Hay, en la naturaleza humana, una forma correcta de hacer las cosas. Al principio, esa forma es pulsional: aquello que hace que respiremos, nos alimentemos o lloremos. Otras acciones están sujetas a la experiencia, aunque no sea propiamente la nuestra sino aquella acumulada por generaciones y que se afirma en comportamientos tribales o grupales. Y hay, finalmente, situaciones que evaden esa corrección social y plantean desafíos individuales, una frontera lábil que se mueve entre subjetividades y más de una vez nos devuelve preguntas.
Los cuentos de Sentido común podrían plantear algunas preguntas en ese borde, por ejemplo: ¿por qué una pareja en una segunda luna de miel en un país desconocido contrataría un paseo nocturno a cargo de unos pescadores?, ¿a qué madre se le ocurriría lanzarse en tirolesa en medio de una cordillera junto con su hija?, ¿será buena idea enredarse con el hijo de una amiga?, ¿y dejar un juguete sexual al alcance de un niño inquieto?