No puede dudarse de la capacidad extraordinaria del autor de crear historias de calado, con personajes, escenas, paisajes y atmósferas muy bien labrados y diálogos simples pero efectivos.
La escritura es limpia, aunque a veces sobran detalles más propios de una novela que de un relato corto.
Todas las historias presentan, cuando no representan, un choque entre personajes de una sociedad muy partida. Ricos y pobres, enfermos y sanos, vagos y trabajadores, hombres que estudian o tocan el violin y mujeres que se dedican a sus labores, sueñan con amores o tocan el piano.
Me interesa una manera de contar que refleja sin aspavientos, de manera natural, una sociedad que estaba desde decenios abocada a la desaparición, prefacio de una tragedia, la que luego sería la dictadura. En todo caso, un salto de una tragedia, la del tándem nobleza-siervo, a otra tragedia, la del tándem dictadura-pueblo.
Es en esa disyuntiva continua en la que nos encontramos en cada uno de los cuentos de esta colección. Casi siempre hay detrás un escape de algún personaje de una situación a otra, por necesidad, nostalgia o por un empuje que lo aboca a escapar de su jaula particular.
Las tragedias son pasivas, naturales. Las muertes también, por enfermedad, como si la via de escape siempre fuera porque la naturaleza así lo desea, incapaces los personajes de dejarse cambiar el destino porque el destino toma las riendas, no porque los personajes sean capaces de tomar las riendas de áquel.
La riqueza en aquellos tiempos eran la música, los libros, los caballos, las casas enormes, el tener siervos. La pobreza era más simple porque, simplemente, valga la redundancia, no se tenía absolutamente nada. Nunca mejor aplicado aquello de que los pobres de estos relatos no tenían ni donde caerse muertos.
En ese natural devenir nos embarcamos en cada una de estas historias. Solo los amores, la base de casi todos los cuentos, y los modos me parecen bastante ñoños, a veces algo espesos, excesivos, en muchos casos antinaturales (diferencias de edad que hoy se considerarían casi proscritas). En todo caso, esa ñoñería no es otra cosa que un elemento más de aquella época. Rechina la ñonería lo mismo que puede rechinar la sociedad de la que se habla, ni más ni menos. Así pues, el que se enfrente a este tipo de historias, tiene que aceptar esa parte del contrato (de lectura). También eso, esa ñoñería, es un descubrimiento, sobre tiempos en que las cartas y no los mensajes cortos de whatsapp eran el medio de comunicación y viajar en caballo era un lujo que pocos podían disfrutar.
En fin, una lectura que me ha parecido muy amena, con la que he disfrutado y con la que se me ha revelado una vez más una sociedad en un contexto histórico interesantísimo que hay que conocer para entender mejor la primera parte del siglo que nos dejó hace casi cuatro lustros, sobre todo en ese país que abraza sin miedo la extensísima Siberia.