“Contaban los griegos que Cadmos, fundador de Tebas, mató un dragón y enterró sus dientes en el campo. De inmediato la tierra se cuarteó y, en lugar de espigas, asomaron cascos de bronce, puntas de lanza y, finalmente, hombres armados: todo un ejército fantasmal programado para matar”. Me preguntó si no estamos, nosotros, sembrando “los dientes del dragón” sin darnos cuenta de que terminaremos siendo triturados por ellos”, Hubert Lanssiers (Bruselas, 1929 – Lima, 2006)
Este filósofo que fue ordenado sacerdote en Tokio a los treinta años, vivió cerca de las guerras de Camboya y Vietnam. En Perú, a principios de los noventa fue Presidente de la Comisión Gubernamental de Diálogo con los Organismos de Derechos Humanos, grupo que logró la liberación de 1200 personas que sufrían condenas injustas. Desde la Obra Recoletana de Solidaridad brindó ayuda a los internos y sus familiares, además de apoyarlas en la comercialización de su trabajo.
Su nombre evoca un sentimiento de amor a los desposeídos. Su ausencia es notoria y dolorosa, escribió más de un peruano de bien. Fue considerado un lamed–waf, que según una leyenda del Talmud, es “un místico con corazón abierto que logra escrutar muchos de los desastres que el ser humano se empeña en producir a sus congéneres”. Los dientes del dragón es un libro, divido en cuatro partes y sesentaicinco crónicas, a través de las cuales ofrece reflexiones humanas, su preocupación internacional, la justicia en el Perú y una breve radiografía personal en el país donde estuvo más cerca de los condenados de la tierra.
Por qué se queda en el Perú, le preguntaron más de una vez: “Este país tiene la exasperante virtud de sacar a la superficie lo mejor que uno tiene…también lo peor”.