Lo sucedido con la edición de 1987 de Celia en la revolución, dice Andrés Trapiello en su prólogo, «fue misteriosísimo, un caso único. Apenas publicado, desapareció de las librerías y únicamente en el mercado de viejo ha ido apareciendo desde entonces, con cuentagotas, algún que otro ejemplar, siempre a precios fabulosos, lo que habla de su carácter excepcional». Libro, por tanto, buscado, rebuscado y perseguido por lectores y coleccionistas de la serie de Celia pero que también, por su calidad, su calidez, su emoción y su justeza histórica y humana, libro que cautivará a cualquier lector exigente de literatura y no precisamente infantil. Novela sobre la guerra civil, escrita poco después del fin de la guerra, en 1943, no hay en ella lugar para la distorsión ni la idealización de lo vivido. Estas páginas no solo nos cuentan la vida difícil y llena de peripecias de una Celia adolescente en un Madrid sitiado, entre la supervivencia y la revolución, son también una suerte de crónica autobiográfica de la propia Elena Fortún.
Nunca me gustaron los libros de Celia cuando era pequeña; me parecía una niña cursi y repipi (tanto diminutivo...) que jugaba a ser traviesa, pero sin la gracia de Guillermo Brown o el sentido de aventura de los Cinco.
Pero cuando me enteré de la reedición de este libro, sí quise leer esta visión -decían- dura y realista de la Guerra Civil.
Y decir que el libro es duro es quedarse cortos; y el final es demoledor. Es un relato de la Guerra Civil en las ciudades, no en el frente, tremendo. El hambre, los bombardeos (la guerra total), los paseos, la enfermedad, la solidaridad, pero también las traiciones, las denuncias, nos dan una visión muy real, muy vívida de lo que fue pasar esos años en zona republicana (Madrid, Valencia y Barcelona son los escenarios de la novela). Y podría parecer exagerado, pero yo ya tenía relatos semejantes de mi abuela (que tenía un año más que Celia cuando comenzó la guerra, 16); de hecho, leer este libro ha sido recordar las anécdotas, las historias que ella me ha contado a lo largo de mi vida, de cómo fue pasar la guerra, con la diferencia de que mi abuela estaba en Toledo y no era una señorita, sino criada en una casa, pero las bombas, el estraperlo, los fusilamientos y las atrocidades -como bien se dice en el libro- ocurrieron en ambos bandos...
Es, por tanto, un relato de mujeres, las que no fueron al frente. Sí, hay personajes masculinos; el padre de Celia, algún amigo que está de permiso, hombres mayores o enfermos... pero hay, sobre todo, mujeres buscándose la vida, ayudándose entre ellas, compartiendo desgracias y pequeñas alegrías. Es un relato de sororidad, aunque no todos los personajes femeninos son buenos o moralmente aceptables; un relato realista como el de esta historia no podría ser maniqueo hasta ese punto.
Es impactante, triste, duro, desagradable a veces, y me lleva a pensar en lo necesarios que son estos relatos para entender qué ocurrió tras el golpe de Estado de 1936, y todo lo que vino después... hasta hoy.
Creo que debería ser de lectura obligatoria en el instituto, no sólo para conocer ese momento histórico, sino para comprender qué hace la guerra con las personas; tal vez así seríamos más empáticos y solidarios con tantas personas desplazadas por conflictos bélicos actuales como Siria o Sudán, que no son -desgraciadamente- únicos ni excepcionales.
Terrible, muy dura, nada que ver con el personaje infantil. Ya desde el principio es contundente, el miedo del abuelo nada más comenzar, la huida con Valeriana, cómo Farruco les cuenta el fusilamiento del abuelo... Ha sido una gran sorpresa personal, mi valoración es muy subjetiva, todas lo son.
Me ha gustado mucho este enfoque desde el detalle de las rutinas diarias fuera del frente, la vida real de las mujeres en guerra, cada vez más sufrida e insoportable.
El ritmo es muy rápido, cada capítulo es una experiencia, y el lenguaje impecable y muy sencillo, para contar la historia desde el punto de vista de una adolescente durante la Guerra Civil, así consigue equilibrar la violencia y la barbarie con una perspectiva algo ingenua, no entiende completamente la complejidad política, vive el horror desde lo cotidiano.
Sumergirse en la poderosa lectura de Celia en la revolución es un ejercicio de valentía. Doloroso. Difícil. Y sin embargo, es imprescindible. Por su valor histórica y literario, porque ha sido la pluma de una #MujerEnLaLiteratura a la que no se le ha dado su lugar y a la que se ha maltratado tan injustamente.
Estoy segura de que a estas alturas todos hemos leído más de una novela ambientatada en la Guerra Civil. Aun así, la lectura de este «Celia en la revolución» no puede dejar indiferente a nadie. No solo porque choca con la idea que todos tenemos de la divertida protagonista creada por Elena Fortún, sino también por el realismo, la crudeza y la naturalidad con la que están narrados los acontecimientos. Es increíble cómo el modo narrativo de la autora, en apariencia (solo en apariencia) tan llano y directo, puede a la vez transmitir tantas emociones. Un libro impresionante, un testimonio valioso y una obra literaria que no entiendo por qué no goza de más popularidad y de todo el reconocimiento que se merece. Está claro que Elena Fortún fue mucho más que la creadora de una niña simpática y traviesa: fue una AUTORA con mayúsculas.
Una novela impresionante y brutal. Es difícil rayar más alto en la elegía a la España de los años 1930. Celia, personaje de literatura infantil, muchacha rubita, resabida, tierna y fantasiosa, se nos presenta aquí abandonada de todos, vagabundeando por ciudades derruidas. Hace el efecto de uno de esos comics underground en los que aparece Minnie Mouse fumando crack en un callejón mugriento. Heidi en Nagasaki.
Inevitablemente se lee menos como una ficción que como un testimonio singular y de rara perspicacia sobre la guerra civil española. No parece ilegítimo: la autora, sabemos, estuvo en los mismos lugares a los que conduce a su protagonista. Incluso quienes crean que conocen bien la vida social durante la guerra de España descubrirán en estas páginas aspectos ignorados, paradojas y aberraciones de la vida en la retaguardia (que, por cierto, Elena Fortún insiste en presentar como más atroz y representativa que la experiencia del frente).
Los que se pregunten a qué bando apoya Celia estarán leyendo esta novela contra la veta. Para Celia, como para la mayoría de la gente, la guerra civil fue una circunstancia impuesta, sobrevenida, que obligaba a contorsionar dolorosamente las propias convicciones.
Tengo que darle una segunda vuelta, pero con el tiempo, ya sé a qué me enfrento. El resumen para las redes sociales. Para mí dos puntos cruciales por los que no he conectado con la obra, la ausencia de profundidad en los personajes, la ausencia de descripciones como muecas, tics, gestos. Es un relato centrado en la perspectiva de una niña, aunque lo veo frío, distante y muy maduro, pero bueno, me faltan matices. ¿Cuántos años tenía Celia? ¿Catorce? Para mí no crea el ambiente de terror de forma inmersiva, contabiliza fusilamientos y paredes, resta fuerza a la experiencia emocional que esperaba de este durísimo episodio de nuestra historia. Si me lo hubiese narrado un adulto, quizá cambiaría esta reseña, Elena Fortún hace un relato descarnado, muestra los contrastes de Madrid, como he dicho arriba, la atrocidad de los dos bandos, pero lo hace sin profundidad emocional, solo contabiliza, y eso me desgasta como lectora. Celia es una niña, de buena familia y que no ha pasado miserias, pero… Fue un conflicto deshumanizador como dice el padre de Celia y me contó el mío. Sinceramente la mirada desapasionada de Celia es lo que más me inquieta de todo el texto, como no he leído los anteriores cuentos, no puedo comparar, a lo mejor, la autora quiso describir como la guerra trasforma a esa niña soñadora en otra desapasionada, puede. Y ya para terminar, no hay en la novela, quitando a Valeriana, pero con mis reservas, ¿cierto punto de mira en el servicio doméstico?
¡Feliz lectura!
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“ — Y, ¿es verdad que en el frente los soldados reclaman libros? ¿Es verdad que leen? — Sí, se lee mucho... se lee como no se ha leído nunca... Mucha gente había que en su vida cogió un libro en sus manos y ahora lee con una ansiedad... como para desquitarse del tiempo perdido...”
Celia tiene 16 años cuando estalla la Guerra Civil y todo cambia. Debe hacerse cargo de sus hermanas y enfrentar una realidad que ninguna niña de 16 años debería vivir.
Hasta este libro me eran totalmente desconocidas las historias de Celia. De repente descubrí un mundo de literatura infantil súper popular y aclamado. Un mundo que tuvo esta pequeña historia que no se publico hasta pasados 35 años del fallecimiento de su autora.
Lo más maravilloso, pero también lo mas triste que tiene este libro, es que la España que en él se retrata es una España cotidiana. No es una España de un bando u otro. No es la España de las trincheras y la guerra. No es la España de la política. Es España en pleno conflicto desde los ojos de una niña que sólo intenta sobrevivir y cuidar a su familia.
Un libro precioso, bello, y a la vez desgarrador y triste. Elena Fortún consigue con su relato que veamos cómo era la España de 1936 a 1939 a través de los ojos de una adolescente. El miedo, la sorpresa, la incertidumbre, el dolor. Un cóctel de sentimientos y emociones que nadie debería experimentar.
Una mirada al pasado, desde un punto de vista que hasta ahora nunca había leído. Un recuerdo de que no todo tiempo pasado fue mejor. Una historia que cuenta la Historia, la memoria, que hay que mantenerla siempre viva.
—Y ¿es verdad que en el frente los soldados reclaman libros? ¿Es verdad que leen? —Sí, se lee mucho... se lee como no se ha leído nunca... Mucha gente había que en su vida cogió un libro en sus manos y ahora lee con una ansiedad... como para desquitarse del tiempo perdido... —¿Leen a Galdós? —Sí... y a Pereda, y a Valera, y a Gómez de la Serna, y a Pérez de Ayala, y a Azorín... Pío Baroja gusta mucho... Y también se leen muchos libros extranjeros traducidos... Todos los libros tienen público... Es posible que la guerra tenga un fin social que nadie hubiera sospechado.
Hace poco tiempo, mientras paseaba con mi familia un domingo por la mañana, mi madre me dio un discreto codazo y me susurró: “mira, ésa es la que llevaba todo lo de la Sección Femenina aquí”. Este comentario me hizo preguntarme cuántas otras personas que habían detentado modestas parcelas de poder durante el franquismo se hallaban en esos momentos camufladas entre el gentío. Mi madre ha sido una ávida lectora de las historia de Celia en su niñez, y conserva los libros con cariño, junto con su colección de Antoñita la Fantástica. Muy probablemente el personaje de Celia sea más conocido hoy en día por la adaptación televisiva que se realizó con los guiones de la novelista Carmen Martín Gaite, otra forofa que escribió también estudios sobre Elena Fortún, su creadora. La serie televisiva recrea un mundo de clase media acomodada y de ideología abierta y liberal, pero imprecisa. Si bien no sabríamos determinar exactamente a qué partido político hubiese pertenecido el padre de Celia, el inicio de Celia en la revolución lo revela herido y convaleciente tras haber combatido en el frente de Madrid. Esa dicotomía entre la buena posición socioeconómica, y el compromiso con la defensa de la República, convierte a Celia en un interesantísimo testigo y protagonista de la guerra civil española. Cuando Celia regresa a Madrid furtivamente desde Segovia tras el 18 de julio de 1936, para cuidar de su padre, registra en su relato su sorpresa de ver las calles de Madrid descuidadas y llenas de gente mal vestida, como si los ricos que tan bien se acicalaban habitualmente hubiesen desaparecido para quizás camuflarse también entre lo que Celia llama “el pueblo”. Ella misma, que además de ocuparse de su padre ayuda en un hogar infantil para huérfanos y refugiados de guerra, se ve transformada de “señorita” en “camarada”. Aunque tiene el buen juicio de callar, le molesta que los milicianos hayan sacado las butacas nobles a la puerta del palacete donde se ha instalado el hogar infantil, para instalarse en ellas mientras hacen guardia. Resulta a su vez revelador que, cuando el padre de Celia sale del hospital y la familia vuelve a vivir en su chalé de Chamartín, la muchacha disfruta desmedidamente de sus muebles, alfombras y recuerdos personales, limpiándolo todo minuciosamente. Inevitablemente los bombardeos y los refugiados terminan llegando hasta las puertas del chalé, y Celia no puede esconder su fastidio al ver su preciosa casa pisoteada e invadida por gentes extrañas y malolientes: “Nuestra casa primorosa se ha convertido en un campamento. He cubierto los divanes y butacas con sábanas, he recogido las alfombras y entre Guadalupe y yo hemos quitado visillos y colgaduras. ¡Huele mal la casa! Este hacinamiento de gentes que duermen vestidas produce un olor rancio y repugnante. (…) Yo procuro inhibirme de todo esto que me produce un dolor sordo sobre la amargura del ambiente…” (Fortún, 2014, IX) Y sin embargo, a medida de que la situación empeora, Celia se avergüenza de un egoísmo que, a pesar de todo, nunca le había hecho plantearse cerrar su casa a los refugiados: “Mi casita, limpia y arreglada, con alfombras, tapices y cortinas, me parece ya un pecado entre tanta miseria…” (Fortún, 2014, IX). Las penurias sufridas durante la guerra civil española y la posguerra, desde el hambre y los bombardeos hasta los fusilamientos, han sido estudiados y novelados a posteriori, pero testimonios inmediatos como Celia en la revolución en Madrid, Valencia y Barcelona, o Doy fe (Antonio Ruiz Vilaplana) en Burgos no pueden dejar de conmovernos de una manera diferente: aquí está cristalizado lo que se vivió de verdad. Y es que fueron libros escritos en el momento o poco después (1943, en el caso de Celia en la revolución), y que permanecieron inéditos o se publicaron con muchas dificultades, junto con otros que cita Andrés Trapiello en su introducción. Como no podía ser de otra manera, el personaje de Celia evoluciona a lo largo del relato, pero sin demarcarse nunca políticamente. En el Madrid de 1936, como ya se ha visto, los ciudadanos de derechas tratan de pasar desapercibidos, como la señora de Orduña, una mujer sorda, que evita salir a la calle y que le dice a Celia durante una visita: “- ¡Con que han fusilado a Julia y a su hijo! –me dice a voces sin perder su alegría-. Hija, esto es el fin del mundo. (…) Ya pronto entrarán las tropas de Franco y se arreglará todo… Creo que vienen hacia acá. Claro que ellos también van a fusilar en cuanto lleguen… A tu papá, que es un loco como mi hijo Enrique, le fusilarán enseguida, no te quepa duda”. (Fortún, 2014, VI) Posiblemente Celia en la revolución es una de las pocas novelas de la guerra civil que entrevera notas de humor. Por ejemplo, esta señora, durante esta visita, termina poniéndose pesadísima con unas huelgas que hubo en Salamanca durante la Primera República y que a la jovencísima Celia le parecen antediluvianas. Este encuentro viene a verse replicado en Valencia, en 1939, cuando Celia se encuentra a punto de embarcar hacia Francia. En una de las despedidas tiene la desilusión de descubrir que, entre un grupo de amigos que la habían ayudado, se camuflaba otra señora de derechas que decide regodearse ante su desdicha y la llama “enemiga”: “- Sí, tú, mosquita muerta, tú –dice Marcela, riendo-. ¿Es que no eres enemiga de Franco? Pues nosotros somos sus amigos… y mucho más desde que sabemos que va a venir… Se ríen ante mi cara de asombro”. (Fortún, 2016, XXVIII) Celia se siente muy defraudada ante estas palabras, y reflexiona así mientras mira la calle por la ventana: “El sol ilumina las aceras por donde pasa la gente, ¡estas aceras y esta gente que ya no veré más…! ¡Y me alegro! Ahora siento alegría de dejar esto… Todos dicen que me quieren, pero aseguran que soy su enemiga, y ellos lo son de mi padre… ¡Mentían antes! ¡Mentían por miedo! El pueblo les fusilaba porque sabía que mentían…”. (Fortún, 2016, XXVIII) Se trata de un fuerte contraste con la muchacha que siempre había deplorado los fusilamientos que vio en Madrid, y que había rechazado la posibilidad de apuntarse al partido comunista porque para ella lo más importante era la libertad, por ejemplo, la libertad de desear vivir bien y poder disfrutarlo. Y sin embargo, en el relato se constata también el consuelo pragmático de otra amiga, que le recuerda que estas personas “se quedan aquí y tienen que vivir…” (Fortún, 2016, XXVIII). Este breve análisis da sólo una pequeña muestra de la rica variedad de personajes, ideas y situaciones que Elena Fortún despliega en Celia en la revolución. Si bien puede leerse como un Bildungsroman, asoman en el relato controvertidas posiciones que quizás no hubiesen podido explorarse en obras partidistas: desde el padre de Celia, tan idealista, que le insiste a la muchacha en que no mencione las checas, porque son propaganda franquista, hasta el joven novio, que le explica que, cuando se disponía a fusilar, no era él, no se sentía él mismo. El relato que Elena Fortún hace es lúcido, detallado y descorazonador, y debe constituir una obra muy recomendable para entender la guerra civil española.
Referencia: Fortún, E. (1987, 2014) Celia en la revolución, [ebook reader], Sevilla, Editorial Renacimiento
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Es tristísimo ver crecer a uno de tus personajes de la infancia, sobre todo cuando todo su mundo se desmorona y el tiempo le conduce inevitablemente a las bombas y al hambre de Madrid, al asesinato de muchos de los que la rodean, a la miseria y a la soledad del exilio, y esto con tan solo quince o dieciséis años. Probablemente la novela más auténtica que he leído sobre la Guerra Civil Española.
3,5/5 Da man de Celia, unha adolescente moi responsable á que a guerra pilla sen ter aínda unha ideoloxía definida, “Celia en la revolución” é un libro interesantísimo acerca de cómo se viviu a guerra civil nas cidades, os problemas e a necesidade de movilidade e o desenvolvemento do conflito, ademais dun rescate da voz de Elena Fortún.
Pocos libros me han emocionado tanto en los últimos años como este. La mirada de Celia, una joven que a sus quince años se abre a la vida, nos descubre el tremendo horror de la guerra civil española y, a la vez, las pequeñas heroicidades que acarrea la lucha por sobrevivir sin perder la dignidad. Lejos de cualquier maniqueísmo ideológico, la mirada de la autora podría asimilarse a la de la tercera España, aquellos que se vieron inmersos en el conflicto armado sin compartir los ideales que impulsaban a uno y otro bando a la lucha. Escrito con una prosa sencilla, pero lejos de poder considerarse una obra de literatura infantil, estamos ante una obra imprescindible en la literatura del siglo XX sobre la guerra civil española.
Obra genial, que trasciende épocas y nacionalidades: la cruda realidad del individuo civilizado frente a la sociedad politizada, frente a las masas deshumanizadas. Un verdadero tesoro de la literatura española del infame siglo XX. Celia perdió la inocencia; ustedes adquiéranla.
Te guste o no te guste el personaje de Celia, este libro es todo un documento histórico. Es verdad que se nota que era un borrador, pero eso no le resta valor.
Este libro me ha enseñado mucho más sobre la población española durante la guerra civil que muchísimos otros libros del tema que he leído hasta la fecha. Temas que me han gustado y que se ven bastante resaltados en la novela son: la escasez de los alimentos y los extremos a los que se llegaban (comen carne de rata); el hambre de las personas, pero también de los animales domésticos; la ideología conservadora de las personas y como éstas se adaptan mientras esperan a las fuerzas de Franco; la ley de la oferta y demanda y como las tiendas permanecen abiertas, pero sin mercancía a vender, aunque sí disponiendo de ella para cuando se gane la guerra (por Franco) y así poder venderla con la moneda válida; la dificultad del transporte y el peligro de ir de aquí para allá; los constantes bombardeos, los saqueos de las casas bombardeadas y la cero ayuda para las personas que perdieron su hogar; el amor!! el amor inexistente entre dos chavales de 16/18 años que acaba con la muerte de Jorge en la Batalla del Ebro. Es muy emotiva, porqué es un amor adolescente muy puro, aunque en esa época se casaban sin más palabras. Los fusilamientos. Elena Fortún se centra mucho en los fusilamientos realizados por los milicianos republicanos a cualquier persona que no fuera un camarada. Muestra el caos de la época, el caos entre las diversas fuerzas políticas del mismo bando. En fin, me ha apenado el final abierto. Dónde esta la parte dos!!! En la historia. En la persecución, en la miseria, en la segunda guerra mundial, en la muerte, pero también en la esperanza. Gracias Elena Fortún por este regalo.
Al final me ha acabado gustando bastante, sobre todo por el poco pudor a la hora de narrar tantos horrores durante la guerra civil. Celia es una ya adolescente que se va topando con la realidad de los años del 36 al 39 desde su punto de vista ingenuo e inocente, pero sin tabúes. He tenido que leer un libro juvenil para recordar que en la guerra se pasó muy mal, a unos niveles muy fuertes (bombardeos constantes, gente comiendo perros, gatos, y hasta ratas). Me ha servido para tomar conciencia; creo que siempre he conocido la historia de España con un velo translúcido, que me han conmovido más otras guerras, me han parecido más horrorosas.
Empecé a leerlo con un poco de desgana al ver que me encontraba ante un borrador (nunca llegó a terminarlo realmente) y eso hacía que pasara de una escena a otra sin transición, pero la historia que cuenta es tan dura, tan real, que ha tenido un efecto muy fuerte en mí. Creo que lo recomendaría como toma de conciencia express más que desde un punto de vista literario; pero eso, recomendado.
Este es un libro que todo el mundo debería leer. Y si están en el colegio todavía más.
Es increíble como desde Celia se puede apreciar la humanidad en un entorno completamente inhumano. Tengo historias familiares como las tiene todo el mundo de esa época pero también tengo historias mías que hemos vivido en una pandemia o en un apagón. Las riñas con vecinos o la generosidad en una “Filomena” eso que prevalece en situaciones difíciles marca el carácter de las personas y futuras generaciones.
La valentía de Celia y aquellos que la rodean, la locura traída por el sinsentido de la crueldad humana, el hambre y el miedo los tenía presentes mientras leía por la mañana o simultáneamente escuchaba a una pareja discutir en un restaurante por sabe Dios qué.
Me aterra pensar que por mucha educación, información que tengamos a día de hoy, esos mensajes de terror sobre otro débil nos sigan atrayendo. Las excusas con la boca pequeña las seguimos al pie de la letra.
Me entristece la falta de criterio y humildad nos lleven por el mismo camino.
El libro nos lleva a los años de la guerra civil desde la perspectiva de Celia y lo que al principio es una visión ingenua del asunto guiándose por las opiniones que giran alrededor de su persona se convierte en golpes de realidad. Me parece alucinante y tenebroso como Elena Fortún plasma en este libro cómo las atrocidades se normalizan y cómo de repente, el miedo que habías aniquilado por habituarte a el, te estalla de nuevo en la cara y mucho más intensamente por incontrolable. Se ponen los pelos de punta y más con ese final del no-arropo que me parece escalofriante. Conclusión: Le pongo todas las estrellas posibles aunque es verdad que tengo que reconocer que me ha costado habituarme al uso tan continuado de puntos suspensivos.
(3,5⭐️) amigas, lo siento mucho porque creo que este libro habria sido de 5 estrellas y haberlo leido en 4/5 dias y me ha costado horrible. Se me ha hecho bola por culpa de las opos y la saturación de info, pero es increible!!
La forma tan profunda de meterte en el ambiente diario de una niña en la Guerra Civil, sus pequeñas aventuritas, contadas con un vocabulario “infantil” pero de hace 100 años y encima saber el contexto y que son vivencias de Elena Fortún… increíble. Es una fuente inmaterial de sabiduría y herencia increíble su vida y sus historias y me encantaría seguir leyéndolas. Me da mucha rabia mi contexto que no ha propiciado haberlo disfrutado pero eres perfecta!
Y sobre todo que utilizaré escenas y partes para mis clases esta claro (si sale bien el examen el finde)
Un libro realmente insospechado. Rescatado recientemente, supuso todo un descubrimiento en la serie de Celia, ya que es una crónica realmente descarnada y sin partidismos del horror de la guerra y de la brutalidad de la conducta humana bajo tiempos de guerra y de posguerra. Un libro estremecedor, directo, pero legible; que debería ser lectura obligatoria en nuestros institutos. Eso permitiría evitar muchas de las cosas que suceden hoy, tanto a uno como otro extremo de la ideología política.
Es un libro sublime. Como con un lenguaje que está orientado para un público infantil puede tratarse un tema tan horrible y crudo como lo es la guerra civil. Y lo hace tan bien. No le doy cinco estrellas porque el final me ha dejado fría, pero la historia en sí es increíble.
No sabía que existía este libro, ni que los libros de Celia iban más allá de sus trastadas y las de su hermano Cuchifritín...Y me he quedado impactada. Este relato sobre lo que fue la guerra civil, la revolución, para una población que no sabía de políticas ni de ideologías. Esa lucha por subsistir y, mientras caen bombas, seguir con la vida de todos los días. Elena Fortún forma parte de otra más de esas escritoras olvidadas y borradas de la historia por una dictadura cruel
Una de las cosas que sorprenden de ‘Celia en la revolución’ es la presencia constante de bombardeos en todas ciudades por las que pasa, y cómo, supongo, en la novela más cruda de la serie, la protagonista madura a fuerza de ver muerte y destrucción a su alrededor.
“- (…) Créeme, se está mejor en el frente… Yo no he visto allí esos horrores… Creo que se llama Ludendorff el que inventó la guerra totalitaria. - ¿Cómo? - Esta guerra que ataca a las ciudades y las gentes civiles que están en su casa sin meterse con nadie… Te digo que no creo que haya un infierno bastante horrible para castigar tamaños crímenes”.
La Guerra Civil española tuvo ya bastante de guerra contemporánea, es decir, de matanza y limpieza ideológica, que lo de la estrategia militar y todo eso está muy bien, pero hay que estudiar mucho en la Academia militar. Desde que leí ‘La forja de un rebelde’ hace bastantes años, no dejaré de sorprenderme de que la indignación por los bombarderos de Sarajevo entonces, o los de Kiev ahora, parezcan tan bárbaros cuando en la Gran Vía o en el barrio de Argüelles de Madrid les pasó lo mismo a nuestros abuelos y poca huella hay de aquello. Gernika desapareció en un rato, en la calle de la paz de Valencia murieron más de 200 personas en otro rato, y así todo.
Se llega a Celia en la revolución sabiendo un poco qué vas a leer: el diario de una niña que vive en la España de la guerra civil. Pero no por ello deja de sorprender. Me gusta de este libro cómo cuenta la realidad de la guerra. Pero no la realidad aséptica de los libros de historia (o sobre historia), no la realidad trágica y heroica (según el punto de vista) de los libros que centran su historia en el conflicto ideológico, social y político, o en los conflictos internos de los hombres (sí, siempre hombres) que los crean y resuelven (si resuelven algo). Celia nos cuenta la otra guerra, la que nos cuentan los abuelos en desorden, como un mal chiste o como un cuento inacabado, memorias que ellos llegan a revivir al contarlas, pero que vienen y vuelven a la bruma del olvido y nunca se sabe con certeza el contexto preciso donde encaja ese recuerdo indeleble.
Elena, con conocimiento directo, reune las anécdotas de los abuelos en un hilo continuo que revela el impacto de la miseria en el ser humano: el ingenio avivado por el hambre, el reír por no llorar, la contradicción de la naturaleza humana con crueldad para proteger lo poco que uno tiene y a la vez un altruismo honesto por alto sentido de comunidad cuando todos dependemos de todos.
Celia en la revolución es un borrador y necesita un pulido técnico, pero, a la vez, la mano ágil sin los remilgos de la mano puntillosa son ya parte de su esencia, ¿quién osaría arriesgarse?