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365 pages, Paperback
First published September 21, 2015
Los porteadores eran conocidos como fretmos y se les pagaban 200 pesetas por cada frete (flete) que conseguían colar. Para evitar malentendidos o trampas, los jefes esperaban al otro lado de la frontera. Cada vez que llegaba un freteiro con un fardo, le daban una pieza de aluminio acuñada, que más adelante canjearía por dinero. Era tal la aceptación social que tenía el contrabando en la zona que estas fichas llegaron a tener validez en varios pueblos gallegos y portugueses. Equivalían a 200 pesetas y 100 escudos, y muchos comercios las aceptaban.
Fue en esta década, los 60, cuando los contrabandistas percibieron con claridad que el verdadero negocio estaba en el tabaco procedente de Portugal. Comparado con el de cigarrillos, el estraperlo del resto de mercancías (a excepción de la gasolina) carecía de rentabilidad. Se produjo un cambio en la estructura delictiva: los pequeños y medianos estraperlistas se hicieron a un lado para dejar que los mayoristas monopolizaran el mercado de las cajetillas. Del minifundio al latifundio. Del contrabandista autónomo a las organizaciones jerarquizadas
En 1981 un imponente temporal azotó las Rías Baixas. Además de peligroso, fue enormemente inoportuno. En Cambados esperaban una descarga muy importante y las motoras llevaban tres días amarradas, sin poder salir al encuentro de la «mamma». El temporal decidió amainar el día de la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores y día trascendental en cualquier pueblo marinero de la costa gallega. Esa jornada todas las embarcaciones de la comarca salen en procesión, cargadas de flores y haciendo sonar sus sirenas. Pero el tabaco esperaba, así que los contrabandistas le pidieron al cura si era posible posponer la celebración, para poder disponer de barcos y hombres para la descarga. El párroco accedió y la procesión se celebró al día siguiente con algunos barcos, cuentan, desfilando aún cargados de cajetillas. Ese año los donativos a la parroquia pulverizaron marcas. La anécdota definitiva para comprender el grado de integración que el contrabando de tabaco logró en las rías fue la del niño entrevistado por un periodista de la Televisión de Galicia (TVG). En una conexión en directo con Vilagarcía, el reportero preguntaba a los críos qué querían ser de mayores. El último en contestar no se lo pensó, micro en mano dijo: «Contrabandista, como mi papá».
Por cierto, sobre esta negociación que evitó la extradición se habla largo y tendido en el libro El ajedrecista, escrito por Fernando Rodríguez Mondragón, hijo mayor de Orejuela. En la obra se recogen las memorias del capo colombiano, y hay una parte en la que afirma: «Salir de España nos costó 20 millones de dólares y Felipe González se quedó con cinco. (…). Los emisarios de Felipe González insistieron en que las elecciones estaban cerca y necesitaban el dinero, y por eso autorizaron la entrega».
Por primera vez en España, el Estado se hizo cargo de un patrimonio intervenido. Se acordó la administración judicial de los bienes y se aseguró el futuro laboral de los 400 empleados. «Los trabajadores nos vinieron a ver y les explicamos que la empresa seguía adelante y que les íbamos a pagar los atrasos. Dos o tres se borraron del mapa cuando llegamos. Eso es que estaban implicados y se quitaron de en medio». Rubí, sin experiencia previa en el mundo del vino, se vio de pronto al frente de un enorme viñedo y con la obligación de sacar la cosecha del año y hacerla rentable. «Estaba muy perdido, pero años más tarde me tocaría administrar el Atlético de Madrid y, créeme, eso sí que fue difícil. Recibí amenazas de todo tipo, también mi familia. Con el pazo y los narcos no tuve ningún problema. Dame los narcos antes que el fútbol, sin ninguna duda».
En un osado y repentino análisis sociológico, se puede dividir al narcotraficante gallego de hoy en día en dos clases: el capo y el narquito. El capo es el que dirige el asunto, el líder (o uno de los líderes) del clan. Suele ser de origen humilde y mantiene su condición como tapadera: si la familia se dedica a la almeja, sigue yendo a la almeja. Pero en un Audi. Si tienen una batea, siguen en la batea. Pero el bolso de la mujer del capo es de Gucci. Es, como ya explicamos, lo kitsch del narcotráfico gallego: ver a una señora poniendo bocadillos de calamares con un Rolex en la muñeca. Conviene fijarse en estos detalles en las Rías Baixas. La figura del capo tiene una variante, que es el empresario de éxito. Hombres supuestamente respetables con hoteles, astilleros, empresas náuticas o inmobiliarias. Entre medias hacen sus descargas discretamente e inyectan el dinero en sus sociedades. «De todas formas, aquí los distinguimos», cuenta Pablo, un vecino de Vilanova. «Es que está clarísimo. Te diría que hasta en los gestos». Por debajo de los capos están los hijos de estos. «Niños de papá», adelanta Verónica, otra vecina de Vilagarcía. «Nuevos ricos que además son unos prepotentes». Hay una frase muy recurrente en Arousa cuando alguno de estos herederos cae en una redada o lo pillan en un desembarco. «Desaparece un tiempo, y cuando la gente pregunta, siempre dicen: “Se fue a hacer un máster”. Joder, es la respuesta típica. Yo creo que aquí decir que te vas a hacer un máster significa que te vas a chirona», cuenta Pablo entre carcajadas.
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En el nivel más bajo están los narquitos, los chavales que empiezan a trabajar para los clanes. Recaderos, pilotos, vigilantes… Un grupo social de la costa gallega fácilmente reconocible: cochazo hortera (en su defecto, moto), repentina generosidad invitando a un local entero, ropa de marca de mal gusto… Y todo con 20 años y sin oficio reconocido. «En determinado estrato social cuenta Pablo ser narquito mola. Es guay. Quieren serlo. Hasta hay chavales que lo aparentan y no son nada».
[...]
José Vázquez, alcalde de Vilanova en los años 80, afirma: «Lo que digo es hasta grave, pero hay muy pocas empresas aquí que en algún momento determinado no hayan tenido relación con el narcotráfico. Me cuesta mucho decirlo y es muy doloroso. Pero es la verdad». En 2010 el SVA contabilizó 100 negocios de Vilagarcía y alrededores usados como tapaderas para blanquear dinero. Solo al fallecido «Patoco», el lanchero, se le incautaron 124 inmuebles en la comarca tras su muerte. Según un estudio de la Plataforma Galega contra o Narcotráfico hecho público en 1997, el 80 % de los negocios hosteleros de Arousa pertenecían a narcotraficantes.
No se debe olvidar lo que todavía no ha terminado.