Frente a Lung, la joven protagonista de esta novela, los médicos, y no sólo ellos, se quedan perplejos: Lung nunca ha abandonado la costumbre de meterse el dedo en la boca, contesta a las preguntas mostrando el esmalte de las uñas y relata lúcidamente, con ligereza, los hechos de su vida; pero la claridad es sólo aparente y resulta fácil extraviarse entre sus palabras, por otra parte escasas; en cuanto a los hechos, podrían darnos escalofríos si no nos distrajera el tono ágil, desconsiderado y preciso de la narradora
El tío-padre Jochim, la madre Marween, las trágicas historias del pequeño cerillero y de la amiga Armance, el encuentro decisivo y lacónico con un gran filósofo, «un caso de entusiasmo» y el extraño caso del profesor Walter, la mona albina, el enigmático y sabio Nathan, Kong... En el conjunto pintoresco de los humanos, Lung participa de una especie aparte, mimetizada y poderosa, los neutrales. Sería presuntuoso explicar en dos palabras quiénes son. Su poder es real y el libro lo demuestra en una serie de feroces acontecimientos que Lung no puede menos que desencadenar y constatar.
Lung surca sus historias sin detenerse jamás, en un estado de continua suspensión, de dudosa identidad, con un paso que nos parece ver por vez primera —de sonámbula o de vidente—, dejando tras de sí una constelación de emblemas aforísticos y la huella de una presencia olvidada y fundamental de la literatura: la ironía romántica.
Fleur Jaeggy is a Swiss author, who writes in Italian. The Times Literary Supplement named Proleterka as a Best Book of the Year upon its US publication, and her Sweet Days of Discipline won the Premio Bagutta and the Premio Speciale Rapallo. As of 2021, six of her books have been translated into English.
Hay que reconocer que la brevedad de “El Dedo en la Boca” acaba jugando a favor de este libro de Fleur Jaeggy originalmente publicado en 1968 y ahora editado en nuestro país de la mano de Alpha Decay: si la autora no hubiera optado por practicar aquí la literatura como quien pega un puñetazo por sorpresa y sale corriendo, más que probablemente nos encontraríamos ante una obra oscura e impenetrable, de una opacidad difícilmente desentrañable. Por el contrario, el hecho de que “El Dedo en la Boca” sea una novela corta (¡cortísima!) acaba consiguiendo que el lector se vea abrumado sólo el tiempo necesario para no sacarlo de su zona de confort: no es esta una lectura fácil, puesto que Jaeggy se esfuerza continuamente en aniquilar cualquier atisbo de clasicismo al que el lector pueda aferrarse para ganar estabilidad.
No hay aquí un argumento propiamente dicho, y mucho menos un desarrollo siguiendo el esquema griego de presentación / nudo / desenlace: el lector aterriza directamente en la mente de Lung, la protagonista de “El Dedo en la Boca“, sin ningún tipo de contexto ni explicación que le ayude a orientarse y guiarse a través de lo que leerá en las siguientes páginas. De esta forma, alimentando la perplejidad del lector, Jaeggy consigue que este mantenga los sentidos abiertos y asimile su prosa como quien realiza un viaje fugaz a lo más profundo de una mente enferma. Las referencias están claras: desde el primer capítulo de “El Ruido y La Furia” de Faulkner hasta aquella oda al surrealismo en un entorno hospitalario que fue “Islas Flotantes” de Joyce Mansour. De hecho, “El Dedo en la Boca” guarda amplios parecidos con esta última obra, siendo ambas una especie de erupción psicótica y profundamente mental donde la poesía se ve continuamente vulnerada por un entorno puramente médico.
Aun así, lo que en Mansour es oscuridad, en Jaeggy es luz; lo que en Mansour es una afición extrema por la podredumbre del alma, en Jaeggy es una corrosión luminosa de esa estampa habitual en cierta literatura de principios del siglo XX en la que una joven protagonista va a un balneario para recuperarse de algún tipo de lánguida dolencia, entrando en contacto con caracteres peculiares, haciendo largas visitas a lagos y viajando en tren como cura interior. Todo esto está presente en “El Dedo en la Boca“, pero nunca ciñéndose a unos patrones clásicos: los personajes pintorescos se presentan aquí en la plenitud colorida de la imaginación de una niña, pero el lector puede percibir cómo debajo de este fresco de tonos amables late algo mucho más perturbador, algo que nunca se dice, algo que no hace falta que sea verbalizado para imponer en quien lee un ánimo de sospecha y de acecho predador.
También hay en “El Dedo en la Boca” otro rasgo típico de esa literatura europeísta de chicas y balnearios: asistimos al florecimiento intelectual de Lung, evidentemente, pero la niña no parece crecer al amparo de ninguna corriente de pensamiento o filosofía que le abra las puertas de un nuevo mundo intelectual… Por el contrario, la protagonista ve como su psique se ve totalmente moldeada a partir de la lucha de contrarios entre los Neutrales (doctrina impuesta por su tío-padre que huye de los absolutos dicotómicos tipo masculino / femenino) y los Costoro (una especie de secta oscurantista que representa valores ancestrales)…
Y, sin embargo, aunque todo lo dicho en esta reseña palpita en las páginas de “El Dedo en la Boca“, es necesario aclarar que no es algo que aparezca de forma ordenada y accesible: Jaeggy salta de una voz narrativa a otra, deja conceptos y frases a media, se enreda en pasajes de ruido mental donde lo importante acaba siendo la belleza de las palabras y cómo son utilizadas… Es esta novela una especie de caos mental que refleja a la perfección la paranoia esquizofréncia de cierta mentalidad europea del siglo pasado. Y no hay mejor forma de reflejar tal cosa que hacer lo que hace Fleur Jaeggy: practicar la literatura como terrorismo contra los valores y expectativas del lector.
Un insieme di immagini sbiadite, frammentarie e rarefatte che sembrano emergere dalla memoria di una persona a cui non interessa più distinguere cosa sia realtà e cosa ricordo. La protagonista vive immersa in una dimensione sospesa, quasi primordiale, e tiene il dito in bocca come un bambino: un gesto che la ancora a uno stato d’innocenza e di estraneità dal mondo. Attorno a lei si muovono figure evanescenti, ombre leggere che abitano un universo distante, dove la vita appare come un teatro silenzioso in cui tutti sembrano desiderare di diventare invisibili.
Sicuramente una lettura affascinante per chi ama le narrazioni introspettive e simboliche, ma per i miei gusti risulta troppo distante, troppo astratta e priva di quell’intensità emotiva — più diretta — che preferisco.
[1968] Gustándome como me gustó el buenísimo “Los hermosos años del castigo” que es el colmo de la literatura “libros recomendados para una lesbiana deprimida” como leí una vez sobre su trabajo, este que fue su primera obra me ha parecido más frío y mucho menos sensitivo. Ni siquiera es por un tema formal, me siento cómodo en su escritura, es porque no me deja entrar del todo a eso que cuenta, como ejemplo el final de la carta a su padre/tío que enmarca todo el relato: “He prometido contar lo necesario, querría contar más, pero me he contenido”. No te contengas, reina.
Ho capito solo che questo libro va letto per leggerlo, per farsi trascinare dalle parole e dalle atmosfere evocate dall'autore, senza cercare di capirlo. Di Jaeggy amo la scrittura, ma questa storia non mi è arrivata. Non come altre... peccato.
Esta novela no es grata, pero es sublime. Su nivel de profundidad abarca la realidad de una manera tan realista, que el lector se somete a un mundo que va más allá de la escritura, la escritura se transforma en un trauma y ese trauma, como no es apreciado por uno como lector, resulta extraño, incomprensible, incluso nos volvemos juzgadores de la obra, como también solemos ser juzgadores de las victimas de violencia.
La historia transcurre entre diversos narradores, como también entre la vigilia y el sueño. Suelen aparecer personajes extraños y a menudo cada uno de ellos/as arrastra consigo una historia traumática que resuena en la mente de Lung, la protagonista de la historia. La historia tampoco es lineal, es fragmentada, disociativa, escamoteada y un sin fin de patologías mentales llevadas a la escritura, se podría decir que estamos (como similarmente un pintor en un brote psicótico pintando) ante una escritura traumática, que ronda entre pensamientos impactantes y jugueteos de niña. Esta locura es palpable en sus páginas y en la resonancia del lector, a quien pretende volver loco, por lo que es normal querer abandonar la obra sin sumergirse en el mundo de Jaeggy, que es de una brutalidad tremenda pero a la vez poética.
Lung vislumbra la enfermedad en las personas "normales", pero el mundo se obstina en considerarla a ella la "extraña" por tener el dedo en la boca, algo que si bien no suele aparecer mucho en la historia, si pareciera ser el mecanismo regulatorio de la protagonista. Con aparente rasgos autistas la autora profundiza en la vulnerabilidad de Lung y expresa sus mecanismos de defensa tan potentes en esta mezcolanza de texto que te impacta como meteorito o destellos en la oscura prosa repentinamente: "Sí conviene callar lo que no se puede decir, entonces también se puede olvidar". El psiquismo de Lung suprime sus huellas psíquicas descabelladas y traumáticas y se imbuye en ensoñaciones, por donde viaja y transita buscando algo implícito o tal vez, algo que la aferre a la vida.
Fleur Jaeggy traspasa de una manera excepcional las experiencias de Lung, sintiéndonos en la mente de alguien vulnerado, con un ritmo poético y oscuro, el tiempo y los pensamientos transcurren de una manera distinta a como transcurriría en personas que no han vivido experiencias traumáticas. Con alusiones a querer cortarse el cuello o arrancarse los ojos y descripciones cripticas del abuso, Jaeggy cierra su libro recordando que las víctimas son siempre víctimas de algo más "Como era una niña, tenia derecho a malinterpretar el juego".
Con el tiempo, me da por pensar que Fleur Jaeggy te gusta mucho o no te gusta nada. (De hecho, en un primer momento, “El dedo en la boca” me voló la cabeza hasta el punto de catalogarlo entre la lista de Libros desconsiderados pero fundamentales). Sus criaturas centrales están tratadas como tubos de ensayo, atrapadas en espacios asfixiantes: internados, sótanos y barcos, manicomios, el hogar familiar. Y sí, las novelas de esta escritora de culto aletargan demasiado mi obsesión por las historias autobiográficas o de formación y los personajes adolescentes. Leed a Jeaggy si os gusta Georg Trakl, Alice B. Toklas o Marcel Schwob. Ahí es nada.
Libro confuso, a momentos inaccesible, pero que su brevedad lo hace llevadero. La prosa de la autora en este libro es luminosa y las palabras a momentos transmiten la sensación de estar transitando un sueño.
Stupendo e veramente innovativo. Libro che fa toccare con mano il disagio e i limiti del razionale di fronte al folle (sogni). Un pollice che diventa la porta di Narnia per il possibile inteso come cio che è pensabile.
Primo romanzo di quest'autrice straordinaria quasi sconosciuta al pubblico italiano. Lo stile della scrittura molto intima mi ricorda l'opera prima di Hélène Cixous, Dedans.
Fleur Jaeggy non scrive per il lettore, scrive per se stessa e a se stessa. “Un bel giorno in una strada di Parigi, non sto a descriverla perché ci abito”. L’io narrante si rincorre e si sovrappone, scivola in giochi di parole, conferma il suo essere nelle contraddizioni. Si diletta con dissonanze interiori e frivolezza. Entra ed esce da dissolvenze e ossimori. È come una scimmia albina fotografata a colori. In Fagocitazioni i corpi e le entità si disgregano. Mai per nessun altro libro il giudizio rappresentato in stelle non avrebbe senso. Potrebbe essere uno o potrebbe essere cinque. Sarebbe sempre lo stesso giudizio Neutral.
Alla fine il libro mi è piaciuto. Non so perché, ma che importa spiegare il perché di una sensazione su una storia che racconta, più che un racconto, un pensiero, delle emozioni?