La carrera de Christopher Nolan ha sido meteórica. Tras debutar en el largometraje con un film rodado con seis mil dólares, en solo unos pocos años Nolan se ha encontrado al frente de superproducciones millonarias que han logrado un equilibrio cuasi perfecto entre las exigencias del cine de gran aparato y las de un cine acusadamente personal, en el cual no es difícil entresacar una reflexión de largo alcance sobre el hombre y la sociedad de nuestro tiempo. Esta monografía propone un acercamiento a un cineasta ambicioso e inquieto, tentado por un tipo de relato problemático, que exige una actitud siempre alerta y activa por parte del espectador. El rigor, la inteligencia y la coherencia con que Christopher Nolan está construyendo su filmografía, título a título, están fuera de discusión.
Gran libro. Describe el origen de las principales películas del director. En lo personal, disfruto el apartado de Batman, que es sin duda el más rico. Batman es lo más parecido al ser humano, porque constantemente expresa la principal característica de este, que es una constante lucha con la doble vida y la lucha entre el bien y el mal, no la perfección,como el resto de los súper héroes.
Leí Christopher Nolan, de José Abad, guiado por una pregunta que el autor formula desde la primera página: ¿cómo hablar de Nolan desde nuestro tiempo? Para responder, Abad recurre a Zygmunt Bauman y su diagnóstico de la modernidad líquida—esa sociedad que pierde referencias, disuelve identidades y se desliza entre estructuras que ya no sujetan nada del todo. Y lo interesante es que la lectura funciona: Nolan, un cineasta obsesivamente sólido en método, parece hecho a la medida para representar un mundo que se licúa.
Lo que hace bien el libro no es solo conectar a Nolan con Bauman, sino mostrar cómo habita ese diagnóstico sin proponérselo. Sus personajes se mueven en tierras inestables: identidades que se fragmentan (Memento), vínculos que se deshacen (Inception), instituciones que ya no protegen a nadie (The Dark Knight), tiempos que se quiebran (Interstellar, Tenet). Pero al mismo tiempo, Nolan filma desde un lugar firme, casi antiguo: cuida el celuloide, controla el set, escribe estructuras férreas. El contraste es fascinante: un cineasta sólido retratando un mundo líquido.
Abad aporta una mirada sociológica que dialoga bien con las lecturas de Tom Shone en The Nolan Variations: si Shone escucha al autor y reconstruye sus obsesiones formales, Abad mira desde afuera, desde la época. Uno pregunta qué quiere decir Nolan; el otro pregunta qué está diciendo Nolan sin darse cuenta. Juntos producen una imagen más completa.
El libro de Abad no descubre un “nuevo Nolan”, pero sí reordena su cine en una clave útil: los personajes líquidos en un sistema que se deshace. Aunque habría que matizar esa categoría. Algunos personajes sí encajan (el Cobb de Following, Leonard en Memento), pero otros chocan con ella. Cooper en Interstellar no es líquido: es un hombre que se niega a fluir, que atraviesa el tiempo para recuperar un vínculo. Batman tampoco: su conflicto es precisamente resistirse a la disolución. Incluso El Protagonista de Tenet, aunque sin nombre, es más estructura que individuo. La liquidez en Nolan aparece más como entorno que como identidad. Sus películas están pobladas de sujetos que luchan por no disolverse.
En ese sentido, Nolan es casi el cineasta ideal para filmar la liquidez: entiende el espectro, lo cuestiona, y sobre todo, lo habita. No moraliza —ni en The Dark Knight, que termina en una ambigüedad ética deliberada—, pero sí problematiza la moralidad de sus figuras. Su cine no dicta; confronta. No sermonea; tensiona. Y en Oppenheimer, donde la moralidad ya no es dilema sino colapso, Nolan filma no a un hombre líquido, sino a un hombre sólido frente a una sociedad que empieza a licuarse: una época que mata ciudades enteras mediante un botón, que disuelve responsabilidades, que fabrica ambigüedad moral por diseño.
Quizá por eso Nolan dialoga tan bien con Bauman: porque vive en ese mundo. Kubrick, su paralelo inevitable, anticipó la liquidez; Nolan la respira. Kubrick expuso sistemas inmorales; Nolan expone individuos morales en crisis dentro de esos sistemas. Uno diseccionó la deshumanización de las estructuras; el otro filma al sujeto tratando de no perderse cuando esas estructuras ya no ofrecen sustento.
Christopher Nolan, de Abad, es un buen complemento para quien ya leyó The Nolan Variations. No reemplaza a Shone, pero sí añade una capa: la de entender a Nolan como cineasta de su tiempo, incluso cuando insiste en filmar como si el tiempo no hubiera cambiado. Tal vez por eso su cine conmueve sin sentimentalismo y fascina sin artificio: porque tiene el pulso de un mundo que tiembla, pero la mano firme de quien se niega a dejarse llevar por la corriente.
Me ha parecido un libro lleno de jugosa información sobre el cine de Nolan. He disfrutado mucho el capítulo dedicado a la trilogía del Caballero Oscuro o el de Dunkerque. No sólo hace un repaso sobre la figura de Christopher Nolan como director, sino como productor y su influencia en otros cineastas. He leído la edición ampliada, que incluye Tenet y Oppenheimer.