Fue en un apartamento lúgubre de Vanves, durante su exilio francés, donde Tsvietáieva escribió el presente texto, que relata el encuentro de la pequeña Marina con el diablo en la habitación de su hermana, donde se refugiaba para leer libros prohibidos. Con una prosa burlona, ora exaltada, ora gélida, pero siempre hechizante, la poeta relata el despertar de su fascinación por las palabras, encarnadas en la figura del diablo, que su implacable mirada transforma en una criatura tan temible como seductora. Una extraordinaria evocación lírica de la infancia y de la gestación de un genio literario irrepetible.
Crece el diablo entre las nanas, entre los cantos infantiles y los refranes. Crece y crece y sigue creciendo y no podemos hacer nada más que nombrarlo. Oh diablo, por qué sales, qué te hemos hecho que te sientas en nuestra cama. Como un canto, Marina Tsvietáieva habla de su infancia y del diablo, ¿pero qué es este metafóricamente? Es un cuento, un mal, un pecado. La autora, con su fina prosa poética nos enternece a pesar de la crudeza, a pesar de este canto que tintinea. Como una vela. Es el diablo una llama ––un fuego, un destello. Va creciendo Marina y el abrigo le queda pequeño, pero el diablo sigue ahí, ha crecido con ella. Es el diablo ese pecado que no quisimos cometer pero que aguarda su espacio, su lugar, para hacerse propio, extraño. Marina lo ve y sus acompañantes también lo ven, es una figura invisible pero visible a la levedad, a la poesía, a los cantos franceses que nos invitan a echar los demonios fuera. Pero los demonios ya están fuera, están ahí, y el diablo los amedrenta, los afirma como un juez. Dios jugaba a las cartas, Marina también. Marina juega a ser una pequeña diosa. Una diosa que todo lo ve que todo lo intuye ––como solo ella lo puede hacer y lo puede ver. Oh diablo, no salgas fuera, quedate ahí dentro, exclama Marina. Pero el diablo no hace caso y sale por su boca, y por la boca de su madre, también. Y por la boca de Asia, su hermana, y de las dos Marias. El diablo quería a la mujer, quería invocar a la mujer para que saliese a través de ella, pero la mujer...––oh, la mujer no sabe, pero la mujer si sabe, sabe cómo hacer que el diablo se enternezca, que los demonios se apaguen, que las llamas no ardan. Una llama puede arder todo lo que una mujer quiera. Arde la llama que tiene Marina dentro. Arde la llama de su madre y arde la llama de las dos Marias y la de Asia. Marina y el ardor. Va creciendo el fuego entonces, creciendo el infierno en este sueño de infancia. No sabemos muy bien qué nos quiere decir Marina, pero sentimos la poesía, sentimos la levedad, la gracia y la desgracia. En el fuego entra todo, y nosotros debemos ser ese vaso de agua que lo apague, que encierre todos los fuegos en el fuego, que los haga deshacer. Pero no, no podemos, porque ese fuego se expande al echarle el agua, el diablo sabe lo que hace. Los demonios saben lo que hacen. Era este el pecado del mundo, ser consciente de los propios demonios. Ser conscientes de que el diablo existe, está ahí, sentado a los pies de la cama, aunque no queramos verlo. No, Marina, no ––tú que sabes del pecado del mundo, ten piedad del diablo. No lo hagas salir, no seas el diablo mismo. Sé tu misma el fuego que haga arder al diablo, lo haces con tus palabras, con tu sentido de niña buena niña mala niña que todo lo sabe que todo lo siente que todo lo ve. Tú que sabes del pecado del mundo, ten piedad de Dios. Dios jugó a las cartas y las echó sobre la mesa y tú también jugaste con ellas. Alabarás al diablo y le dedicarás un libro. Y el diablo te responderá: ten piedad de él. Escucha a tu madre, escucha sus cantos, sus palabras. Ella sabe. Ella también lo ve todo. Ella te quiere, ella te ayuda. Escuchas a tu interior como nadie sabe hacerlo, ten piedad de ello también. Alaba la infancia alaba la inocencia, en ella está la clave de tu poesía. En una mirada a la niña––y a la hermana. Crece y crece como ha crecido el diablo en esta historia, crece y cuéntanos cómo fue la infancia. Infancia que temes, pero no temes al diablo, temes a la infancia que todo lo contiene, que asusta y demora la sabiduria. Pero creciste y la infancia no se hace añicos, sino que la juntaste, y apartastes al diablo, lo dejaste a un lado, para volver a él, para que el pecado no se haga carne y la infancia se quede en mero juego, Pero el diablo juega, el diablo sabe jugar, y lo hace tan bien que ni siquiera te das cuenta.
Desde ayer por la tarde no he hecho otra cosa que pensar en la infancia en lo secreto en lo que aprendemos para toda la vida, "quizá, por ese miedo que me abrasó una vez y para siempre". Me gusta mucho leer evocaciones de la niñez pero me parece increíble cómo ha podido interpelarme tanto algo tan culturalmente lejano a mí.
"En ese mismo pasmo camino hacia la ventana, desde donde se ven esos árboles: sauces grises alrededor de la iglesia verde, los sauces grises de mi tristeza, cuya localización en Moscú y en la tierra nunca llegué a conocer, ni intenté hacerlo".
"He visto muchos campos de fresas desde entonces, pero en ninguno dejé de ver detrás del inevitable abedul ese extremo del vestido que se aleja sin remedio. Y no pocas veces, desde entonces, he comido – fresas, pero jamás he podido llevarme una a la boca sin un encogimiento del corazón".
Marina Tsvietáieva, a pesar de su difícil vida y su trágico final, se erige como una figura valiente y rebelde en la literatura rusa. En su obra "El Diablo", compilada en seis cuentos traducidos por Selma Ancira, la poeta nos sumerge en un mundo plagado de referencias musicales y culturales que desafían al lector. Es la primera vez que la leo, y no puedo de dejar de sentirme algo decepcionado, tal vez no estaba preparado para adentrarme a su mundo literario. No puedo negar que quizás mi ignorancia en la cultura rusa y mi poca escasez musical contribuyeron a ese desencantamiento. No obstante en sus cuentos se puede percibir o sentir la rigidez impuesta por su madre y el fervor religioso en una Rusia conservadora, y en cada relato se entrelazan el dolor y la resistencia. Tsvietáieva emplea un lenguaje embriagador, eso es innegable, pero a menudo inalcanzable. La necesidad de consultar las cientos y cientos de notas al pie pudo en muchas ocasiones interrumpir mi fluidez de lectura, generandome frustración y desconexión, pues quería plenamente adentrarme a su universo literario. A pesar de mis dificultades para conectar con su prosa, "El Diablo" destaca por su inquietante inicio y la entrañable representación del demonio. Sin embargo, resulta evidente que su obra, rica en matices, no me atrapó como hubiese querido. Aun así, no se puede ignorar la valentía de Marina Tsvietáieva, quien, a pesar de los estragos que sufrió, como el fusilamiento de su esposo y la deportación de su hija, mantuvo viva su creatividad en un contexto adverso. Su legado, aunque desafiante, merece ser explorado. Espero ir conociendo más de su trabajo, creo que se merece otra oportunidad.
Acantilado ha publicado en esta edición, con traducción de Selma Ancira, ‘’El diablo’’, uno de los relatos de Marina Tsvietáieva, una de las grandes voces de la poesía rusa del siglo XX.
Tsvietáieva relata en apenas 64 páginas el despertar de su fascinación por las palabras, encarnadas en la figura del diablo.
Este pequeño relato, que roza el poema en prosa, es una exploración del deseo, de la obsesión y de lo sobrenatural. Con una voz profundamente propia Marina habla del Diablo no solo como una figura infernal, sino también como una metáfora del deseo y del abismo interior, de la infancia, y del descubrimiento.
Combinando una tensión dramática con un tono exaltado, la poeta escribe con una lírica casi críptica, desde el arrebato, como en un trance, y tengo que decir que siento que hay que estar en sintonía emocional para entrar en esa vibración, sino la lectura puede llegar a sentirse lejana en ocasiones, a pesar de su belleza e intensidad.
Siendo sincera me he quedado con ganas de seguir descubriendo a esta autora, especialmente en su poesía.
«A ti debo (así comienza Marco Aurelio su libro) mi primera conciencia de pertenecer a los grandes y a los elegidos, ya que a las otras niñas de nuestra casa tú - no las visitabas. A ti debo mi primer crimen: un secreto en mi primera confesión, después de lo cual - todo había sido transgredido. Eras tú quien destrozaba cada uno de mis amores felices, corroyéndolo con la valoración y rematándolo con el orgullo, ya que tú me decidiste poeta, y no mujer amada.»
Marina es para mi un referente, un misterioso pozo, un manantial ilimitado de conceptos y espejismos de reencarnación. Un reflejo discreto, deliciosamente infernal.
Muy bueno para conocer a Tsvietáieva. Juega con la idea de lo secreto, subjetivo o interno. La autora tenía un mundo interior y una sensibilidad descomunales. Todos en la infancia nos hemos sentido solos en algún momento del aprendizaje, sin encontrar el valor para compartir experiencias e ideas con nadie por miedo. Te deja con ganas de leer su poesía.
*He echado en falta un prólogo de la traductora, ya que hay elementos de la cultura rusa del momento bastante exigentes.
No creo haberlo entendido todo, pero la forma de narrar tan extraña y a veces sobrecogedora me ha fascinado. Y que ganas de releer Eugenio Onegin, así de repente.
"A ti debo mi primer crimen: un secreto en mi primera confesión, después de lo cual todo había sido transgredido. Eras tú quien destrozaba cada uno de mis amores felices, corroyéndolo con las apreciaciones y rematándolo con el orgullo, ya que tú me decidiste poeta, y no mujer amada."
La narración es exquisita y logra mantener al lector en vilo durante el breve relato. Es, simplemente, genial y esconde una crítica a la sociedad de su tiempo o, mejor dicho, de todos los tiempos.
3.5 s'ho he llegit a aiden i éinar i totes les ratlles "--" les llegia en veu alta per petició seua . crec que m'he acabat sentint com si jo m'hagués fet 3 , de coca . molt molt top però crec que aquesta experiència no és representativa de l'obra 💔 si poguera no la ratejaria 😞
un libro cortito y peculiar (por decir algo suave), entre el ensayo, el diario personal y la poesía sobre el diablo o, mejor dicho, sobre todas las cosas deliciosas y prohibidas.
me encantan este tipo de ediciones, pequeñitas, portables, concisas y eficaces en su afán por sorprender, como una bala. en estas páginas, la autora amalgama bajo el término "diablo" todas las cosas que le prohibían de pequeña y que, irremediablemente, le causaban fascinación. habla de literatura, de la construcción de la feminidad, de deseo sexual, de amor, de filosofía, creencias, política. cabe destacar que el libro está escrito desde la adultez, por lo que en su remembranza de esos años infantiles, ardientes y fugaces, hay una buena parte de mitificación, cosa que explica la voz exaltada y caótica.
por supuesto, en su viaje diabólico tiene mucha presencia la iglesia y su papel en la niñez. creo que pocas veces antes, o ninguna, había leído a alguien que pudiera poner en palabras algo similar a lo que me hace sentir la religión y mi relación infantil con ella: una especie de asco, pero también un vacío, una nostalgia, un anhelo. tsvietáieva dice que, para ella, dios era el miedo. en su lugar, ella se encomienda al diablo (pero rechaza cualquier culto organizado, donde el satanismo se presenta como una burda parodia de la iglesia cristiana) como medio de autodescubrimiento y creación de una mitología y una sensibilidad personales. esto no lo dice ella, ya es reflexión mía: cuando esa espiritualidad personal se personifica en el diablo, ¿no elaboramos acaso una especie de mediación, un punto medio, entre el mundo conocido, reglado y aceptado (la iglesia), que nos ha rechazado y al que rechazamos de vuelta, y lo que sería la rebelión máxima, el reverso, el rechazo total, al que no nos atrevemos a recurrir?
lo único que me ha molestado (y bastante, de forma irracional) ha sido la cantidad de guiones que hay. supongo que son pausas que puso la autora y que, lógicamente, no se van a quitar, pero entorpecían bastante el ritmo de lectura. pero en fin, la obra tiene la lucidez inesperada de un sueño febril. es exactamente lo que quería encontrar aquí, y guardaré estas palabras en lo más profundo de mí.
Con éste texto descubrí a Marina Tsvietaieva. Es un texto breve, unas notas, dice ella (bien modesta), en donde habita una mano y una mente geniales. Las suyas son reminiscencias que se antojan ora auténticas, ora fantasiosas, pero siempre contundentes. De una prosa extraña, exaltada a veces, fría otras, nos cuenta episodios de su infancia y su encuentro con el diablo en la habitación de su hermana, donde se escondía para leer libros prohibidos para su edad. Su diablo no es el habitual, es una figura más socegada que le revela la literatura, la poesía y le ayuda a descubrir su verdadera vocación frente a la tromba religiosa familiar y social. Su diablo es un guía, pero es la experiencia, como en todo, la que marca el camino. Ésta meditación sobre la gestación de su genio también nos revela destellos de su propia vida cotidiana, una vida que fue de las más trágicas de la literatura.
"Pero ahora - lo sé: el diablo vivía en la habitación de Valeria porque en la habitación de Valeria, transformado en armario para libros, estaba el árbol de la ciencia del bien y del mal, cuyos frutos... devoraba yo con tanta avidez y prisa, con tanta culpa y brío, mirando hacia la puerta, como aquellos hacia Dios, pero sin traicionar a mi serpiente."
¿Qué hace una niña de cinco años conversando con el diablo? con ese ser de ojos incoloros, indiferentes, inexorables.
“El diablo vivía en la habitación de Valeria, porque en la habitación de Valeria, transformado en armario para libros, estaba el árbol de la ciencia del bien y del mal…”
A lo prohibido, a lo que le tenemos miedo, a lo que refleja nuestras profundidades, a todo lo que nos vence, aprendimos a llamarle: diablo.
En lo más profundo de nosotros se libra una batalla contra los valores absolutos pero en ese santuario secreto donde el ser se sostiene libre de toda máscara reside el poder real: “tu lucha contra lo impuesto es un combate por defender la soledad, que es el único poder”.
Un libro corto que nos desafía a mirarnos y a cuestionar lo impuesto.
«A ti te debo el círculo encantado de mi soledad, que se mueve siempre conmigo, que nace de debajo de mis pies, me abraza como si fueran brazos, pero se dilata como el aliento, que todo lo incluye y a todos los excluye.»
Muy buena introducción, muy buen cierre. El desarrollo me pareció un poco difuso y ocasionalmente aburrido.
«Eras tú quien destrozaba cada uno de mis amores felices, corroyéndolo todo con las apreciaciones y rematándolo con el orgullo, ya que tú me decidiste poeta, y no mujer amada.»
Tierno y lírico, El diablo es un relato sobre la infancia y lo prohibido. Su belleza radica en la mirada inocente, pero las referencias rusas y musicales lo hacen poco accesible.
La narración (la acción) se va diluyendo en el propio lenguaje (el decir), no como un simple juego poético de asociaciones y semejanzas, sino como lúcida constatación de la inasibilidad del deseo.