«No entrar con llamas» son cuatro semanas de sangre y calambres al mes. Son el muñeco de plástico de «Érase una vez… el cuerpo humano». Son los terrores nocturnos. Son los cáncer-de-algo. Son el sexo triste y el olor a canela de la piel quemada. Son la fantasía de arrasar el sex shop más grande de la ciudad con el entusiasmo de quien va por primera vez a un Lidl, a un IKEA o a un Makro. Son enamorarte del niño o la niña que tiene los ojos del color del logo de Oral-B… Lidia Caro Leal nos presenta una colección de cuentos que hablan del deseo, de entrar al trapo de los pensamientos intrusivos, del burnout, de la precariedad, de la vulnerabilidad, de los diferentes lenguajes del amor, de las pastillas de encendido, de cuando estás ya acariciando los treinta y tus amigas abogadas, médicas, ingenieras no quieren salir a las mismas discotecas que tú. Habla de los mosquitos del parabrisas de un taxista en una carretera sin arcén, de las paellas que prepara una familia asiática en un bar con fotografías de pantanos, de las marcas en las piernas que dejan las sillas de metal de las terrazas, de la piel del que ha pescado en el Pacífico un atún lleno de microplásticos, del perfume de arrozales diseñado por una empresa de marketing olfativo, de la lycra sudada de los ciclistas sedientos y de los paquetes de salvado de avena que nunca se acaban.
El fuego, las llamas, el incendio, la combustión, las brasas, las cenizas... Presentes en cada relato, de forma real o metafórica como forma de explorar a una generación atravesada por la insatisfacción y el descontento, por la prisa, por el deseo inmediato, por la decepción y la frustración, por la precariedad.
Historias y personajes que muestran vidas quemadas, a veces al límite, con una narración directa y sin filtros, impactante y cruda, a veces surrealista. Lidia tiene una voz muy personal y no se anda con eufemismos, expone escenas en donde apenas hay luz y la dura realidad se impone ante todo, a veces con un tono más cínico, otras afilado y mordaz, también algunos con una sensación de derrota, pero siempre con una identidad y estilo muy marcados.
He ido leyendo los relatos a sorbitos, intercalándolos con otras lecturas, porque la mayoría me transmitía una sensación de inquietud y desasosiego que se quedaba impregnada. Supongo que esa era una de las intenciones de la autora y es algo que valoro porque no es tan fácil de conseguir. Como casi siempre en libros de relatos unos me han parecido más buenos que otros, algunos se me han hecho bastante olvidables pero han habido unos cuantos en concreto que me han impactado mucho y me han dejado pensando unos días. En general creo que todos tienen 'algo' y son de los que no dejan indiferente.
pf, la verdad que ha sido una de las mejores lecturas que he tenido este año (cierto es que no han sido muchas). tan contemporáneo, tan la vida; nuestras vidas. cada relato me ha hecho sentirme identificada, una parte de mí lo ha hecho. hasta configurarme como persona, individuo, raza, especie.. llamadlo como queráis. por suerte o por desgracia ha alimentado todavía más mi sentimiento crítico a cerca de todo lo que nos rodea, de lo que complicada que es la vida, las relaciones y el encontrase y aceptarse a uno mismo. la cruda realidad que nos acecha, la vida que se nos escapa y todo lo que hacemos por (sobre)vivir. me fascina lo cotidiano. lo absurdo de nuestros días. el ahogarnos en nuestra existencia, nuestro propósito.
Me ha gustado bastante la colección de relatos breves de este libro, al que yo casi metería en el saco de la prosa poética. Porque son de esos textos en los que te detienes dos y tres veces en ciertas partes para saborearlas e intentar desentrañar todo su significado. Y sí, me ha activado las zonas cerebrales que tililan y emiten un sonido de campanilla cuando alguien las cosquillea con tanta inteligencia y precisión. Porque los relatos rezuman soledad, incomprensión, desafecto y sexo de usar y tirar, pero son, a fin de cuentas una descripción muy particular de un observador sagaz, meticuloso y perspicaz. Siempre en los márgenes, ya sea en una estación de servicio rural, en un bar de pueblo o en una ciudad que no es la tuya y la miras y vives de reojo. Y como el título anuncia, el factor común es el fuego. Influenciado sin duda por el calor asfixiante de los últimos años. El fuego como opresor (más aún) a precariedades afectivas y laborales, pero también como purificador y borrón y cuenta nueva (se me viene ese chiste a la cabeza...Me he hecho budista y ahora en vez de Encarni me hago llamar Reencarni :p).
Así que muy bien para Lidia y su lanzallamas. Y con ésto ya acabo por hoy, que he bajado al trastero a por una bolsa de disfraces y ahora estoy delante del espejo con un parche en el ojo y un extintor en la mano etiquetando con #bomberoTorero la foto que me he hecho (ella lo entenderá).
Un lenguaje poético y casi táctil, mucho humor corrosivo y un nihilismo enmascarado en aplicaciones de citas, lugares cutres y vicios comunes (socialmente necesarios para no matar-nos-). He disfrutado mucho esta lectura.
“Las lágrimas de los niños son dejarse las llaves de casa puestas por dentro, que follar se convierta en amor, que los yogures caducados no desarrollen hongos, que Hacienda te devuelva. Es un llanto sin explicación.”
El otro día, en un encuentro con la autora, decía que no buscaba provocar en los lectores ninguna sensación concreta. Que ella escribía de forma desordenada cuando podía lo que le iba saliendo, sin mucha preparación ni profundidad. Que le interesa relatar escenas y detalles sórdidos, desagradables, para supuestamente quitarle trascendencia a la vida. Desde luego que eso son sus relatos: una amalgama de situaciones descritas de forma grotesca y fugaz, con la que, en mi caso, no conecto a pesar de tener la misma edad y compartir los lugares de la autora. Parece que lo ha escrito alguien muy mayor desencantado y cansado de vivir en un mundo feo. Y posar la mirada en lo feo o convertirlo todo en fealdad es más sencillo que encontrar la belleza o lo grandioso en lo cotidiano, en el bar del barrio o en la cajera del supermercado. Volviendo al principio, la sensación que me queda es derrotista y quizás por eso este libro no es para mí.
La bordé porque ese espacio congosto y asfixiante era más habitable que otro fin de semana buscando el sentido de la vida en el cuarto de baño de una discoteca.