Los niños se aburren los domingos es una selección de los mejores relatos de Jean Stafford, ganadora del premio Pulitzer de ficción en 1970 por sus Cuentos completos y colaboradora habitual de The New Yorker. Las protagonistas de estos relatos, ambientados en una Norteamérica en la que a mediados del siglo pasado la discriminación contra las mujeres goza de una gran fortaleza, son jóvenes en busca de una segunda oportunidad lejos de sus opresivos hogares y mujeres insatisfechas en sus matrimonios o a quienes la vida no ha tratado bien. Mujeres incapaces de sustraerse a las rígidas convenciones sociales del Oeste americano o de adaptarse a la hipocresía de los ambientes intelectuales y exclusivos neoyorquinos; mujeres, también, que en su lucha para salir de la pobreza topan con dificultades aún mayores de otra naturaleza. Con un estilo elegante que es a veces distante, a veces irónico, y a veces inesperadamente punzante, Stafford transmite en sus cuentos el deseo de sus personajes de alcanzar una felicidad que la experiencia se encarga una y otra vez de negarles, mientras retrata las sociedades y relaciones personales que unen a sus personajes con una agudeza difícilmente igualable.
Jean Stafford was an American short story writer and novelist, who won the Pulitzer Prize for Fiction for The Collected Stories of Jean Stafford in 1970.
“Los niños se aburren los domingos” de Jean Stafford. Ser mujer significa sufrir penurias
“Jean Stafford es probablemente la escritora de relatos más versátil de una generación con autores de la talla de Eudora Welty, John Cheever, Katherine Ann Porter y Flannery O’Connor.” (Joyce Carol Oates) Esta cita de Joyce Carol Oates que aparece en el reverso del libro “Los niños se aburren los domingos” de Jean Stafford da “en el clavo”, como se suele decir popularmente, al ensalzar una de las mayores virtudes de esta recopilación de cuentos que, además, la pone al nivel de los grandes creadores del gótico sureño. Joyce, de todos modos, por no prodigarse tanto, suele ser una medida fiable de calidad, es una excelente lectora. Sajalín ha realizado la más que encomiable labor de recopilar varios de los cuentos que le sirvieron a la escritora norteamericana para ganar el Pulitzer en 1970 y el resultado es, sencillamente, excepcional. Eclecticismo por encima de todo, cada cuento saca facetas distintas y, al mismo tiempo, llegando por momentos a lo sublime de su estilo. Solo hay que comprobarlo ojeando alguno de los primeros cuentos, la descripción de una residencia de ancianos llega a sobrecoger por lo vívido, la pérdida de la individualidad sirve para desdibujar tanto en lo psicológico como en lo físico la presencia de los ancianos: “Bajo los ligeros cobertores, los bultos de sus cuerpos atrofiados sugerían roturas o deformidades que hacían pensar en miembros amputados o amasijos de huesos rotos. Los rostros glaciales que miraban fijamente desde aquellas míseras almohadas habían perdido todo rastro de individualidad: habría resultado imposible determinar cuál de ellos, en su origen, había sido triste, mezquino, valiente o estúpido, puesto que la edad y la humillación habían desdibujado los rasgos más predominantes de su carácter y casi habían forrado las facciones de su cara.“ Aunque la tercera edad aparezca de fondo es, como podéis imaginar, lateral, periférico al tema principal de fondo: el papel de la mujer en una sociedad que sufre un patriarcado inherente; fascinante su capacidad para expresar tantos matices al respecto, tendría que poner mil citas para describir la cantidad de posibles detalles; me quedaré con ciertas reflexiones que ayudan a descubrirla, como este texto: “A Margaret le sorprendió descubrir cómo la palabra “libertad”, en boca de la hermana Evelyn, podía transformarse en un antónimo del resto de sus acepciones, ya que, para entrar en casa de la señora Yeoman, uno debía estar dispuesto a aceptar unas horas de encarcelamiento y a convertirse en una estatua de piedra mientras la anfitriona proferían un airado e interesado monólogo sobre lo mucho que habían cambiado las cosas.” Las mujeres, verdaderas protagonistas, expresan todo el sentir de un género, en este caso en relación con la supuesta “libertad” que tenían, que se ve reducida por su propio papel, esa infame aceptación de lo impuesto socialmente como válido. A partir del magnífico “El castillo interior”, donde juega de manera mística con la narración homónima de Santa Teresa, todos los cuentos, que hasta ese momento eran buenos o muy buenos, empiezan a sublimar lo esperado; en este cuento se produce una total conjunción espiritual y física de la protagonista, que ha tenido un accidente y espera una operación para recuperarse; una espera que se hace insoportable y que se vuelve paralela al paso del tiempo, del paisaje, de las estaciones, un sopor que sirve para augurar lo que está por venir: “En seis semanas el paisaje apenas había cambiado: el cielo no anunciaba ni nieve ni sol, y no había atardeceres escarlata que marcasen el paso de los días. Los árboles no morían, pero tampoco brotaban. Pansy no recordaba haber vivido ninguna estación tan monótona; era como si cada minuto se fundiese con la palidez del invierno a medida que se escapaba de la esfera del reloj que había en el pasillo.” La única defensa en su invalidez es su propio interior, ese “castillo” que le sirve de refugio ante el dolor físico y psicológico; este castillo es una metáfora de una realidad con la que tiene que luchar y que será la misma independientemente de sus problemas físicos: “Pansy, por su parte, disfrutaba con malicia y en secreto del desconcierto de las enfermeras, y cuanto más trataban ellas de ganarse a su paciente ofreciéndole revistas, crucigramas y una radio que podía alquilar en el hospital, más distancia interponía ella, refugiándose en su interior y en el mundo que había ido creando durante aquellas largas horas de reclusión; un mundo al que nadie podía acceder e imposible de imaginar.” La valentía de Pansy es llegar a soportar este dolor físico que le inflige un doctor al que odia por su condescendencia, por cómo la trata; el reflejo del dominio masculino. Ese dolor es descrito con crudeza, pero no podemos olvidar que va más allá de lo físico, es una lucha ante una opresión establecida. “Una espiral de dolor se lanzó sobre Pansy, convertida ahora en un pájaro rosa que se había posado en lo alto de un cono. El dolor se transformó en un diamante con forma de pirámide, en una luz cegadora, en el fuego más abrasador y el más gélido frío, en el pico más alto, la fuerza más resistente, el límite más lejano, el instante más reciente. Pansy sabía que lo único que podía arrebatarle era su propia esencia: tras un velo fino y transparente, el cerebro temía por la vida y temblaba al oír el sonido de los cuchillos, aquellos lobos al acecho que olfateaban y lanzaban mordiscos al aire. ¡Piedad! ¡Piedad!, gritaban los maltrechos nervios.” Cada mujer, cada narradora, se comporta ante la situación establecida de una manera distinta, si la anterior lucha heroicamente, en “La merienda de heroicas señoras” es un grupo de ellas el que soporta, en sus meriendas, con estoicismo, una situación de la que son conscientes y que saben que no pueden cambiar a pesar de que estén desesperadas por ello: “Se comportaban con formalidad y evitaban la confianza en el trato, temerosas de que un enfrentamiento directo con la realidad las desarmase. No utilizaban los nombres de pila y no se hacían preguntas comprometidas. ¡Lo extraño era que no llevasen ni sombrero ni guantes! Nunca se referían, ni siquiera de forma indirecta, a sus problemas personales ni a las amenazantes y continuas deudas que las mantenían despiertas por la noche a pesar de su permanente estado de agotamiento. Tampoco hablaban de la dolorosa sensación de desaliento que las invadía cada mañana o del angustioso y frustrante desprecio que sentían por sus maridos, desempleados que se pasaban los días reunidos en el parque maldiciendo la desesperada situación del país.” No faltan las que consiguen librarse del yugo, o que al menos intentan hacerlo, los dos ejemplos siguientes son buena muestra de la lucha activa ante una situación insoportable “¿Por qué los hombres se comportan como se comportan? ¿Por qué Arthur te trata en público como si fueras un soldado? Te juro que un día te haré un favor y mataré a tu contralmirante. ¿Por qué Eliot alardea de sus infidelidades delante de Frances? Porque son unos sádicos, todos y cada uno de ellos. Hoy tengo el día antihombre.” (“Policías y ladrones”) “Se dijo que a pesar de lo mucho que se había divertido hasta entonces, aquel paréntesis había sido un grave error y que ella pertenecía a su lugar de origen; en terreno desconocido, era imprudente correr riesgos. Con cierto sentimiento de culpa, puesto que ella era afortunada y él no, Abby reconoció que estaba ansiosa por perder de vista a aquel hombre ridículo.” (“Un juego de niños”) Stafford no se limita a reflejar una situación tan desigual como la de mujer en aquella época, también alerta sobre las formas en que una mujer puede defenderse de ella, superarla e, incluso darle la vuelta. Su situación, a pesar de que haya mejorado, está muy lejos de reflejar la igualdad merecida. Estos pequeños diamantes nos lo recuerdan una vez más, nunca es suficiente. Los textos provienen de la traducción de Ana Crespo de “Los niños se aburren los domingos” de Jean Stafford para la editorial Sajalín
This review is for an anthology of Jean Stafford's short fiction that includes works printed elsewhere.
The Interior Castle. Have you ever read something that describes an experience that you have never had but strikes you as so unmistakably authentic that you know the author lived it? While some of this short story was fictional, such as the isolation and anonymity of the protagonist, I was moved immediately after reading it to research Jean Stafford's biography. Sure enough, the incident and aftermath featured in the story occurred in Ms. Stafford's life. Her powers of description cannot be praised strongly enough, in my view. To be brought to a vantage where such alien morbidity can be viewed between the gaps of the fingers covering your eyes is the work of a magician.
Other great Stafford stories include Bad Characters, where we meet the impetuous Emily Vanderpool, The Maiden, A Modest Proposal, Life is No Abyss, A Reading Problem (Emily meets some scoundrel evangelists).
Bad Characters was the first Jean Stafford story I read many years ago, and it remains a favorite. Here Stafford conjures up Lottie Jump, a child outlaw from Oklahoma who knew no games but was best amused by 'lifting' things, described by eleven year-old Emily Vanderpool, whose house Lottie had just invaded: "Lottie Jump was certainly nothing to look at. She was tall and made of skin and bones; she was evilly ugly, and her clothes were a disgrace, not just ill-fitting and old and ragged but dirty, unmentionably so; clearly she did not wash much or brush her teeth, which were notched like a saw, and small and brown (it crossed my mind that perhaps she chewed tobacco); her long, lank hair looked as if it might have nits. But she had personality....Her smile was the smile of a jack-o'-lantern--high, wide, and handsome. When it was over, no trace of it remained...She gave me a long appraising look. Her eyes were the color of mud." Can you see her yet?
And here, describing the indolent observations of a young divorcee-in-process waiting out a six-week quarantine for respectability on a Caribbean island (Haiti, anyone know? story published in 1949): "...this two-dimensional and too pellucid world seemed all the world; it was not possible to envisage another landscape, even when she closed her eyes and called to mind the sober countryside of Massachusetts under snow, for the tropics trespassed, overran, and spoiled the image with their heavy, heady smells and their wanton colors. She could not gain the decorous smell of pine forests when the smell of night-blooming cereus was so arrogant in her memory; it had clung and cloyed since the evening before, like a mouthful of bad candy. Nor was it possible to imagine another time than this very afternoon, and it was as if the clocks, like the winds, had been arrested, and all endeavor were ended and all passion were a fait accompli, for nothing could strive or love in a torpor so insentient." It takes my breath away.
The short stories of Jean Stafford are impressive.
She won the Pulitzer Prize for them.
Some have a gloomy atmosphere that probably has to do with the author’s personal experience and troubles with alcohol and more.
However, the spirit of this story is not only positive, but also funny from where I read it.
The debut is not very promising in terms of happy events or people.
We are in town where the sick come in search for a longer life, if not a final cure for their tuberculosis, which they hope would be tamed by the sun and the air.
Whole families move to this town, where the heroine, who is also the story teller lives with her mother.
Mother is a nurse and her tales of hemorrhages, with blood on the ceiling could not be more hideous and terrifying.
The girl asks her mother about the patients and their symptoms, but is really interested in her father, about whom she is afraid to ask.
Or perhaps embarrassed, emotional or both.
Even if the dialogues and the stories we hear are kind of gruesome, there is yet a feeling of a good mood.
This just goes to prove the old sayings:
- It is not what happens (and what you read) but how you perceive it that matters
- There is nothing either good or bad but thinking makes it so
A family Butler moves into town, with grandmother, mother and two daughters – Laura and Ada, who study with our heroine in school.
After the initial pity and empathy, the two sisters gain the hate of their new colleagues, appalled at their haughtiness.
The girl is unhappy with Laura and her sister, but Ma warns her that their living is assured by the salary provided by Mrs. Butler.
Laura and Ada come out as mean and arrogant, in spite or because of the education they received, which appears to have provided them with knowledge.
Alas, the exhaustive information that they posses has no impact on their EQ, or social intelligence and lack of people skills.
The sisters make their colleague feel so bad that she makes up a wild story.
In an ironic twist of fate, one may feel ill at ease and handicapped by a lack of a…handicap, when dealing with people who boast about their shortcomings.
So our main character invents a disease that her father had and thinks of nothing else but leprosy that has a huge impact on the Butler sisters.
But if anything, the effect was shattering and the sisters cry out that the girl is unclean and so is her mother.
An elaborate solution is improvised afterwards, wherein they would make the girl eat some chicken entrails.
What happens next is interesting but I will stop here, to let you read this and find out the finale for yourself.
Ironiques, subtiles, terribles, drôles, émouvantes, féroces, glaciales... Ces 8 nouvelles le sont, alternativement ou parfois simultanément. Et on ne sait pas toujours quoi ressentir, peine, effroi, amusement ... C'est du grand art.