Rebeldía, nostalgia, resistencia a desaparecer y que con nosotros desaparezcan los últimos copos de una nieve que hace demasiado tiempo que no cae. Todo eso desprende la literatura de Javier Pillastre, o al menos los cuentos incluidos en Todos los hijos punkis que no tuvimos. Es este libro una radiografía del desencanto de unos personajes que advierten, aunque sea a través de presentimientos intuitivos, su próxima extinción, precedida por una creciente falta de ubicación en el mundo. El apocalipsis punki. Nuestro apocalipsis.
La calidad del autor llueve torrencial en este volumen de cubierta llamativa y sugerente. El libro comienza fuerte con el cuento que da título al libro y anticipa algunos de los temas principales —melancolía, sensación de pérdida, adultez confusa, los sinsabores del amor—, pero sobre todo golpea con «El gallinero», relato que gira la vida de su protagonista de un modo arrebatador. Aquí Pillastre dibuja un fresco portentoso que retrata un momento, un solo día en la vida de un hombre desastroso. No diré nada más, tan solo que tras su lectura ya lo consideré como uno de los mejores relatos del año, al menos hasta que llega «Sirius B», que condensa momentos vitales y emociones que afectan, así como una metáfora de situación fascinante, y entonces uno no sabe con qué cuento quedarse. Esta situación se repite varias veces a medida que avanza la lectura.
De ahí pasamos al horror ártico y reverencial, ese tan cercano al de las inmensidades cósmicas o marinas, que tiene su merecida ración con «El cuarto diario de Scott», un diario que uno desearía que no acabase nunca. Lo mismo pasa con el desfile de mujeres que una vez fueron el centro de la vida del personaje en «Una mujer descuartizada viene cayendo desde hace 140 años» (¿puede existir un mejor título que este?). Sensibilidad, atención al detalle y un poso mitológico representado por una niña bailarina. O con «La luna y la astilla», que certifica la capacidad de este autor para contar vidas enteras en pocas páginas, vidas que a veces ni siquiera han empezado a acontecer. La forma y estilo de Pillastre solo pueden calificarse como cautivadores.