Relatos 1 fue publicado por Knopf en 1978. Alcanzó un gran éxito de ventas y supuso también el definitivo reconocimiento de la crítica hacia un autor que tardó en consolidar su merecido puesto entre los grandes. En palabras del propio Cheever: "A veces parecen historias de un mundo hace tiempo perdido, cuando la ciudad de Nueva York aún estaba impregnada de una luz ribereña, cuando se oían los cuartetos de Benny Goodman en la radio de la papelería de la esquina y cuando casi todos llevaban sombrero. Aquí está el último de aquella generación de fumadores empedernidos que por la mañana despertaban al mundo con sus accesos de tos, que se ponían ciegos en las fiestas e interpretaban obsoletos pasos de baile, como el 'Cleveland Chicken', que viajaban a Europa en barco, que sentían auténtica nostalgia del amor y la felicidad, y cuyos dioses eran tan antiguos como los míos o los suyos, quienquiera que sea usted."
John Cheever was an American novelist and short story writer, sometimes called "the Chekhov of the suburbs" or "the Ovid of Ossining." His fiction is mostly set in the Upper East Side of Manhattan, the suburbs of Westchester, New York, and old New England villages based on various South Shore towns around Quincy, Massachusetts, where he was born.
His main themes include the duality of human nature: sometimes dramatized as the disparity between a character's decorous social persona and inner corruption, and sometimes as a conflict between two characters (often brothers) who embody the salient aspects of both--light and dark, flesh and spirit. Many of his works also express a nostalgia for a vanishing way of life, characterized by abiding cultural traditions and a profound sense of community, as opposed to the alienating nomadism of modern suburbia.
Este tomo de relatos – casi mil páginas – ambientado en los USA en los años cincuenta, es como una lluvia fina que te va calando y al final tienes la impresión de haber entrado en el universo de John Cheever, un personaje terriblemente infeliz en una época de abundancia y prosperidad que da forma definitiva a la American way of life.
Es la prosperidad que se refleja en la vida suburbana de esos matrimonios de clase media que ya lo tienen todo, incluso la piscina, pero que padecen males de los que es difícil hablar. El alcoholismo, la soledad, el malestar en la pareja, la incomunicación con los hijos, la presión social. Todo esto se aborda en relatos aparentemente intranscendentes – un espejo paseado por la vida como quería Stendahl – que nos llevan a conocer la rutina de estos hombres que cogen cada día el tren para ir a trabajar a la ciudad y vuelven por la noche a una bonita casa donde les espera una esposa que no está satisfecha con su vida y luego asisten a fiestas y reuniones con vecinos que llevan existencias parecidas.
Arriba, en la colina, estaba mi hogar y las casas de mis amigos, todas ellas iluminadas y con olor a fragante humo de leña, como templos erigidos a la monogamia, la infancia irreflexiva y la dicha doméstica en un bosquecillo sagrado, pero tan similares a un sueño que sentí con algo más que patetismo su falta de sustancia, la ausencia de ese dinamismo interno que captamos en algunos paisajes europeos.
A veces pienso que las mujeres de hoy son las criaturas más desgraciadas de la historia de la humanidad. Quiero decir que están justo en medio del océano.
Muchos de los relatos parecen cuadros de Hopper.
La alternativa a esta uniformidad opresiva son los ‘expats’, americanos que eligen vivir en Europa, en concreto en Italia, por diversas razones:
Algunos norteamericanos viven en Roma para eludir los impuestos, y otros viven allí porque están divorciados o son excesivamente concupiscentes o poéticos o tienen alguna otra razón para creer que podrían ser perseguidos en la patria…
Allí los colores son más vivos y los tipos humanos menos sujetos a la uniformidad pero la sensación de no pertenecer está siempre presente:
Él siempre sería allí un extranjero, pero su extranjería le parecía una metáfora relacionada con el tiempo, como si al subir los extranjeros peldaños y cruzar las extranjeras murallas, trepase a través de horas, años y décadas.
Pero en medio de todos los conflictos sociales y angustias personales, Cheever siempre encuentra en la simple contemplación del paisaje, de las cosas como son, una fuerza sanadora que le reconcilia con la vida:
El día era estupendo, y vivir en un mundo con tan generosas reservas de agua parecía poner de manifiesto la misericordia y la caridad del universo.
Había estado nadando y ahora respiraba hondo, como si fuera capaz de almacenar en sus pulmones los ingredientes de aquel momento, el calor del sol, y la intensidad de su propio placer.
Pero el tono que predomina en sus relatos - aunque llenos de toques humorísticos - es la melancolia y una pregunta sin respuesta que resume su mundo literario:
…y me pregunto por qué, en este universo supremamente perfecto, próspero y equitativo, donde incluso las mujeres de la limpieza tocan preludios de Chopin en sus horas libres, todo el mundo ha de parecer tan desilusionado.
Magnífico escritor. Exquisitamente narrados, estos relatos tratan sobre la clase media americana y sus vidas aparentemente monótonas y aburridas, en las que, sin embargo, siempre existen personas atormentadas y oscuras. Interesante para leer, aunque la temática sabe demasiado a " USA".
Esta colección de relatos de Cheever es un excelente retrato de las clases medias estadounidenses, desde las más modestas, como los diversos episodios dedicados a la figura del ascensorista, hasta las más pudientes, establecidas en emergentes barrios residenciales y asistidas por criados, que se debaten entre la rutina y los devaneos de una vida social en la que no faltan las fiestas y el alcohol. Todo en un periodo que abarca los ambientes pre y postbélicos o los efectos de la depresión del 29, pero inundado de una suerte de clima atemporal que se siente muy familiar. La proximidad de sus historias se percibe por la identificación o el reconocimiento de las pasiones y miserias humanas más elementales que son descritas por Cheever con talento y precisión. El tiempo no ha echo apenas mella en sus relatos, puesto que seguimos inmersos en unas sociedades capitalistas que ven emerger las mismas inquietudes de clase que hace 50 u 80 años, y que John Cheever ha sabido diseccionar muy convincentemente.
Maestro del relato breve, aunque tiene también alguna novela ciertamente buena. Está al nivel de Carver, Dos Passos o Truman Capote. Hace unas radiografías increíbles de la clase media americana de hace unas décadas, esa aparente despreocupación y dolce vita, aderezada con esos cockteles y copas a media tarde de la clase media americana, combinado con un fondo de carencias vitales y auténticos dramones. Para mí su característica principal se encuentra en la agilidad en su escritura, la aparente ligereza. Da dos retazos de un protagonista o una situación y te hace componer la escena por ti mismo, un universo entero con dos palabras, nunca se me fue de la cabeza una frase de un relato cuyo nombre no recuerdo, en que el protagonista viene a decir: “tras la muerte de mi hijo, mi mujer y yo evidentemente nos tuvimos que separar”. No hace lo que haría un escritor del montón que es hablar de crisis ni psicólogos, no te habla de depresión o disputas, no te habla de adicciones, no te relata páginas y páginas de angustias manidas, tampoco del duro trance, ni los intentos de salvar el matrimonio, no. Deja que tú compongas el relato, imagines un dolor tal y le des forma, creo que es uno de los autores que poda sus historias; en lugar de reescribir y añadir, borra y logra hacer grandes sus narraciones.
Seguramente sea cosa mía, pues a Cheever se le considera un maestro del cuento. De los 29 relatos, me habrán gustado 5. Con lo que disfruté sus "Diarios"...