«Apilamos las rejillas como los días de verano», nos dice Soledad Acevedo al iniciar este viaje al interior del trapiche. Una travesía color oro que se mezcla con las tonalidades de los minerales y de la sangre. La infancia aparece filtrada por la mirada de una niña que es, quizá, demasiado observadora. Por eso la hablante de estos poemas nada a contracorriente como un pejerrey, se ríe a pies pelados con la nariz quemada y nos dice que las emociones dominantes de la niñez son el miedo y el amor.
Con gran síntesis y lucidez, este libro nos entrega imágenes agridulces, preciadas: fotografías de un álbum que es también un tesoro. «El oro es un metal noble», repite un verso como si fuera, al mismo tiempo, una ver dad y una trampa. En ese doble filo aparece el ojo agudo de quien deja que el mundo la traspase, con la palabra como indudable aliada.
La poesía es siempre un nanai para mi alma, y trapiche no fue la excepción. Fue viaje nostalgico a la infancia, a la madre, al padre, a la muerte. Aunque la infancia que decribe es rural y yo toda una citadina, me vi en algunos poemas, recordé mis días viviendo en el Maule y pensé en mis padres. Creo que la gracia de la poesía es provocar algo en el cuerpo y en corazón, y Sole lo logró. Se me agitó el corazón, dió escalofríos, generó ternura, y terminé al borde de las lágrimas con un par de poemas. Simplemente me llegó profundo su mirada inocente y curiosa en cada poema.
Amé este libro, me impactó mucho la primera vez que lo leí, me hizo llorar. Lo he releído hartas veces para ser atrapada en su atmósfera del Maule, compartiendo secretos y memorias frente al fuego. Sus imágenes son sutiles pero tan bonitas, describe con delicadeza la agridulce experiencia de crecer y enfrentarse a la ausencia, la pérdida. También interesante lo que cuenta del Trapiche y el oficio de sus abuelos, y cómo hila ambas cosas en su poesía. Se nota mucho que la autora es lectora, sus poemas son cuidados, hay una profunda intuición. Las fotografías incluidas también son muy bonitas. Agradecida de haber tenido acceso a esta intimidad hecha de pura ternura y nostalgia, de verdad sentí un calor especial. Quedo atenta a todo lo que escriba Soledad.
“todo aroma nuevo puede ser mi hogar no soy tan grande para llenar este pueblo”
“besos de sol se evaporan cuando pestañeo”
“ya existían las palabras que quería mostrarte pero aún no llegaban a mí se armaban en la boca del estómago y salían recién leudadas”.
Un libro impecable y sutil, donde las palabras parecen minerales refinados y joyas perfectamente trabajadas y pulidas. Este libro, como dice Victoria Ramírez en el texto de la contratapa, es un tesoro. Es una fina degustación de imágenes de la infancia que logran trasportarnos a nuestros propios recuerdos familiares e infantiles, donde el espacio, la naturaleza, los objetos y la relaciones eran tesoros que brillaban tiernamente y que nos asomaban poco a poco a una primera intuición de la realidad.
La infancia, y el miedo y la inocencia que vienen con ella. Yo no leo mucha poesía, pero las imágenes que me suele dar son lo que más me gusta, y este poemario en particular me dio imágenes muy bellas, como si yo fuese esa niña, la abrazada por el fuego, el agua, las sombras y las raíces, y como si yo conociera de toda la vida esa labor/lenguaje de extraer el oro.