Wittgenstein practicó la filosofía con autenticidad y libertad. Legó a revisiones radicales y continuidades profundas, cuyos efectos de enseñanza dieron lugar a diversas influencias, marcando el derrotero de la filosofía en el siglo XX. El recorrido iniciado por su obra continúa hacia nuevos horizontes, a partir de esta parada en la “estación Wittgenstein”. Cada quien, como conviene a la filosofía, determinará su propia estrategia, celebrando el compromiso ético que entraña el filosofar. Así podrá trazar el mapa de su paciente viaje, que al final, como en el texto de Borges, mostrará el laberinto de su propia cara”. Samuel Cabanchik, Doctor en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Profesor titular de Filosofía Contemporánea y Fundamentos de Filosofía, Investigador del CONICET especializado en Wittgenstein
Las lecturas de Cabanchik sobre las ideas fundamentales del primer y segundo Wittgenstein coinciden con el mainstream de la interpretación canónica actual. El New Wittgenstein y algo de los Post New. El Tractatus como búsqueda de los límites del lenguaje desde dentro del lenguaje que por fuerza se condena al sinsentido por intentar decir lo indecible. Las Investigaciones Filosóficas como expansión de la misma prioridad del lenguaje, pero con escalada hacia una extraña redención por la vía de los juegos del lenguaje como contracara de las formas de vida. Lo dado es siempre el lenguaje en Wittgenstein. Un lenguaje alérgico, claustrofóbico, místico en el primer Wittgenstein. Otro lenguaje plural, abierto, humanizado, redentor en el segundo Wittgenstein. El primero es un réquiem atonal. El segundo también es atonal, pero más comedia que tragedia, quizás una ópera abierta para virtuosos del bel canto. El problema quizás radique en la delimitación de esa expansión. La maniobra wittgensteineana dejó todo dado para las lecturas del Nuevo Wittgenstein, de la filosofía como terapia contra la filosofía, de un sosiego difícil, pero no imposible. Que cada uno se construya el Wittgenstein que prefiera. Cabanchik se construyó un Wittgenstein cercano al postestructuralismo, también a la Escuela de Frankfurt. Extendió la autodestrucción del Tractatus a una invitación a la autodestrucción a partir de las Investigaciones Filosóficas. Es un Wittgenstein foucaultiano, quizás habermasiano. Parece ser válido, entre otros modos de leerlo que no son nada foucaultianos, nada habermasianos. Ahí radica la lucidez de Cabanchik. En la elaboración de esos itinerarios contundentes, pero a la vez implosivos del gran explorador del lenguaje. El principio de no contradicción queda desterrado de la filosofía y de la ética, que son, o bien imposibles, o bien se limitan a interpretar usos y costumbres de comunidades de hablantes en tiempos y lugares específicos.