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194 pages, Kindle Edition
First published January 1, 1986
"Llevo 15 años esperando ser amado por Natalia Monte, mi mujer; usted en cambio es un advenedizo, señor"Marías, hablando de su método de escritura, afirma que "No sólo no sé lo que quiero escribir, ni a dónde quiero llegar, ni tengo un proyecto narrativo que yo pueda enunciar antes ni después de que mis novelas existan, sino que ni siquiera sé, cuando empiezo una, de qué va a tratar, o lo que va a ocurrir en ella, o quiénes y cuántos serán sus personajes, no digamos cómo terminará.” Y aun así no es esto lo más curioso del método, no es la inexistencia de un proyecto previo que guíe los esfuerzos iniciales, ni que sea una simple imagen, tal y como el autor confesó en un prólogo a una de las ediciones de la novela, lo que pueda desencadenar el impulso sin dirección de su escritura.
“… un hombre que escribe puede empezar a entender lo que escribe a partir de una frase casual que le hace saber –no de golpe, sino paulatinamente– por qué todas las anteriores fueron así, por qué fueron escritas de aquella manera.”De lo que no puedo informales, por más que quisiera, es de cuál puede ser esa frase, ese momento del texto a partir del cual todo encajó, lo anterior y lo posterior, lo ya escrito y lo que quedaba por escribir, pues bien es cierto que la novela tiene una larga parte inicial en la que el narrador vaga por Madrid con la misma falta de propósito que parece tener el autor al describir aspectos de la vida errante de su personaje o los detalles que resalta de las gentes y las calles de esa ciudad que, por ser la de la adolescencia de su protagonista, hacía más profunda su soledad. Quizá la existencia de este inicio, hasta cierto punto inane, venga a representar su vida anterior al encuentro en el tren, en la que, según nos dice su narrador, solo…
“Temía y aguardaba y pensaba… pensaba tanto por entonces que llegué a estar harto de mí mismo. Era, además, un pensamiento irreflexivo, no guiado, fluctuante, sin meta ni punto de arranque, insoportable.”Bien, pues ya les digo yo que insoportable tampoco, más bien todo lo contrario. Siempre es interesante perderse entre las muchas lucubraciones que el autor tiene por costumbre intercalar en su discurso, más si son tan divertidas como las aquí referidas —la novela es de las más proustianas y la más cómica que de él he leído—. Me refiero a esos comentarios acerca de los viajantes de comercio, con una vida tan parecida a la de los cantantes de ópera, oficio del protagonista, que a causa de su errante soledad no faltaba nunca alguno que en el hotel se abriera las venas o acuchillara a un botones o exhibiera sus partes por los pasillos o sofaldara en el ascensor a alguna mujer estupefacta; o el caso de la soprano que tenía sus más y sus menos con el violinista de la orquesta y que tras aliviar una de sus urgencias entre bambalinas salió al escenario del ensayo general con un pecho todavía fuera; o el caso maravilloso del tenor que no soportaba la visión de un asiento vacío en la platea, por lo que los huecos debían ser ocupados por falsos aficionados o, si aún no fuera suficiente, por “los propios acomodadores, porteros, encargadas del guardarropa, mujeres de la limpieza y aún taquilleras”, y que, en el paroxismo de su locura, llegó él mismo a ocupar ese asiento vacío chillando indignado por la tardanza en empezar la función que él mismo debía representar.
“…como si el impulso onírico quedara agotado en la representación de los pormenores y se desentendiese del resultado, como si la actividad de soñar fuese la única aún ideal y sin objetivo.”

