Con la llegada de la primavera, el pueblo de Morilla del Pinar se prepara para recibir a lo más granado del panorama lírico español, que acude a las terceras Jornadas Poéticas, celebradas anualmente en el Convento de las Espinosas. La reunión de tres días se presenta como la oportunidad perfecta para el desvarío de los participantes, que llegan con ganas de juerga y un objetivo común entre ceja y ceja: el sexo, la diversión y la gloria literaria, acompañada preferiblemente de un pisotón al contrario. Todo es posible en estos encuentros. Si algo puede acabar mal, terminará peor en unas jornadas que difícilmente podrán volver a convocarse.
Un recorrido por las miserias del mundillo poético en una comedia de enredos que, a pesar de su mordacidad, no está exenta de cierta dosis de ternura, la auténtica receta del buen humor. Un perfecto dominio del lenguaje, la brillantez lúdica en el tono solemne del narrador y la parodia gamberra de la trama son los ingredientes que Fernando Aramburu ha puesto al servicio de una novela hilarante que entronca con la tradición satírica de las letras españolas, género capaz de infiltrar con clarividencia la crítica más incisiva en la carcajada más espontánea, y que ha sido galardonado con el Premio Biblioteca Breve 2014.
Fernando Aramburu Irigoyen nació el 4 de enero de 1959 en San Sebastián, Guipúzcoa, España. Es licenciado en filología hispánica por la Universidad de Zaragoza y desde 1985 reside en Alemania. Fue miembro del Grupo CLOC de Arte y Desarte. Considerado ya como uno de los narradores más destacados de su generación, es autor de tres libros de relatos: No ser no duele (1997), Los peces de la amargura (2006) y El vigilante del fiordo (2011), y de cinco novelas: Fuegos con limón (1996), Los ojos vacíos (2000), El trompetista del Utopía (2003), Bami sin sombra (2005) y Viaje con Clara por Alemania (2010), títulos que han sido distinguidos con el Premio Ramón Gómez de la Serna 1997, el Premio Euskadi 2001, el XI Premio Mario Vargas Llosa NH, el Dulce Chacón y el Premio Real Academia Española en 2008. Ha escrito también libros para niños, como Vida de un piojo llamado Matías (2004). Con Años lentos mereció el VII Premio Tusquets Editores de Novela.
No es mi intención (ni mucho menos) descolgarme aquí con una lección sobre literatura: para definir lo que es la sátira como género ya están los libros y las enciclopedias… Pero sí que resulta curioso considerar cómo este género se ha ido apagando en las últimas décadas hasta casi el desuso. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo puede ser que la sátira ya no se practique en la literatura cuando, sin embargo, se ha convertido casi en un deporte, en un medio de vida? ¿Será precisamente por eso? Cuando hasta un niño de primaria es capaz de utilizar la sátira con la sofisticación de las plumas clásicas más afiladas, ¿qué sentido tiene cultivar el género con culteranismo? Pues ningún sentido. Y, a la vez, y leyendo “Ávidas Pretensiones“, habrá que concluir que también tiene todo el sentido del mundo: Fernando Aramburu consigue atrapar las formas del género clásico, el de antaño, y situarlo en el aquí y en el ahora de tal forma que la extrapolación cronológica incluso acaba formando parte de la sorna.
“Ávidas Pretensiones” es el retrato despiadado de una clase literaria que se ha quedado atrapada en un bloque de ámbar: unos poetas que intentan maquillar su calidad de vividores hedonistas y de chanchulleros buscavidas utilizando la poesía como herramienta que proyecte una imagen más elevada de ellos mismos por mucho que entre esa imagen y la realidad exista una abismo al que nadie tiene ganas de mirar directamente. ¿Y qué mejor forma de dejar al descubierto ese anquilosamiento cronológico que utilizando la sátira para pintar los colores y las sombras de sus formas pomposas, de su lenguaje anacrónico, de su comportamiento de otro tiempo, de sus egos heridos siempre a la búsqueda de un reconocimiento? Aramburu define a sus personajes en la frontera justa que separa el escalpelo despiadado y la caricia cariñosa… Y, por el camino, arroja descripciones tan sublimes como la que sigue: “No estoy loca, si eso es lo que piensas. Podría estarlo tranquilamente. Mientras yo elija mis abismos conservaré la mente fría para saber lo que hago y por qué lo hago. Ya sé, ya sé que a veces pego gritos, lloro en público, pero eso, ¿qué importa a quienes, como yo, se niegan a dedicar su talento y sus fuerzas a ser personas normales? Odio a la gente sin imaginación, te lo juro, a la gente que no aspira más que a pagar sus facturas. Su presencia me resulta repulsiva. A mí, en cuanto me hablan de vacaciones, de la oficina y del carrito del bebé, corto. Y te confieso una cosa: me gusta ofender. Me causa un gozo intenso, pero sobre todo supone un método cojonudo para ahuyentar la soledad. Hace años me acostaba con cualquiera por no estar sola. Hombres, mujeres, lo que estuviera a mano. Ahora consigo o mismo, incluso más, ofendiendo. Y te aseguro, y espero que me creas, que ignoro los efectos de mi conducta. ¿Por qué? Pues porque saltan a la vista. ¿Cómo? Muy fácil. A la gente hay que tocarle los huevos bien tocados para que se le caiga la careta. Si la insulto, reacciona, me echa la bronca, discute conmigo. En una palabra, me hace compañía“.
¿Clase privilegiada (en lo intelectual) o casta maldita (en lo emocional)? “Ávidas Pretensiones” no tiene miedo a lanzar miradas hacia el abismo entre la realidad y la imagen que proyectan estos seres heridos de poesía. No tiene miedo, al fin y al cabo, de dejar al descubierto la bajeza que pueden demostrar unos personajes a los que se les presupone una sensibilidad elevada: “¡Qué vocabulario! ¿Y esos son poetas, creadores de un lenguaje poético, artistas de sensibilidad exquisita?“. En esta pregunta parece cimentarse una novela deliciosa en la que Aramburu deja patente un uso portentoso de la prosa a la hora de retratar a todos estos labradores de poesía. De hecho, en las propias páginas de la novela, diferentes ramalazos de lírica acaban contaminando la prosa, ya sea en su vertiente más surrealista (como en la daliniana pesadilla que uno de los poetas tiene después de tomar setas alucinógenas), en su gestación más automática (esas frases que quedan inacabadas porque, al fin y al cabo, lo que van a decir son puras obviedades que el lector puede salvar de la elipsis) o en su cara más sensual (ese maravilloso pasaje en el que una de las poetisas fantasea con deslizarse debajo de las sillas de los compañeros que escuchan una charla hasta llegar al objeto de su deseo y contemplar, adorar las piernas de su femenino objeto del deseo).
La maestría de Aramburu, sin embargo, no sólo queda patente en su capacidad superlativa para escarbar en la tumba de la sátira como género y para utilizar la palabra como pala de oro… Su maestría final está en darle forma a un fascinante esqueleto de barro que sea la estructura de “Ávidas Pretensiones“: la historia de estos poetas que se reúnen en unas jornadas de poesía allá donde Dios perdió la alpargata (cuando en verdad se están reuniendo para pasar el rato y comer y beber y discutir e insultarse y, si se tiene suerte, follar) es explicada en diferentes tramos temporales que, sin embargo, se presentan ante el lector de forma desordenada. Cada uno de los bloques narrativos aborda un periodo de tiempo, pero cada capítulo dentro de ese bloque ofrece la visión de uno de los personajes al respecto de un micro-tramo temporal, de tal forma que la acción va salando hacia adelante y hacia atrás para revelar cosas que le habían pasado desapercibidas a quien lee o para pillarle con la guardia baja y darle una deliciosa estocada con forma de floritura en el aire.
Y, por si eso fuera, poco, después de cuatrocientas maravillosas páginas haciéndonos creer que su intención era recuperar la sátira para hacer un fresco de una clase literaria en (¿merecida?) extinción, Fernando Aramburu cierra sus “Ávidas Pretensiones” dándonos a entender que su voluntad siempre fue más allá. Justo en las páginas finales, uno de los personajes afirma: “En nuestro país, madre, cuando hay que reducir gastos, se empieza de costumbre por la cultura. No somos especialmente perspicaces a la hora de fomentar la calidad de la persona“… Con estas palabras, queda ahí flotando la sensación de que estos poetas no son sólo unos poetas en concreto, la sátira del poeta clichetero tradicional. Queda flotando la sensación de que, finalmente, prima el cariño por encima de las ganas de hacer leña del árbol caído, y que estos poetas son una cultura a la que se está ahogando. Una cultura que cada vez tiene el pulso más débil. Una cultura al borde de la muerte. Y es aquí cuando, como en toda buena sátira, se te congela la sonrisa en la cara.
La escritura de Fernando Aramburu es brillante. Inventa sus propias expresiones; juega con la gramática, con las frases coloquiales y las cultas y baraja un vocabulario rico y fluido. Sus personajes son tridimensionales y nos va mostrando su personalidad poco a poco, para que los vayamos conociendo; algunos de ellos son incluso prototipos perfectamente reconocibles que nos hacen sonreír por su parecido con personas reales de nuestro entorno. Sin embargo, tanta brillantez se pone al servicio de una historia mediocre, chabacana, de mal gusto en ocasiones. Una historieta que no atrae, que no lleva a ninguna parte, que argumentalmente aburre. El sarcasmo, la ironía, el humor prometido en la sinopsis, si bien están ahí, no se emplean en una realidad reconocible por el lector que le lleve a identificarse o al menos a sentir curiosidad; es sin embargo, el reflejo de un mundo cerrado, el de los propios escritores y sus rencillas. Temo además que Fernando Aramburu peca de la misma idea trasnochada de la que adolecen otros escritores de su generación que crecieron en una época de tenue apertura en la que resultaba trasgresor hablar de sexo abiertamente y más si era de una manera burda e incluso sucia. Aún no se han enterado de que esos tiempos han pasado y que la charla sexual se ha normalizado, popularizado y que a casi nadie se le suben los colores al hablar de partes del cuerpo, posturas o relaciones homosexuales. Pero es más, estos escritores tienden a maltratar a sus personajes femeninos convertidos en auténticas caricaturas ridículas, así encontraremos en este libro mujeres alteradas, incontinentes, con una sexualidad desorbitada y difíciles de asumir como posibles personas reales; la guinda para este pastel de vulgaridad. Lástima que tantísimo talento con la pluma se haya desperdiciado en este libro que calificaría casi casi de infumable.
Decepcionante. Pasan muchas cosas pero relativamente lineal y aburrido, a pesar del excelente dominio del vocabulario y la narrativa. Parecía de sátira y humor pero no ha habido ningún fragmento que realmente me hiciera reír o sonreír. Prácticamente era un informe de las jornadas, aderezado con las anécdotas y los diálogos de los asistentes.
La verdad es que en la contratapa hacen un buen resumen del libro y es poco lo que se puede agregar. Se lee fácil porque es muy liviano, recure a un "chiste fácil" y deja muy poco. No me arrepiento de leerlo aunque sólo lo recomendaría como lectura liviana para pasar el rato, lo que no está mal, pero tampoco "alimenta" mucho
Me la recomendaron y la pospuse aunque me arrepiento poco de hacerlo porque es una novela que se disfruta más teniendo otras cuantas a la espalda. La premisa, una novela cómica de una reunión de literatos, es atractiva. La ejecución es brillante. El autor contaba con unos hechos que alardea de reales, con lo que la trama da para lo que da (y no es que sea poco, es un fin de semana de locos), pero es la ejecución lo que la hace brillar. Las otras reviews no mienten, es un ejercicio de estilo genial.
Por lo general me gusta la forma de escribir de Fernando Aramburu, su estilo es muy personal, pero en este caso en concreto creo que se vuelve en su contra. Demasiada palabrería para no decir nada y acabar volviendo pesados los momentos de supuesto humor de la trama.
Cuando empecé a leer este libro leí ciertos comentarios diciendo que la sátira era un género que pasaba por horas bajas, que la gente ya no consumía. Me sumo a esas tendencias. Por algún motivo el humor hoy se busca en otros formatos. Pero tengo que decir que con un poco de paciencia he acabado disfrutando del libro. No es un libro que te atrapé al instante, no utiliza fórmulas facilonas que un thriller convencional podría utilizar. Pero al final la historia acaba entreteniendote y haciéndote sonreír. El autor es alguien a quien admiro por su versatilidad y eso me hizo darle un voto de confianza.
he de decir que me ha sorprendido mucho, nada que ver con el Aramburu de Patria, en este libro es más bien un Eduardo Mendoza contando sucesos graciosos que les ocurren a los poetas que van a las jornadas, me lo he pasado muy bien con las ocurrencias, anécdotas y situaciones de los protagonistas y, además, contando con una buena prosa. Hay personajes para escribirles a ellos solos un libro, muy recomendable
Cuando medio país consumía compulsivamente Patria y opinaba sobre su calado, descubrí a Fernando Aramburu. A pesar de que disfruté de la lectura —sin fliparme, como merece todo best seller—, encasillé al escritor donostiarra como un tótem anodino. Encasillar como si su biografía no contara con decenas de obras y una notoriedad a prueba de superventas. Recientemente se me cruzó Ávidas pretensiones, publicación anterior a Patria, merecedora de la vitola de Premio Biblioteca Breve 2014, la cual ha liquidado mis prejuicios. A medias.
Ávidas pretensiones recrea unas jornadas poéticas en las que se suceden todo tipo de dislates en la que la palabra versada queda totalmente arrinconada. Cualquier escritor de medio pelo tiene claro que la literatura es un mero medio y el heterogéneo elenco de la novela encarna la ínfula a la perfección. El ego de los poetas enfrentado en absurdas reyertas, las tretas para escalar en la jerarquía hacia ningún lugar, la inspiración de los artistas y la picaresca como forma de ganarse honradamente la vida son algunos de los temas que compone la retahíla de tramas. Es cierto que entre los escritores de narrativa existe la malévola diversión de meterse con los trovadores, pero el caso de Aramburu dispone de cierta disculpa, teniendo en cuenta que el autor cuenta su haber con multitud de poemarios y reconocimientos en el campo. Es más, esta experiencia hace que algunas de las creaciones, aunque satirizadas, gocen de cierto estilo.
El nivel de bochorno es tan elevado y la ambientación abraza tal grado de cutrerío que en cierto momento sentí que estaba encerrado en una de esas películas de Pajares y Esteso de los años setenta. Aunque hay momentos para la carcajada, la mayoría son más fruto de la vergüenza ajena que del gracejo. La caricatura azota también al pensamiento progresista y al feminismo, lo cual alimentará las críticas que le acusan de cierto conservadurismo. Eso sí la pluma ingeniosa y puntillosa de Aramburu ennoblece un libro que pasado el ecuador comienza a hacerse pesado. Una apuesta particularmente arriesgada al comprobar que Ávidas pretensiones nos lleva a más de las cuatrocientas páginas. Se convierte en un verdadero alivio cuando las jornadas finalizan y manda a la poetada a su incierta misión de colonizar con versos la luna. Metafóricamente.
Si el aroma de película cutre que rezuma Ávidas pretensiones es persistente, el director Jaime Chávarri convirtió la sospecha en realidad en 2022 con una adaptación llamada La manzana de oro. Filmaffinity nos ahorra mayor escarnio otorgándole un preventivo y rotundo 3,9. ¡Ay, poetas de bragueta! ¡Ay, prejuicios versados!
Luego de la flamante y espléndida "Patria" (5 estrellas más que merecidas) sabía que había hallado en Aramburu a un escritor destinado a convertirse en uno de mis predilectos, y mi hipótesis se confirma tras la segunda lectura de su obra que he degustado con sumo placer. Una sátira cruel y extremadamente irónica, jocosa e hilarante sobre las entrañas de los mismísimos protagonistas del universo literario, centrada en los representantes del género que menos afines y adeptos posee hoy día: la poesía y, por ende, los poetas. Me he reído muchísimo, y en el tren incluso han llegado a mirarme tras proferir alguna que otra carcajada más que merecida. Sus personajes, bien diseñados y llevados, atrayentes y repelentes, simpáticos y asquerosos, obscenos y crueles pero cínicos y divertidos. La prosa es, además, exquisita y única, pues Aramburu posee un estilo único y muy propio, una clara marca característica de su producción. Una de nuestras grandes voces actuales, sin duda. Absolutamente recomendable. Con ganas de seguir con su obra. La próxima parada, sin duda, será "Los peces de la amargura".
Sin duda un libro entretenido. Al principio el lenguaje tan artificioso me resultaba cansado, pero una vez que capté la esencia de los personajes, me empecé a encariñar con ellos y me sumergí en la historia. Un libro cargado de ironía, de crítica humorística, de lo mundano y poético del ser humano, de la soledad del artista, de la incomprensión de la cultura. Un libro diferente, pero que me ha dejado con una sonrisa. Un pequeño adelanto: un encuentro poético con lo más granado y variopinto de la cultura española.
Un libro genial, con un humor sarcástico e irónico ademas de brillante e inteligentisimo, como me gusta a mí. Me lo pasé muy bien leyéndolo, me pasaba de carcajada en carcajada, con un lenguaje sublime, diferente, divertido. Es una lectura muy distincta de todos los libros del autor y diferente de todos los libros que he leído. También tiene partes profundas y filosóficas, pero siempre con el toque de humor presente. Me ha gustado tanto que lo acabo de terminar y tengo ganas de volverlo a empezar de nuevo.
Tal y como dice el propio título, es un libro demasiado pretencioso. No entiendo qué pretendió Aramburu, escritor encumbrado por la seriedad de sus novelas, con este pastiche de farsa cómica y novela de enredo. Tampoco entiendo el premio Biblioteca Breve que se llevó; supongo que demasiados intereses ocultos editoriales y de ventas llevan a que una novela sin norte ni sentido gane un premio otrora prestigioso.
Si no lo hubiera leído me hubiera ahorrado varios días de lectura aprovechables para haber disfrutado con cualquier otra novela.
Francamente, las expectativas que puede despertar el libro por ser premio biblioteca breve 2014 Seix Barral, unida a la atrayente información que aparece en la contraportada del libro, unido a las críticas que aparecen en la solapa posterior, inducen a pensar que se trata de un libro que merece ser leído. Sin embargo, la lectura apenas tiene interés ni ritmo, y la expectativa sobre el humor sarcástico anunciado, más bien brilla por su ausencia. Sólo según se va acercando el final del libro, se hace algo más ameno y legible. En resumen, yo no se lo recomendarían a nadie, ya que es inmensa la cantidad de libros a leer antes que este Si le daría un + al autor de la contraportada por su creación sobre el contenido del libro. Y suspendería con todo rigor a los críticos cuyas reseñas aparecen en la solapa posterior, por mi dificultad para creer que sean críticas sinceras, y menos aún, reales. También es cierto la crítica llega a sus cimas cuando Ángeles López, crítica de "La Razón" ,cuando dice: "El cumplimiento las funciones estéticas que la alta literatura exige". Sublime
Frankly, the expectations that the book can arouse for being the 2014 Seix Barral short library award, together with the attractive information that appears on the back cover of the book, together with the criticisms that appear on the back cover, lead one to think that it is a book that deserves to be read. However, the reading hardly has any interest or rhythm, and the expectation of the announced sarcastic humor is rather conspicuous by its absence. Only as the end of the book approaches does it become more enjoyable and readable. In summary, I would not recommend it to anyone, since the number of books to read before this one is immense. If I would give a + to the author of the back cover for the creation of him on the content of the book. And I would rigorously fail critics whose reviews appear on the back flap, because I find it hard to believe that they are sincere reviews, let alone real ones. It is also true that criticism reaches its heights when Ángeles López, critic of "La Razón", when she says: "The << mathematical-Bachian >> fulfillment of the aesthetic functions that high literature demands". Sublime
Con la llegada de la primavera, el pueblo de Morilla del Pinar se prepara para recibir a lo más granado del panorama lírico español, que acude a las terceras Jornadas Poéticas, celebradas anualmente en el Convento de las Espinosas. La reunión de tres días se presenta como la oportunidad perfecta para el desvarío de los participantes, que llegan con ganas de juerga y un objetivo común entre ceja y ceja: el sexo, la diversión y la gloria literaria, acompañada preferiblemente de un pisotón al contrario. Todo es posible en estos encuentros. Si algo puede acabar mal, terminará peor en unas jornadas que difícilmente podrán volver a convocarse. Un recorrido por las miserias del mundillo poético en una comedia de enredos que, a pesar de su mordacidad, no está exenta de cierta dosis de ternura, la auténtica receta del buen humor. Un perfecto dominio del lenguaje, la brillantez lúdica en el tono solemne del narrador y la parodia gamberra de la trama son los ingredientes que Fernando Aramburu ha puesto al servicio de una novela hilarante que entronca con la tradición satírica de las letras españolas, género capaz de infiltrar con clarividencia la crítica más incisiva en la carcajada más espontánea, y que ha sido galardonado con el Premio Biblioteca Breve 2014.
Si bien el uso del lenguaje lo trata magistralmente, se nota que es un gran conocedor de la lengua, el tema se me ha hecho pesado hacia la mitad del libro. He echado en falta un poco de acción ya que personajes para que ocurrieran más cosas había de sobra. Aún así me he reido con alginas escenas porque aunque resultaban deprimentes, tenían su comicidad. Comparándolo con Patria se queda corto.
Con una magnífica prosa poética, Aramburu nos introduce en el mundo de la poesía y los poetas con un implacable retrato de un grupo de esperpénticos personajes.
Con la excusa de debatir sobre la poesía esta variopinta pandilla se reúne para comer y beber de gorra, drogarse y practicar sexo a todas horas.
A través del lenguaje anacrónico que pone en sus bocas, nos presenta la cruel descripción de los poetas: ególatras, interesados y pasados de moda, capaces de lo que sea con tal de lograr su minuto de gloria (y de paso, fastidiar a sus rivales). Dicen y hacen lo que quieren sin importar a quien hieren, confiados en su superioridad, no sólo literaria. Se comportan como niños malcriados que se enrabietan, para que su padre les compre el regalo que no se merecen y que sólo quieren para fanfarronear ante los demás .
Como siempre, Aramburu nos deleita con una escritura brillante, se recrea en la gramática, reinventa la elipsis, utiliza un vocabulario exquisito y se convierte en el maestro de la retórica.
Sin embargo, el fondo de la historia es anodino, tedioso, no atrapa al lector. Los únicos pasajes que hacen reír a carcajadas son aquéllos en los que se recurre al humor más zafio, al caca-culo-pedo-pis, más propio de una película de destape que de una obra de esta altura literaria, y que resultan bochornosos. La sátira prometida se queda en una pretensión.
La denominación de los capítulos ("Planteamiento", "Nudo" y "Desenlace") nos hace esperar una comedia de enredo (o incluso una novela de misterio, después de lo que le ocurre a uno de los “metafas”), pero no llega más allá de una sucesión de acontecimientos sin mucha relación entre ellos y con poco o ningún interés.