Estamos acostumbrados a sentirnos desterrados del Paraíso, pero ¿qué pasa cuando nos sorprendemos desterrados en el Paraíso? ¿Cuando se nos ofrece a manos llenas una belleza y una ilusión de felicidad que no sabemos aceptar? Río de Janeiro es un lugar y una idea. Encarna para muchos, desde hace mucho, una imagen y un deseo; precipita y renueva una fantasía antigua como la humanidad. Tiene su sitio en el mapamundi imaginario donde figuran Jauja, Shangri-La, Xanadú, El Dorado. En suma, el paraíso terrenal, la cidade maravilhosa donde reinan la belleza, el sol y la voluptuosidad de los cuerpos, la alegría de un Carnaval perpetuo. Pero es también un destino difícil para un no creemos en las promesas que encarna Río pero necesitamos seguir escuchándolas. Visto por los ojos de los escritores forasteros que acabaron varados en él, se vuelve también pobre y lluvioso, fantasmal y violento. El Río de placeres secretos de Manuel Puig; el Río desvencijado y hostil al que se enfrentó Rosa Chacel; el Río legendario y sofisticado de los cincuenta, de las casas ultramodernas, las intrigas políticas y la bohemia dorada que conoció Elizabeth Bishop; el Río dolorosamente ajeno a las fotos del suicidio de Stefan Zweig. Como personajes de una intriga detectivesca, Javier Montes rastrea sus huellas casi borradas hasta acabar armando el relato colectivo de una ciudad-mundo y de las formas en que el exilio puede cambiarnos. Más que un hogar, Río fue para ellos un lugar desde el que preguntarse por el sentido de esa por qué viajamos, y qué significa volver a casa. Entre la crónica viajera y el ensayo literario, Javier Montes revalida con esta nueva obra un talento único para transgredir los géneros sin perder jamás el pulso narrativo. Como escribió J. Ernesto Ayala-Dip en El Paí «Javier Montes no es nada inocente. Se decía que André Gide era el más grande novelista enemigo de la novela. No digo que Montes sea ese novelista gideano. Pero lo que propone desde dentro de la novela clásica es una renovada visión del género. Maneras singulares de armar historias de nuestros días.»
Javier Montes (Madrid, 1976) ganó con Los penúltimos, su primera novela, el Premio José María de Pereda. Después ha publicado la novela Segunda parte. Junto a Andrés Barba ganó el Premio Anagrama de Ensayo por La ceremonia del porno. También en colaboración publicaron After Henry James. En 2010 la revista Granta lo incluyó en su selección Los mejores escritores jóvenes en lengua española, y sus relatos han aparecido en antologías como Puros cuentos (Letras Libres, 2008) o Life in Cities. An Anthology of European Contemporary Writers (Minumsa, Seúl, 2009). Colabora regularmente con ABC, El País, Letras Libres, Revista de Libros, Granta UK, Revista de Occidente, Letra Internacional o Arquitectura Viva. Ha comisariado exposiciones como Beckett Films (CAAC, 2011) y fue profesor de Historia del Arte en el Colegio Español de Malabo (Guinea Ecuatorial). Sus novelas han recibido críticas excelentes: «Montes evoca un mundo grandioso y el estatismo de la vida más allá del cambio aparente» (Michael Kerrigan, Times Literary Supplement).
Me interesan muy especialmente las relaciones de los escritores con las ciudades en las que han vivido o por las que han pasado, por lo que el libro de Montes me llamaba a gritos. Comencé a leerlo con ganas pero al principio me molestó ligeramente la voz del autor, que creí que se conducía con petulancia al pretender medirse con los escritores (Chacel, Bishop, Zweig y Puig) que habitaron, exiliados, Río de Janeiro antes que él. Sin embargo, y pese a un inicio sobre los diarios de Rosa Chacel que abusa un poco de la glosa, el libro va adquiriendo su atmósfera. El autor va tornándose en investigador, en confidente y en médium, y va trazando relaciones entre la geografía carioca, los escritores que la habitaron y su propio itinerario de paseante nunca complaciente con las aristas de la ciudad. Se trata de un libro interesante y a ratos, cuando sentimos la presencia de los exiliados, emotivo, seguramente porque todos nos hemos sentido extraños en algún lugar en el que queríamos habitar.
Río de Janeiro puede parecer el paraíso... o no. Para los cuatro escritores protagonistas de este libro, fue una mezcla de ambas situaciones. Mezcla de libro de viajes, de memorias y reportaje periodístico, gustará a los fans de la antigua capital de Brasil.
Especie de ensayo medio autonarrativo chulísimo que da vueltas en torno a Río a partir de la experiencia de Puig, Chacel, Bishop, Zweig y él mismo, todos exiliados. Me ha gustado mucho, la premisa es interesantísima.
En general, me fío poco de los críticos literarios. De todo crítico, en realidad. Poder juzgar cualquier ejercicio, una obra de arte incluso, debe ser dificilísimo, casi imposible de alcanzar con justa equidad: bien nos pueden gustos, bien querencias o enemistades, cuando no errores de apreciación o deslices de orgullo. En general, suelo tener opiniones contrarias al crítico: tiende a agradarme lo que esta figura ignora; me aburre hasta el sopor lo que (sobre)valora.
Hace una semana, releyendo un semanario cultural (dícese de un facsímil donde se recogen opiniones eruditas sobre temas muy ligados a lo que llamamos Cultura, escrito por y para entendidos, según creencia popular), caí en el nombre de un escritor, y su obra recién publicada, de los que no tenía noticia. No es nueva en este blog la afirmación (por lo demás verídica) de mi completa ignorancia por las novedades. El contacto que tengo con la producción literaria actual es tangencial, llevado por el impulso y también por la curiosidad. La literatura contemporánea (llamémosla así) está anémica, carece de cuerpo, fluidez, profundidad y riesgo. Parte de ello se debe sin duda a la falta de compromiso de las editoras, y parte a que el gusto popular, habituado a lo visual y de digestión rápida, no sabe o no quiere enfrentarse a letras que requieran una atención más aguzada, una compenetración más íntima entre el relato y el sí mismo que lee, y teme adentrarse en aguas cuyas mareas profundas puedan turbar la aparente calma de la que gozamos como sociedad moderna. Quién sabe.
Hace una semana, pues, tropecé con este nombre: Javier Montes, y con su nueva obra: Varados en Río. Y me llamó la atención lo que de él describía la crítica, esa consistencia que sonaba extemporánea y que anunciaba como nueva forma de escribir literatura. Y me pudo la curiosidad. Tanto, que me lancé a buscar este ensayo y el resto de sus obras sin haber leído ni una línea, sin averiguar en Google nada sobre él, sin buscar textos sueltos, críticas varias, reportajes en los distintos medios con los que habitualmente colabora. Digamos que casi fue un auto de fe. Y me alegra haber seguido esta corazonada.
Varados en Río es un ensayo novelado sobre el exilio, impuesto o no; sobre el extrañamiento, la diferencia, las coincidencias, las casualidades, los sentidos y sentimientos de la vida vivida; la realidad comparada con lo anhelado o soñado o rememorado (que viene a ser lo mismo); la Literatura con mayúsculas, la vida en minúsculas, y ese hechizo embriagador que lleva a una persona a dedicarse a la escritura, a sacrificarse a sí misma y a los demás, y el alto precio que pagamos siempre, siempre, por el amor (a los otros tanto como a nosotros mismos), por el deseo y los sueños que, revelados, se hunden con él.
Javier Montes es un hombre teñido de Literatura. Iba a escribir: demasiado teñido, pero a saber quién es capaz de graduar las consecuencias que el arte escrito puede sembrar en el espíritu de un hombre. Y qué gusto que así sea. Es una especie en extinción, una clase de gente que ya no se deja ver, o no tan a cara descubierta, y que extrañaba mucho más de lo que yo mismo pensaba. Qué gusto leer cada oración, cada párrafo; entrar en la magia de una intención escondida, en el entramado de una pluma atractiva. Varados en Río es un libro de un gran conocimiento biográfico, amén basado en una investigación que ha debido ser exhaustiva pero llevada con un agrado apasionado, escrito con una maravillosa visión de conjunto y enlazado con una cualidad que creía casi perdida: con alma.
Cuatro vidas, cinco con la del autor, cuyo eje central es la Literatura, el Exilio y Río de Janeiro; el baile de máscaras entre lo anhelado y lo poseído, lo recordado y lo vivido en realidad; lo inventado también y lo callado; las alegrías, el extrañamiento, la tristeza y el viaje de ida y vuelta, real e imaginado, que condiciona vidas y destinos: las de Stefan Zweig, Elizabeth Bishop, Manuel Puig y Rosa Chacel navegan entre las aguas nunca quietas de este ensayo-novela, mezcla de investigación extensa y confesión profunda que imbrica sus destinos con los del autor; sus sentimientos también y sus frustraciones. Río de Janeiro es aquí la América-continente, el Shangri-La, la Tierra Prometida, pero sobre todo el Edén, al que se ha sido invitado pero del que se termina siendo expulsado simplemente por seguir con vida, y muchas veces a costa de la vida de los demás.
Todo es hermoso en este ensayo-relato: su erudición, su plasticidad, su casi dulzura al derramar confesiones hechas para ser bisbiseadas y su completa valentía a la hora de enfrentar esos momentos oscuros, esos instantes de error o de caída que todos tenemos y deseamos (oh, claro que sí) evitar. Para todos estos escritores (para el autor mismo), Río de Janeiro es ese anhelo, esa tierra llena de expectativas y de contrastes donde todo es posible: la miseria y la riqueza más absolutas, la negligencia y la entrega, la fe y la apostasía, el orden natural y el desorden humano, la belleza y la fealdad, la generosidad y el error. Pero Javier Montes quizá desconoce que eso ha sido siempre América: en las décadas que van desde 1940 a 1980 toda Latinoamérica (o quizá, mejor dicho, la América petrolera: México, Brasil sin duda, y Venezuela) era así, tal cual él describe a Río de Janeiro: exuberante, llena de contrastes, extraña y cercana, hermosa, egoísta, a la vez cruel y dulce, y por sobre todo distinta, única e irrepetible… Hasta que cansa. Porque todo cansa: la exaltación, la pena, la tristeza y el dolor. Y la propia existencia.
Todo exuda una melancolía sinuosa como esas aceras de mosaicos blancos y negros; cada línea es un ejercicio de búsqueda y de saudade, que en el fondo es lo mismo: hasta lo que nos desagrada de una metrópoli como cualquier otra y que la rebaja a mera ciudad, sueños incluidos; hasta lo que creímos tener una vez y perdemos al día siguiente, al mes siguiente o al año siguiente, o quince años después. Varados en Río es un retrato de la vida que fue, la que quiso ser también y la que se extraña, porque hasta lo dulce y lo tierno y lo duro y lo difícil también se añora; y el retrato de cuatro grandes escritores que a la postre no fueron más que personas sencillas, atadas a su destino cruel de seres humanos en evolución, y asimismo, en extinción.
Pero Javier Montes juega con trampa. Nos enseña su corazón, pero no lo revela. A través de ese retrato a cuatro se refleja a sí mismo, pero no se desnuda; o, mejor dicho, se desnuda sin abandonar jamás sus adornos. Él mismo es un extrañado en tierra extraña; un exiliado del corazón; un extranjero, un alguien más, un moderno emigrado, un hombre al que también le llega esa sinuosa saudade que afecta a todo el que ha visto otro mundo, ha vivido otra realidad, y se ha entregado a ella hasta su final… Varados en Río es un viaje en el que se desgrana la brillantez de la Musa, la imaginería de lo cotidiano, el reflejo interior de los cambios telúricos de cada día, pero también es el disfraz de una sombra con la que el autor se cubre, al final púdico, en esa búsqueda del sentido que es todo relato contado en alta voz.
Sigamos con él esa saudade sinuosa encerrada entre puntos suspensivos…
Este libro lo compré por la portada (me parece divina) y me encontré con cosas increíbles que no esperada.
El libro habla de cuatro escritores que se exiliaron en Río: Stefan Zweig, Manuel Puig, Rosa Chacel y Elizabeth Bishop. Estuvieron en épocas, pero hay algo que los une: el sentir que no “pertenecían”, sentirse incómodos y no sentir la ciudad como su hogar por el clima, las personas, la jerarquía social, lo que esperaban o imaginaban y lo que de verdad fue.
Y es que así se siente cuando se vive en Brasil. Cuando viví allá me dijeron que el Cristo Redentor (Corcovado) tiene los brazos abiertos para recibir a los que llegan, pero no los cierra porque no los acoge. Y en las primeras páginas del libro la descripción que el autor hace de Río es de las cosas más increíbles que he leído porque pone en palabras una sensación muy difícil de explicar.
Río es alucinante, pero no es Brasil. En las postales es un paraíso, pero su lluvia tropical puede dañar cualquier plan. La realidad de las favelas es espeluznante, por más de que tengan la vista más hermosa que los ricos quisieran tener. Sus playas pueden ser lo más democrático de Brasil, ya que hay espacio para todos, pero la mezcla incomoda a muchos.
Al leerlo y escribir sobre este libro, solo puedo decir que siento “saudade”. Ese sentimiento que sólo se aprende a sentir allá.
A los que les llama la atención estos escritores y conocer la complejidad de Río, les recomiendo este libro.
Aun sin haber leído a los escritores (Chacel, Zweig, Puig, Bishop) que vagan por Río ni entusiasmarme esta ciudad, el libro ha conseguido interesarme. Creo que así he confirmado lo que en el fondo ya sabía: que este hombre escribe como pocos.
Javier Montes como novelista me parece bastante mediocre, sin nada interesante que aportar, pero este libro sobre Río y sus escritores me ha gustado mucho y lo he disfrutado. Río es una ciudad fascinante.