He aquí una novela sobre eso que suele llamarse enfáticamente, pero no siempre con acierto, "la vida misma", con sus contradicciones y hermosas torpezas, con sus glorias efímeras y promesas de felicidad. He aquí una historia, fragmentaria y sutil, para y sobre una época de precariedad pero también de resoluciones. He aquí una ficción llena de realidad que nos lleva del exterior, o, mejor dicho, desde los exteriores, de un Madrid post-15-M hasta el mundo interior del narrador, quien aspira a rodar una película (su película, la de todos, también la nuestra) con otro grupo de ilusos como él mismo. He aquí una novela sobre el arte y sus actores. La gravedad de algunos jóvenes de este tiempo, la incertidumbre y el miedo, el amor y el desamor. El placer y la admiración, es decir, el deseo, pese a quien pese. Las estéticas del suicidio y su posible juicio humorístico también. El retrato del artista post-adolescente y la pérdida; y la rebeldía contra esa pérdida... A pesar de su brevedad, estas páginas ofrecen, más allá de las citas y los guiños, una particular forma de lucidez, un sentido y un análisis especiales de las cosas que no renuncian a la más "simple" belleza del mundo, encerrada tanto en los Grandes Espacios Abiertos como en los Gabinetes de Lectura y en los Cines; en los Cuartos de los Siempre Jóvenes, heridos por una luz luminosa y al mismo tiempo generadores de nueva luz.
Quien se acerque a este libro buscando sólo una trama, un cliché, un argumento, se equivocará: es un texto híbrido; lo que quiere decir, según los diccionarios, que procede de dos individuos de distinta especie: un joven y alguien que pronto dejará de ser joven... He aquí, y no tememos "adelantarnos", una de las claves de esta novela. Las otras cinco ya fueron enunciadas por Italo Calvino en su clásico Seis propuestas para el próximo milenio (éste que ya vivimos): levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad.
Trueba encabeza el libro con Ribeyro: «Escribir es darle caza, escribiendo, a una idea siempre fugitiva». Las ilusiones: sesenta páginas que desvelan cómo funciona el pensamiento de este director de cine que prefiere «acabar antes, con el simple enunciado de algo, algo por venir. El nacimiento de un amor, quizá». Creación cinematográfica como translación de lo inefable/la duda, la forma subjetiva de moverse.
"¿Y todas esas cosas que oigo, o que me cuentan, esas anécdotas que siempre me digo que hay que meter en una película? ¿Dónde están? ¿Por qué no recuerdo ahora ninguna?"
"[Los cineastas] Pasan mucho tiempo sin trabajar. Y es muy importante a qué dedican su tiempo libre. Su tiempo libre, de alguna forma, es su trabajo."
"A veces tengo la sensación de que voy buscando una historia que encaje en la película que siento por dentro."
"En lugar de hacer una película sobre una idea, hacer una película llena de ideas sobre posibles películas."
Perder el tiempo como obra de arte. Muchas gracias Jonás Trueba te quiero mucho.
Cuando me lo leí, hace unos siete años, lo sentí muy mío, muy de nosotros, los ilusos. Ahora no tanto por madurez, sino por escarmiento, lo siento más ajeno. Es imposible que no me apele, por profesión le toca a uno, pero ya no siento tanta esperanza, ese carro cegado que tira contínuamente de uno. Y es precisamente eso lo que le achacaría, demasiada esperanza. Demasiado divagar. Y entiendo que en el divagar está la gracia, pero ya no siento la energía sin rumbo de la novelle vague como la siente Jonás. Pero es interesante, no le quitemos eso. Probablemente mucho mejor material para cualquier persona que esté en proceso de creación que cualquier otro cuadernillo creativo. 3,5 actual y puede que 4,5/5 para mi otro yo teenager.
Los cuadernos de notas y diarios personales tienen una cualidad especial en su facilidad para mostrar, entre dudas y destellos, cómo las ideas toman forma. Durante su periplo italiano, Andrei Tarkovski compartía en sus apuntes, que acabaría publicando como su Martirologio, el comentario sobre la última película de Lucio Fulci con la búsqueda del operador de cámara adecuado para Nostalghia. Así, lo mundano convive en el mismo espacio de papel en blanco con el trabajo, como dos esferas habitualmente separadas que solo el diario consigue unir. He ahí su importancia a la hora de no favorecer un pensamiento en lugar de otro, de exponer ante el lector los múltiples caminos, en falso o no, que se abren durante un proceso creativo.
Más que una continuación literaria, Las ilusiones es una puesta en forma de aquello que aparece en Los Ilusos: un catálogo de cosas, de ideas cazadas al vuelo, de diferencias y repeticiones, que encuentra su ritmo en las páginas de esta breve obra a medida que su autor, Jonás Trueba, perfila las conexiones entre sí. Todo empieza con una intuición, un detalle que despliega una escena: hace frío y ella utiliza el secador del pelo para mantener caliente la cama. ¿Y luego? Luego, como en Italo Calvino, la escena es el punto de partida para muchas historias, para relaciones intuitivas que apuntamos en una hoja y borramos según nos vienen otras más interesantes.
En Las ilusiones, Trueba deja que sea la vida, cotidiana y minúscula, la que filtre sus propuestas para una película futura. El trabajo surge, precisamente, de ahí. Como él mismo explica, resulta interesante percibir que todo ese tiempo que, a primera vista, parece perdido -un tiempo donde el mundo se mueve haciéndonos creer que permanecemos inmóviles-, en realidad ha generado una serie de ilusiones y destellos sobre los que se construye una historia. También deseos, como los de filmar un rostro como si se tratase de un paisaje o atrapar, sin caer en la melancolía, ese sentimiento vital que sobrevuela tus recuerdos. En eso consiste el encanto de Las ilusiones, en ilustrar el toma y daca con que un cineasta aborda sus historias, en seguir la travesía de cada idea desde que aparece como una diminuta intuición hasta que se convierte en el nombre del personaje femenino que acompañará al protagonista del relato.
Además de por su carácter ecléctico y su vocación irregular, los diarios permiten una visión privilegiada de la escritura y de la imaginación; son la llave de acceso que nos concede la posibilidad de intimar con las ideas. Lo hermoso de Las ilusiones radica en su capacidad para invitarnos a perdernos entre sus páginas, a observar cómo las ideas se repiten, también los temores, a notar que su autor parece agarrar algunas con todas sus fuerzas, como quien caza una ballena, mientras desecha otras en una línea. En suma, nos sumerge en la parte desnuda, personal y humana de la escritura, donde la vida, y nada más, es el material del que están construidas las ideas.
Todo diario o cuaderno tiene algo de manual de instrucciones, porque de alguna manera nos enseña a montar, a entender, el porqué de las obsesiones y anhelos que plasma en sus páginas. En otras palabras, nos pregunta si queremos acompañarle durante el viaje. El cine quizá sea la expresión perfecta de esta última idea, porque en cada película se encuentra la invitación a acompañar las imágenes, las historias y los personajes. La formación de un sentimiento de pertenencia que establecemos con lo que se cuenta. Me gusta pensar que Las ilusiones es, también, una exploración de ese sentimiento, de la voluntad de escribir y contar historias, porque es otra manera de poner en común lo que somos y quiénes somos. Por eso, en la escritura frágil, desordenada e íntima, repetitiva e impulsiva de esta pequeña obra de Jonás Trueba se encuentra uno de esos sentimientos que conviene cuidar: en lugar de tratar de sustituir el cine por la vida, intentar que ambas esferas, tan separadas a veces como lo mundano y lo creativo, convivan acompañadas la una por la otra. En ese equilibrio, delicado e íntimo, gravita lo mejor de Las ilusiones.
Pensar al tiro de cámara, la vida en los milímetros que sea, pero en esa cadencia de cine al pie de lo cotidiano, en la grandeza burguesa novetayochista (y qué) de ilusiones ilusas ilusiones, dispuesto a crear. Cautiva; abrigo largo, café, adoquines en extinción, como ese mundo en sí mismo. "Su tiempo libre, de alguna forma, es su trabajo"; "la suerte de vivir unos años en los que perder el tiempo podía ser considerado una obra de arte"; "ella preguntará si va a cuidarla". Y así. Un gusto a retazos.
No sabía que eran unas notas sueltas de cuadernos del autor. Y la verdad es que no me ha gustado, no le he encontrado el sentido. Quizá no he leído en profundidad, o quizá es que no estoy hecha para este tipo de formatos.
Notas que se podrían haber quedado en eso. Ideas, pensamientos que podrían ligarse y llegar a algo, pero no. Da la sensación de ser un inicio de tweet que acabas borrando porque piensas que a quién va a interesar.
Libro experimento. Notas aisladas y random a partir de que a Trueba se le ocurre la idea de una película. Disperso, sin rumbo. Tiene muy buenos momentos.