Novela de iniciación de un adolescente de clase media y su grupo más íntimo de amigos. Los '90, esa bisagra en la historia nacional y mundial, encaja en las biografías de un grupo de amigos célibes, torpes, locos y brillantes cuya transformación en adultos el autor narra con sensibilidad y amor.
Es el fin de la adolescencia para un grupo de amigos que se conocen en un colegio privado de la ciudad de Buenos Aires. Comparten el gusto por la palabra, los cassetes de rock, la falta de mujeres, la incertidumbre vocacional y el descubrimiento tardío de las drogas suaves. El invierno con mi generación es una novela sobre los años decisivos de la juventud, ese período confuso y determinante que va de los 16 a los 23 años. Es, también, un libro sobre una Buenos Aires secreta, una ciudad de cambio de siglo hecha de plazas vacías, fumaderos y barrios burgueses en decadencia. Con un tono preciso, al mismo tiempo romántico y melancólico, El invierno con mi generación entrega escenas inolvidables, que se pueden leer en la gran escuela de la literatura de iniciación.
"Hijo de Héctor Libertella y de una poeta brillante como es Tamara Kamenszain, Mauro estuvo expuesto desde siempre a la posibilidad de la escritura. Los que crecimos en casas sin libros tendemos a idealizar a las familias literarias. Pero qué difícil debe ser continuar a los padres de esta manera en que incluso contradecirlos es aceptarlos." (Alejandro Zambra)
"La capacidad de tocarnos de esta escritura tranquila e intensa es asombrosa, pienso en uno de esos ríos que van correntosos y parejos y parecen una cinta transportadora hecha de agua o una tela apenas ondulada por el viento." (Rosario Bléfari)
Me da en extremo pereza la idea de ponerme a escribir algo "formal" sobre un libro que parece formalmente, valga la redundancia, una cargada. No tengo idea de quien es Mauro Libertella ni aún leyendo pedacitos de su vida que no parece ir más allá de 5 manzanas y 4 personas. Si este libro es posible es solo porque la litertura argentina sigue siendo una cuestión hederitaria. Largo camino le queda a Libertella hijo para matar al padre y no creo, mientras le de redito, que lo haga. Sobre el libro nada para decir, por suerte me crie en villa luro. Fue un poco mas movidito.
Un libro de memorias de adolescencia que no logra transmitir lo que el autor vivió como indeleble. El estilo desprolijo y con vicios periodísticos (un uso no irónico de la palabra "bello", expresiones kitsch al estilo "moraba en casas tomadas", "prodigio de la arquitectura moderna", "hacer acto de presencia", "menos agraciado", y muchos adverbios y adjetivos que no dicen nada sino que están ahí llenando la página) y la poca vitalidad de los retratos de los personajes de quienes se dice que son muy importantes para el autor pero sin sobreentendidos no lo entenderíamos, dan la impresión de un libro demasiado apresurado y sin cohesión. La elección de episodios sin conectar uno con el otro es válida en abstracto, pero en "El invierno con mi generación" no funciona bien. Muchos capítulos terminan demasiado rápido, desaprovechando los episodios que narra y dejándolos en el terreno de la anécdota, sin llegar nunca a formar un verdadero retrato. La primera relación sexual, por ejemplo, es contada de una manera demasiado pudorosa y apurada; no hay ni siquiera una descripción física de la fantasmal Mariana. En todos los demás episodios se repite esa ligereza sobre los hechos y los detalles, y solamente hay generalizaciones que no llegan nunca a conectar emocionalmente con el lector ni evocar imágenes o situaciones.
Habla de mi colegio, en mi misma generación, en los lugares que transité y muchas de las situaciones que viví o podía haber vivido. Creo que por eso me cae simpático, divertido y entretenido. Por eso las tres estrellas. Ahora bien, no sé hasta qué punto puede resultarle interesante a alguien ajeno a ese mundo. No parece tanto una novela como un conjunto de memorias. Es tan ecléctico y fragmentario que creo que le hace perder fuerza. Perfectamente podría ser el doble de largo e intentar desarrollar más cada capítulo (de una par de páginas cada uno), al menos para adentrarnos en las experiencias, en los sentimientos y en los personajes. Apenas empieza a suceder algo salta a otro recuerdo.
En suma, pasa bien, está bueno, pero uno se queda con la sensación de que podría haber sido mucho mejor.
No se sabe qué extraña más el narrador, un cheto autopercibido de clase media, si la adolescencia o la convertibilidad. Algunas partes dan apuro, como llamarle "una forma de la amistad" al bullying o creer que el uso del adjetivo "alto" como calificativo positivo fue un invento suyo en homenaje a Borges. El paso por Puan está narrado con el desapego de quien se ha mantenido siempre a una distancia segura de las cosas. Por lo demás, intrascendente libro que se agota rápido, en todo sentido.
Casi a fines de julio de este año me enteré que Mauro Libertella iba a publicar un nuevo libro a través de la cita de un fragmento del mismo que cirucló por Twitter. Inmediatamente sentí una oleada de ansiedad por leer el libro como pasa pocas veces: sólo cuando se trata de algún autor que seguimos especialmente, en el que confiamos que su próximo texto nos hará tan felices como su anterior libro o que trata de algún tema en particular que logra intrigarnos lo suficiente como para llenarnos de esa bienvenida ansiedad.
Con el caso de El invierno con mi generación me pasó un poco de ambas. El libro anterior de Libertella (Mi libro enterrado) me conmovió cuando salió y siempre que tengo alguna oportunidad lo recomiendo. Esta nueva breve memoria prometía además tratar un tema que me toca especialmente y es justamente el que viene tratado desde el título: mi generación. Porque Mauro y yo compartimos generación y de hecho, compartimos los pasillos de la facultad de Letras. Nunca cursamos ninguna materia juntos (que recuerde) pero forjamos una relación a base de encontrarnos en reuniones con amigos en común de aquellas épocas, cruzarnos en eventos y conversaciones.
Pero como decía, además, este libro trata de hechos, circunstancias, lugares que no pude dejar de sentir en algún punto un poco propios también. Los últimos años de la década de los 90s y el borde del nuevo milenio, el colegio, las amistades de esos años, los consumos culturales, el microambiente ñoño de nuestras adolescencias que si bien no fueron compartidas porque no nos conocíamos en aquellos años, sí puedo decir que fueron bastante paralelas.
En El invierno con mi generación Libertella relata con una prosa limpia y que no le teme a las palabras (un gran logro porque puede colocar expresiones y giros lingüísticos que en otro contexto podrían parecer forzados pero en cambio el narrador los lleva con ligereza y ritmo musical) su adolescencia desde tercer año de la escuela secundaria hasta poco después de terminado el colegio y empezada la Facultad.
El colegio que describe pero no nombra es el colegio ORT sede Montañeses y si bien nunca pisé sus pasillos sí tengo a mi mejor amigo de la infancia y adolescencia que fue allí y pasamos tanto tiempos juntos en esa época que pude sentir mientras leía el libro de Libertella que las anécdotas que contaba, los personajes extraños que mencionaba, las situaciones que había vivido eran calcos de las mías entremezcladas con las de mi amigo.
La lectura de estas páginas entonces tuvieron el sabor de lo conocido y al mismo tiempo la sensación de leer un mundo paralelo donde ocurrían las cosas que pensaba durante mi adolescencia que sólo me estaban sucediendo a mí y a mis amigos.
El relato traza una cartografía urbana limitada (el colegio, el lugar del almuerzo, los “aguantaderos” para las cosas prohibidas, el famoso y mítico bar puertas adentro ¿Casa Chai?) y también traza el mapa de unos consumos (la música brit-pop, el rock nacional), una forma de ser (la introversión, el círculo cerrado de amigos que no encajaban, que eran parias), un mapa de amistades (el narrador menciona a uno que apodaban el Abuelo y yo también tuve un compañero al que apodábamos el Abuelo; el narrador menciona a un compañero con un retraso madurativo del que todos se aprovechaban y yo también tuve uno así), las estéticas asumidas (el amigo snob que decide hablar sólo con “honestidad brutal” durante una semana; la banda de compañeros que dura uno o dos recitales en vivo y se disuelve) que parecen un calco deformado por una carbonilla apretada demasiado fuerte respecto de esas adolescencias que vivimos tantos otros sintiéndonos únicos.
En una reciente entrevista Libertella dijo que no creía que el tono del libro fuera melancólico pero sabemos que lo que opina un autor de su propia obra no es más que una opinión más, ni la mejor ni la única. En mi lectura sí encontré una cierta melancolía. El narrador mismo nos dice: “No puedo narrar mi infancia porque fue feliz y no se puede narrar la felicidad.” Unos párrafos abajo completa: “Palermo cambió mucho más que Nuñez; diría, con cierta melancolía, que ese Palermo ya desapareció por completo.”
Entonces, no narra la infancia porque fue feliz y recordarla lo llevaría a la melancolía. Sí narra la melancolía del barrio perdido de esa infancia pero lo que se esconde detrás del relato total es, a mi entender, una melancolía distinta, una que está ligada a una adolescencia que ahora se puede recordar a la distancia sin sufrimiento pero que en su momento sí fue sufrida. La melancolía existió en esa adolescencia por la pérdida de la infancia feliz y ahora al traer de nuevo el recuerdo de esa adolescencia hay necesariamente algo de melancolía al recordar los momentos en los que fuimos descubriendo, topándonos, con las cosas que el mundo nos iba a exigir: responsabilidades, peligros y fundamentalmente los primeros escarceos torpes con el sexo opuesto.
El narrador lo dice concretamente: “Recluidos siempre en el fondo del aula, comentando con tono crítico lo que hacían y decían todos, estábamos lejos de ser un objeto de deseo femenino y generábamos, apenas, en los mejores momentos, algo cercano a la curiosidad. Aquellos fueron años aciagos. A veces alguna mujer o un grupo de chicas se acercaba hasta nuestra trinchera en una brevísima excursión: intercambiaba dos o tres humoradas y volvía rauda al mundo de la sexualidad. En algún momento habremos asumido que íbamos a morir vírgenes y reforzamos entonces las murallas que nos separaban del mundo. El rechazo femenino era un modo también de justificar nuestro encierro para generar un nivel de simbiosis tan puro entre amigos, era necesario que no hubiera interferencias.”
Esa experiencia contada del lado de los que en los años de secundaria éramos inadaptados que no entendían los secretos de la práctica social y el encuentro con el sexo opuesto son un material literario que ha sido poco explorado: la historia la cuentan los vencedores y abundan las novelas y los relatos de los triunfos, las conquistas y la superioridad de los machos alfa que en sus años mozos hacían caer a sus pies a todas las féminas que se topaban a su paso.
Libertella, en cambio, toma las experiencias que vivimos a nuestro modo cada uno de los ñoños de fin de siglo y las transforma en un relato de un lirismo simple y sofisticado, sin huirle a los momentos más vergonzantes que también pasamos: el llanto desconsolado luego de que aquella mujer que nos iniciaba, finalmente, en los secretos del amor y a quien por eso mismo pasábamos a considerar el amor de nuestras vidas, nos dejaba poco después al haberle exprimido el poco jugo al objeto freak que constituíamos nosotros.
Hay en el relato de Libertella entonces un atrevimiento, una osadía: contar lo que pasó del lado de los que veíamos a los demás tener éxito (con las mujeres, con sus planes de vida, los que transitaban la secundaria y el fin de siglo sin hacerse demasiados cuestionamientos) y los envidiábamos. Pero a diferencia de otros relatos de nerdxploitation el suyo no habla de venganzas o revanchas sino que sencillamente narra y rememora con ese tono que va de la felicidad de los bellos recuerdos al desasosiego de recordar el sufrimiento que significaron muchas de esas vivencias en su momento.
Pero además, en la narración se filtra el sentimiento que muchos de los que vivíamos en esos márgenes teníamos: que de alguna manera, y pese a nuestra evidente reclusión social, nosotros entendíamos más que los otros, éramos mejores y teníamos más claras las cosas de la vida. Hay una escena perfecta para esto: el narrador recuerda como en su grupo de amigos inventaron la adjetivación “alta” como sinónimo de “gran” a través de una línea del cuento de Borges Tlön, Uqbar, Orbis Tertius en el que se dice “alta noche”. A partir de esa lectura ellos adoptan esa peculiar forma de adjetivación. Dice el narrador: “Lo comentamos y empezamos a aplicarle el adjetivo “alto” a cualquier cosa: alta casa, alto colectivo, alta música, alto gol. Lo usábamos obsesivamente y la gente se sorprendía. “¿Por qué dicen ´alto´? ¿Qué quieren decir cuando dicen ´alto´?”, nos preguntaban, y nosotros insistíamos con nuestra cancionicta: en un cuento de Borges, bla, bla, bla. Luego aparecerían boliches, grupos de música y marcas de ropa que empezaron a usar la expresión “alto” y la adjetivación borgeana entraría de lleno en la oralidad de la calle de Buenos Aires.”
Como bien decían los heresiarcas de Uqbar “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.” En este caso, ese grupo de invisibles habría funcionado como espejo que reprodujo una expresión hasta convertirla en habla cotidiana. Una viralización en la época en la que las redes sociales no existían.
Ese gesto, esa anécdota, condensa la utilidad invisible, el mérito que nadie nunca le reconocerá a ese grupo tan similar al de otros grupos que constituimos durante aquellos años raros.
Pero también hay otro mérito en la novela/memora de iniciación de Libertella y es que se atreve a contar el relato desde una adolescencia que no transcurrió en los pasillos del Nacional de Buenos Aires. En cambio transcurrió en un colegio privado y judío de Núñez, al que sin embargo no se menciona, pero cuyas marcas están ahí para que las lean los que saben.
Es una traslación interesante hacia la periferia, a un colegio al que las elites católicas nunca mandarían a sus hijos, sin organización sindical de los estudiantes, con una orientación técnica en unos años en los que la Argentina era tierra yerma para la industria, sin una historia política comprometida y que nunca en su historia aportó un Presidente de la Nación.
En ese atrevimiento (¿existen acaso otras novelas de aprendizaje durante la adolescencia en la literatura argentina que no tengan como foco al Nacional de Buenos Aires?) Libertella construye un Juvenilia para los que durante tanto tiempo quedamos afuera y recupera para nosotros y nuestra generación, ese árido invierno que ya hemos dejado atrás pero que como toda época dura, recordamos a la vez con algo de nostalgia por el heroísmo que tuvimos para sobrevivir y otro poco de alivio porque es historia pasada.
un libro para regalarle a un amigx? este definitivamente. un libro sobre tu adolescencia, siendo de los frikis de tu secundaria, para volar la imaginación y decir, claro estos compañeros de curso que tenia que no tenia ni idea de cómo se divertían, bueno así, acá lo cuentan y es hermoso. un libro que describa lo torpe que sos la primera vez que coges. un libro o un cuento largo? tranquilamente se puede leer de corrido, es adictivo y muy fresco de leer, por eso me encanta, un libro para irte cuatro días a mar del plata, un libro para recomendarle a tus papás que fueron al pelle, a tu hermanx. cualquiera que lo lea, nunca lo va a dejar por la mitad y va a querer leer mas de Mauro libertella.
Leí este libro en dos meriendas al sol hace unos años y me hizo acordar a mi propia adolescencia, aún cercana, entre barrios clase media (aunque ellos son un poco más chetos), el parque, fumar y disfrutar la nada. Supongo que no pretende más que esa circunstancia de lectura, como quien tiene un poquito de nostalgia pero tampoco tanta. Tiene ese toque de desapego y extrañeza que veía en los grupos de varones.
Ni fu, ni fa. Adolescentes de clase media siendo adolescentes de clase media en una Argentina que se está yendo al carajo y que, parece, no afectarles tanto. O si? Es una novela que se lee en cualquier contexto y fluye, para leer en el bondi con un ojo en el libro y el otro en la puerta, a ver si se sube una vieja y le tengo que dar el asiento. Tal vez, por estás mismas cuestiones, sea un buen libro para iniciar el hábito de la lectura.
Es una locura de hermoso, igual de bueno que Mi libro enterrado, aunque de acuerdo a la edad que tengas haya uno de los dos que pegue más fuerte. No se puede creer ni el talento de Mauro Libertella para convertir lo banal y lo cotidiano en extraordinario ni tampoco las calificaciones bajísimas que tiene acá.
Es un relato suave, pasa rápido, se cierra y se guarda. Los relatos son muy cortos y me quedé con la sensación de conocer a todos “a medias”, sin profundidad en ninguno de los personajes ni las historias. Las 3 estrellas son por la simpleza del libro, por recordarme la secundaria y rememorarme complicidades de hace algunos años.
Comparado con Mi libro enterrado, éste sale perdiendo. Me parece que toda la primera parte es un intento de que nos caigan bien los amigos. Mejora mucho a partir de la segunda parte. Libro corto que paradójicamente tarde bastante en leer. De cualquier forma volvería a leer a Mauro aunque sea una vez más.
Un relato sobre la adolescencia, sobre tribus que se dispersan como sueños y altas noches que fundan patrias. Una hermosa carta al futuro con un cierre bajo el italianísimo ritmo nostálgico de Franco Battiato. ¡Franco Battiato!
perfecto, amé lo simple que está narrado, cómo relata la cotidianidad de unos adolescentes de los 90 tan interesante, me atrapó, capítulos cortos, crecimiento y desarrollo, argentino, qué más puedo pedir?
Bellísimo libro sobre una etapa en la vida de lo más incómoda e interesante. Recomiendo a todos los jóvenes adultos (lo que sea que eso quiera decir) leer este relato humilde y honesto sobre ese momento de crecimiento donde de golpe todo es fantástico y doloroso a la vez.