El demoledor y emocionante ajuste de cuentas con el pasado de una mujer que, llegada a los treinta, repasa los dramas familiares del primer tercio de su vida.
«Lo que cambia el curso del universo siempre es una llamada telefónica de madrugada.»
El trágico recuento del propio pasado cuando la vida por fin concede una tregua es lo que encontramos en La pertenencia, la primera novela de Gema Nieto.
La protagonista de esta historia, que el lector estará tentado de asociar al género autobiográfico, pierde a su madre a los trece años de edad; desde ese momento, su vida será como si la atravesaran con ella.
Partiendo de la indefensión de la mirada adolescente, y terminando con el escepticismo de la mujer adulta, La pertenencia repasa las tonalidades de una voz dolorida, que busca entender y sobrevivir al mismo tiempo, en medio de la devastación familiar y del largo amaestramiento hacia el mercado laboral que supone el sistema educativo.
Relato también de una vocación literaria, donde los libros ejercen de contraparte de un largo diálogo de duelo, La pertenencia dinamita la intimidad para ofrecernos incandescente y verdadero el retrato de unos «años de sombra».
Cada año Caballo de Troya invita a un editor a que coja las riendas del sello dejándole su impronta personal. Gema Nieto, con La pertenencia, es la voz novel con la que Alberto Olmos estrena su «Caballo de Troya 2016».
En "La pertenencia", Gema Nieto repasa, hace 'recuento' -dice ella- de lo acaecido durante los últimos 20 años de su vida. En el momento de escritura la autora tiene casi 34 años y su relato lo inicia con la ruptura -mejor habría que decir 'primera quiebra'- de la crisálida adolescente en la que vivía confortablemente acomodada. La muerte temprana de su madre es la causante del derrumbamiento de una senda vital hasta ese momento jamás puesta en cuestión. (more en http://bit.ly/1OQfVgY)
"La pertenencia se abre con una muerte. Muere una madre, joven, y el dolor que provoca esa muerte se extiende por la novela entera como una silenciosa mancha de petróleo en el mar. Al principio súbita, rápida, la mancha contamina todo lo que está cerca, provocando la intoxicación de los seres vivos a su alrededor y con ello las riñas, las disputas, los cambios de humor y las discusiones. Y sin embargo sus consecuencias inmediatas no son quizá las más trágicas ni las más duraderas. Una de las cosas que nos enseña este magnífico debut de Gema Nieto (Madrid, 1981) es que el dolor, inmenso, que provoca la pérdida se convierte en el golpe de viento que desencadena la caída de un débil castillo de naipes, que después cuesta años volver a poner en pie y que nunca queda como antes.
Podría resumir La pertenencia de manera simple: una niña pierde a su madre y queda al cargo de su padre, desorientado, de su débil y alcohólico tío y de su anciana abuela. Ninguno de ellos, como ninguno de nosotros, está preparado para esa muerte temprana, así que mientras lidian con ella la niña, epicentro del relato, deambula casi sin brújula por su adolescencia y su juventud. Más allá de esta reducción simplista, La pertenencia es una compleja novela de formación, que cumple con los cánones del género (un suceso muy trágico al principio, una protagonista en proceso de aprendizaje y un trayecto vital de descubrimiento que culmina en la madurez) pero que finalmente los desborda.
Una de las habilidades de Gema Nieto es su capacidad para dotar a los personajes aledaños al principal de características particulares y únicas, bien definidas y que evolucionan durante distintos pasajes del libro. El padre, el tío y la abuela, los principales roles que en la primera parte interactúan con la protagonista, tienen voz propia, toman la narración por momentos y también los vemos recorrer un camino que, como en el caso de la niña-adolescente-mujer, está transido por el dolor. La variedad en los personajes nos hace comprender también que la muerte se proyecta hacia el futuro pero de igual manera se despliega hacia el pasado; sobre todo en el caso de la abuela es notable la amarga sensación que conlleva el no encontrar un sentido a la vida pasada, consagrada a su hija muerta, y en sus pasajes observamos la destrucción como contrapunto a la construcción de la protagonista.
Cuando estos referentes van quedando atrás, o cuando la niña llega a una edad en la que dejan de serlo (cosa que ocurre justo a mitad de la novela), toman una importancia capital los libros y las lecturas como elementos definitorios de su personalidad, junto a sus propias experiencias en solitario. Vemos de esta manera pasar a la protagonista de una etapa de descubrimiento que se nutre del exterior a otra que comienza en su interior. Y entonces el sexo, las drogas y los viajes toman las páginas y el texto pierde parte de la crudeza inicial sin renunciar un punto a su calidad.
Desde el punto de vista formal, La pertenencia es intimista e hiperrealista. Gema Nieto demuestra una notable capacidad para describir en detalle, para posar la mirada sobre los objetos que rodean la trama y establecer una impronta de cada uno de ellos, sin menoscabo del ritmo del relato. A pesar de la profusión descriptiva, la narración no se resiente y las doscientas cuarenta páginas de la obra transcurren plácidamente. Aquellos que se decidan a aventurarse en este ejercicio de memoria e introspección seguramente, valga el juego de palabras, lo recordarán durante bastante tiempo después de haber cerrado su última página."
Me ha sorprendido que frente a que es una historia dura es una novela que no he podido dejar de leer desde el principio. La atmósfera que crea tras la muerte de la madre, esos personajes despojados de toda complacencia... Uf, muy heavy!
Uno de los escasísimos libros de los últimos tiempos que es realmente imprescindible. Ya no se escriben libros así. Por eso lo recomiendo con fuerza. Es grande, más allá de mis mejores expectativas. Estructurado en 267 bloques autónomos contados con verosimilitud y profundidad por una narradora firme que cuenta a los otros personajes, además de a la protagonista. Muchos de ellos de un solo párrafo, rápidos, sobre todo al principio y al final. Bloques escritos desde una conciencia formada “más bien con esa sensibilidad extrema y aguda de las convalecencias o de la esperas que preceden a las metamorfosis”. Y la clausura de muchos de los bloques, la frase final o, las más de las veces, el cierre de la frase final, es de una perfección del pensamiento y la escritura que son como un puñetazo en el estómago. Requieren los bloques una atención que no deja de conducir al olvido, cuando se pasa de uno a otro, quizá por los efectos de ese puñetazo. También porque aunque hay un hilo que lo conduce todo, no se puede hablar de una trama, sino del desbordamiento de una conciencia extrema. Con este libro se vive un duelo. Primer libro de la autora, y muy importante. El exceso de valor de este libro podría acarrear su miedo a escribir el segundo: ha puesto el nivel muy alto. Pero ese es un problema suyo. Como lectores nos aguarda releerlo. Ir haciendo memoria al repetirlo. Disfrutarlo todavía más.
De lo mejor que se ha publicado últimamente y que he leído en autores noveles españoles. Lírica, honesta, bien escrita. Se advierte un esfuerzo creativo notable y una voz muy personal en sus páginas. Una historia imprescindible, valiente y conmovedora.
"Su encuentro una promesa momentánea, un recuerdo en el que pensar pasados los años como un triunfo o un fracaso, una luminaria efímera de la que dudar".
Una gran primera novela, merece la pena asomarse a este libro sobre el sentimiento de pertenencia, la identidad, el desconcierto de la muerte: "Es una opera prima en estado puro. Un recorrido sobre las distintas vivencias del duelo a una escala tan humana que parece más propio de quien ha vivido ya lo suficiente como para no temerle a la muerte o esperarla en calma, pero que duele y desconcierta en alguien tan joven como su autora." (Culturamas) http://www.culturamas.es/blog/2016/05...
En una intensa entrevista que un tal Miguel Sanfeliu (otro de esos que tiene blog y publica libros y demás cosas de vieja tipo entrevistar a escritores como excusa para darse importancia y dar a conocer o hacer importantes o dar a conocer a quienes no lo son o no lo merecen) le hace a Gema Nieto, dice la interfecta: «[…] me preocupa la forma, ya que en esencia lo que hace que determinadas obras sean literatura es básicamente la forma. En realidad las grandes obras literarias, como Madame Bovary o Crimen y castigo, pueden resumirse en pocas palabras, pero lo importante en ellas no es la trama, ese vulgar «de qué va», sino cómo está relatada.» No seré yo quien le quite la razón. Sin duda, la forma es fundamental. Repitan conmigo: fun-da-men-tal. Esto que quede claro. Por poner un ejemplo reciente, a Jesús Carrasco la forma de su primera novela lo hizo popular, lo hizo un hombre. Lo hizo escritor. Pero también se lo comió. Carrasco era tanto forma que acabó no siendo otra cosa y luego, claro, llegó la segunda novela y, pese a los premios europeos diseñados para lectores candorosos, nos saltaron las evidencias a la cara. El contenido… bueno, el contenido, pero vamos a ver ¡a quién carajo le importa el contenido! A Carrasco no, eso seguro. Ni a otros. Que nadie espere contenido en Stoner, la novela de John Williams, o en El periodista deportivo de Richard Ford, un señor que siempre nos hace creer que escribir es taaan fácil. ¿Y todo gracias a qué? Efectivamente: a la forma.
Jodida forma.
La parte mala del asunto es que aferrados a la forma, como lapas o gusanos, están los poetas y, amarrados a éstos, los poetas que saben que los versos no dan para lentejas y se pasan a la prosa o simplemente se dejan florecer en ella.
Gema Nieto, por ejemplo.
En la pertenencia hay cuatro personajes. Cuatro. La madre, la hija, el hermano y el marido. En el centro: la madre. La novela empieza con ella enferma de morirse. De hecho, no tarda en hacerlo ni cuatro páginas. Su pérdida conduce al desastre. Es lo que tiene ser buena cocinera y buena hija y amantísima madre y venerada hermana y amor de mi vida, faro en la niebla que ilumina mi pobre corazón, ay qué dolor.
«A cada uno de ellos le ofende ya no sólo el dolor ajeno, extraño, de los desconocidos o de los personajes de ficción o de las víctimas de cualquier suceso que ven en las noticias; les irrita incluso el dolor del resto de componentes de ese microuniverso insano que han construido a base de silencio y en el que todos se nutren día tras día de las mismas raíces podridas, respirando los mismos focos de incendio. Cada uno de ellos es una isla incomunicada; los cuatro forman un archipiélago a la deriva en el fango, y para cada cual no existe —no puede existir— un dolor más grande que el suyo. Insinuarlo simplemente es injurioso, imaginarlo es imposible. El viudo, la madre sin hija, el hermano abandonado, la huérfana. Todos caen sin sostenerse. Ninguno ve al otro».
Total: cuatro sujetos a cual más agonías dejando su triste impronta a lo largo y ancho de nada menos que 240 páginas. Y hasta aquí puedo leer puesto que entramos en el peligroso terreno de contar más de estrictamente necesario.
De todos modos da igual. A mí la historia me importa un comino. Cierto es que no me entusiasma pero, dando la razón a Gema y a tantos otros, podría haberme importado. Tendría que haberlo hecho. Al fin y al cabo, ¿no es cuestión de forma? Una buena forma, una buena novela; una mala forma, La pertenencia. Cierto, cierto, CIERTO: habrá a quien le guste. Por descontado. Siempre hay a quien le gusta algo (mi hija, sin ir más lejos, es mi fan número uno) pero hay que estar hecho de una pasta especial y tener más paciencia que un santo y más moral que el alcoyano y no es ni remotamente mi caso, no así el de Alberto Olmos, editor y responsable directo de que esto esté en la calle haciendo de las suyas. Con todo, será un éxito de masas. De veinte ejemplares no baja.
Lo que quiero decir con esto y sin ánimo de “salvar” una novela que no tengo el menor interés en “salvar” todo es cuestión de forma ergo todo es cuestión de gusto o del cariño o de la amistad.
«Para muchas serían después el temblor y las lágrimas, el fuego y la torpeza, el ruido y la furia que le harían perder toda locuacidad y sensatez. Otras vendrían después de los trece y de los dieciséis, cuando todos los cielos son naranjas porque todos los pechos explotan al mismo tiempo y a la misma hora. Ya no existen, ya no son, pero cuánto necesita su conciencia recordarles todavía, a todos y todo lo que amó tanto que le dolía, instalada en este cómodo presente-futuro de estabilidad y amor correspondido en el que cada noche duerme a su lado el ángel que sopló en su alma y la sanó».
Yo con esto un ratito sí, pero 240 páginas como que no. Me puede tanta intensidad, tanto hacer cada página una telenovela, tanto bajarse a los infiernos en busca del éxtasis. Esta literatura del dolor del alma mía, este poner cada minuto cara de hemorroide, este recurrir al lirismo desatado para ocultar otras carencias tipo algo que contar; este darle a los personajes la profundidad de un plato de sopa (alarmante el caso del marido quien, a pesar de tener su protagonismo, carece por completo de justificaciones para sus actos; o del hermano, mariquita loca de pedrería y batín de seda, alcohólico y sentimental que no suscita en momento alguno el menor interés; o de la madre (la madre de la muerta, se entiende) que por tener no tiene ni media línea de diálogo y que lo más que hace es caerse un día por las escaleras).
En La pertenencia se piensa mucho, muchísimo, se piensa tanto que duele pero sin embargo y a pesar de ello o precisamente por ello, no se tiene una triste idea que llevarse a la cama. Tanto pensar para nada, verdad. Tanto vagar por las calles, tanto llorar, tanto buscar un lugar el mundo total para qué.
Lo mejor de la pertenencia es que vale menos de cuatro euros.
por las pocas líneas sueltas que he sobreleído en el blog de tongoy, pienso que el libro es un puto desperdicio de papel; no lo leería ni aunque me quedara en una isla desierta solo con el puto libro; lo usaría mejor para otras cosas...
realmente no lo he terminado, he llegado hasta la mitad y un poco más, totalmente decepcionada. que una primera novela sea TAN aburrida e insípida, me despespera. la literatura tiene que salirtr de las tripas, no de un taller literario.