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232 pages, Paperback
First published January 1, 1923
Pero a Vasya no era fácil vencerla con palabras. Estaba decidida a exigirle cuentas. ¿Por qué no vivía como un comunista? ¿Por qué tiraba el dinero en frivolidades mientras la pobreza y el hambre crecían a su alrededor? […]
—Entonces, ¿qué hay de malo en que compre algunas cosas y quiera arreglar mi casa? ¿Es que tengo que vivir toda mi vida en casas-comuna? ¿Y por qué estamos peor que los obreros norteamericanos? Deberías ver cómo viven allí. Tienen su piano, su Ford y su moto.
Entretanto, la servicial María Semyonovna había entrado en el comedor varias veces. Quería servir la comida y vio que aquella pareja reñía en el momento que se reunían. Así pasaba con la «gente distinguida» de verdad, a la que había servido antes de la Revolución. Aquéllos y los comunistas, todos eran iguales. Sólo que aquello era malo para la comida, que se estropearía de tanto esperar.
—Tienes que creerme, Vasya: lo peor de todo es que Nina era virgen cuando nos acostamos por primera vez... Era pura...
—¿Pura?
Vasya sintió una punzada en el corazón, como si una aguja finísima lo atravesase. Tiempo atrás, en 1917, la noche aquella, en el cuartito de Vasya, él había afirmado: «Reservo mi corazón para una muchacha pura»; y después, la primera noche de su amor, mientras la acariciaba: «No, no hay nadie en el mundo más puro que tú.»
—¿Pura? ¡Qué tonterías dices, Vladimir! ¡Qué tiene que ver el cuerpo con la pureza! Hablas ya como un burgués.
—Intenta comprenderme, Vasya. Yo no lo pienso, pero ella sí. Para ella es una tragedia el que yo la haya poseído sin estar casados. Ahora piensa que está «perdida» para siempre. No puedes comprender todo lo que sufre. Llora constantemente. Intenta comprenderlo, Vasya. Ella piensa de distinta manera que nosotros los proletarios.
Ella no se creía que Nina Constantinovna le amase. Sólo le manipulaba para sacar el máximo partido de ambos hombres. Vasya la odiaba, pero no por ser una prostituta, sino por su manifiesta falsedad. Muchas prostitutas eran mejores que la llamada mujer decente.
Hubo una época en que no la apreciaba. Pero ahora que todo lo comprendo, sólo siento simpatía hacia usted, por todas sus lágrimas, por todos sus sufrimientos y dolores de mujer. Le deseo que sea feliz, como se lo desearía a una hermana. Dé recuerdos míos a Vladimir y dígale que cuide mucho a su esposa.
Le mando mi nueva dirección. Si me escribe responderé, porque no somos enemigas, Nina Constantinovna, aunque sin querer nos hayamos causado mucho daño. Pero ninguna de las dos queríamos herirnos.
¿Necesito yo a Vladimir? Lo he pensado mucho, lo he pensado muchas veces. Ahora me doy cuenta de que puedo vivir sin él. Si Volodya, «el americano», volviese, sería diferente. A él es al que añoro, Grusha, al viejo Volodya. Pero «el americano» murió. ¡Nunca volverá! Entonces, ¿por qué atormentar a Nina? ¿Por qué perturbar la felicidad de esa pareja? ¿Qué me importa a mí «el director»? No lo necesito.
Estaba furiosa contra la mujer de Fedosseyev. ¿Por qué? No lo sabía. Al defender a Fedosseyev defendía a Vladimir. Al defender a Dora veía la sombrilla blanca de encaje y los labios rojos de Nina.