descripciones, sensaciones u objetos, sin que avance o siquiera aparezca la trama. Del último relato, “La montaña de los gigantes a la caída de la tarde”, fui incapaz de entender siquiera el punto de vista o qué estaba contando. Pero oye, tampoco me gustó Tlön, Uqbar. Cada cual tiene sus cosas.