No hay puertos seguros, los mapas literarios se forman por piezas siempre cambiantes. Si a ciertos escritores se les va a llamar "raros", habría que preguntarse cuáles son los "no raros" o normales; si hay excéntricos o marginales debe hacer céntricos, etcétera, aunque las geografías no suelen ser muy claras. Wilfrido H. Corral sugiere que la literatura latinoamericana no es otra cosa que una historia de raros. Caracteriza a los raros la marginalidad, su carácter excéntrico y el hecho de que suelen ser practicantes de géneros desiguales. Esto llevaría a pensar que todo escritor es "raro" hasta que no se demuestre lo contrario. Esta vez no se les llamará "raros", sino "inclasificables".
Esta antología junta varias firmas de literatos mexicanos del último cuarto del siglo XX. Unos son buenos, otros malos y el resto incomprensibles. Aunque es difícil reseñar una antología de esta naturaleza, dejaré mi valoración de los textos que considero mejores.
Comienzo por los cuentos que bordean las locuras o los sueños. Francisco Tario, en “La noche de los cincuenta libros” y Pedro F. Miret, en “24 de diciembre de 19...”, nos ofrecen pesadillas muy sólidas. “Rotaciones” de Luis Ignacio Helguera es interesante, porque, en una narración modesta de un trabajo bibliotecario, insinúa también una condición alucinante.
Por otro lado, la antología incluye tres cuentos sugerentes desde dimensiones femeninas. Guadalupe Dueñas e Inés Arredondo relatan con maestría los terrores de ciertas condiciones femeninas. Dueñas, en “Al roce de la sombra”, los coloca en la mansión aristocrática de un pequeño poblado. Arredondo, en “La Sunamita”, lo hace con los cuidados de una sobrina a un tío perverso. Sin el tono terrorífico de estos cuentos, el de Cristina Rivera Garza, “La alienación también tiene su belleza”, igualmente vale la pena. Su protagonista se funde con una mujer que escribió cartas de amor y empieza a vivir las palabras de esas cartas. Estos tres cuentos no tienen desperdicio.
Otros tres cuentos de la antología se ubican en las circunstancias regionalistas de México, con sus implicaciones militares, politiqueras y religiosas. José de la Colina fue un agradable descubrimiento. Su cuento “El cisne de umbría” es una excelente sátira, históricamente exacta, de los caudillos. “La Averiguata” de Daniel Sada también es un logro ingenioso. Su manera de describir una histeria colectiva, bastante serena, en los poblados desérticos del norte de México merece aplausos. Ojalá no se hubiera empeñado en distinguir su escritura con burdas marcas postmodernas. Los insulsos monosílabos que inserta (“uh”) a cada rato, y sus constantes dos puntos (:) revelan un esnobismo vacío, que, sin embargo, no destrozan su cuento. Por último, el cuento de Javier García-Galiano, “La espada y el relicario”, promete algo creativo sobre los cristeros. Éste pudo haber sido bueno, pero su narrativa agotadora se lo impidió.
También hay cuentos bien construidos, sobrios y descomplicados, al final de la antología. Me refiero a los que colocan sus relatos en momentos históricos, como la China dinástica en “La llama de aceite del dragón de papel” de Daniel González Dueñas, y las guerras bizantinas en “El ángel de Nicolás” de Victoria Murguía. No soy aficionado a leer a mexicanos que escriben cuentos de otras culturas. Prefiero leer a autores de esas culturas. Pero estos cuentos no disgustan. Menciono aquí también el cuento de Pablo Soler Frost, “Birmania”, que versa sobre una viuda que experimenta la reencarnación budista de su marido, que es el más sólido de los tres.
Hasta ahí me parece que se quedan los textos que tienen mérito. Mencionaré enseguida algo sobre los textos que no son tan buenos.
Quizás habría que empezar con el cuento medianamente legible de Salvador Elizondo: ”El Desencarnado”. Aunque pretencioso, como acostumbra, el cuento de un trance de una muerte tibetana es decente. Una sensación semejante me deja el cuento “Por el monte hacia la mar” de Esther Seligson. El relato de la vida familiar entre un monte y el mar es llamativo. Pero Seligson no deja de rumiar pensamientos a lo largo del texto. Esto convierte al cuento en una imitación insoportable de Marcel Proust y de Marguerite Yourcenar. Una prosa indescifrable también se presenta en el cuento de Guillermo Samperio, “Manifiesto de amor”. Este texto exige la máxima atención del lector. Como diría Unamuno, un escritor debe conquistar el derecho a ser leído con atención. Guillermo Samperio no lo tiene, y Alejandro Toledo, el antólogo, tampoco ayuda mucho al escritor a ganárselo.
La “Disertación sobre las telarañas” de Hugo Hiriart es eso: una disertación, un ensayo con roces de poesía, pero no es obra de un “cuentista inclasificable”. Cuando llegué a este texto, empecé a sospechar que el antólogo seleccionó textos de su gusto, no cuentos “inclasificables”. Sin duda, tuvo que leer mucho, pero no leyó lo suficiente como para ofrecer cuentos auténticamente inclasificables.
Angelina Muñiz de Huberman hace un panegírico de Giordano Bruno. ¿Esto es inclasificable? Realmente no. Las alabanzas a los herejes quemados por la Inquisición pertenecen a la Ilustración. Es un cuento clasificable en la literatura de hace tres siglos.
Por último, debo decir que no merecen ni un comentario los cuentos de Efrén Hernández (esta vez “Tachas” decepcionó mucho), Gerardo Deniz, Jesús Gardea, Humberto Rivas, Adela Fernández, Samuel Walter Medina y Emiliano González.
En resumen, hay más cuentos lamentables que los estimulantes. La antología de Alejandro Toledo es un rompecabezas de piezas erradas y muchos huecos, con secciones considerables que dejan asomar un excelente paisaje literario.
No sé qué hizo México para merecer tan malos cuentistas. •Punto número uno: No, Patricio, no porque pongas frases en francés tu cuento es bueno. •Punto número dos: Tampoco poner palabras a calzador, temas que ni al caso y hacer un esfuerzo magnánimo para que tu cuento sea imposible de entender te hace cool.
Disfruté mucho su lectura, sin embargo me hubiera gustado que incluyera a más escritoras. Entre mis hallazgos maravillosos está el cuento de Esther Seligson, de quién quiero leer mucho más.
La verdad la mayoría de los textos son más que inclasificables, incomprensibles. Hice muchas pausas y abandoné la lectura más veces de las que hubiera imaginado. Creo que sólo vale la pena conservarlo por los cuentos que no sé en dónde en dónde encontrar (como el de Cristina Rivera Garza o Pablo Soler Frost) y para mí la gran sorpresa fueron los dos cuentos de Adela Fernández.
algunos están geniales otros neta insoportables pero en general la antología está muy bien. tqm a crg, su cuento fue mi favorito, y a alejandro toledo porque hace antologías muy específicas y ps fan yo también haría antologías muy específicas
El título no podría ser más adecuado, es un recordatorio de aquel viaje de Teseo para matar al Minotauro, cuando Ariadna le proporciona un hilo para poder ingresar en el laberinto y no quedar perdido y como consecuencia asesinado por el minotauro, Ariadna le entrega un ovillo de hilo que debía de atar a la entrada para que así pudiera recordar la salida. Creo que precisamente eso hace Toledo, nos proporciona un ovillo de hilo para poder recorrer a autores contemporáneos que están inmersos en el mundo literario mexicano, nos va guiando para conocerlos y ubicarlos precisamente ya en un contexto más claro de ese laberinto.
Esta antología de escritores a los que Toledo denomina como “Inclasificables” busca conjuntar a escritores que no encuadran en las definiciones comunes propuestas por las editoriales, no se pueden ajustar por medio de criterios rígidos, son autores que se destacan por su propia singularidad. Estos escritores presentados por Toledo se limitan al territorio mexicano.
Todos los cuentos concentrados en esta obra nos permiten observar una forma de escribir en México que más allá de caer en lo inclasificable da pie para elevar el imaginario y probar nuevos senderos en la forma de narrar historias, de ahí la importancia del hilo del minotauro, es importante observar estos lugares del laberinto pero también importante es saber volver a regresar al punto original si es lo que se desea. Sin duda esta antología es un gran ejercicio sobre la literatura mexicana contemporánea, sumamente disfrutable.
Este libro es una colección de cuentos de distintos autores mexicanos seleccionados por Alejandro Toledo. Algunos de estos cuentos han sido publicados por el FCE en otros libros. Lo que los une es que no son cuentos clásicos en forma (planteamiento, desarrollo y desenlace) o contenido. Sino, que son cuentos que destacan por una estructura diferente o porque tienen temas que están fuera de los temas de los que comúnmente se cuentan historias en México. Algunos incluso tratando temas de lejano oriente, otros bien podrían estar en una colección de fantasía o de ciencia ficción. Para mí, el único que no tenía ni pies ni cabeza fue el de Samuel Walter Medina, en el que "habiamuchasfrasesenlasquenohayespaciosentrepalabras" que de verdad requería de una paciencia que ya no tengo. Los mejores, a mi juicio, son: El desencarnado de Salvador Elizondo. El cisne de Umbría de José de la Colina. Por el monte hacia el mar de Esther Seligson. La averiguata de Daniel Sada. La llama de aceite del dragón de papel de Daniel González Dueñas. La alienación también tiene su belleza de Cristina Rivera Garza. Birmania de Pablo Soler Frost.