En un mundo en el que cualquiera se autodenomina creador de contenidos, a Lorena Macías le robó el corazón que la amiga de una influencer se refiriera a ella como «destructora de contenidos».
En su primer libro, su ácido e ingenioso estilo provoca carcajadas salvajes al entremezclar su propia historia con las anécdotas más surrealistas de las influencers.
Acompaña a la autora en su descubrimiento de esta nave industrial de pamplinas que es Instagram y en sus aventuras probando las dulces mieles de la influencia.
El libro más divertido que leerás en mucho tiempo.
La crítica especializada ha «Lo podían haber hecho en tonos crema, que en azul no me pega con las cortinas del salón». Hermana de una conocida influencer
«Tan divertido como scrollear en Instagram, pero mucho más resultón para subir una foto haciéndote la culta». Usuaria promedio de Instagram
«JAJAJAJAJA». La persona que fingía no ver Sálvame y ahora finge no saber quién es ninguna influencer
«Me compré el ebook para poder buscar los pasajes con mi nombre y ahorrarme el resto. No le vi la gracia». Conocida influencer
El algoritmo también escribe realismo mágico Lo primero que me atrapó de este libro fue su descaro: Cien años de Mendigram no pretende esconder lo que es. Lorena Macías mira el universo digital como quien se asoma a una pecera luminosa y ridícula, poblada de criaturas que confunden su reflejo con el mundo. En esa agua turbia donde flota la vanidad colectiva, la autora detecta una genealogía delirante: la del influ-realismo mágico, una estirpe de personajes que se narran a sí mismos hasta creer que existen. “Era como si los gitanos de Cien años de soledad, que recorrían el mundo exhibiendo los nuevos inventos de la ciencia, hubieran plantado su carpa en el Instagram de 2020.” Esa comparación, entre el asombro fundacional del realismo mágico y la banalidad hipnótica de las redes, resume el pulso del libro: la magia ha mutado, ahora brilla en pantallas y algoritmos. Macías convierte el “scroll” en un hechizo cotidiano y al influencer en su profeta. Leí Mendigram con una mezcla de fascinación y malestar. Me incomoda el modo en que las redes moldean la realidad y, sin embargo, observo cómo parece que no somos capaces de desprendernos de ellas. Tengo cuentas activas, sí, aunque siento que cada vez las miro más como quien observa un experimento. Supongo que ahí radica el acierto de Macías: me hizo leer como quien se reconoce en una farsa. En una de las frases que marqué se lee: “las historias que funcionan no necesitan contexto”. En las redes, esa máxima es ley: cuanto menos contexto, más viralidad. Pero el libro demuestra lo contrario. Las historias que sobrevivirán —incluso las digitales— son las que resisten el olvido rápido, las que conservan un fondo de verdad aunque se digan entre filtros. Leo casi todo en Kindle. Anoto, subrayo, copio frases que más tarde vuelvo a leer, intentando entender por qué me detuve justo ahí. Sé que ese hábito también forma parte del ecosistema que el libro critica: el impulso de capturar lo fugaz, de preservar una idea brillante como si fuera un trofeo. En una de mis citas favoritas, Macías escribe: “«Si tienes que decirles a todos lo que eres, es porque no lo eres realmente».” Esa sentencia podría grabarse en cada pantalla antes de abrir una red social. Lorena Macías escribe con una ironía que no se complace en el sarcasmo. Su mirada es lúcida, y lo que retrata no es solo la cultura influencer, sino la ansiedad de un tiempo que necesita convertirlo todo en relato. Entre lo divertido y lo siniestro, Mendigram funciona como espejo deformante: muestra lo que somos cuando creemos estar contando otra historia. Al terminar el libro tuve la sensación de que, en realidad, todos participamos del mismo hechizo. Cada publicación, cada reseña, cada intento por dejar huella digital es también una forma de mendigram. Y ahí está la paradoja: cuanto más queremos narrarnos, más dependemos del algoritmo para existir. Tal vez la magia del siglo XXI no esté en lo que inventamos, sino en lo que logramos hacer parecer real.
The Algorithm Also Writes Magical Realism What first captivated me about this book was its audacity: Cien años de Mendigram doesn’t try to hide what it is. Lorena Macías looks at the digital universe like someone gazing into a bright, ridiculous fish tank, full of creatures that mistake their reflection for the world. In that murky water where collective vanity floats, the author identifies a delirious genealogy: that of influ-magical realism, a lineage of characters who narrate themselves until they believe they exist. “It was as if the gypsies from One Hundred Years of Solitude, who traveled the world exhibiting the latest inventions of science, had pitched their tent on Instagram in 2020.” That comparison—between the foundational wonder of magical realism and the hypnotic banality of social media—captures the pulse of the book: magic has mutated; now it glows through screens and algorithms. Macías turns the act of scrolling into a daily spell and the influencer into its prophet. I read Mendigram with a mixture of fascination and discomfort. The way social media shapes reality unsettles me, and yet I can’t help but see how we seem incapable of letting it go. I keep active accounts, yes, though I find myself looking at them more and more as if observing an experiment. Perhaps that’s Macías’s greatest success: she made me read as someone who recognizes himself within a farce. One of the lines I highlighted reads: “Stories that work don’t need context.” Online, that maxim is law: the less context, the more virality. But the book proves the opposite. The stories that will endure—even digital ones—are those that resist quick oblivion, the ones that preserve a core of truth even when filtered through layers. I read almost everything on Kindle. I annotate, highlight, copy sentences that I later reread, trying to understand why I stopped right there. I know that habit is also part of the ecosystem Macías critiques: the impulse to capture what’s fleeting, to preserve a bright idea as if it were a trophy. In one of my favorite lines, she writes: “If you have to tell everyone what you are, it’s because you’re not really that.” That sentence could be engraved on every screen before logging into a social network. Lorena Macías writes with irony, but not with cruelty. Her gaze is lucid, and what she portrays is not just influencer culture but the anxiety of an era that needs to turn everything into a narrative. Between the humorous and the unsettling, Mendigram works as a distorted mirror: it shows what we are when we think we’re telling another story. When I finished the book, I felt that, in truth, we all participate in the same spell. Every post, every review, every attempt to leave a digital trace is also a form of mendigram. And that’s the paradox: the more we try to narrate ourselves, the more we depend on the algorithm to exist. Perhaps the magic of the twenty-first century lies not in what we invent, but in what we manage to make look real.