En Beber un cáliz, el dolor es el centro, el núcleo, la raíz, el concepto aglutinante, y sus ramas serían leitmotiv del cáliz bíblico o la copa del dolor que bebió Cristo, las reflexiones sobre el pecado y la gracia, el cuerpo y el sufrimiento, el examen y la exaltación de la vivencia dolorosa, su conclusión como trampolín a una vida eterna.
Leí esta novela en la edición de la Serie del volador de Joaquín Mortiz. Narra la agonía y la muerte del padre de Garibay, y el luto que le guardan después él y su familia. La novela tiene forma de diario y es abiertamente autobiográfica. La novela tiene un prólogo donde el narrador recrea el terror que sentía de niño hacia su padre; cómo cualquier nimiedad podía detonar un arrebato de violencia. Pasando ya como tal a la novela, este hombre aterrador se encuentra ahora reducido por el cáncer a un cuerpo anciano que sufre, pero cuya severidad y desdén se mantienen. Aunque el hombre se encuentra en su lecho de muerte, casi inmóvil, para el narrador el padre sigue siendo terrible y enigmático. En los primeros capítulos se nos describe de forma atenta y dramática la agonía del señor, su respiración, sus gestos, su rechazo de las medicinas, etc. A pesar de todo esto, el narrador ama a su padre y siente una gran devoción por él, cada gesto y cada palabra moribunda tienen un peso terrible para el narrador, que percibe cada una de estas nimiedades como si fueran un acontecimiento bíblico. Por su parte, el señor en su lecho de muerte sólo piensa en los gastos médicos y funerarios que significa su muerte. Se nos cuenta cómo el señor y su familia tuvieron que vivir siempre en la pobreza, siempre en la penuria de no tener dinero y siempre sobrellevando una horrible explotación laboral, prácticamente esclavitud. El narrador romantiza francamente las penurias de sus padres y a causa de eso no puede evitar verlos como santos, como mártires, como si el dolor y la miseria les confiriera una especie de divinidad. Y bueno, luego el señor se muere y tras esto la narración se vuelve más floja y dispersa, se vuelve melodramática y hasta telenovelesca, porque todo se vuelve una reiteración afectada y superficial de cuánto sufre el narrador y su familia por la muerte del padre. Sufren y el hombre sufrió toda su vida y murió sufriendo y la familia también sufre pero siempre han sufrido y, ya no estando más el santo padre, la vida no les depara sino sufrimiento. En fin, sufren y sufren y sufren. Al final, en un epílogo, la mamá también muere y el narrador y su hermana se quedan llorando en el piso sufriendo la muerte de su mamá, que también sufrió mucho y era una santa. Leyendo la novela pensé mucho en José Revueltas porque su estilo también recorre de forma muy pausada y nítida acciones y escenarios y pensamientos de sus personajes y del narrador, y porque también narra las experiencias de la miseria y el dolor más extremos. Sin embargo, siento que Garibay se queda muy corto en todo esto, y donde Revueltas nos narra realmente una condición humana cruda y desesperanzada, Garibay se queda en el lagrimeo sentimental que no dice nada. Leí la novela porque un cliente de la librería me dijo que era muy buena, pero a mí me dio mucha huevita, lo bueno que se lee rápido.
Cuando pensaba que ya había leído en Alfonso Reyes el recuento más desgarrador posible sobre la muerte de un padre, llegué a esto.
Quizá me sobró un poco el colofón acerca de la madre, como que es material para otro libro; pero en general esto es un brutal diario de muerte. Garibay brinca tranquilamente entre, como diría Perec, lo “infraordinario” —el recuento de acontecimientos como no tener dinero, actividades domésticas, etc.— y un experimento narrativo en torno a la insólita agonía de su padre, por momentos difícil de situar entre el ensayo, la novela y el cuento. Dice mi buen amigo Gabriel: “Recomiendo a toda persona que haya perdido recientemente a su padre la lectura sin freno de Beber un cáliz (1965), de Ricardo Garibay, autor sin dobleces, duro como la pedrada certera que nos arrojan como castigo por un pecado cometido.”
Difícil escribir más palabras en el año en que perdí a mi padre. Sólo puedo decir que junto con la Oración del 9 de febrero de Reyes y los Ensayos de Montaigne, este libro de Garibay ha sido un alivio catártico.
"El dolor como patrimonio", escribió alguien en este espacio. La lectura de este libro, que no se sabe ensayo o novela, es mi primer acercamiento a la obra de Ricardo Garibay. Vaya experiencia. No exagero si digo que "Beber un cáliz" es una pequeña obra maestra. No es un canto de amor a un padre moribundo, tampoco una expiación; es algo más: es llevar hasta las últimas consecuencias, bajo el influjo de la palabra escrita, el reconocimiento de que la muerte de un padre es, también, nuestra propia muerte. Una muerte nunca acabada, que siempre volverá para completarse poco a poco, con trazos de nuestra experiencia en el planeta.
En este libro, la muerte tiene las dimensiones de la carne, lo místico y lo poético. Respecto a la carne, Garibay describe los cambios en el cuerpo de su padre, un gigante vencido por la enfermedad, consumido hasta los huesos. Su padre sigue siendo el inmortal e invencible de la infancia de Garibay, pero detrás de la máscara de la agonía. Garibay ve morir a su padre y, al verlo morir, también es confrontado con él una vez más. ¿Debe celebrar la muerte?, ¿debe llorarla?, ¿debe sentir alivio y liberación? Después de todo, y más allá de la historia de vida, quien yace en la cama es un cuerpo que sufre, que lucha por respirar, que se duele. Son los últimos momentos de un cuerpo que pronto ha de convertirse en polvo.
Lo místico aparece entremezclado con la fe cristiana, de ahí el título. Si Jesucristo bebió el cáliz (hasta las heces, dirá Borges) de la traición y la muerte, entonces también el ser humano ha de beberlo. Sin embargo, en la muerte también se esconde el misterio de la vida y la pregunta de lo trascendente. ¿Qué queda luego de morir? Al parecer queda la memoria de alguien que vivió, interpretada y reinterpretara una y otra vez. La memoria es selectiva y transforma situaciones, experiencias, personas. Quien muere existe en esa dimensión tan plástica: ya no es el que vivió, sino el que es recordado.
Finalmente, decir la muerte es encontrarse con la palabra. De ahí que encontramos a un Garibay poético. Garibay no embellece la experiencia de ver morir a su padre, sino que busca palabras para expresar un dolor ininteligible. Intento tras intento, Garibay busca la palabra o la frase justa para decir lo que ha visto. No lo logra. En esa búsqueda por la palabra, en la mística de la muerte y en la carnalidad del final de la vida está el tesoro de este libro.
Este libro es como la piedra roseta para comprender la literatura de Garibay, la difícil relación con su padre, un tirano agresivo, años después de su escritura el autor lamentó como diría Enrique Serna haberse abierto de capa de tal forma en cuanto a su etapa temprana: niñez y adolescencia.
No esperaba encontrarme con lo que me he encontrado en este texto. He subrayado casi el libro entero. Ha sido una reconciliación con la literatura.
"Ya estamos en paz, señor. Ya ocupo delante de ti, con razón y sin aspavientos, el lugar que me corresponde. Mírame, baja hacia mí tus ojos. Al fin sé lo que digo".
3.5 El uso del lenguaje es una hermosura, peeero no conecté mucho con el libro en general. Tiene algo críptico que no entendí ni sentí del todo. Pero bello
Decía José Emilio Pacho que "Beber un cáliz significa para la prosa lo mismo que Algo sobre la muerte del mayor Sabines para nuestra poesía" y no puedo estar más de acuerdo. Este es un gran libro en un país que como México tiene demasiada madre y poco padre.