En El disputado voto del señor Cayo, Delibes aborda un tema que es una de las grandes tragedias de nuestro tiempo: el abandono del campo. A uno de los muchos pueblos prácticamente vacíos y en ruinas del norte de Castilla llega un grupo de jóvenes militantes de un partido político a hacer propaganda electoral. Los recibe el señor Cayo, uno de los dos vecinos que quedan en el pueblo. Su vida es casi robinsoniana, su hablar reposado, lleno de una ancestral sabiduría que infunde un hondo sentido humano de su persona. El lenguaje crudo y desenfadado de los jóvenes que le visitan, cultos a veces, inconscientes otras, es el contrapunto necesario para poner en evidencia la distancia que separa dos culturas, dos formas de vivir y de ver el mundo. Una que desaparece sustituida poco a poco por otra urbana, ruidosa y masificada.
Miguel Delibes Setién was a Spanish novelist, journalist and newspaper editor associated with the Generation of '36 movement. From 1975 until his death, he was a member of the Royal Spanish Academy, where he occupied letter "e" seat. Educated in commerce, he began his career as a cartoonist and columnist. He later became the editor for the regional newspaper El Norte de Castilla before gradually devoting himself exclusively to writing novels. He was a connoisseur of the flora and fauna of Castile and was passionate about hunting and the countryside. These were common themes in his writing, and he often wrote from the perspective of a city-dweller who remained connected with the rural world. He was one of the leading figures of post-Civil War Spanish literature, winning numerous literary prizes. Several of his works have been adapted into plays or have been turned into films, winning awards at the Cannes Film Festival among others. He has been ranked with Heinrich Böll and Graham Greene as one of the most prominent Catholic writers of the second half of the twentieth century. He was deeply affected by the death of his wife in 1974. In 1998 he was diagnosed with colon cancer, from which he never fully recovered.
Un libro que ha envejecido tan bien que se podría considerar que sigue estando de actualidad. Publicado durante la transición, en momentos de efervescencia democrática, nos trae a un partido progresista, posiblemente el PSOE, con unos jóvenes ilusionados ante el futuro. Se acercan las elecciones y hay que buscar hasta el último voto. Eran tiempos distintos, pasquines, folletos, brocha y cola para los carteles, mítines electorales... Pero aunque lo pueda parecer no es ese el tema central de la novela, sino la España vacía o vaciada que se dice ahora. Pueblos en los que apenas quedan algunos viejos, los jóvenes marcharon a las capitales buscando un futuro mejor, salir de aquellos pueblos en los que no hay "nada" aunque esté todo. La historia transcurre en esa tarde en la que el grupo de jóvenes llegan a un pueblo y se encuentran con el señor Cayo. Un "paleto" al que uno de ellos trata con la prepotencia típica del que sabe más que nadie, del que ha estudiado una carrera, pero que desde la mayor de las humildades, y la sabiduría de lo mucho vivido termina dándoles una auténtica lección de vida. Un mundo que no necesita tanto de ideologías y cultura urbana, un mundo que seguro que muchos envidian porque en él no falta nada.
Siempre he disfrutado con los libros de Delibes, un autor sobrio, con un lenguaje sin florituras con el que es capaz de construir frases precisas y contundentes, llenas de significado y para nada vacías. Una magnífica lectura para entender mejor el mundo en el que hoy vivimos.
Este es, junto con "La lluvia amarilla" de Julio Llamazares, el otro pilar narrativo de la demotanasia, la lenta muerte del medio rural. No he encontrado en él lo que creía, sino algo aún mejor, aunque también un pequeño desengaño. Mejor en cuanto a la temática, que es de mayor ambición de lo que yo esperaba. No hay solo una crítica a la apisonadora política, al sistema que arrasa con todo para salirse con la suya; no hay solo un retrato de una época determinada, la de la llegada de la democracia; no solo una denuncia al olvido del medio rural por parte de la moderna civilización urbanita. No solo eso. Hay, además, varios temas de fondo de calado filosófico, antropológico: el deber social en contraposición a la libertad individual, el relativismo de la importancia cultural y el odio al prójimo. Tres miembros del partido viajan a un pueblo para conseguir el voto de un paleto, pero el encuentro tendrá sobre el futuro diputado el efecto de una epifanía. No por ningún discurso que le dé el lugareño, sino por la propia existencia de este. El mundo que nace se encuentra con el que muere, y el peso de la culpa cae a plomo sobre el reflexivo hombre venido de la ciudad. Culpa por el olvido, por el desprecio, por la soberbia de un modo de vida que se ha creído por encima del otro y le ha dado la espalda. Esperaba yo un combate dialéctico entre el político comprometido y el viejo sabio, pero no, no es eso lo que se da en estas páginas. En apenas una tarde, el hombre de campo, sin exhibiciones, en su quehacer diario, demuestra unos conocimientos del medio, de la vivencia, de la naturaleza, del sobrevivir por sí mismo día a día, fuera del alcance de los cultos visitantes; un modo de vida distinto, ajeno a lo que para ellos es el centro de importancia de sus vidas. Una ajenidad que los hace parecer de civilizaciones distintas. Y quizás, aprenda el lector, así sea. Pero decía yo antes que también me ha defraudado un poco esta novela, y sorprendentemente ha sido en el terreno de la creación literaria. Delibes estructura el relato en tres partes, y la última sobra casi del todo. Que sus compañeros de la sede vean cómo le ha afectado al diputado la visita no aporta nada, además de añadir un final abrupto, falto de clímax, en el que solo tiene valor una frase desesperanzada que bien podría haber sido dicha como conclusión muchas páginas antes, para cerrar magníficamente la novela. Además de ese fallo de estructura, a veces se nota cómo el escritor intenta eludir la repetición (llama a los asientos del coche butaca y sillón) así como una cierta dificultad en la exposición de los diálogos a varias bandas. Contra eso, volviendo a lo positivo, cabe decir que es espléndido el retrato que hace en las primeras páginas de los jóvenes ambiciosos en una recién nacida democracia, y que la parte nuclear del libro, la que transcurre en el pueblo, es magistral, un chorro de literatura al alcance de muy pocos escritores. Una tarde transformadora en un entorno mágico, narrada con un vocabulario bello, arcaico, que exige tener el diccionario a mano. El contenido de esas decenas de páginas es la antorcha que ilumina el resto de la novela en mi recuerdo, una novela que crece tras su lectura y me recuerda, precisamente, que la literatura es crecimiento.
Cada cierto tiempo necesito volver a Delibes, a su casa de letras bellamente ensambladas, sobre todo cuando me hace falta curarme de alguna lectura que se me ha atragantado. Sigo desgranando, poco a poco, la obra impagable que nos dejó en herencia, y cada nuevo libro despierta en mí lo mismo que los anteriores: un sentimiento de cálida intimidad doméstica, una especie de alegría tranquila y familiar. Incluso cuando habla sin ambages de las grietas de esta España nuestra y las deficiencias de sus gentes (que son, a mi modo de ver, universales), lo hace de una forma tan sosegada y tan poco dañina que consigue, a pesar de las fisuras por doquier, ponerme a bien con la vida. Todo un milagro, cada nueva lectura del redentor Delibes.
¡Ya hubiera podido alargarla un poco más...! Aunque igual el mensaje y la rotundidad y la moraleja perderían fuelle. Actual debate de los entendidos de pupitre y sala de conferencias con la sabiduría de vivencias y del pasado que nunca deja de ser futuro, a no ser que intervengamos -malamente- en él. Un Delibes de cajón: lenguaje soberbio, y sencillo, con la pausa justa para dejar un desaliento profundo; también una herida sin curar.
Leer a Delibes es siempre un ejercicio de admiración, su dominio del lenguaje es increíble, conoce las palabras y sabe como usarlas para construir frases y párrafos elegantes, precisos, llenos de significado y sin un ápice de cursilería ni vacuidad. Trasluce siempre cariño por el campo y los que lo habitan. La trama es conocida y además el título no deja lugar a dudas, uno ya sabe lo que va a leer pero aún así, Delibes deslumbra.
Tres jóvenes recorren los pueblos del campo burgalés para intentar captar el voto de los lugareños para su partido (que suponemos es el PSOE) y llegan al pueblo del Sr. Cayo que los deja completamente desarmados con su conocimiento del campo, del tiempo, con su visión de la vida y su manera de enfrentarse a la realidad. A Cayo lo que ellos vienen a contarle no le importa nada, está mucho más allá de ellos, de las elecciones, del partido. Delibes no idealiza el campo ni idealiza a Cayo. No oculta su machismo, los odios enconados que habitan en los pueblos y que perduran durante años representados con terribles actor de crueldad y desprecio, la pasividad y el rechazo al cambio. La vida en un pueblo no es idílica, no es un edén perdido al que el habitante de la ciudad debe volver para reencontrarse con todo lo bueno que ha perdido en la vida urbana. Delibes retrata las miserias rurales al mismo tiempo que demuestra el valor de vivir en contacto con la naturaleza, de conocer el entorno que nos rodea, de la vida sencilla, más sencilla que en las ciudades que no quiere decir que sea ni más fácil ni menos interesante.
Dos cosas me han llamado muchísimo la atención. La primera de ellas es que los personajes de los jóvenes – Víctor y Rafa– han quedado completamente pasados de moda. La manera en la que hablan, la ropa con la que te los imaginas, el coche que conducen, las cosas que dicen, la proclamas que enuncian para conseguir el voto, huelen a naftalina, a pasado de moda. Son la modernidad pero es una modernidad de 1970 que, ahora mismo, nos chirría. Cayo, sin embargo, sigue siendo actual, no ha pasado de moda ni lo que dice ni cómo lo dice. Aún quedan Cayos, pocos, pero lo que significa sigue teniendo mucho sentido. El segundo aspecto que me ha sorprendido es el feminismo de Delibes, no me lo esperaba. El personaje de Laly es, con mucho, el más interesante de la novela. Su actitud frente a Cayo está en el justo medio: le respeta por lo que sabe y por lo que es pero no se deja engatusar por él. La postura de Cayo hacia su mujer «la única manera de tratar a una mujer es ponerle una almohada en la cara» lo coloca como representante de todo lo que ella rechaza pero no se enfrenta a él, no sé si por miedo o porque sabe que Cayo es un producto de otra época y que no podrá cambiarlo. Sin embargo, frente a las actitudes profundamente machistas de sus compañeros no se calla y les echa en cara actitudes que ahora, cuarenta años después, seguimos viendo día a día. La mujer de Cayo es muda, algo muy simbólico pero Laly no se calla frente a sus compañeros. «El Partido me dirá que sí, que muy bien, que todo eso de la reivindicación de la mujer es positivo, el rollo de costumbre. Pero, a la hora de la verdad, ¿qué? Encogimiento de hombros y sonrisas condescendientes, eso es lo que nos da el partido. No te engañes, Víctor, nuestra lucha se acepta como un coñazo social; no nos lo tomamos en serio más que cuatro docenas de mujeres.» Ahora no somos cuatro docenas de mujeres pero la condescendencia y el considerar el feminismo un coñazo social lo vivimos cada día. Delibes profético.
Escriña, teso, hornilla, dijo, carrasco, humenón, tetón, gárgol, hornera, malrotar, coral, recial, escales, campera, baribañuela. Qué placer descubrir palabras y su significado, que angustia pensar que pronto desaparecerán porque ya no habrá nadie que las use ni nadie que las escriba.
He leído la novela con gusto porque yo tengo buen perder, pero al comprobar que las reacciones de otros lectores son unánimemente entusiastas he ido enfurruñándome y sobredimensionando sus puntos flacos.
Se ha visto en esta novela, con razón, una advertencia sobre el «vaciado» de la España interior. Ahora bien, la despoblación, efectivamente, se enuncia, pero no se explica, ni mucho menos se resuelve. El Señor Cayo es un Robinson feliz, que vive al margen de la Historia, con sus labores y sus liturgias... Como si el campo no hubiera sido el epicentro de la lucha social —y electoral— en todo el siglo XX.
En cuanto a la forma, me parece que el contraste entre los personajes se recalca de forma artificiosa, atribuyéndoles tics lingüísticos que repiten machaconamente. Y luego, nada más entrar en escena el señor Cayo la novela se llena de palabros extraños: dujo, teso, escriñar, lamerón, banzo, malrotar, almorrón, chamoso, recial, ejarbe... Me suele gustar que la literatura traslade la alternancia de código y las variantes dialectales que existen en el mundo real, pero Delibes lo hace aquí con excesiva suficiencia, como diciendo «el que entienda, bien, y el que no, que arree». Va a resultar que el campo era, después de todo, un código.
En cuanto a la novela en sí, es realmente una novela sencilla de leer pero que de nuevo nos deja pensativos. Nos encontramos a días de las primeras elecciones democráticas en España en 40 años y en el frenesí del seno de un partido sin nombre pero que más o menos queda claro que es el PSOE, unos candidatos a diputados quieren recorrer los últimos pueblos sin visitar, unos pueblos perdidos de la montaña donde el tiempo es otro, el ritmo de vida diferente y su conocimiento/cultura ancestral diverge del progreso y forma de pensar de las ciudades. Así pasan por pueblos abandonados, y llegan hasta el señor Cayo, el único habitante de un villorrio junto a su esposa muda y otro vecino con el que no se habla. Este señor Cayo representa a esa España abandonada, olvidada, que tanto importaba a Delibes, esa España que con su forma de hacer las cosas, ver y vivir la vida, moría poco a poco. Un 7,5
Delibes sigue siendo uno de mis escritores favoritos. Por cierto, en este libro publicado en 1978 ya se encuentran muchos de los debates presentes actualmente en la esfera virtual de la política, desde el papel de la tradición, la memoria, las esencias, el papel de la familia tradicional, la disolución de los lazos familiares, la llamada política útil, etc., etc.
Qué bonito ha sido releer este libro en Chiribitil. El dolor por un mundo campesino que desaparece frente a un desarrollismo que quiere seguir a costa de todo, las palabras en extinción que siguen viviendo en la boca del señor Cayo, la imagen tan potente y poética de la herida de Víctor, la visión paternalista, clasista e ignorante de Rafa viendo el mundo rural, el personaje feminista de Laly que termina siempre cuidando a los demás frente a la mujer del señor Cayo sin nombre y sin voz porque es muda.
Sigo leyendo a este autor para tener mas conocimiento de su obra y no decepciona tiene una calidad extraordinaria, la única pega que le pongo que se me hizo muy corto
Delibes siempre es sinónimo de calidad literaria, y este libro no podía ser menos. En pocas páginas se nos muestra el abandono del medio rural (ahora que vuelve a ser noticia) y la prepotencia de los políticos a la hora de tratar a los "paletos". También vemos cómo un pueblerino con su gran sabiduría, humildad y estoicismo puede dar grandes lecciones de vida a los más "estudiados" y urbanitas. Se podrían decir muchas más cosas del libro, da para muuuuuucho, pero mejor lo leéis y disfrutáis de su lectura, sin más. Una maravilla
Paul McCartney cantaba aquello de: "When I find myself in times of trouble, mother Mary comes to me, speaking words of wisdom, let it be". Pues algo similar me ocurre cada vez que leo a Delibes. En estos tiempos de incertidumbre y desesperación a causa del coronavirus, leer a Delibes te sustrae temporalmente del estrés proporcionándote una vía de escape.
Esta obra, como casi todo lo que he leído de Delibes hasta ahora, combina una historia muy sencilla con un transfondo que invita a la reflexión. En este caso: la vida rural, su contraposición a la vida urbana, y la actitud hacia al campo de la gente de ciudad.
Narrando el encuentro en el señor Cayo y unos militantes de un partido que se encuentran haciendo proselitismo por la provincia. En estos encontramos las tres actitudes típicas de los urbanitas:
-Laly encarna al político que se esfuerza por adaptar la vida en el campo a los ritmos de la ciudad sin tener en cuanta la idiosincrasia del entorno rural.
-Rafa representa al político que desprecia completamente lo rural, y que considera a sus habitantes como simples paletos
-Víctor es la persona que realmente entiende el campo y el hecho que su cultura es igual de valiosa que la cultura que se encuentra en la ciudad. No desprecia ni impone. Comprende y se integra.
El final del libro es lo único que me ha dejado tocado. ¿Ha sucedido lo que me estoy imaginando?
(Libro leído a partir de su sugerencia en "La España vacía: Viaje por un país que nunca fue" de Sergio del Molino.) En plena Transición, los representantes de un partido político acuden a un pueblo deshabitado a emitir uno de sus habituales mítines. En él hallan al señor Cayo, uno de los pocos vecinos que aún resisten. Su capacidad de sobrevivir en el medio rural a espaldas de lo que ocurre en la gran política, impertérrito, conduce a los personajes a una crisis de valores en la que se termina trasluciendo la calamidad que supone la pérdida de la cultura de lo rústico y la indiferencia que muestra la política ante esta circunstancia.
Qué bien escribe Delibes. No descubriré nada de esta obra, y por eso, mi reseña no hace justicia a esta novela, en la que se retrata la España rural, lenta, caciquil, de pueblo inocente, y gentes poderosas sedientas de sacar partido. Creo que ya voy 3 obras del genio español, y sin duda, lo mejor de la obra es apreciar su fluida prosa y estilo particular de escritura.
Con su dominio del lenguaje natural y sin adornos, Delibes logra en este libro hacer un retrato indeleble de una cultura en vías de extinción. El señor Cayo es un campesino completamente autosuficiente que habita en un pueblo semiabandonado del norte de Castilla. Cuando unos jòvenes llegan al pueblo solicitando su voto, se encuentran con un mundo ajeno y desconcertante que no tiene necesidad de su cultura o ideología. Como todos los demás libros de Delibes, es una magistral exposición del amor al campo, a la vida rural y a los desafíos de un mundo cambiante.
Breve novela de contrastes campo-ciudad, de la política tratando de fagocitar la humildad de la vida rural en el post franquismo. Sin mayores pretensiones, pero con un siempre rico vocabulario del agro, mezclado esta vez con la bien detectada forma de hablar de la juventud de ciudad de la Transición. Delibes siempre entretiene. Se lee en una tarde.
Nunca antes había leído nada de Miguel Delibes, pero me ha parecido una muy buena elección para adentrarme en su lectura.
Una historia muy entretenida, con un personaje maravilloso que da sentido a todo el libro.
En cualquier caso, el final me parece un poco forzado. Creo que podría haber terminado antes y habría sido redondo, o que, ya que alarga un poco la historia (a mi parecer innecesariamente) podría haberle dado otro final con más sentido.
A pesar de ello, creo que debería ser un libro indispensable para la sociedad de hoy en día.
El abandono y decadencia del medio rural, bajo un intenso bombardeo mediático desde hace un par de años, ha puesto en boga expresiones como "demotanasia" o "España vaciada" (que no "vacía", curiosamente), un porrón de documentales y viejas cintas, y literatura diversa como los ensayos de Sergio del Molino o Paco Cerdà. En el terreno de la narrativa se rescata parte de la obra de Llamazares y esta novela de Delibes, la cual podría haber sido publicada ayer mismo perfectamente.
El disputado voto del señor Cayo es una pequeña joya que describe el choque de dos mundos, dos modos de vida, uno que se extingue sin remedio y otro que abre la boca dispuesto a devorarlo todo. Si bien es cierto que en técnica no supera a La lluvia amarilla, es más ambiciosa temáticamente que aquella. El problema es que al tratarse de una obra brevísima, y teniendo en cuenta que la tercera parte sobra completamente, al final queda apenas un relato que no llega a cien páginas, el esbozo de lo que podría haber sido una obra maestra.
No se puede negar que hay un tramo, desde poco antes de llegar al pueblo (la brutal escena en la que detienen el coche y contemplan el valle con una mezcla de reverencia y congojo) hasta que salen del mismo ya de noche cerrada, que es historia de la literatura. Pero los personajes con ideologías tan estereotipadas (el cuarentón progre-nostálgico, la feminista empoderada, el joven revolucionario sin seso y por supuesto ese Kurtz que es Cayo) y la innecesaria última parte, que funciona como un eco de la epifanía vivida por los urbanitas repitiendo machaconamente el motivo principal, restan enteros a la novela. Esto es algo sorprendente en un narrador brillante como Delibes, y la impresión que me llevo es que terminó el manuscrito sin apenas esfuerzo, despachándolo con genio y sabiendo que funcionaría a la perfección.
Tengo una tradición: el último libro del año siempre se lo dejo a una novela de Miguel Delibes.
"El disputado voto del señor Cayo" lo leí en mis veintipocos y me gustó, pero leerlo ahora, me ha fascinado. Las segundas lecturas siempre son mejores.
En esta novela, Miguel utiliza un lenguaje sencillo pero, a la vez, matizado con un lenguaje rural que me fascina.
Tres chavales, Laly y Rafa, veinteañeros y Víctor, ya en la recta final hacia los cuarenta, van en coche a hacer campaña electoral en la Castilla rural. Su partido, se intuye que es el PSOE, está deseoso de dar un giro a la situación de su país ya que estamos en los primeros años de la década de los 80 y tras los 40 años de dictadura, Miguel Delibes refleja muy bien esas ansias de libertad. El lenguaje de los tres, en especial de Rafa (lenguaje coloquial, jerga típica de la juventud de aquel entonces) choca frontalmente con el hablar reposado del señor Cayo, un hombre que conocen en uno de estos pueblos al que iban para dar un mitin. Pero para su sorpresa, en el pueblo solo vive el señor Cayo, su mujer que es muda y otro vecino con el que no se habla por antiguas riñas.
Los tres jóvenes tratan de convencer y enseñar el mundo actual al señor Cayo pero al final es este el que les enseña a ellos. Su mundo es el presente, el aquí y el ahora, no tiene dueño ni jefe, sus conocimientos en plantas, clima, etc son suficientes para sobrevivir. No necesita televisión ni radio para entretenerse ya que en el campo siempre hay algo que hacer.
Todo esto tiene un impacto brutal en los tres jóvenes, en especial en Víctor que es el que va para diputado. Todo lo hablado y vivido con el señor Cayo le impacta muy hondamente.
Una novela que es por una lado, una crítica a la clase política, por su prepotencia y sus malas artes, y por otro lado, una novela sobre el abandono de lo rural, de los pueblos vacíos y el abandono de sus gentes por los urbanitas.
El final no me ha gustado mucho pero el libro, en general es maravilloso, igual que todo lo que escribe Miguel Delibes.
He sentido frescor entre sus páginas, incluso cuarenta años después de haber sido escrito. "La vida es cultura" y tenemos tanto que aprender de nuestres abueles. Siempre tenemos presente la dicotomía tradición/progreso, como si no tuviésemos que aprender del pasado, ¡no le demos más la espalda! Hay progreso en la sabiduría ancestral. Tengo la esperanza de que no sea tarde y podamos aprender a habitar nuestros espacios de formas más sanas, que podamos aprender del pastor.
Es complicado equivocarte si eliges es un libro de Miguel Delibes. Este, quizás con algo menos de renombre que sus grandes obras, es una visión muy personal y particular de la llegada de la democracia en España, así como de la clara diferencia que existe entre la vida rural y urbana. Víctor, candidato izquierdista a las primeras elecciones democráticas de Castilla y León, es convencido por los miembros de su partido para que haga una visita de última hora a un pueblo perdido en medio de la sierra. Emprenderá esta excursión con Laly, joven ambiciosa e idealista; y con Rafa, afiliado disfrutón y poco trabajador del partido. En el pueblo conocerán a Cayo, alcalde y único habitante del pueblo junto con su mujer. Este dedicará su día a demostrarles que, realmente, las prioridades de la vida en la ciudad empiezan a estar muy alejadas de las verdaderas motivaciones del ser humano, así como dudando de la idea política del progreso. Esta novela me dejó muy buen sabor de boca y me hizo replantearme alguno de los dogmas políticos sobre los que hemos ido construyendo nuestra opinión. Muy útil para tener una visión reformada y más sana de la sociedad, sobre todo en tiempos tan complicados como estos que se nos vienen encima.
La idea de fondo de la novela es muy potente y sigue siendo plenamente actual, probablemente aun más que en su día y esto justifica su lectura, aunque el diseño de los personajes, tanto el señor Cayo como los tres activistas de un partido político que buscan su voto, sea más bien pobre. El formato teatral tal vez habría sido más adecuado para una novela muy visual y muy basada en el diálogo, tal vez demasiado.
Tengo un recuerdo lejano pero entrañable de la película homónima. Me viene a la memoria con cariño en aquellos tiempos de facultad, aunque cuando la estrenaron yo no había ni terminado el instituto. La debieron de programar en televisión estando ya en la carrera y pasó por aquel entonces a ser una de mis preferidas, si bien el tiempo la ha colocado en un sitio menos privilegiado y, quizás, más acorde a su calidad, pero no por ello menos digno. Memorable Rabal, también Galiardo. Algo había de especial en aquellos diálogos que perfilaban tan bien a cada uno de los personajes. No le quito mérito a los otros actores, a Lidia o a Iñaki, pero sin Paco ni Juan Luis creo que la película se hubiera quedado en obra menor.
La novela es otra cosa. Delibes siempre me deja buen sabor de boca. Sabe, en esos diálogos que menciono arriba, perfilar (sin contar mucho sobre cómo es en verdad cada uno de los personajes, o lo justo) qué es en realidad, a corazón abierto, cada uno de los actores del drama, un drama en dos actos: el de los prolegómenos del viaje y el encuentro con el Sr. Cayo, porque al retorno a Madrid yo lo catalogaría de epílogo, y mira que la obra es corta.
Delibes es un maestro de escribir lo esencial en pocas páginas, con un lenguaje exquisito que a veces se me escapa. Define con una precisión y un vocabulario que no había oído (ni leído) en mi vida. Delibes viene a ser (el Delibes escritor) un híbrido entre ese señor Cayo y el Diputado. Yo creo que Delibes se ve en ambos cuando escribe el texto, reflejado en dos espejos a la vez. Se reconoce en ellos y de ahí parte el conflicto que se deja de algún modo sin resolver en la obra, como si de un Jekyll y un Hyde que conversan amigable el uno con el otro se tratara, como si lo que viera en uno de los reflejos le hiciera descubrirse en el otro y darse cuenta de que en realidad no es quien creía ser.
Como siempre en estos casos el recuerdo de la película se sobrepone a la obra escrita y hace que no sea capaz de inventarme a mi propio Sr. Cayo ni al Diputado. Una lástima. Uno tiene memoria de pez para unas cosas y una memoria endiabladamente perfecta para otras. Me hubiera gustado no acordarme de Rabal ni de Galiardo al leer el texto, pero eso, en esta vida, me va a ser imposible. Así que, qué le vamos a hacer, Rabal es el Sr. Cayo y Galiardo el Diputado, quiera yo o no.
Tiempos convulsos, de esperanza, aquellos previos a las primeras elecciones. Salidos de una dictadura de cuarenta años, en las postrimerías de la campaña electoral de uno de los partidos, cada voto cobra una importancia crucial. Ir a buscarlo hasta el más remoto de los pueblos de la montaña en la provincia de Burgos. Querer convencer a un potencial votante con la palabra y darse cuenta de que ese votante no nos necesita. Bien al contrario, nosotros le necesitamos y nos habiamos olvidado de ello. Eso es, en esencia, 'El disputado voto del Sr. Cayo'.