«Mi memoria es oceánica. Todo lo abarca, todo lo envuelve. Me recuerdo inventá primero un pliegue, un surco, un nudo. No en balde soy el horizonte por el que el cerebro percibe al mundo.»
Pensamos que el verbo es territorio exclusivo de la voz, pero los sentidos reclaman también su sitio en el lenguaje. La piel, por ejemplo, siempre receptiva y presente, suele narrar sus historias en forma de cicatriz, estremecimiento, comezón o goce. Es capaz de percibir con la misma intensidad la llamarada de una quemadura o el soplo de un beso, y en este libro decide no quedarse callada.
Ana Clavel la acompaña en un «nosotras» íntimo y revelador, en un itinerario que devela los hilos de vida que se entraman detrás de la ficción. La escritora se diferencia de su piel solo a ratos, para hacer un comentario o traer a escena algunas obsesiones: los libros, los cuerpos enamorados, la escritura, la relación con el Padre (así, con mayúsculas de arquetipo), la transgresión y el deseo.
Esta autobiografía sensorial y lúcida ofrece un horizonte donde el placer reivindica su lugar fundacional, e indaga las posibilidades narrativas y poéticas de la piel como un personaje por derecho propio.
Autobiografía de la piel habla desde y hacia un cuerpo que no siempre ha sido refugio, a veces campo de batalla, otras tantas vitrina o máscara, y detrás de cada marca—ya sea lunar, arruga o cicatriz—hay una historia de pertenencia o despojo.
"La piel es el primer territorio de la memoria.”
Per también el cuerpo es territorio de vergüenza, desconexión, violencias por lo que leer nos lleva a preguntas incómodas, a reflexiones que siguen dando vueltas después de terminar la lectura.
La autora aborda el tema del cuerpo infantil y el placer, y aunque entiendo que lo hace desde una reflexión filosófica y literaria, me cuesta seguirla, aunque entiendo que se escribe desde una voz lírica o sugerente, pero corre el riesgo de confundir. No porque sea la intención, sino porque la línea entre narrar y justificar puede hacerse muy delgada a la interpretación.
Creo en eso, en que es valioso que la literatura nos ponga a narrar nuestra propia historia, a confirmar, descubrir y replantear a partir de su propuesta, y por otro lado que nos incomode, nos lleve a cuestionar y a disentir, pero sobre todo a abrir al diálogo aquello que no nombramos y que, como la piel, no deberíamos ignorar.