Un joven madrileño pasa sus días cuidando de su madre enferma, callejeando con su amigo el Gordo y anotando frases inconexas en el Bar Urgel, impulsado por una vaga ambición de hallar una trascendencia a través de la escritura, un sentido a su aciaga existencia. Es en ese ambiente amistoso del bar, rodeado de hombres que encarnan lo que más odiaba y lo que más temía de su difunto padre, donde poco a poco cristaliza la búsqueda silenciosa del protagonista. Entre pinchos de tortilla y cervezas, sermones improvisados al hilo de la tertulia televisiva, peroratas etílicas de tinte machista, raíz xenófoba y homofobia desaforada, el protagonista se siente a veces acorralado por una masa coral que no hace sino corroborar la insufrible decadencia política y social que ve a su alrededor. Otras veces, sin embargo, encuentra una insospechada poesía en ese corro de personajes que lo acoge como a uno más. En esta novela iniciática, ganadora del I Premio de Narrativa Diana Zaforteza, Pablo Gallego Boutou juega con diferentes estilos en los que combina lirismo y oralidad para iluminar la tragedia con belleza, ternura y sentido del humor. En una atmósfera de desencanto, la literatura y el arte despejan los miedos y alumbran un territorio narrativo propio, una vía que permite desgranar las propias contradicciones, resistir ante los grandes desengaños y revelar lo insondable que nos hace caer. Una novela sobre el alivio de la tristeza y del dolor, sobre el cuidado de los demás y la búsqueda del placer, sobre la amistad comprometida y la necesidad de un espacio común al que pertenecer.
—¿Por qué mi memoria no es mía? —le pregunto. Ella no contesta. Deja un largo silencio, amplio, vivo. Un silencio que es todo mío.
“Bar Urgel” ha llegado a mí de la forma más imprevista: como regalo de amigo invisible (aunque al final no fue tan invisible) en mi club de lectura. Creo que jamás habría llegado a él, ni siquiera por su sinopsis, que pese a ser exquisitamente acertada, no consigue trasmitir lo que guarda esta novela. Así que sólo puedo decir que: mil gracias, Vania.
La lectura de “Bar Urgel” me ha trasladado a “La mala costumbre”, de Alana Portero, y creo que ese es uno de los mayores cumplidos que puedo hacerle a un libro. No necesariamente en la temática, o incluso en la dimensión cronológica. “Bar Urgel” es, quizás, menos ambicioso en ese sentido: no es toda una vida, y tampoco se enfrenta a dilemas del calado de la protagonista de “La mala costumbre”, pero sí que retrotrae a ese abrazo, a esa mirada empática y misericordiosa de Alana.
Ambos son libros tiernos, incluso cuando narran cosas malas, y siempre intentando mirar a los que tienen otros valores o, incluso, les hacen daño, con respeto y voluntad para ponerse en su lugar. Porque, y más en ambientes obreros, muchas veces esa “mala leche”, esa violencia, lo que oculta es una vida de trabajo duro, privaciones y renuncias. Y esto no es una justificación de nada, pero hay que tenerlo en cuenta.
El estilo del libro es sencillo, alternando entre pasajes más dialogados y rápidos, con capítulos poéticos y llenos de pensamiento. Cuando cierras el libro, necesariamente te has enamorado de todos los personajes, incluso aunque a muchos no los soportes. Jugando siempre con un pie en la autoficción y muy poca trama, logra un reflejo respetuoso, aunque nada ciego, de un grupo social al que es muy fácil meter en el cajón de la burla o el desprecio. Pablo Gallego critica y señala, pero lo hace desde el amor y la comprensión, y lo hace muy bien, pues consigue no caer en el paternalismo.
Quizás el único pero que le puedo encontrar al libro, y no es algo que a mí me afecte, lógicamente, es que es un libro MUY madrileño. Está repleto de referencias no explicadas, nombres, lugares… Nada que impida la lectura, ni mucho menos, pero lo dejo como aviso para los que lo lean sin ser de la región de Madrid.
Por lo demás, una gratísima sorpresa de fin de año y un muy buen debut para Pablo Gallego Boutou, que lo pongo ya mismo en mi radar. Más que recomendable, y más si te gusto “La mala costumbre” (¿existirá alguien a quien no le guste “La mala costumbre”?).
No sé por qué ha sido tan especial leer este libro para mi; quizás porque me ha recordado en parte al Carabanchel de Manolito Gafotas, pero siendo éste más adulto y consciente, observando y sintiendo los efectos del S. XXI en el barrio. Quizás porque me identifico con la generación del autor, con sus inquietudes y sus frustraciones. Quizás porque tambien hay una parte que me recuerda a "El verano que mi madre tuvo los ojos verdes", y a "La mala costumbre", a la cultura de los barrios de las afueras de Madrid. No he podido parar de leerlo. Es precioso
Este libro tiene el encanto de los bares de toda la vida a los que siempre vuelves, a pesar del olor a fritanga, de los huesos en el suelo o de las conversaciones tóxicas que se dan a veces. He añorado mucho Madrid leyéndolo.
Poesía, tristeza, humor, sensibilidad y miedos se mezclan de una forma bellísima en esta novela. Una escritura a menudo lírica, pero sin llegar nunca a ser pretenciosa, cursi o retórica. A veces evocadora y, para mí, bastante hipnótica. Durante la lectura, en muchos momentos me sentí embobado. Pero de la mejor manera posible. Es lo que ocurre cuando te enfrentas a algo sencillamente hermoso.
Es como cuando se encendieron las luces y Rosalía empezó a cantar “Me quedo contigo” en los Goya. Estás ahí, lo sientes todo, y lo único medianamente inteligente que te viene a la cabeza es: “Jolín, esto que estoy viendo, escuchando o leyendo es bello. Tan sencillamente bello.”
Está bien escribir sobre el barrio, a menos que caigamos en la trampa de ridiculizar a la gente de barrio. Gitanos, catetos, drogas… ¿Y las mujeres? No hay mujeres en los barrios, solo existen las madres, el resto de las mujeres del barrio tienen un papel tan secundario, que, ni se las nombra. Aún así, entretenido si conoces la zona.
Pensé que iría solo sobre los bares españoles... pero en absoluto. Mucho humor y mucha poesía. Habla sobre la violencia, la sexualidad, los vínculos sexoafectivos. Nada autocompasivo, por momentos muy duro. Me gusta la inteligencia emocional de su autor. Me ha encantado.
Bar Urgel tiene muchas cosas que me gustan: costumbrismo, lirismo, humor, y una extraña conjunción de pena, emoción y aceptación esperanzada que me encanta.
En Bar Urgel se mezcla la amistad con la violencia, el cariño con el odio, la dignidad con el abuso… En resumen, es una novela que trata entre otras cosas la complejidad de las relaciones entre las personas diversas que confluyen en el universo espacio-tiempo de un bar de barrio.
Te gustará si eres de Madrid, te gusta la mezcla de lenguajes, has estado bajo el sol de Carabanchel y has sentido la ciudad con todo lo bueno y lo malo que tiene. También si conoces en carne propia, o en la de alguien cercano, la precariedad laboral, el rechazo a lo diferente y los primeros golpes de realidad de la vida adulta.
Casualmente he leído este libro en el proceso de mudarme fuera de Carabanchel y ha sido catártico. Como si fuera un ritual de despedida del barrio, caminar por general Ricardos, el toboso, pasar por el Bar Urgel con el 119 desde Marqués de Vadillo... es un libro que combina muchos dolores y contracciones, muchas cosas bonitas, te reconcilia un poco con lo que significa vivir en Madrid, es cálido, te abraza. Leerlo se ha sentido como estar en casa a pesar de todo
me ha sanado después del flop del último libro que me leí. la narración es increíble, poesía pura, ni le sobra ni le falta nada. la historia queda en el aire... o no, pero espero que pablo gallego siga escribiendo libros. es una novela muy real y a la vez con mucha fantasía; es decir, es lo real y lo de nuestras mentes. y por supuesto, la tortilla siempre sin cebolla.
Si te quedaste mirando a la pared d gotelé con "Manolito Gafotas 1: la película" vas a flipar con la segunda parte "Manolito Gafotas 2: depresión en Carabanchel" Muy bueno este spin-off de Elvira Lindo 🤠
“Qué placer llegar a un lugar y que todo lo que te guste esté ahí, a un descuido de la vista. Café con leche fría, jarrita fría, pincho de tortilla. Y cada día lo mismo, sin tener que pedirlo. Así es como las cosas se vuelven las de siempre”.
Este libro lo he sentido en el alma, que es dónde de veras se sienten las cosas. Sin mucho contexto, no esperéis una novela lineal con un nudo y desenlace porque precisamente cuenta eso, que la vida no tiene porqué seguir un solo camino. Que la vida son momentos y personas, que te pueden gustar más o te pueden gustar menos, pero no los podemos evitar.
Si tuviera que poner algún pero, diría que algunas páginas me han parecido extrañas, no solo por la narrativa sino también porque no conseguía encajarlas en lo que estaba pensando en ese momento.
Yo volví a quedarme callado y, antes de llevarme la cuchara a la boca, me prometí que no volvería a comer granada. En este silencio nuestro que es sólo tuyo acabé haciéndome multitud de promesas. Promesas que me protegían de ti. Y por eso, de todo el tiempo que pasé contigo me ha quedado un gesto duro, un movimiento denso; si la gente me mira por la calle podrá ver sobre mí un halo de mercurio, como una resaca de años. Qué son las promesas sino una palabra intensa, necesitada. Escribir es romperlas todas.
Mentiría si no dijese que elegí el libro porque hablaba de Madrid y de uno de sus barrios. Pero su contenido es precioso.
Ha sido un confort leerlo. Cuenta una historia separada en “relatos” crudos y reales, esos relatos son lugares para el protagonista: el bar, su casa, el parque. Cuenta el transcurso de una vida con sus problemas y mártires, pero que aún así sigue callándose en momentos, actuando y sobre todo, dejar que la vida transcurra.
Muy buen libro con el que comenzar el año, primer lectura de un año lleno de libros e historias como estas :)
Podría haberse llamado Bar Manolo, Bar La Plaza, Bar La Estación, o directamente Bar Central, como quien dice “el bar”. Pero no, fue Bar Urgel. Así, sin más. Un nombre con pretensiones de anonimato, como si se escondiera entre otros mil bares que podrían llamarse igual, en cualquier esquina de esta España nuestra, que a veces parece más una resaca de vino peleón que un país. Porque lo que hace al Bar Urgel ser el Bar Urgel no es el letrero, ni el toldo roído por el sol, ni siquiera la máquina tragaperras con el sonido de la derrota. Es la gente. La fauna. El ecosistema de parroquianos que podrían haberse escapado de cualquier otro bar de los que huelen a fritanga y nostalgia. Pablo Gallego, madrileño de verbo limpio y mirada sucia (en el buen sentido), se mete hasta la cocina en ese mundo que no necesita más tesis que una ronda bien tirada. Decide dejarse de academicismos y se lanza a retratar, sin escudo ni red, esa España que se escurre entre los dedos: la de las baldosas blancas con cenefa azul, la de la radio encendida a todo trapo, la de los bares que existían antes de que las cañas costaran cinco euros y vinieran con espuma de algas. Porque están los bares, y luego están los bares de verdad. Los que tienen las servilletas esas que no limpian pero decoran el suelo. Los que sirven bravas que abrasan la lengua y el alma. Los que aún ofrecen pinchos de tortilla con tanto pan que podrías emparedar una pena entera. Los que no han sucumbido a la tiranía del brunch, los que aún creen que un cortado puede arreglar una mañana. Esos bares, sí, son cápsulas del tiempo, pero no por nostalgia: por pura supervivencia.
Aunque claro, no todo es espuma de cerveza y miradas cómplices. También están los de siempre, los que se quedaron anclados en los ochenta, con comentarios que duelen más que el orujo. Están los camareros con manos de piedra pómez y corazón blandito. Están los olvidados, los que no salen en las estadísticas, los que coleccionan derrotas como si fueran sellos. Pero ¿acaso no somos todos un poco esa gente, aunque llevemos zapatos nuevos?
Y al final, cuando crees que ya lo has visto todo, Gallego te suelta una receta de tortilla como quien comparte un secreto de familia. Una receta que, si la miras bien, no se aleja tanto de cómo escribe él: huevos batidos con cuidado, patatas que han conocido el fuego lento, y un punto de sal que solo se consigue viviendo lo suficiente.
- ¿Sabes lo que pasa? Que cuando lo mezclas todo en un documento hay que removerlo lo justo. Lo mezclas, echas un poquito de sal y lo remueves todo, pero no demasiado. Nada de cebolla. La gente no sabe, pero la literatura es sin cebolla, de toda la vida. No la necesita. Yo le echo entre seis y ocho huevos, eso va en función de los párrafos. Si te gusta más jugosita, le echas más recursos. Bien de metáforas, pero no mucho. Nada más escribirlo, te esperas un rato y, cuando ya ves que tienes que darle la vuelta, subes el fuego y del otro lado lo dejas menos tiempo y listo. La literatura no es una ciencia exacta, quien te diga lo contrario miente. Se aprende a base de hacerla. Todos los días, y una y otra y otra. Y vas viendo. Yo hay días que he llegado a cocinar diez escritos de ocho huevos cada uno. Claro, que ya llega un momento en el que escribes automáticamente porque se te ha quedado. Escribo tan pim pam pim pam pim pam que se me olvida si les he echado, yo qué sé, sal. O una antítesis. Y a veces les echo sal dos veces, pero entonces le añado otro párrafo por si acaso, para que rebaje. La receta al final forma parte de ti, quiero decir, que vas viendo. Porque mira, al final te das cuenta de que a la gente le da igual. Unos días está mejor y otros días peor, pero no les va la vida. Siguen leyendo y te lo piden y se lo comen. Si no les gusta, ese día no te dicen nada, que yo me doy cuenta. Ahora, te digo una cosa, el día que te sale bien… Cucha, el día que tú sólo con estar batiendo los párrafos dices, uf, hoy sí, hoy estoy inspirao… Buah, el mejor párrafo de sus putas vidas.
Y entonces pasa lo que pasa: cierras el libro con la misma sensación que cuando sales del bar un martes cualquiera, habiendo dicho que solo ibas a tomar una. Pero claro, una cosa llevó a la otra. Una caña, una conversación, una risa, un recuerdo, una tristeza que se coló sin que nadie la invitara. Porque en el fondo, Bar Urgel no es un bar: es un espejo con olor a aceite recalentado donde nos vemos todos, un poco más rotos, un poco más vivos.
Pablo Gallego no solo escribe sobre bares. Escribe sobre lo que pasa cuando te sientas en una silla de formica y decides no mirar el móvil. Sobre lo que se cuece en una cocina pequeña donde siempre hay sitio para uno más. Sobre esa España que no es trending topic, pero que sigue ahí, aguantando el tipo, como un camarero con resaca un domingo por la mañana. Y tú, que pensabas que era solo otro libro sobre bares, acabas queriendo abrazar a todos los personajes, pedir otra ronda y, si te dejan, echar una mano con las patatas. Porque, al final, lo único que queremos es eso: un lugar donde volver sin tener que explicar nada. Aunque se llame Urgel. Aunque podría llamarse cualquier otra cosa.
Bar Urgel es una novela a veces conmovedora y otras cruda, que retrata con sensibilidad la vida en un bar, poblado de personajes entrañables y momentos auténticos. Es un libro que invita a quedarse un rato más en sus páginas, como quien alarga una charla en la barra de un bar. Y me quedo con ganas de probar el pincho de tortilla de Paco !
“No se puede fingir el mar. Escríbelo. (…) la vida sigue siendo ese bar con una gran ventana desde la que observo todo lo que hay fuera: el vendaval y los árboles agitados, qué lindos los peces, la luz, este común desamparo. Yo he mirado la vida siempre a través de esa ventana. La sigo mirando. Y lo elegí yo. Me ha sido imposible dejar de ver el cristal. Ha sido mi elección. “
Brillante. Probablemente lo mejor que he leído este año. Una lectura que no te puede dejar indiferente. No he podido soltarlo desde que empecé. Si te gustó “El Verano que mi madre tuvo los ojos verdes” es tu libro.
Este libro me ha hecho pasear por las calles del barrio en el que he crecido, me ha hecho mirarlas con otros ojos. Además, trata muchos temas diferentes, abordándolos desde la cotidianeidad, a pesar de su complejidad. Me ha encantado.
«Una vez le leí un fragmento de 'La familia de Pascual Duarte' -no recuerdo a santo de qué y a partir de entonces me pidió que le leyera cada día. La primera vez que le mostré algo mío tartamudeé no sé cuántas veces.»
Poético, callejero y muy experimental. 'Bar Urgel' es un libro que te da la mano desde el comienzo, te conduce por los suburbios madrileños con personajes imperfectos y muy enraizados a la cultura española, y se despide de ti con un chasquido de dedos que deja atrás poesía, teatro, relaciones gay, homofobia, masculinidad tóxica y, en especial, una receta de tortilla de patata. Este libro es Madrid, pero Madrid también es este libro.
«Me entretengo desplazándolas hacia arriba con el pulgar. A toda velocidad. Desdibujando las caras y los paisajes y los cuerpos. Una inspiración me punza la tráquea. En el carrusel me ha parecido ver a Mateo. Mi dedo se detiene, vuelve atrás, vuelve arriba, arriba, más arriba. La saliva es un líquido amargo. Ahí está. Su rostro sobre otro rostro y otro y un rostro apócrifo. Espero. Espero un poco más. No puedo meterme en su perfil, no puedo leer qué pone. No quiero saber qué busca.»
De toda la cadena de personas que leen un manuscrito o escucha una idea me llama la atención que ninguna de ellas diga "está verde, sigue dándole una vuelta" a libros como este.
Sin ánimo de ofender le pones una base de rap y te sale prosa poética típica de un reels de Instagram. Me entristece ver que seguramente el problema sea yo, que ya estoy mayor para estas cosas:/.
A ratos muy duro, a ratos un peñazo, a ratos masturbación intelectual por parte de su autor. Soy demasiado no madrileña como para leer historias donde Madrid se personifica, porque sencillamente me da igual.
Creo que lo más importante de este libro es que es muy fácil verte en él. Y de tu entorno en el bar Urgel. Y compartir miedos/experiencias/inquietudes con el personaje principal.