Un famoso escritor se ha instalado en una isla paradisíaca. Como cada año, Emily, su hija, ha venido a visitarlo. Pero esta vez viene acompañada de Antonia. De inmediato se despiertan las pasiones: ella es joven, bella y, sobre todo, accesible. Así es que comienza a espiarla, agazapado tras unos lentes oscuros y un deseo al acecho. Pero mirar a Antonia implica mirar a Emily y, hacerlo, obliga a comparar: su hija es mucho más bella que su amiga y ése es un pensamiento que no debería tener lugar… aunque los deseos no suelen estar bajo nuestro control… mucho menos si son correspondidos.
Con amor, tu hija posee los elementos necesarios para que cualquier lector se sienta cómodo: buen clima, lujo, comida de primera, whisky, una alberca, el mar y un par de chicas en bikini. Ah, sí, y por supuesto, el lenguaje. La novela también posee los elementos necesarios para que cualquier lector se sienta incómodo: un juego de seducción con un par de jovencitas muy bien bronceadas: una de ellas la hija del narrador. Ah, sí, y por supuesto, el lenguaje, porque gracias a él, la novela tiene la capacidad de erotizar al lector al nivel del narrador. Por eso el reclamo, por eso la polémica, porque la novela nos hace desear a una hija ficticia. Con amor, tu hija no escandaliza por el tema y ya, ¡qué sencillo sería entonces escandalizar! Esta novela escandaliza porque nos hace detener la lectura y cerrar los ojos, desear, fantasear. Esta novela escandaliza por el logro del autor.
Una lectura incomoda sin lugar a dudas, pero muy bien narrada y que en verdad te hace sentir un hueco en el estómago y a la vez pensar en lo complejo que somos los seres humanos y las relaciones entre nosotros. Muy bueno.
La verdad es que me aventuré con este libro creyendo que encontraría una cosa y me encontré con otra. Otra que no me ha gustado mucho la verdad. No digo que la historia no sea buena, lo es, pero no ha sido nada para mí, además el autor nos va contando cosas del libro que el protagonista de esta historia escribe y eso a mi me ha confundido y me sacaba de la historia, con deciros que he tenido que saltarme esas partes porque me aburrían mucho (y yo nunca suelo hacer esas cosas)... Definitivamente no ha sido un libro para mí, pero al menos, ha estado entretenido.
Si sólo nos dejamos llevar por el título y no supiéramos de que va la historia, pensaríamos que puede ser una historia bonita, de una hija que le escribe a su padre. Nada más alejado de eso!!! Que le escribe una carta sí, ocurre, pero luego de haber cometido algo que para nuestra sociedad es totalmente prohibido, tabú. Éste libro es No apto para público sensible, resulta una lectura escabrosa e incómoda, bastante morbosa, de esas que no quieres seguir leyendo pero tampoco puedes dejar de leer.
Más allá de la anécdota de las bellas jóvenes en la paradisiaca isla, sin importar el erotísmo constante de la novela, aquí se discute la necesidad humana de rebasar todos los límites para lograr la felicidad. Entretejida, la historia del veterano japonés es de una belleza arrebatadora. Una gran novela, sobre todo para quienes desean leer bajo la superficie de la narración.
La lectura de esta obra me supuso un reencuentro con la literatura latinoamericana, la cual so prejuicio de reminiscencias a una vinculación atábica con la tierra como alguna vez fue o era tuve, en el ámbito de las novelas, por mucho tiempo olvidada. Hablando de prejuicios y antes de empezar con el libro, que al ser ingeniero cibernético Gudiño Hernández rompa con el estereotipo de antagonizar las ciencias exactas con el arte me alegra, cuanto que yo mismo soy aficionado simultáneamente a las letras y a las TIC.
Entre el tema y que el protagonista era un escritor, cuando empecé a leer el libro me esperaba una suerte de Humbert Humbert adaptado al siglo XXI. Este protagonista —cuyo nombre no llegamos a saber ni siquiera en una ocasión en que pasará la tarjeta de crédito para comprar un vuelo— dista de lo desternillante que aun cuando sus actos nos repugnan resulta aquél con sus permanentes alusiones de carácter artístico, pero en cambio nos logrará arrancar alguna sonrisa con sus quejas contra la monotonía de responder mensajes de lectores y demás lides del oficio escritor que no tiene sentido que me ponga a enumerar. Está claramente caracterizado como un viejo verde reducido en general a la delectación morosa principalmente a raíz de las piernas, y lo tornan real sus cavilaciones sobre el papel que las cargas morales juegan en su vida. En efecto, dice que se ha deshecho de éstas al poder vivir desde hace años sin culpa, pero permanentemente se debate entre lo correcto y lo que quiere: que si a pesar de la accesibilidad de la amigovia de la hija al acostarse con ésta podría desavenirse con su progenie para el resto de su vida, que en vez de seguir viendo a través de las persianas correspondería que se aleje y permita la intimidad pretendida, que con el alejamiento de todo producto del egoísmo de él y de la ex han hecho que la hija sufriera durante años por no tener a ningún progenitor a modo de referente afectivo, etc. Si no se trata de un narrador no confiable —lo cual puede ser si tenemos en cuenta el precepto aristotélico del hombre en comunidad y que el que nos ocupa se halla aislado en una isla paradisíaca sin relacionarse siquiera con los lugareños, viendo apenas un par de días al año a una amante ocasional que abstracción hecha de lo atinente al desfogue su trato se reduce al necesario a los efectos de traducir las novelas de nuestro hombre al italiano, y a la hija con la que producto de estar siempre acompañada es poco el tiempo que tiene de hablar en profundidad a fin de paliar los años en los que como padre ha estado ausente—, el autor ha dado una vuelta de tuerca interesante a la concepción sadiana de la amoralidad: en lugar del vicio y la virtud personificadas a extremos exclusivos en cada personaje, estamos ante un hombre cuya inclinación (que no convencimiento, en eso le creo) al vicio no le impide que de vez en cuando asome, aunque sea en halos fugaces, algún atisbo de virtud; y eso sin mencionar que no defiende sus vicios cual los personajes del Marqués con erudición filosófica más o menos lógica sino que, más bien, se limita a anunciarlos con una justificación cuya única utilidad es para él, en el sentido de que venza el Ello.
Emily… ¿Qué decir de la hija del protagonista? Parece muy segura de sí misma, pero si se la psicoanaliza quizá no lo sea tanto. Y es que aunque sabemos que el terreno para el final lo va preparando ella, no se sabe si se debe a que para ella él no es un padre sino un maduro más —como los que puede que le gusten— o, incluso, que el abandono de ambos progenitores la haya conducido a llevar una vida equívoca y en realidad, aun tras la supuesta charla confesional tras tantos años, siga sin contar tantos detalles de su vida a quien nos narra.
Si se tiene esta incertidumbre sobre Emily, es lógico que se la tenga aún más sobre Antonia, en la medida que de ésta nuestro hombre no sabe ni un núcleo básico de cosas sin depender de lo que su hija y ella deciden que conviene contarle, aunque desde ya carezca de importancia para el escritor pues al fin y al cabo Antonia no es más que otra de tantas jovencitas para su acostumbrado ejercicio de delectación morosa; si acaso podrá afectarlo un rato en lo que concierna al trato con su propia hija, pero nunca ¿traumarlo? como esta última.
Si por bastantes momentos la narración llegó a arrancarme una sonrisa o motivar mi interés, la caga sin duda que el autor no haya cuidado la puntuación y aspectos ortográficos menores lo que debería. Si esta omisión es en sí condenable, más lo es contrastada con el vocabulario fastuoso que en ocasiones, especialmente al principio, impregna a esta obra. Para ponerlo en perspectiva, separó los prefijos de los componentes principales —cual si se tratara de una mala traducción que en realidad en este caso no tuvo lugar, ni buena ni mala— cuando en rigor se tornan en una sola palabra y a lo sumo van con guión si el componente principal es en mayúscula o tiene números, y empleó las comillas inglesas como si se hubiera ceñido ciegamente a los reemplazos incorrectos que hace Word, tanto en razón de que en español en realidad hay que usar las angulares como, más importante aún, el hecho de que en intervenciones que ocupaban varios párrafos al principio las abrió en vez de cerrarlas. Este tipo de imprecisiones son tolerables en un usuario inexperto de Word —o el procesador de texto que utilice— y sólo con el acervo ortográfico-gramatical seguramente desactualizado e insuficiente que recibió en la época escolar, mas no en una obra destinada a las estanterías con carácter profesional que, para peor en este sentido, al estar originalmente escrita en español no se halla en modo alguno sujeto a significados que los distintos tipos de comillas pudieran tener en una versión original en otro idioma y cuya adaptación, cual en el caso de manuales de programación, ser debatible. Y aun suponiendo que Gudiño Hernández no tuviera conocimiento de estas particularidades de la lengua española sobre las que sin que siempre adopte las soluciones que propone la RAE conviene saber lo que ésta dice a fin de entender el porqué de querer apartarnos, ¿dónde estuvieron en este caso esos tipos que las editoriales a menudo imponen contractualmente y a los que se llama «correctores»? A no ser que este buen hombre los haya declinado, decisión entendible si consideramos que muchos correctores se inmiscuyen indebidamente en la faceta creativa en vez de limitar su labor a la lingüística, que a los designados se les hayan escapado detalles de estos resulta imperdonable; la misma y capaz más culpa asiste a la editorial si estos desperfectos son mandato de alguna guía de estilo delesnable que manejen por ahí.
Resumiendo mi puntaje, califiqué a la obra con tres estrellas. En su contra hay que contar tanto los descuidos idiomáticos que acabo de mencionar como, narrativamente, que la empatía con el protagonista no sea lo constante que debería. Como pros, aunque personalmente me moleste la ausencia de capítulos cuanto que me dificulta el ejercicio del derecho de opción entre parar o seguir, la historia se lee rápido. Gustar me gustó, pero tampoco se trata de una obra que piense en volver a leer o que me haya dejado ganas de más; a fin de cuentas, normal.
Ha sido un libro en todo sentido, incómodo de leer, pero aun así lo volvería a leer.
Creo que está por demás decir que uno puede entrar en él por el morbo debido al tema a tratar, pero que una vez entrando te das cuenta de hay mucho más allá. Sí, no se puede justificar de ningún modo al protagonista y tampoco al otro personaje, sus acciones no deben ser romantizadas ni mucho menos desear un final con ellos dos juntos, sin embargo sí que se puede empatizar con el protagonista.
El libro nos habla desde una perspectiva incompleta que vamos descubriendo junto con el protagonista a medida que avanza la historia. Su pasado, sus deseos y las consecuencias de un vida enfocada únicamente en los placeres momentáneos. Pero también de un parte donde él pierde el sentido de su felicidad o se auto engaña al ya no tenerla. El vacío y la soledad que le acarrea una vez que se da cuenta de su necesidad de crear lazos verdaderos a esas alturas de su vida.
De manera paralela nos adentra en su propia novela (del protagonista) ambientada en el Japón de la Segunda Guerra Mundial, novela con la que consigue consagrarse como un autor bestseller, siguiendo la historia de un soldado retirado que decide abrirse por primera vez con su nieto para contarle toda su vida. Esta parte destaca mucho, y ha sido de mis cosas favoritas del libro, porque de alguna manera compagina de muchas maneras con lo que él mismo personaje va sintiendo. Parecieran completamente opuestas, pero van de la mano.
De nuevo, no piensen que es una historia que debe ser romantizada, porque no es justificable, pero puedes leerla plenamente consiente de eso y aun así disfrutarla muchísimo.
“…a veces, para librarse de la culpa es mejor imputársela a otro.”
“Pero el deseo también es producto de nuestras palabras y nuestra conciencia. La única salvación posible radica en la renuncia.”
“A los solitarios no nos motiva el futuro. La inmediatez del presente es una necesidad más poderosa.”
“En lo que respecta a la felicidad basta creerla para que sea real.”
#bookquotes
Ha llegado el momento del año en que Emily visita a su padre y en esta ocasión lo hace acompañada de Antonia. Él es un aclamado escritor que se mudó a una isla paradisiaca tras el divorcio de su madre, está acostumbrado a esas visitas anuales de su hija, aunque típicamente la espera en compañía de su pareja en turno. Desde el momento en que conoce a Antonia, se despierta en él una atracción que no puede contener y que será sólo la antesala a los inesperados sucesos que vivirán bajo el sol, alejados de la mundana realidad.
Una historia retorcida que mantiene al lector expectante casi en todo momento. Pese a que el autor logra llevar a buen puerto un libro con argumento arriesgado, hay algo del su estilo que no ha terminado de convencer; un tono casi antiséptico incluso en las escenas de mayor algidez, el mayor motivo por el que no se disfrutó este perturbador relato. Aunque los personajes no resultan entrañables, se logra empatizar con ellos. La historia paralela de Ogashi resulta tangencial. Aunque el final se vislumbra desde el inicio, se logra con éxito ya que su lectura provoca escozor e incomodidad.
Novela que empecé sabiendo con lo que me encontraría pero que me sorprendió gratamente. Una obra bien escrita. Con personajes tan reales y desarrollados que te interesas en sus vidas. Gudiño tiene una prosa tan educada y elegante que hacen de esta obra erotica una exquisita experiencia.
La novela es narrada desde el punto de vista de un escritor con más o menos fama que puede darse el lujo de vivir en una isla con ciertos lujos. Es divorciado y pasa sus días bebiendo, escribiendo y disfrutando Del Mar. Fíltrela con alguna que otra amiga pero solo para satisfacer sus deseos sexuales. No le interesa nada serio. Quizás lo único que le interese sea su hija Emily. Una hermosa adolescente que solo lo visita una vez al año y suele hacerlo acompañada de su pareja en turno lo que molesta a su padre por evitar poder pasar tiempo a solas con Emily y tratar de reconstruir una relación padre/hija que se quebró debido a su divorcio con la madre y a su alejamiento por la fama
Pero esta vez es diferente. Por qué Emily ha venido con una amiga y no con un novio. Ahora el puede pasar un poco más de tiempo con su hija mientras observa la Belleza de ambas adolescentes. Esto le permite descubrir que su hija es más que hermosa, es preciosa. Y un nuevo sentimiento que lucha por reprimir está naciendo dentro de él
Recomendada. Y con un final exquisito y gratificante.
No tengo palabras. Es una obra no apta para sensibles ni moralistas. La prosa es hermosa, los pensamientos, sentimientos, culpas, todo es hermoso. Debí decir que me dejó un amargo sabor, y una incertidumbre. Me encantó.
Bien merecido el premio LIPP de novela por la fluidez narrativa de la obra, una obra además escandalosa e incomoda por la lujuria y morbosidad del tema que plantea. Me encantó.
"el problema es que cuando el amor se vuelve obsesión el deseo se torna enfermizo..."
El libro está bien escrito, es obvio que el autor es docente de literatura o algo así, la trama bien planeada, la lectura es ágil, sin embargo, en mi opinión faltó algo. Algún corolario o reflexión final sobre la experiencia central de la trama o en última instancia el aviso de la continuación.
Estuve tentada a darle 5 estrellas porque ya solo por la prosa del autor se merecería 1000. Sin embargo, creo que la imperfección de este libro radica no tanto en su ejecución como en su mensaje contundente: las personas somos seres imperfectos por naturaleza y eso es lo que nos hace ser las criaturas que somos. Sabiendo esto de antemano, podremos dilucidar lo que es la felicidad. Se merece todos los reconocimientos que ha cosechado y, por supuesto, el premio literario Lipp la Brasserie 2011. Me pregunto qué se sentirá poder impregnar de belleza inconmensurable un escrito que se acerca a la perfección, aunque el protagonista sin nombre deja en claro que tal cosa no existe.