«C’est cet effort d’absence volontaire, de déracinement voulu, de distanciation active par rapport à son milieu qui paraît toujours naturel, c’est donc cette manière de s’éloigner de soi-même – ne serait-ce que momentanément et provisoirement –, de se séparer du natal, du national et de ce qui, plus généralement, le fixe dans une étroitesse identitaire, c’est cela et surtout cela que j’appellerai errance.»
No es el libro que me esperaba encontrar, pero la sorpresa ha sido muy agradable. En el poco más del centenar de páginas de este corto ensayo, Mizubayashi define lo que es para él "la errancia" recurriendo a las películas de Kurosawa y Kobayashi y a los textos de Rilke, Rousseau, Diderot o Soseki entre otros. Hasta ahí el título del libro no nos lleva a equívocos.
Pero es que Mizubayashi también baña en indignación buena parte de la obra, dedicándose a reprobar a la sociedad japonesa, la cual según sus palabras es excesivamente permisiva y conformista, está entregada a la indiferencia y también peligrosamente acomodada en el alboroto de la mayoría; la cual silencia todas las voces individuales que componen el país que ha abierto las puertas del poder a los neoconservadores ultranacionalistas.
Esas inesperadas páginas también están muy bien escritas, son inteligentes y siguen ofreciendo interesantes referencias; desde la música de Mozart hasta citas de Pontalis.
El libro cierra con un breve texto sobre la errancia del propio autor y una bellísima apología de la lengua, la luz que emerge de todas las sombras señaladas.
No se elige dónde naces. No se elige a los padres. No se elige la genealogía. No se elige tampoco el país. No se eligen los orígenes étnicos y raciales. No se elige la época, ni el lugar ni la fecha de nacimiento, ni a priori la lengua. Pero de entre todos estos datos fuera de nuestro control, que nos vienen definitivamente impuestos de fuera y que nos fijan, nos sujetan, nos encierran en un determinismo previo sin solución o casi, sólo el espacio de la lengua parece ofrecernos salidas, escapatorias, aunque sean ínfimas. De hecho, se puede elegir la lengua, si se quiere; una lengua, unas lenguas de entre toda la inmensa sinfonía comunicativa de las lenguas. Uno puede apropiarse libremente de una lengua, de unas lenguas. Y una cosa que merece señalarse es que la lengua, o más bien las lenguas, son bienes comunes, espacios públicos, lugares no delimitados y no delimitables que se pueden atravesar, frecuentar, sin ser deudores de lo que sea de ellas, de quien sea de ellas, sin ser tachado de invasor. La lengua no es una propiedad privada. Es una tierra generosa sin propietario donde se celebra una fiesta permanente con entrada gratuita. La lengua es la cosa y, al decir esto, siento la necesidad de decir de inmediato que no es lo mismo que una cosa, la lengua es por tanto una cosa que te eleva, atrevámonos con la palabra, al comunismo absoluto, es decir, una cosa que es, más allá de la situación babélica del mundo, lo más universalmente compartido y compartible, más que el cielo que miramos, más que el aire que respiramos. ¡Qué regocijante y consolador saber que no estamos fatalmente y para siempre encerrados en una sola lengua, que no somos inevitablemente prisioneros de la cultura propia!
Y es que pese a los vaivenes temáticos que fluyen en esta breve joya, las digresiones son pequeños arroyos que se desvían levemente para terminar en el mar al que estaban destinados. Un mar que invita a levar las anclas que nos ahogan en estrecheces identitarias y así poder errar en libertad.
Recomendaría vivamente su lectura a tantos -sobre todo jóvenes- superficialmente deslumbrados por la cultura japonesa. La idílica armonía social tiene un precio. La opresión invisible de la comunidad, los códigos no escritos ni explicitados, la jerarquía y la autoridad que ahogan al individuo y limitan sus posibilidades de desarrollo personal con proyección social son ilustrados con vivencias personales y familiares del autor, un japonés atípico, que encontró en la adopción de la lengua francesa y en la cultura que ésta ha producido una vía para la liberación.
Interesante ensayo que explora el concepto de errancia aplicado a la sociedad y la cultura japonesas, que Mizobayashi intenta recuperar, a partir de la crítica al gobierno ultraconservador actual, un pensamiento libre que funde una nueva sociedad a partir de un contrato social roussoniano que la libere del concepto de monolítico cuerpo moral que dominó la política nipona desde los años 30.
Un breve pero intenso recorrido por la errancia como forma de librepensamiento y de disidencia política. Es una crítica a la política imperialista japonesa desde su propia vida, desde la historia y desde el lenguaje. Muy recomendable.
Breve elogio de la errancia (2014) es un libro de memorias de Akira Mizubayashi, profesor japonés de lengua francesa. Inicialmente creía que se trataba de algún tipo de ensayo viajero, pero es ante todo un testimonio y un elogio de la errancia, en su caso ilustrado como la idea de ser capaz de vivir entre dos mundos, el japonés y el francés.
Al principio, Mizubayashi va explicando episodios de su infancia en la que su autonomía individual fue decisiva, y utiliza la figura del “ronin”-el samurái venido a menos- como su ejemplo, a través de películas e historias japonesas. También expresa su desprecio a aquellos que abusan de su poder por mantener su posición, refiriéndose especialmente a algunos profesores universitarios.
Después de algunas anécdotas juveniles, el autor empieza a definir el concepto de “errar” como la idea de “ir solo, preferiblemente a pie, de un lado a otro, sin rumbo ni dirección precisa”, como una manera de vivir contra las jerarquías inútiles. Para Mizubayashi, su errancia consiste en el camino entre el mundo que le ha venido dado (el japonés) y el que ha escogido como hombre consciente (el francés).
Así pues, en “Breve elogio de la errancia” se hace una comparación entre estos dos países; en la represiva sociedad japonesa, la conciencia común es indiscutible, existe un ser-conjunto en el que “los individuos callan con gusto antes las normas del grupo al que pertenecen”; en cambio, en Francia prima el individualismo occidental, la “asociación libre de ciudadanos”, el contrato social de Rousseau. Para Mizubasashi, errar es buscar autonomía en el mundo francés sin renunciar a sus orígenes japoneses en los que el sake y la palabra okaerinasaï siempre estarán presentes.
Es un libro que mejora con el paso de las páginas, con momentos cumbres, y que acaba convirtiéndose en un bello elogio a las culturas exógenas. Me han gustado mucho las comparaciones que hace entre los valores occidentales y los confuncianos, como por ejemplo la mención que hace al “presentismo”, esa idea de la no-acción, que en Occidente se ve como conformismo y sumisión.
Quand on sait que l’autre qui est japonais a été ce livre en français. Et ce français de qualité, wow. Rien que pour cela, c’était un coup de coeur. Mais, ce n’est pas tout. En effet, l’auteur nous écrit une sorte d’essai sur les personnes osent sortir des sentiers battus, qui osent ne pas se plier aux règles préétablies, qui osent s’écouter et respecter leurs propres valeurs. C’est un livre que je trouve magistral. En plus, on comprend mieux la culture japonaise, son histoire et nous avons un aperçu intéressant sur une facette de l’âme japonaise. À lire pour toutes les personnes qui sont passionnées par la culture japonaise et qui se sentent souvent incompris et isolés dans ce monde.
Intéressante réflexion sur l'errance comme forme d'émancipation du corps social et ses injonctions. La transposition de cette réflexion à la société japonaise post-Fukushima m'a semblé très maladroitement amenée, même si la réflexion retrouve son équilibre dans les toutes dernières pages de l'essai.
Beau et bon petit livre sur l'errance, plus intellectuel que physique il faut le préciser, et sur l'univers japonais (vie, mode de pensée, etc.). Porte à la réflexion, même si l'auteur se perd parfois, ou erre, dans ses pensées et offre un portrait différent de ce que l'on entend habituellement sur le Japon. Vaut définitivement le détour.
Ecrivain japonais vivant au Japon, Akira Mizubayashi a choisi d’écrire en français, langue qu’il connaît bien pour l’avoir étudiée et enseignée depuis des décennies. Il évoque ce choix à la fin de cet essai à la fois clair et sinueux, dont le sujet apparaît d’emblée conforme au titre, mais dont on ne comprend tous les enjeux qu’à la fin de sa lecture. Dans la culture narrative japonaise, l’errance est l’apanage du ronin, ce samouraï déchu ayant abandonné son maître et vendant ses services au fil des routes. Mizubayashi l’évoque dans son « ouverture » sous les traits de Toshiro Mifune dans « Yojimbo » de Kurosawa, personnage réfractaire à toute idée de groupe. Il n’est pourtant pas lui-même un ronin de la plume, sinon il écrirait, fût-ce en y mettant tout son talent, pour la collection Harlequin. La notion d’errance va donc être subtilement déplacée au fil du livre pour éclairer finalement les choix existentiels de l’auteur. Avec calme et courtoisie, en n’utilisant que quatre ou cinq mots rudes qui redoublent leur force par l’effet de surprise, Mizubayashi démonte alors méthodiquement quelques principes de la société japonaise qui l’inquiètent profondément, tout en relisant le dernier siècle de l’histoire du pays. Selon lui, le modèle japonais est celui de la soumission de l’individu à une société qui lui préexiste, non seulement historiquement (on naît toujours dans une société déterminée) mais métaphysiquement : un Japon mystique, éternel, entité platonicienne littéralement incarnée jusqu’en 1945 par l’Empereur, et qui malgré la constitution démocratique reste à l’horizon des mentalités. En découle un double principe paradoxal de responsabilité absolue (l’honneur de l’individu consiste à servir la société comme elle le lui demande, ou mourir) et d’irresponsbailité absolue (puisque personne ne peut affirmer avoir agi de sa propre volonté, si l’acte se révèle néfaste). Petit à petit s’impose un constat d’une extrême sévérité, hanté par la catastrophe de Fukushima, encore récente lors de l’écriture de ce livre paru en 2014, et qui blâme aussi bien le parti majoritaire au Japon que les pays étrangers qui le traitent avec complaisance. Mizubayashi illustre son propos de petits récits autobiographiques (qui par ailleurs proposent quelques portraits très affectueux comme ceux de sa mère ou de son institutrice), de « mythologies » à la Roland Barthes (son analyse des panneaux de bienvenue à l’aéroport), d’analyses d’œuvres littéraires et cinématographiques : le grand cinéma japonais est mis à contribution d’une manière réjouissante qui permettra à maint spectateur occidental d’en approfondir l’analyse. Cet univers mental japonais, qui a provoqué chez lui, dès l’enfance, bien des malaises et des rejets, appuyés par les récits de son père, combattant malgré lui mais dissident dans l’âme (un type de figure que reconnaîtront les lecteurs d’ « Âme brisée »), Mizubayashi l’oppose à celui de l’Occident, en tout cas de l’Occident des Lumières, caractérisé par le contrat social tel que le théorise Rousseau, où l’individu précède, dans l’ordre métaphysique, la société, qui n’existe que par son adhésion libre. Spécialiste du dix-huitième siècle, l’auteur nous régale alors de ses analyses, convoquant de manière inattendue la musique de Mozart, ou montrant comment la fiction et même les récits autobiographiques de Jean-Jacques s’organisent en fables matérialisant ses idées politiques. Fervent rousseauiste sans être un adorateur de Jean-Jacques, Mizubayashi me donnerait presque envie de relire son auteur de prédilection, ce qui n’est pas rien. Et par ailleurs son livre devrait donner à réfléchir à ceux qui essentialisent leur patrie pour justifier leurs pulsions d’exclusion. Akira Mizubayashi connaît bien la France et y fait des séjours réguliers. Pourtant il n’a pas fait le choix d’une errance géographique, et reste tokyoïte. Adepte dès l’enfance du pas de côté, rétif à l’embrigadement, il a fait le choix d’une autre culture que la sienne, dissidence douce, non pas à coups de sabre, mais à coups de pinceau glissant sur un beau papier.
« On ne choisit pas sa naissance. On ne choisit pas ses parents. On ne choisit pas sa généalogie. On ne choisit pas son pays. On ne choisit pas ses origines ethniques et raciales. On ne choisit ni son époque, ni son lieu et sa date de naissance, ni donc a priori sa langue. Mais parmi toutes ces données hors de notre maîtrise, qui nous sont définitivement imposées du dehors et qui nous fixent, nous arrêtent, nous enferment dans une détermination préalable sans issue ou presque, seul l'espace de la langue semble nous offrir des ouvertures, des échappatoires, si infimes soient-elles. En fait, on peut choisir sa langue, si l'on veut; une langue, des langues dans toute la gigantesque symphonie communicante des langues. On peut librement s'approprier une langue, des langues. Et une chose qui mérite d'être notée, c'est que la langue, ou plutôt les langues sont des biens communs, des espaces publics, des lieux non délimités et non délimitables qu'on peut traverser, fréquenter sans être redevable de quoi que ce soit, à qui que ce soit, sans être taxé d'être envahisseur. […]. Qu'il est réjouissant et consolant de savoir qu'on n'est pas fatalement et pour toujours enfermé dans une seule langue, qu'on n'est pas inévitablement prisonnier de sa culture propre! »🗣️🗣️🗣️🗣️🗣️🗣️🗣️🗣️🗣️
"On ne choisit pas sa naissance. On ne choisit pas ses parents. On ne choisit pas sa généalogie. On ne choisit pas son pays. On ne choisit pas ses origines ethniques et raciales. On ne choisit ni son époque, ni son lieu et sa date de naissance, ni donc a priori sa langue. Mais parmi toutes ces données hors de notre maîtrise, qui nous sont définitivement imposées du dehors et qui nous fixent, nous arrêtent, nous enferment dans une détermination préalable sans issue ou presque, seul l'espace de la langue semble nous offrir des ouvertures, des échappatoires, si infimes soient-elles.
En fait, on peut choisir sa langue, si l'on veut [..] La langue n'est pas une propriété privée. C'est une terre généreuse sans propriétaire où se déroule une fabuleuse fête permanente à entrée gratuite. La langue est la chose qui relève du communisme absolu, c'est-à-dire quelque chose qui est, par-delà la situation babélique du monde, le plus universellement partagé et parta-geable, plus que le ciel qu'on regarde, plus que l'air qu'on respire.
Qu'il est réjouissant et consolant de savoir qu'on n'est pas fatalement et pour toujours enfermé dans une seule langue, qu'on n'est pas inévitablement prisonnier de sa culture propre !"
Excelente. Este análisis de lo que significa ser y no ser japonés, con numerosas referencias al pasado (tanto el pasado personal del autor, presente mediante la evocación de su padre o de episodios de su infancia, como el pasado colectivo del periodo 1931-1945, conocido como la Guerra de los Quince Años, o de la asimilación de la más reciente catástrofe de Fukushima). Por un lado, me recuerda a otras obras como el "Elogio de la desobediencia" (que leí en francés) o "LTI. La lengua del Tercer Reich" de Klemperer. Por otro, presenta un breve capítulo de esa asignatura de historia mundial de las ideas que siempre me habría gustado cursar, por ejemplo cuando relaciona política y música (p. 103) refiriéndose tanto al Japón de cierta época como a la Europa entonces contemporánea.
petit éloge de l'errance est une œuvre intéressante. court essai écrit en français par un homme japonais, on y voit toutes les pensées critiques de son auteur envers la société qui l'a vu grandir et dans laquelle il vit toujours. communauté (ou l'errance impossible) pose une critique cinglante sur le japon. il aime son pays qui se conforme dans des règles qu'il ressent comme absurde et aliénante. je ne suis pas une grande d'adeptes d'essais. je pense même que c'est le premier que je lis de moi-même (surtout parce que je trouvais le titre stylé) et je suis contente d'avoir tenté l'expérience. je ne sais pas vraiment si je le conseillerai à tout le monde. j'ai l'impression que c'est assez accessible pour le plus grand monde mais il reste à avoir l'envie de découvrir un essai comme celui là.
Este ensayo en cuatro tiempos, junto con una obertura y epílogo, por un doctor en lenguas modernas japonés, especializado en literatura francesa, nos introduce en el concepto de la errancia, como una respuesta al conformismo que dictamina donde uno le ha tocado nacer. Interesante por sus pinceladas del porqué la cultura japonesa difiere del contrato social promulgado por Rousseau y que origina el Estado moderno occidental. Ilustra su texto con numerosas obras fílmicas, musicales, filosóficas y literarias. Un canto original a la afirmación individual y romper candados de sociedades con identidades asfixiantes.
Interesante colección de ensayos breves que reflexiona sobre el concepto de errancia, esbozando una crítica a los gobiernos nipones ultra conservadores y a la idiosincracia japonesa en general. Basándose en algunos filmes de Kurosawa y textos de Rousseau, Soseki y Diderot, entre otros, Mizubayashi advoca por la errancia como signo de desconformidad, rebeldía y cuestionamiento, tanto a nivel externo como interno, en este texto breve escrito en forma lírica y reflexiva, que combina biografía, historia y crítica, cautivando por su profundidad. Una verdadera joyita.
Le livre commence de façon épatante, mêlant anecdotes personnelles (voire intimes) de l'auteur, et observations sur la société japonaise. Mais par la suite, il devient un cours de philosophie classique. Qui plus est, de la philosophie telle qu'elle est enseignée en France: érudite oui, mais lourde et démonstrative plutôt que suggestive... et pleine de mots en italiques sans bonne raison pour cela. Si vous êtes fan des intellectuels Français, vous aimerez probablement ce livre. De mon côté, j'ai lu certaines pages avec grand intérêt, mais pour d'autres, je les ai survolées en diagonale.
Una visión descarnada del lado oscuro de la sociedad japonesa, donde el interés colectivo que aplasta la disidencia, puede dar rienda suelta al conformismo, el militarismo y la represión. Pero siento que, en su visión idealizada de la cultura europea, el autor cae en la misma trampa que quienes tienden a idealizar la cultura clásica japonesa.
Un breve y bello alegato por el librepensamiento escrito desde el punto de vista de un japonés que deconstruye la mentalidad colectiva de su propio país. Hace especialmente hincapié en la herencia fascista del régimen imperial en razón de la anulación de la individualidad del sujeto japonés y su falta de compromiso e ideales tanto para sí como para el resto de sus conciudadanos: una explicación sin tapujos para la alienación del sujeto de uno de los países con más suicidios anuales. Un libro muy interesante para aproximarse al contexto mental del país nipón.
Lecture plus essayiste, presque historico-politique plus que véritablement littéraire. Des chapitres des plus intéressants (comme le premier) aux divagations sans fins et dont l'utilité et la plus-value restent à prouver, l'oeuvre apparaît elle-même telle une errance de l'écrivain qui se perd entre souvenirs d'enfance, revendications politiques et sociales et littérature.