Con una atmósfera de radionovela y ritmo de bolero, Antolina Ortiz Moore —autora finalista del Premio Rómulo Gallegos (2020) y el Premio Nadal en España (2019)— «lleva a cabo una asombrosa reconstrucción histórica. Un libro que apela a todos nuestros sentidos y suscita emociones fuertes», Guadalupe Nettel.
Ciudad de México, 1951. Una lluvia torrencial sorprende a los citadinos. El caos cunde mientras una serie de sucesos trágicos —como el hallazgo de mujeres asesinadas flotando en los drenajes de la ciudad— ha puesto en evidencia la descomposición de la gran urbe. Los habitantes de una vecindad del centro histórico, náufragos entre las montañas nevadas del valle de México, padecen —como todos— el diluvio. Sus voces emergen con el lago que ha vuelto a desbordarse sobre las un niño con poliomielitis que sueña con volar, un panadero español, una maestra feminista, un artista homosexual, un judío refugiado; cada personaje guarda secretos, dolores existenciales y —a pesar de todo— una profunda esperanza.
Tenía esta novela en mi librero pero no me animaba a leerla porque no conocía a la autora, pero sabía que gozaba de buena calificación; sin embargo, no fue hasta que leí la recomendación de mi querida Ale (@historias) que me convencí de leerla.
El día que no paró de llover (2025) es una novela coral, donde Antolina Ortiz Moore (México) da voz a múltiples personajes que habitan la misma vecindad. Cada uno va revelando su historia poco a poco, como capas de cebolla que se desprenden hasta mostrar heridas, silencios y verdades compartidas. Su estilo fragmentado no es solo un recurso estético: permite comprender cómo las vidas individuales se entrelazan y cómo los mismos contextos sociales y las injusticias afectan a todos, construyendo una memoria colectiva que atraviesa el México de los años 50 y que sigue resonando hoy.
La autora nos sitúa en un país convulsionado y lleno de fracturas, y utiliza la gran inundación de 1951 como un punto de conexión entre lo personal y lo colectivo. Ese día en que México literalmente no paró de llover se convierte en el centro de la novela, pero también en un símbolo potente: la violencia que arrastramos desde hace décadas, los feminicidios que entonces no se nombraban y las desigualdades que permanecen como un lodo que nunca termina de secarse.
Cada personaje carga con sus propias pérdidas, culpas y decisiones, pero cuando sus voces se entrelazan entendemos que todos comparten la misma sombra: la de un país que llueve por fuera y por dentro. Ortiz Moore escribe con honestidad, sin exagerar ni suavizar la realidad, y con la claridad suficiente para obligarnos a mirar lo que solemos evitar.
Esta novela se siente como un relato torrencial que arrastra la memoria de lo perdido, recordándonos que hay lluvias que no terminan de irse hasta que aprendemos a nombrar lo que dejaron atrás. Y, aun así, nos deja algo esencial: la certeza de que solo nos queda aferrarnos a la esperanza de días mejores. Pese a los nubarrones oscuros, la lluvia espesa y el ruido de la tormenta que intimida, detrás de todo eso el sol sigue brillando. Quizá se oculte por momentos, quizá cueste verlo, pero en algún punto vuelve a asomarse.
Al final, entendemos que la esperanza es lo único que jamás se debería perder.
En julio de 2025, como presagiando una intensa temporada de lluvias que inundarían varias zonas de la Ciudad de México, Tusquets Editores publica “El día que no paró de llover” de Antolina Ortiz Moore. Yo encontré la novela en Rayuela, una librería en el centro de Xalapa y, luego de caminar por el Parque Juárez, me refugié en un pequeño café a leerla mientras afuera arreciaba una tormenta.
En 1951, varios personajes navegan las aguas del entonces Distrito Federal. Sus historias convergen en la vecindad en donde habitan.
Antolina Ortiz Moore nos hace viajar en el tiempo, imaginar la Ciudad de México hace 75 años, escuchar las radionovelas, sentir la lluvia en la piel y oír los truenos. Su capacidad para crear atmósferas es notable.
La historia coral no terminó de engancharme. Me gustan las historias de Inés y Agustín, pero les faltan páginas para explorar lo qué significaba ser gay en esa época, para profundizar en el activismo de ella o en la homofobia que enfrenta él. Sin embargo, disfruté la lectura.