George Herriman was an American cartoonist celebrated for creating the groundbreaking comic strip Krazy Kat, a work widely regarded as one of the most inventive, poetic, and influential achievements in the history of comics. Raised in a culturally diverse environment and navigating complex racial identities throughout his life, Herriman developed a singular artistic voice that combined humor, surrealism, philosophical reflection, and emotional nuance. He began his career as a newspaper illustrator and political cartoonist before transitioning fully into comic strips, producing several short-lived features and experiments that helped him refine his sense of rhythm, timing, and visual storytelling. Krazy Kat, which emerged from an earlier strip called The Dingbat Family, became his defining work and ran for decades in newspapers across the United States. The strip centered on a triangular relationship among three main characters: Krazy, a blissfully optimistic and androgynous cat; Ignatz Mouse, who continually expressed his contempt or affection by throwing bricks; and Offisa Pupp, a dutiful dog who sought to protect Krazy and maintain order. What might have been a simple gag became, in Herriman’s hands, a lyrical exploration of love, longing, misunderstanding, and the complexities of emotional connection, articulated through shifting perspectives, inventive language, and a dreamlike visual landscape inspired by the American Southwest. Herriman developed a distinctive style that blended loose, expressive brushwork with carefully considered composition, often altering backgrounds from panel to panel to evoke mood rather than physical continuity. His dialogue employed dialects, puns, poetic phrasing, and playful linguistic invention, creating a voice for Krazy Kat that felt both musical and deeply human. The strip attracted a passionate following among intellectuals, writers, and artists, including figures such as Gilbert Seldes, E.E. Cummings, Willem de Kooning, and many others who recognized its sophistication and emotional resonance. However, Krazy Kat never achieved the widespread commercial popularity of contemporaries like Popeye or Li’l Abner and often relied on the support of influential newspaper magnate William Randolph Hearst, who admired Herriman’s work and insisted it remain in publication despite fluctuating readership. Herriman also produced the comic strip Baron Bean, as well as numerous illustrations, editorial drawings, and commercial work throughout his career, but it was Krazy Kat that defined his legacy and shaped the development of visual narrative art. The strip influenced generations of cartoonists and graphic storytellers, contributing to a lineage that includes artists working in newspaper strips, comic books, underground comix, graphic novels, animation, and contemporary experimental media. Herriman maintained a private, quiet personal life, working diligently and steadily, drawing inspiration from the landscapes of California, Arizona, and New Mexico, which he visited frequently and often featured in his art as stylized mesas, desert plateaus, and open skies. His deep engagement with the American Southwest brought texture, symbolism, and environmental presence to Krazy Kat, making setting an integral emotional and thematic component rather than a mere backdrop. Although widely honored posthumously, his work was recognized during his lifetime by peers and critics who understood the originality of his vision. Today, he is acknowledged as one of the key figures who expanded the expressive potential of the comic strip form, demonstrating that sequential art could convey subtle emotional states, philosophical ideas, and complex storytelling with elegance and humor. Herriman’s legacy endures in the ongoing study, republication, and celebration of Krazy Kat, which continues to be admired for its innovation, sensitivity, and unique artistic spirit.
La importancia de reeditar a los clásicos pasa precisamente por la decisiva importancia de traérnoslos y dárnoslos a los ojos para que los veamos como algo siempre nuevo y vivo. Por más que ya se haya dicho, la traducción de Rubén Lardín y la edición de La Cúpula permiten leer un tebeo muy viejo como si cada vez fuese la primera vez.
Bueno, el mérito es también de un autor, un universo y unos personajes que no nos los acabaremos de explicar nunca, ni siquiera otra vez 100 años después de hoy. Porque siguen tan vivos, frescos y coleantes como siempre.
Trazo y lenguaje de la historieta que es y será vanguardia y poesía. Hablo un poco en futuro porque al terminar el libro pienso ya en volver a estas páginas. A abrir el libro por cualquier dominical de hace más de un siglo al azar y detenerme en el detalle de una línea o una expresión, maravillarme ante un desierto poblado de lo que puede ser una fábula, un tebeo, un mundo, una narración cualquiera sabiendo que ante mí está el misterio eterno del deseo entre une gate y un ratón.
Lo he estado alargando para no acabarlo nunca, pero esto es una absoluta maravilla. Edicion espectacular, que voy a guardar toda la vida como un niño, un verdadero prodigio que me hace pensar seriamente si volveré a leer un libro que no lleve dibujines.
Bill Watterson: «Logra la honestidad y la franqueza de los bocetos». Rubén Lardín: «Krazy Kat es lo mejor que he leído nunca. La obra más hermosa que he leído jamás. Sin ser siquiera un libro, ni mucho menos una novela gráfica, es a la vez poemario, misal y ensueño».
Maravillosa. Apabullante. Un «tour de force» de situaciones surrealistas, poéticas, tiernas y crueles a la par; una oda a las posibilidades del noveno arte. Una traducción magistral. La verdad es que todo lo que pueda decir se queda corto a la hora de juzgar las maravillas que encierra esta edición de un clasicazo jamás superado de la historia del cómic: «Krazy Kat».
Para los que conozcan la edición de Planeta (estéticamente bonita, abominablemente traducida), que sepan que esto es otro mundo. Es el Coconino de verdad, el que contiene el alma de ese maravilloso creador que era George Herriman. Si el viejo adagio «traductor, traidor» era perfectamente aplicable a la antedicha perpetrada por la editorial planetaria, en la que nos ocupa no tenemos más remedio que rendirnos a la labor de amor llevada a cabo por Rubén Lardín, de cuyo proceso nos da oportuna cuenta en un sentidísimo artículo inserto en el álbum. Aunque suene a hipérbole, me recuerda a la traducción de «En busca del tiempo perdido» realizada por Pedro Salinas, y es que se necesita un artista para adaptar a otro, y este «Krazy Kat» es sin duda una maravillosa adaptación del de Herriman.
Con tres palos (un/a gato/a enamorado/a de un ratón casado, y un bulldog policía que en un principio sentirá idéntico desdén por ambos hasta que su corazón comience a latir por el/la primero/a), Herriman es capaz de desplegar una comedia psicodélica, una tragedia cómica, un poema en viñetas de insuperada calidad. Una obra maestra absoluta que esperemos tenga continuidad, porque esta vez sí, esta vez el mundo onírico de Coconino llega a España como se merece. Como nos merecemos.
En estos dos años de tiras dominicales se nota que Herriman está a la busca de qué hacer con la tira. Explora la página, el lenguaje, la gramática... Y aunque los gags muchas veces no me funcionan (hoy; habría que ver hace un siglo cuando no tenían tantos años de cómic a sus espaldas) los resultados son evidentes. Cómo Herriman engarza páginas alrededor del mismo argumento (los frijoles mexicanos que cruzan la frontera; la guerra en Europa...); rompe la secuencia de viñetas para indagar el potencial de la página como unidad narrativa; celebra su libertad, en esa narrativa fuera de los raíles y en lo que cuenta (hay una tira en la cual Krazy e Ignacio se pasan una pipa con la que terminan colocados). Todo dibujado con una maestría respetada por la edición de La Cúpula, con una reproducción nítida que busca emular la que podíamos haber tenido como lectores de uno de los diarios de Hearst si tuvieran la mejor impresión posible. Cuenta el editor que hacer este libro llevó cuatro años. Espero que el próximo pueda hacerse en la mitad de tiempo.
Cuesta entrar un pelín al principio, por la tan peculiar traducción y la manera de hablar de sus personajes, pero ya dentro es muy divertido y muy bonita la relación de Krazy e Ignatz.