Coincidiendo con la 4ª edición de «La casa de la fuerza», presentamos la nueva trilogía de Angélica Liddell: una «Eneida» delirante, una guerra por la nostalgia de la belleza en busca de lo inaprensible, de lo sagrado. Los tres textos aquí reunidos, «Esta breve tragedia de la carne», «¿Qué haré yo con esta espada?» (nueva versión) y «Génesis VI: 6-7», son una rebelión contra el racionalismo y nacen del enfrentamiento entre la prosa del Estado y el arrebato del Espíritu.
Si tuviéramos que establecer una línea argumental clásica, estaríamos hablando de la historia de una mujer que, de la mano de las poetas Emily Dickinson y Sylvia Plath, o el caníbal y escritor Issei Sagawa, desea matarse y matar desde su nacimiento; y libera sus tendencias homicidas, sus auténticos deseos, en la ficción. Así, toda su angustia procede del dilema que se establece entre la palabra y la acción, es decir, entre la poesía y la vida. Porque ¿cómo transformar la violencia real en poética para ponernos en contacto con nuestra verdadera naturaleza? Para Angélica Liddell, sólo se puede crear al ser humano destruyéndolo, es decir, quebrantando la ley, y esto se puede hacer, según la autora, mediante la «supermoral» de la poesía.
En los años ochenta Angélica Liddell Zoo, seudónimo de Catalina Angélica González Cano (Figueras, 1966), inicia su trayectoria artística como autora dramática. Tras cursar estudios de Sicología y Arte Dramático, forma en 1993 la compañía Atra Bilis en el entorno de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Con ella llevará a la escena sus propios textos, iniciándose así en la dirección, la escenografía y la interpretación. Su proyección hacia la creación escénica ha seguido desarrollándose desde entonces, adquiriendo, en paralelo a su producción dramática, mayor complejidad y calidad creativa. Al mismo tiempo que ha transitado por otros géneros literarios, como la narrativa y la poesía, se ha deslizado hacia el mundo del performance y la instalación, dimensiones con las que su obra teatral está estrechamente ligada. Sus diferentes desarrollos artísticos deben entenderse como expresión a distintos niveles de un mismo mundo poético y una original personalidad creadora. Tanto su escritura dramática como su poética escénica llevan un sello peculiar que las hace fácilmente distinguibles. Sin detrimento de su diversidad, puede afirmarse una vez más el tópico de que un creador es autor de una sola obra, que se constituye como variaciones sobre una serie de temas convertidos casi en obsesiones, lo que confiere a toda su producción una sorprendente unidad y coherencia estéticas.
«La ley es el ridículo triunfo de los que nada crean, de los que nada imaginan y de los que nada sueñan.»
Junto con "Incendies" de Wajdi Mouawad, la gran tragedia del teatro contemporáneo. Incluso me atrevería a decir que son las únicas dos tragedias que se han escrito en lo que llevamos de siglo. En el caso de Mouawad está mucho más atada a la búsqueda de los orígenes y la fatídica situación en oriente medio, pero en Liddell asistimos a una suerte de reinvención de los temas trágicos –la ley, la belleza, el amor, el conflicto individuo vs Estado, el sacrificio– que es radicalmente contemporánea. También es mucho más difícil de analizar que la de Mouawad, porque se trata de un teatro posdramático en el que el texto es el veinticinco o cincuenta por ciento del resultado, mientras que Mouawad es un dramaturgo mucho más clásico. Angélica Liddell sólo sabe escribir desde el yo absoluto, entronizado en el asco y lo pútrido. Se trata de un acercamiento al problema de la Belleza de corte clasicista porque los temas no dejan de ser los mismos, enunciados desde la paradoja constante y la lucha por alcanzar lo irrepresentable. En este caso, la culpa juega un papel fundamental, pues el pretexto de la obra no es otro que el arrepentimiento por haber estado actuando en el Odéon mientras se producían los atentados de París de 2015 y la búsqueda de la sublimación del dolor colectivo a través del cuerpo propio como centro neurálgico del daño. Es canto («el alma humana hubiera debido cantar y no hablar») y grito («sí, habitamos este mundo horrible / habitamos este mundo horrible / donde no se necesita a Dios»). El lenguaje codificado de la tragedia clásica se ha perdido; el teatro contemporáneo convirtió todas las tragedias en dramas, y la tragedia se sitúa en un estadio posterior, cuando ya no quedan lágrimas: el dolor de la tragedia es esperanzador.
(«¿En qué punto estamos ahora en esta aproximación a la Ley y al problema de la Belleza? ¿Estamos ya fuera del alcance de la mirada cultural?»)
Liddell transita entre lo corpóreo y lo extra-corpóreo, entre Antígona y Medea, es polvo y demonio. En su lucha por la Belleza la retuerce, pero no la reduce: amplía el rango de lo bello más allá de lo inmoral («de no ser por la abominación no existiría el reconocimiento»), por eso es una obra tan rotundamente romántica, capaz de justificar cualquier acto si está situado en el eje del Amor. No se puede entender la carta de amor al caníbal si no es desde la reducción al absurdo de la Belleza como el catalizador común del arte. Contra eso lucha Liddell, y es aquí donde mejor lo consigue, construye imágenes desde conceptos antagónicos, irreconciliables, incapaces de sublimar. La representación de ¿Qué haré yo con esta espada?, que dura más de cinco horas, acababa con un potente baile en el escenario, y cualquiera podía subir (https://www.youtube.com/watch?v=Y02Ca... el dolor en la tragedia es esperanza.
Me gusta el personaje que se construye Liddell porque es profundamente honesto. Encuentra en él la forma de condenarse: narrándose de la manera más retorcida, sucia y rastrera posible, exponiéndose sin restricción alguna a la humillación pública, a ser juzgada, a ser repugnante. "Ningún gesto es hermoso sin sufrimiento". Me da la sensación de que todo lo que escribe está profundamente herido, pero no agacha nunca la cabeza. Y si tuviera salvación, estoy bastante segura de que no la aceptaría.
Demasiado que procesar. Sin duda Angélica Liddell es la mejor escritora (al menos en España) de nuestro tiempo. Una delicadeza mezclado con lo grotesco. El libro aborda el problema de la belleza, que se puede resumir bajo la máxima «Para crear belleza hay que sufrir» y probablemente hay que sufrir mucho. Pablo Caldera tiene una reseña increíble, que honestamente es mucho mejor que cualquier cosa que yo pueda decir y os remito a ella.
La escritura de estas páginas están realizadas desde el vértigo del sentir y vivir en un mundo imposible. Lo trágico y lo acontecimental van de la mano. Es magnífico aunque está escrito para leerlo por partes. Volver a él hasta captar el sentido de todo lo escrito.
La primera semana de enero de 2009 me marché a Venecia. Quería estar sola. Casi siempre quiero estar sola. No me gusta la gente. No me estaban pasando cosas buenas Me había separado definitivamente del único hombre que me ha querido en la vida. Después de 15 años ha habido hombres que me han dicho que me querían, pero era mentira. Y nos separamos por mi culpa, porque yo me había enamorado con locura de otra persona. Cuando digo enamorarme digo amar. Estar dispuesta a darlo todo. A dar tu vida. A renunciar a tu propia vida para darle todo al otro. Yo empecé a cortarme el cuerpo para que él lo viera. Y esa es la verdadera razón por la que me corto el cuerpo, por amor.
Ojalá poder decir algo después de esto, pero no hay palabras. Solo verdades, verdades como puños y cuchillos.