Juan Vicente Melo (1932) nació en el Puerto de Veracruz. Se graduó como médico en la Universidad Nacional Autónoma de México con una tesis sobre el desequilibrio del sodio y el potasio en la cirrosis hepática, y realizó estudios de posgrado en París. Sin embargo, sus intereses principales han sido siempre la literatura y la música.
La obediencia nocturna (1969) fue la primera novela que Juan Vicente Melo publicó, Antes, se había dado a conocer con tres libros de cuentos: La noche alucinada (1956), Los muros enemigos (1962) y Fin de semana (1964), más un relato extenso, El festín de la araña (1966).
El narrador de La obediencia nocturna se halla envuelto en uns vasta e inexplicable conspiración en la que desempeña el papel de víctima. Perseguido por el recuerdo fantasmal de su hermana Adriana, confundido por las equívocas señales de los sentidos y las imágenes contradictorias que l ofrece la memoria, se aplica a decifrar un misterioso cuaderno que ponen en sus manos Marcos y Enrique, dos compañeros de estudios cuyas identidades parecen ser intercambiables, y se esfuerza en alcazar a una Beatriz ideal y escurridiza, cuya última realidad es sólo un nombre y una fotografía.
La obediencia nocturna es una gran signo de interrogación —construído con una técnica minuciosa que aprovecha toda clase de recursos narrativos, incluidos los cinematográficos— que pone en tela de juicio la mera posibilidad de contar con alguna certeza.
Si me pidieran describir esta novela con una sola palabra, usaría DUDA.
En ocasiones llego a pensar que estoy leyendo a Kafka, porque encuentro mayor lógica al mundo subversivo en el que la historia se desarrolla.
Los Requiem ayudan a comprender los pasajes posteriores.
Por último, mientras leía, no entendía qué rayos representaba el cuaderno del Sr. Villaranda, hasta que comprendí o interpreté que se trata de la misma vida, y ese deseo de querer saber porqué estamos aquí.
La noche y el alcohol son dos puntos que conducen la novela. Por mi parte, leí a Melo durante la noche, pero nunca en estado de ebriedad.
Tal vez en un futuro sea una experiencia interesante. Pero hoy no.
"... y empezar otra vez y perseguir a quien no me persigue y a ostentar a quien no me ostenta y a avergonzarme de quien no se avergüenza de mí; y luego, tú, y acabar por abrir la mano derecha y desear que siga así, como la ves ahora, esta mano así abierta sólo para mostrar que un día va a cerrarse de un golpe, no dedo por dedo sino los cinco al mismo tiempo y así, tras, nada."
A pesar de los evidentes guiños a la novela de Herman Hesse, "El juego de los abalorios", me parece que la verdadera relación intertextual que alberga la clave para descifrar a Juan Vicente Melo está en la Biblia.
En este extraño artefacto, Vicente Melo emula un estado de ebriedad constante y confuso que altera por completo la percepción de su narrador-protagonista. Una danza macabra en la que nada es lo que se cree, todo está sujeto al capricho interpretativo de quien apenas reconoce como propias sus experiencias. Un demoledor viaje por la oscuridad etílica que absorbe, como un hoyo negro, toda esperanza.
Es un relato desgarrador de un rito de iniciación. El jardín, aquella inocencia que perdimos; el perro-tigre, la salvaje y domesticada idea de lo humano; Beatriz, el paraíso que queremos alcanzar para encontrar la identidad. Mientras la vida, como purgatorio, los sueños como el infierno que hay que atravesar para por fin encontrar a Beatriz.
A través del ron y de la imaginación el personaje mezcla las narrativas, cuenta una anécdota que no importa porque el narrador es poco confiable, está borracho, el que era uno, en otro lado se vuelve completamente diferente. Los que se parecen, al final no. Y así una serie de incoherencias que se vuelven poco entendibles, pero se sienten.
En este relato Juan Vicente Melo, nos describe el alcoholismo, como se vive desde dentro. Y nos da una épica del hombre enfrentando a un colosal enemigo.
Más que una gran interrogante, Melo nos hace un planteamiento muy sucinto en la que los personajes principales, no obstante su mutabilidad, se mueven siempre en las mismas direcciones; esto es: los personajes son representaciones concretas de ciertos himnos usados como réquiemes católicos de la Alta Edad Media trasladados a lugares y ambientes dentro de la Ciudad de México (y Veracruz) que dan fe de lo aprendido en las mejores escenas opresivas surgidas de un Celan, de un Hedayat y, claro, el mejor Kafka.
Un libro críptico, lleno de simbolismos y un lenguaje secreto que habla a través de dos formas: la razón y el sentir. Un libro muy recomendable, al que se le deben dar más de dos leídas
Juan Vicente Melo crea, alrededor de su obra, confusión. Su prosa tan potente se deslava entre la verdad y el sueño. En “La obediencia nocturna” se logra una atmósfera de total incertidumbre que abraza al lector en un viaje caótico en donde se vislumbran las figuras de Enrique, Marcos, Tula y Beatriz.
Me parece sorprendente como Melo logra, con su prosa, emular el paso entre el sueño y la vigilia. Tal parece que estuviera acercándose al cine experimental de los años 60. Siempre hace énfasis en la fotografía de Beatriz como única forma de contemplación de la musa dantesca. Es una obra qué muta y jamás deja de sorprender. Una gran obra que vale la pena leer.
Alucinante, escrita en corriente de conciencia, espiral tras espiral en la mente y experiencia del narrador sin nombre cuya identidad se borra en la de otros y reaparece una y otra vez, melódica, que invita al lector con esa cadencia tan peculiar de prosa poética.
Me ha encantado, primera obra que leo de JV Melo, no será la última.
Sin los guiños al "realismo fantástico" del que ha abusado un par de generaciones de escritores mexicanos (en mi opinión al menos), la historia es un relato alucinante. Una persecución kafkiana hacia algo que se antoja inasible. No, tampoco es una imitación (como tantas…) de La Maga/ Talita de Cortázar. Un clásico por derecho propio. Una bien ganada reputación de "novela de culto".
No hay página en este libro que no admire rabiosamente. Tengo la suerte de que el maestro Mario Lavista me lo haya autografiado.