«Fui tras un escritor y volví salpicado de sangre y escupos, algo asqueado. Perseguí un espectro que seguía vivo y, como en vida, no se dejaba atrapar, huía, se escapaba» Alberto Fuguet.
Salpicado de sangre y escupos. Así vuelve Fuguet de Montevideo, después de pasar un tiempo intentando descifrar a la figura de Gustavo Escanlar, un triste provocador jalero, putero y sobre todo incomprendido: por toda una generación, y por él mismo. Fue todo lo que nunca quiso por la rabia que le dio no poder ser lo que quería. Creo que Fuguet se encontró en esa idea. Su obsesión con los outsiders, en este caso un contemporáneo suyo, deriva en una pesadilla con un Montevideo reducido a una onda media Twin Peaks, donde nadie puede hablar con nombres, todo es un posible peligro.
La crónica se siente pútrida, exuda café y cocaína, refleja muy bien lo frenético e incómodo de la búsqueda, y se lee como tal: rapidísimo. Qué bueno que es Fuguet cuando el foco no es él mismo y sus lugares comunes.