Teatro de títeres: humildes muñecos movidos por la destreza de un anciano bondadoso... Pero seres humanos también, seres humanos que palpitan y bullen en la ciudad, dejando al descubierto sus propias miserias, sus inclinaciones, sus torpes sentimientos, sus mezquindades, sus odios, sus reacciones... En torno a un adolescente desamparado se agitan las pasiones de seres cuyas ruindades -fantochadas, hipocresía, ambición, crueldad, sueños engañosos- adquieren, a lo largo de la narración y por la lograda delimitación de los personajes, caracteres de símbolos, aunque sin perder en ningún momento su condición humana. Un hálito poético, como corresponde a la fina sensibilidad de la autora, anima todas las páginas de esta interesante novela, galardonada con el Premio Planeta 1954.
(Barcelona, 1925-2014) Escritora española. Novelista destacada de la llamada generación de los "niños asombrados", su obra describe el ambiente de la posguerra civil. Ana María Matute se dio a conocer en la escena literaria española con Los Abel (1948), una novela inspirada en la historia bíblica de los hijos de Adán y Eva, en la cual reflejó la atmósfera española inmediatamente posterior a la contienda civil desde el punto de vista de la percepción infantil. Este enfoque se mantuvo constante a lo largo de su primera producción novelística y fue común a otros representantes de su generación. Las novelas de Ana María Matute no están exentas de compromiso social, si bien es cierto que no se adscriben explícitamente a ninguna ideología política. Partiendo de la visión realista imperante en la literatura de su tiempo, logró desarrollar un estilo personal que se adentró en lo imaginativo y configuró un mundo lírico y sensorial, emocional y delicado. Su obra resulta así ser una rara combinación de denuncia social y de mensaje poético, ambientada con frecuencia en el universo de la infancia y la adolescencia de la España de la posguerra.
Ana María Matute fue galardonada con el premio Café Gijón por Fiesta al noroeste (1953) y con el premio Planeta por Pequeño teatro (1954), novela a la que siguió En esta tierra (1955). También recibió el premio de la Crítica y el Nacional de Literatura por Los hijos muertos (1958).
Más tarde escribió la trilogía Los mercaderes, integrada por Primera memoria (1959), Los soldados lloran de noche (1964) y La trampa (1969), que tuvieron un gran éxito. La torre vigía (1971) es la historia de un adolescente que debe iniciarse en las artes de la caballería; aunque sigue la línea de las anteriores, se da en ella un cambio histórico de ambientación hacia el período medieval, rasgo que se prolongó en las obras de su madurez, publicadas tras un dilatado período de silencio literario. Así, su novela Olvidado rey Gudú (1997) plantea una extensa y compleja trama de acontecimientos centrados en las disputas mantenidas en el transcurso de la décima centuria por el rey de Olar, Volodioso, y sus enemigos, el barón Ansélico y la hija de éste, Ardid. Asimismo, su novela Avanmarot (1999) tiene como escenario la época medieval.
Matute cultivó además la narración corta, reuniendo sus relatos en volúmenes como El tiempo (1956), Historias de la Artáila (1961), Algunos muchachos (1968) y La virgen de Antioquía y otros relatos (1990). Son notables sus dos libros autobiográficos A la mitad del camino (1961) y El río (1963), en los que evoca sus experiencias de la niñez en el ambiente rural y bucólico de Mansilla de la Sierra. Fiel a su fascinación por el mundo de la infancia, escribió también cuentos para niños, recogidos en su mayor parte en Los niños tontos (1956), Caballito loco (1982), Tres y un sueño (1961), Sólo un pie descalzo (1983) y Paulina (1984). Formó parte de la Real Academia Española desde 1996. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de las Letras Españolas; era la tercera mujer que recibía el galardón (Rosa Chacel lo obtuvo en 1987 y Carmen Martín Gaite en 1995). En 2010 vio reconocida su trayectoria con la concesión del Premio Cervantes.
tantas cosas que me han enternecido en esta novela que se lee como un cuento infantil :_ ilé viendo las olas del mar romper contra las rocas y pensando que si suenan de ese modo es porque hay familias de seres extrañísimos e igual de misteriosos viviendo en la espuma que se forma, preguntándose dónde van cuando se rompen, ilé cuidando a los muñecos del teatrillo de anderea, ilé preguntándose por qué suenan las campanas tan alegres si él está tan triste, ilé escuchando con admiración las historias de marco porque si no soporta vivir en ese pueblo al menos le quedan las ficciones... durante la lectura había momentos que no entendía los cambios de humor tan bruscos de algunos personajes, esos monólogos tan contradictorios, pero luego ¡ ay !, luego, cuando he entendido que aunque la historia se narre en tercera persona siempre sigue el punto de vista de ilé, que es un niño, y cuando me he acordado de que yo de niño tampoco entendía nada, que simplemente me limitaba a ver cómo las cosas sucedían, entonces sí que lo he entendido todo : el tono del libro, esos cambios bruscos, esa inocencia que se cuela entre las letras, ana maría matute diciendo que ella siempre, siempre, siempre ha sido una niña aunque tuviera el pelo blanco <3
O orillas del mar se abre el telón sobre Oiquixa, un pueblo triste, con su barrio de pesqueros y Kale Nagusia, la avenida de las casas elegantes. Allí viven Ilé Eroriak, el idiota del pueblo; Kepa Devar, el rico viudo, surgido de la pobreza; sus cuñadas solteronas; su hija solitaria y rebelde, Zazú. También muchos otros personajes que irán apareciendo en escena. Y a este pueblo llega Marco, elocuente, soñador, que pone en movimiento la historia; ¿Un Señor patricio? ¿Un farsante? Este es el escenario en que se desarrolla la novela, en la que los personajes van determinando, no en forma consciente esta historia que tiene algo de comedia y algo de tragedia. Después del lenguaje seco de mis lecturas de Europa oriental o nórdica, me costó dejarme llevar por el torrente florido de palabras característico de la lengua hispana, atrapado en un remolino de una historia en la que todo puede ocurrir. Una muy buena novela, digna del Gran Teatro.
2025 es un año cargado de celebraciones diferentes efemérides de escritores. Aunque muchos (servidora incluida) están a tope con el bicentenario del nacimiento de Jane Austen, no está demás recordar que en este año se también se celebran los nacimientos de dos escritoras españolas bastante inportantes. Una de ellas es Ana María Matute, de cuyo nacimiento se cumplen 100 años en estas fechas. He leído de ella tres novelas con anterioridad, y las tres me han parecido poderosísimas, melancólicamente bellas y me han conmovido profundamente. Así que por supuesto que quería conmemorarla leyendo alguna de sus obras que tengo pendientes de este hace años en las estanterías de mi casa. Espero que lo que queda de 2025 pueda leer alguna otro libro más de ella. Su pluma tiene algo que me atrapa, que me envuelve y con lo que conecto profundamente por la manera en que me enternece.
Érase una vez un pequeño pueblo de la costa vasca llamado Oiquixa, donde la vida seguía siempre su curso predecible y aburridamente. Pero todo saltará por los aires con la llegada de un misterioso marinero de nombre Marcos que, envuelto en mentiras e historias fantasiosas, levantará un gran revuelo en la adormecida sociedad del lugar. Pronto, el forastero entablará amistad con Ilé Eroriak, un muchacho desamparado e imaginativo de pocas luces que vagabundea como buenamente puede por las calles del Villorio despreciado por todos. Y que se convertirá en testigo mudo de una historia de pasiones adolescentes y de personajes heridos de muerte por la soledad.
Con 17 añitos, Ana María Matute decidió probar fortuna en esto de escribir una novela (aunque lo que es escribir, por lo visto, llevaba haciéndolo desde que tenía cinco años), y el experimento se saldó en este “Pequeño Teatro” que no se atrevió a publicar hasta 10 años después. Pensaba que no era una obra especialmente buena, pero en 1954 ganó, ni más ni menos, que el prestigioso premio Planeta, convirtiéndose en el pistoletazo de salida de una de las carreras más brillantes de las letras españolas del siglo XX, y demostrando que al que ha nacido para escribir se le nota la vocación y la grandeza desde bien joven.
Y además, ya en “Pequeño Teatro” podremos encontrar algunas de las pautas y clichés que marcarán el trabajo literario de Matute. Empezando por la ambientación en un pequeño pueblo costero en tiempos de la posguerra. Oiquixa es un lugar diminuto al que su autora dota de un carácter atemporal que hace que este pequeño drama costumbrista, gane en tintes universales que convierten su historia en algo fácilmente reconocible para cualquier tipo de lector. Aunque no se especifique de forma concreta, la novela está ambientada en los tiempos de la posguerra, y Matute con ojo crítico. Recoge muy bien lo que era la vida en un pequeño pueblo de esa época, con sus costumbres y convenciones sociales a pleno rendimiento. La política, la guerra pasada o la situación de España en esa época nunca son mencionadas y apenas tienen participación en la trama, pero no por eso están menos presentes de una forma sutil la lucha de clases y la hipocresía beata tan típica de las pequeñas ciudades y pueblos españoles de la época. Son algunos de los motores que mueven esta historia de grandes pasiones y diminutos personajes frente a las mismas. Matute nos transporta a lo que era la existencia en un lugar tan pequeño, aburrido y predecible donde los días parecen darse siempre igual . Donde los descendientes de familias poderosas y de prestigio tienen su importancia y su mezquino poder de caciques , y donde la riqueza no siempre te garantiza tener un lugar en una sociedad pacata y convencional en la que la falsa piedad y religiosidad es un arma, como otra, cualquiera, para controlar a los demás y tener tu parcela de poder. En Oiquixa la gente se ahoga sin saber que están perdiendo el aire, las niñas se convierten en mujeres mientras son coartadas de cualquier libertad a medida que los corsés de la moralidad van oprimiendo más sus talles y sus mentes , y lo aceptan porque así son las cosas. Y todo aquel que se atreve a ir en contra de ese orden establecido de alguna forma acaba siendo despreciado por esa sociedad. La joven que se atreve a ir con marineros y ser poco simpática es objeto de murmuraciones y envidias, el vagabundo amigo de la espuma del mar y los títeres es ignorado y burlado por el resto del pueblo, el nuevo rico que se atrevió a escalar social y económicamente solo encuentra vacío a su alrededor pese a sus riquezas.
Tendrá que llegar una arlequín de dios, sabe nombre para convertir al tonto en príncipe por unos instantes, para despertar a la princesa de hielo, para revolucionar el cotarro.
Como ya os he dicho antes, en muchos aspectos, en este libro, se ven ya muchos de los recursos literarios que Matute usará en su posterior narrativa, como el que la ambientación esté plagada de símbolos. Oiquixa es un pueblo envuelto en las nieblas. Y no solo en esas brumas marinas cargadas de olor a salitre y de una humedad que, leyendo, se te mete en los huesos hasta oprimirte el pecho. Estas nieblas que surgen del mar como los tentáculos de una criatura marina atrapan a los personajes y con ellos al lector para no dejarles escapar de Oiquixa, se convierten en una muralla que aleja el pueblo de todo lo que hay alrededor apartándolo de la realidad y convirtiéndolo en un microcosmos que, irónicamente, puede ser una representación del mundo con toda su cruel complejidad. Porque “Pequeño Teatro” es una novela en la que subyacen las grandes pasiones en cada una de sus líneas. Es una historia de represión, desamparo y abandono que queda comprimido por las convenciones sociales y por una realidad lineal y aburrida que se extiende en el horizonte implacablemente. Hasta que llega un hombre que dinamita todo con su encanto, sus mentiras y su arrogancia. Y entonces el volcán erupciona, la puerta se abre y permite salir todo lo que se ha callado durante tanto tiempo. Mientras leía este libro, no podía dejar de acordarme de este parlamento de “Bodas de Sangre” que creo que ejemplifica muy bien el sentimiento que subyace en varios momentos en un personaje: “Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes […]¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!”.
Se puede decir que “Pequeño Teatro” es una obra que, a su manera, contiene tanta tragedia como los dramas de Federico García Lorca. pero decir que Ana María Matute es lorquiana, sería caer en un tópico muy predecible y que no le hace justicia. Porque ya desde temprana edad, la autora muestra un estilo muy personal y único, profundamente hermético e indudablemente especial. Su primera novela consta de 160 páginas justas en la edición que he manejado. Pero se sienten como si fueran 300. Matute es una autora que, por muchos motivos, creo que es indispensable leer con tranquilidad y sosiego, dedicándole a cada hoja su mimo y su tiempo. Por lo bien que escribe y la calidad literaria de su pluma para empezar. Por la belleza dulcemente melancólica de sus palabras, que es como un cuchillito que poco a poco va filtrándose en ti a medida que vas avanzando en la lectura. Y también por lo compleja que puede resultar a veces dentro de su sencillez. Me cuesta definir su estilo y la forma en que escribe. No me parece para nada imposible de leer, pero tampoco me parece realmente fácil. Personalmente con este libro he necesitado en muchas ocasiones leer varias veces sus frases y párrafos para enterarme de que van. Y creo que esto tiene mucho que ver con la gran carga intimista de sus novelas, con la forma en que se mete en las mentes y sentir de sus personajes y saca sus sentimientos de sus entrañas para exponerlos delicadamente al público. Pero pesa por eso.
La prosa de Matute es poética y melancólica, teñida de los grises y azules de la añoranza y la tristeza, con una belleza que conmueve con cada puntada y palabra.“Pequeño Teatro”es una obra muy intimista, cargada de monólogos internos y con una trama sencilla y parca que se toma su tiempo en desarrollarse a un ritmo placido. Lo que importa realmente es lo que sienten los personajes y como esto va madurando y cambiando de la misma forma que el mar nunca es el mismo a lo largo de el día. Como poco a poco unos personajes apáticos van cobrando vida de una manera que de amable tiene poco pese a su placidez. Matute se toma su tiempo para desarrollar todo eso, para despejar las nieblas y las sombras. Pero cuando lo hacen, justo en las tres últimas páginas de la novela, la verdad es un arma que brilla bajo el sol y hiere implacablemente. Quizás que los acontecimientos se precipiten tanto justo al final no me hubiera gustado en otro libro, pero en este creo que tiene un sentido literario y humano que he valorado.
El teatro que es la vida levanta el telón, y las marionetas empiezan a moverse. Como en uno de esos cuentos que tanto influyeron en la literatura de Matute y con los que ella siempre se reconoció en deuda, los muñecos cobran vida y empiezan a moverse por sí mismos. Aquello que antes les mantenía simplemente en pie y que movía mecánicamente sus miembros pierde su poder omnipresente en favor de los amores adolescentes, la hipocresía social y los deseos enterrados que exigen el momento de quitarse de encima la tierra y las piedras con los que habían intentado contenerlos. Y sobre todo, de un destino que parece que se ríe de ellos por momentos.
Pero decir que los personajes a los que veremos, respirar, vivir y sufrir entre las páginas de “Pequeño Teatro” son meras marionetas es quedarse corto. Hay algo más allá de ellos que les mueve, ya sea el amor, la esperanza, la insatisfacción o sus propias personalidades, laberínticas y complejas. Matute los desarrolla con muchas pinceladas de humanidad y pocas de convencionalismo. No tienen porque caerte bien a ti como lector, pero tampoco te resultarán indiferentes. Están esbozados con tanta credibilidad y tantos matices de grises, que no te queda otro remedio que ver cómo se van desarrollando los acontecimientos por los que pasarán. Y en esto tiene mucho que ver la manera en que Matute no se permite hacer juicios de ellos, tan solo se limita a escribir sobre sus pericias vitales. Como buen teatro de la vida, la autora usa muy pocos caracteres para su obra, pero todos son muy escogidos y están delimitados con minuciosidad y delicadeza, de forma que es imposible que no acabes empapándote de su sentir y de lo que representan cada uno de ellos. De las esperanzas que les mueven, del amor que les destroza, de los miedos que les coartan, de sus pequeños destellos de bondad y de sus mezquindades. Y, sobre todo de la soledad que se filtra en ellos y que forman parte de la sangre de sus venas. Porque para mí esto es ante todo “Pequeño Teatro”, una historia sobre la soledad que, como las nieblas que rodean Oiquixa de las que os he hablado antes, envuelven y crean espejismos, hacen que uno sea extranjero en su propia patria y en cualquier parte del globo.
Impresionante la galería que Matute recrea con tan pocos elementos y como todos esos personajes, acaban participando, cada uno a su manera, en la historia,. Así nos encontramos con un seductor tramposo que consuma su labia y encanto y sus historias disparatadas se convierte en el motor de cambio, con un nuevo rico que es incapaz de conectar con los demás, con la hija de este, que acaba convirtiéndose en aquello que nunca quiso ser por todo aquello que sin saberlo ella tenía dentro, con un par de hermanas, solteronas marcadas, cada una, su manera, por las convenciones sociales y el poder que una ejerce sobre la otra, con un viejo jorobado titiritero que observa en silencio todo lo que ocurre a su alrededor. Y entre tantas bufonada están él, el bufón mayor del reino. Ilé Eroriak es despreciado por ser un vagabundo de un tonto, pero en realidad su imaginación es una espada que traspasa todas las tinieblas, y su imaginación es un arma que acaba haciéndole estar por encima de los poderosos y los sensatos. Con su inocencia no extenta de malicia, su rico y personal mundo interior y su capacidad de ver muchas veces la verdad y el sinsentido, cuando el resto de personajes se empeñan en enmarañarlo todo, Ilé Eroriak acaba volviéndose, a su manera, en ese genio en un momento determinado se vende ante Oiquixa.
Me ha encantado conocer los inicios literarios de una de mis autoras españolas favoritas. La calidad que tiene todo lo que escribe Matute es imposible de negar. Y la forma con la que siempre acabo conectando con su mundo personal y sus complejos personajes siempre me dejará sin palabras. “Pequeño Teatro” es una fábula con tintes de cuento de hada triste, que creo que si vuelvo a cogerla dentro de unos años, me dirá mucho más que en esta ocasión. Es una novela que recomiendo leerla tomándose cada uno el tiempo que necesite, para saborearla. Y una excelente muestra de como una historia sencilla, puede decir mucho.
Resulta increíble que Ana María Matute haya escrito este libro con tan solo diecisiete años. Estoy impresionado. Pequeño Teatro me ha entregado montones y montones de personajes fáciles de amar y de odiar. Matute me ha llenado de emociones, de fuertes descripciones y de altas dosis de fantástica realidad. Un libro triste y honesto. Muestras de un pesimismo que se permite soñar. Ana María Matute crea, con su poderosa magia, la imagen del triste que sueña, del triste que sufre y vive, o mejor que vive y sufre.
"No sentía ni amor ni nostalgia por ninguno de ellos, ni por ningún tiempo huido. Y, sin embargo, su corazón estaba lleno de añoranzas extrañas, húmedas y dulces."
Esta es la última novela de Matute que me quedaba por leer. La llevo postergando mucho tiempo. Irónicamente, es la primera que escribió. Con diecisiete años, en un cuaderno escolar, cuando aún no conocía los entresijos del mundo editorial. Tuvo que ir su padre a firmar el contrato por ella, pues todavía era menor de edad.
"Para mí, escribir no es una profesión, ni una vocación siquiera, sino una forma de ser y de estar, un largo camino de iniciación que no termina nunca, como un complicado trabajo de alquimia o la íntima y secreta cacería de mí misma y de cuanto me rodea."
La vocación de Matute se perfila ya durante su adolescencia, prefigurando el genio que desarrollará en su madurez. Pequeño teatro es una novela de juventud, pero está lejos de ser inmadura; es una historia plagada de sabiduría. Algo que siempre he adorado de Matute es la construcción de sus personajes, que revelan la atención con la que la escritora debía estudiar el comportamiento humano. Y es que cada personaje es un mundo minuciosamente definido a través de gestos, impresiones, silencios, desenvolviéndose en escenarios tristes, plagados de añoranza, con esos sueños como barcos que no arriban a puerto e infancias que se prolongan como costras que no llegan a cicatrizar. En este sentido, Pequeño teatro me ha recordado mucho a Los Abel, novela que tengo entendido que escribiría inmediatamente después.
"Escribir es un descubrimiento diario a través de la palabra, y la palabra es lo más bello que se ha creado, es lo más importante de todo lo que tenemos los seres humanos. La palabra es lo que nos salva."
Supongo que nunca podré ser completamente objetivo con Matute. No es sólo mi autora favorita, sino que descubrirla supuso para mí una iniciación en otra forma de ver el mundo, o quizás fue el hallazgo de las palabras precisas para nombrar un mundo que siempre había vivido dentro de mí y que nunca había comprendido de forma tan cristalina. Leer a Matute es siempre vencer el eterno escollo que el ser humano ha de salvar para comunicarse y que sólo puede superarse con la palabra. Es reconocer la imposibilidad de esta empresa y enfrentarla aun así. Quizás por ello la escritura sea el arte más honesto de todos, el que precisa de menos materiales auxiliares. Aquel que sin más recursos que la lengua nos devuelve a la primera búsqueda, a la palabra más arcana, al primer y primitivo intento de revelar.
A través del marginado Ilé y de la ruptura que supone la llegada de un forastero, se explora la inocencia, la crueldad, la hipocresía y las tensiones ocultas del pueblo. Una fábula lírica y amarga sobre la condición humana.
«Nunca se preocupó nadie de mi corazón. Mi corazón y yo crecimos extrañamente, dentro de un mundo frío y distante. Yo he ido buscando siempre algo, y no sé qué he buscado. Alguna cosa me grita mi corazón, a veces, y yo no sé qué es».
No tengo palabras para esta novela. Aún conservo una sensación que me recorre el cuerpo, entre la incertidumbre y la fascinación. Ana María Matute ganó con ella el Premio Planeta en 1954, una historia que escribió con tan solo diecisiete años. Hay tanta verdad en ella que me asombra la ingeniosa madurez que la autora ya manifestaba a esa pronta edad. Una verdad producto de la época que le tocó vivir, la de la Guerra Civil y la posguerra.
Pequeño teatro nos sitúa en Oiquixa, un escenario tenebroso en apariencia, donde el mar guarda un gran protagonismo. Los personajes están perfilados de manera asombrosa, con una psicología que se mueve entre el desengaño y una pequeña esperanza escondida en el fondo de algún lugar. Unos personajes que son fieles reflejos de la lucha de clases en una posguerra que no atiende a razones; marginales y poderosos a partes iguales, deseosos estos últimos de imponer a los más desfavorecidos su propia voluntad.
El mundo descrito en Pequeño teatro es un mundo repleto de símbolos e imágenes que bien podría encajar con la sociedad actual. En esta primera novela, aunque con un ambiente fantástico y algo onírico que más adelante se iría desvaneciendo, se intuye ya el camino literario que Matute empezaría a trazar en sus futuras novelas, repletas todas ellas de ese realismo y crítica social tan característicos. Leer a Ana María Matute es simplemente un gustazo. Una autora imprescindible a la que quiero seguir descubriendo.
Un libro que, en último término, habla sobre la verdadera condición humana: la hipocresía. Recreando ese tópico barroco que relaciona la vida con un teatro, Ana María Matute teje en esta novela una serie de personajes solitarios y de pensamientos existenciales que sólo se unen por vanidad e hipocresía, sólo actúan movidos por sus propios beneficios. El peor de ellos, sin duda alguna, Marco: la recreación del Don Juan que Matute hace con su aire pueril y aniñado; parece un personaje fatal adaptado a un cuento de Perrault. Y por ahí está Ilé Eroriak, el protagonista, el loco más cuerdo del mundo. Y es que la novela deja muchas preguntas en el aire, todas dentro de esa corriente existencial que tanto caracteriza a esta generación: ¿Qué es el amor? ¿Cuál es el significado de la vida? ¿Qué es la locura? ¿Quién es el verdadero loco? ¿Dónde se encuentra la libertad?
No es el mejor libro de la autora que he leído, al menos en cuestión de estilo y de desarrollo (se hace lento y tiene un lenguaje sencillo y apto para todos, pero yo sé que Matute tiene muchas más capacidades). Sin embargo, creo que el verdadero logro que se consigue con esta obra son los personajes, que tan bien trazan todas las verdades sobre el comportamiento de las personas. Eso sí, me queda la duda de por qué toda esa localización y nomenclatura tan norteña.
Primer libro que leo de esta escritora y, por casualidad, su primera obra. Y me quedo con un sabor agridulce.
Por una parte, tiene elementos que me han gustado bastante. Me parece que expone muy bien cómo a veces la gente se centra tanto en sus propios intereses que no tiene problema en llevarse por delante a quien tenga alrededor. En ese sentido, todos los personajes salvo Ilé y Anderea son tremendamente egoístas. En cuanto a la construcción de los personajes, me gusta especialmente el de Mirentxu: es de la única que llegamos a conocer una historia que explique su comportamiento actual. Con respecto a los demás, aunque en algunos sí se hace ese intento -Kepa, por ejemplo-, lo veo insuficiente. No obstante, hay algunos en los que tampoco sería posible, como es el caso de Marco: un personaje llevado al extremo para mostrar lo que me parece que es la idea principal del libro, el tema del egoísmo, que ya he comentado.
No voy a incluir este extremismo -por así llamarlo- entre las cosas que no me han gustado, porque me parece que tiene cierto sentido que sea así, tanto con Marco como con otros, como Eskarne. De los personajes, lo que menos me ha gustado es el Ilé del final, porque me parece que no encaja con lo que es a lo largo de la historia. Y luego está Zazu, que me parece un personaje creado para causar cierta impresión, pero que me ha dejado un poco fría: empezó gustándome, pero no hizo más que ir cuesta abajo. Finalmente, otra cosa que tampoco me ha gustado, y esto ha influido en todo lo demás, es la prosa. Tengo un problema con la forma de puntuar que emplea, concretamente con las comas. No obstante, aquí voy a tener en cuenta el hecho de que sea su primera novela, y me queda pendiente leer al menos otra suya.
Estamos habituados a que autores maduros, algunos ya consagrados, escriban fábulas infantiles que se convierten en clásicos de la literatura juvenil. ¿Quién hubiera dicho que, en la España de los cuarenta, una chica de 17 años debutara con una fábula tan compleja y deliciosa para adultos? Tal vez me influye conocer el dato, pero creo que uno en la lectura puede notar que se trata de una "opera prima". ¡Y aun así menudo debut! Prosa lírica sin sentimentalismos ni cursilerías; personajes simbólicos pero sin duda singulares; descripciones escuetas y eficaces, al buen estilo barojiano. Una maravilla, para resumir.
Tenía mucho hype con esta novela y me ha dejado, más que insatisfecha, confundida. Nada de lo que aparece en Pequeño teatro es nuevo, pero hay algo en su franqueza, en sus personajes solitarios y atormentados, en la forma en que está narrada, que la hace diferente.
Oiquixa es un pueblito costero que puede ser cualquier pueblo. En sus entrañas nos encontramos con una historia triste y melancólica que, al final se resuelve con lo esperado (y sorprendente): la verdad.
La gracia del título es, justamente, que Oiquixa es el "pequeño teatro" en el que viven estos personajes, representando lo que son y lo que no, queriendo modificar, sin mucho éxito, los hilos de su historia.
La fantasía junto al mar es uno de los puntos más fuertes y más bellos dentro de la novela. Las intenciones de Marco (detestable desde el primer momento) le dan algo de vida, de misterio, de superficialidad y profundidad (todo al mismo tiempo) a Zazu, a Ilé, a Kepa, a las señoritas Antía. Es precisamente el hálito de vida lo que da paso al fin de ésta.
La decepción, el desengaño, reaparece de nuevo la tristeza. En general, la novela deja una gran lástima y compasión hacia la humanidad de los otros.
Reseñas ”Express”: Ledesma, Meredith y Matute. Tres historias de amor diferentes
Llegan las vacaciones y yo cada vez tengo menos tiempo para escribir reseñas; aun así, no quiero dejar pasar la oportunidad de dejar algunos libros en el limbo veraniego, por lo menos con un poco más de extensión que un simple resumen, este es el caso de las que traigo hoy; reseñas “express” de tres novelas cortas, de muy diferente temática cada una de ellas: “El adoquín azul” de Francisco González Ledesma, Menoscuarto ediciones nos trae a un ya crepuscular Ledesma, grande de la novela policíaca, inconmensurable autor pulp, ciudadano de Barcelona con una capacidad de observación por encima de lo habitual; para mostrarnos una típica historia de postguerra en Barcelona cuyos protagonistas son Montero, traductor y poeta, herido en una redada que escapará gracias a Ana, la mujer de su peor enemigo; en Montero se aglutinan las inquietudes del autor, sobre todo en lo artístico, aunque también conforma la lucha contra un orden establecido: “Montero escribía sobre cosas tan perfectamente frágiles como las calles que cambian y las mujeres que envejecen, y supongo que eso hizo que no se le considerara nunca un poeta de valores permanentes, al revés de lo que ocurre con los sabios que te cantan a ti, Señor, a la patria o a la madre, inversiones espirituales siempre seguras y que Montero desdeñó. Yo no sé si fue un gran poeta, pero imagino que debió de serlo, porque no lo cita ninguna antología y porque alguna vez, sin embargo, he oído sus letrillas en la calle, en boca de alguna vieja que aún las recuerda. Montero interpretó la luz de los portales, la risa de los niños, el llanto de las mujeres y la mirada de los perros, es decir, hizo un trabajo perfectamente inútil sobre cosas pasajeras de las que ninguna historia se acuerda.” La historia de amor entre los dos protagonistas se funda en lo que se no se dice, en ese verdadero amor basado en el silencio: “El verdadero amor –le hubiera gustado escribir a él- es el que está hecho de silencios, el que no necesita afirmarse, el que tiene como único soporte un tiempo hecho para dos. El verdadero amor no es un grito –pensaba-, es un susurro.” el-general-ople-y-lady-camper-9788494123566Sobrevivirá al tiempo, a un tiempo que refleja el devenir del autor, un autor que es cada vez más consciente de lo que ha vivido. Curiosa propuesta la que nos trae la editorial Ardicia en “El general Ople y Lady Camper” de George Meredith, una poco común historia de amor entre el militar retirado, el general Ople, y una excéntrica vecina, lady Camper, en el marco de la campiña británica; se trata de una comedia amable donde asistimos a la lucha del general por entender a su vecina: “Desde primera hora, el general Ople se hallaba listo para iniciar la batalla. Sus fuerzas consistían en la anticipación de la victoria, un aseo personal meticuloso y, en el terreno de la palabra, un insólito espíritu emprendedor, porque lady Camper ya no le inspiraba aquel temor reverente de antes.” De la que acabará enamorada locamente; con la simple pronunciación de una palabra basta para que esto ocurra: “¡Y pensar que esa mujer está a punto de convertirse a la nuestra! De no haber tenido la certeza absoluta de que esas cosas no existen, el general habría creído que estaba en manos de una bruja. El “adieu” de lady Camper fue absolutamente maravilloso: amable, cordial, íntimo sobre todo, capaz de satisfacer los anhelos del general; el “adieu” de una mujer elegante y delicada que acaba de abandonar el fondeadero de los cuarenta para poner rumbo a la cincuentena.” Es novedoso el empleo de la mujer como verdadera dominadora y conductora de la relación en la época; de hecho, el general retirado notará como todo aquello en lo que cree, su intervalo de comodidad, tiene que cambiar para poder conquistarla; es inevitable que sienta que, cual bruja, ella le tiene hechizado: “¿Por qué ejercía Lady Camper tanto poder sobre él?… ¡Una señora que ocultaba sus setenta años con una caja de colorete o un pote de pintura! Era una brujería de la peor especie. Llevaba seis meses a sus órdenes, haciendo vida propia de un animal, degradado ante sí mismo, amoscado por las risas ajenas, perdido, sobrecogido y, por así decirlo, marcado o herrado, para luego dejar que el proceso se repitiera.” Sin ser una obra que vaya a pasar a la historia, funciona bastante bien esta pequeña historia de amor casi en la senectud; se lee con gusto y ayuda a pasar un buen rato. pequeno-teatro-9788408100850Los textos provienen de la traducción de Pepa Linares de “El general Ople y Lady Camper” de George Meredith en Ardicia. Para acabar, empiezo a empaparme en la prosa de Ana María Matute, recientemente fallecida y de la que no había tenido la oportunidad de leer alguna obra suya; para remediar esto “Pequeño Teatro”, obra que ganó el planeta a pesar de la juventud de su autora en el momento de escribirla: Ese “Pequeño teatro” supone la metáfora de la vida, una vida que se caracteriza por su amargura: “El tiempo descendía, rodando, impasible. Marco se miraba la muñeca, porque no tenía reloj. Pero las horas tampoco le importaban. Lo único que importaba era ganar tiempo. La luz iba hundiéndose en el mar, como si las olas la tragaran. Marco notaba entre sus labios un sabor salado, embriagador. “Hay una vida, es indudable. En alguna parte, andará escondida la vida.” La vida es violenta, brutal, y a veces deja en el paladar un regusto agrio y seco de polvo. “Pero hay una vida. Tiene que estar en alguna parte, esperándonos. Yo creo que algún día…”. Entonces, Marco olvidó. Marco olvidó el polvo, la sed, el tiempo y la infancia solitaria.” Los inolvidables personajes son muñecos, marionetas zarandeadas por la vida, verdadera manejadora de las cuerdas de nuestro destino; hay mucha poesía en cada momento de esta historia de amor que va más allá de lo efervescente preciosista y que se acerca más a lo que tiene de oscuro el amor, o su falta de él: “Súbitamente, Kepa experimentó una gran decepción, salió de allí, con paso rápido. En realidad, Kepa huía. Huía de su casa, de su hija, del muchacho. De aquel muchacho, que, en un rincón, le miraba anonadado y confuso. “Todo es siempre igual. El vacío, la tristeza, la inútil soledad. Yo sé de hombres que no encontraban la orilla, que se ahogaban sin remedio y no alcanzaban la orilla. Siempre igual. ¿No acabará nunca?” Cuadro que refleja con toda su sordidez (belleza igualmente) el desigual camino que tenemos que seguir todos. Ciertamente dolorosa, pero hermosa sin lugar a dudas. Vaya legado el de Matute.
Una sátira y tragicomedia ambientada en la ciudad ficticia Oiquixa perteneciente al poblado Kale nagusia esta es una ciudad portuaria dónde se tiene como protagonistas a un hombre mayor que tiene su teatro de títeres este es un hombre solitario que tiene amistad con un mozuelo huérfano ile eroriak este es considerado como loco por la población egoísta sumida en sus vidas superficiales . Llega a este poblado un viajero Marco que asemeja uno de los títeres olvidados , hace amistad con Ile Eroriak con mentiras pues todos creen que es un acaudalado hombre , que se preocupa por alguien que todos tenían olvidado así como enamorarse de Zazu la única hija Kepa el hombre más rico de la región , un romance que no tiene buenos términos pues Zazu siempre ha sido diferente, tan voluble . Ella es la que hace que salga a relucir la verdadera identidad de Marco
ayyyyy esta ternura que desgarra todo, se declara la supremacía de la matute YA, maestra de contar desde la infancia, desde ese paraíso inhabitado
“dentro de los ojos de Zazu había demasiada infancia y demasiado hastío”
“también la vida parecía, a veces, que no iba a acabarse nunca. también la vida era, a veces, cada vez más estrecha”
“y un llanto que siempre, como un niño encerrado en una gran casa vacía, como un niño perdido en una inmensa casa, vagaba sin sentido, dentro de su corazón. aquel llanto que era el de un niño que recorriese estancias huecas, frias, donde su voz se ensanchaba como un eco, sin que nadie respondiera”
Una historia sencilla pero la complejidad de los personajes es fascinante. Cuenta lo necesario de cada uno y en varios momentos los muestra con una sincera profundidad que me ha conmovido. Por esos momentos, la considero una de mis obras preferidas de Ana María. No deja de maravillarme, nunca me cansaré.
La autora escribió esta novela con 17 años. Me parece increíble, yo a esa edad estaba a otras cosas. Los personajes movidos entre su realidad y la de un pequeño teatro. Obra gris, triste y detallista. Los personajes son los juguetes rotos de Anderera. Los hilos que les mueven un ser superior o entre ellos. El pueblo es una pequeña escena donde representar los actos. Entretenida y simple.
Me parece increíble que escribiera este libro con solo 17 años. Enternecedor, la magia que se esconde detrás del pueblo de oiquixa, el personaje de Ilé, el mar y sus pobladores visibles solo para el que es capaz de mirar... Un mundo de fantasía que choca con la fealdad, la envidia del mundo real, las grandes familias del pueblo, el gran empresario...
Mi primera toma de contacto con la literatura de la dama Matute fue «Primera memoria», con la que este «Pequeño teatro» comparte esa prosa poética que resulta opresiva. Antes que «Pequeño teatro» cayó aquel tremendo homenaje a la tradición fantástica que es «Olvidado rey Gudú» (a cuyas páginas me gustaría regresar, pues lo leí en un momento poco propicio para disfrutarlo como lo merece).
Reconozco que disfruté leyendo «Primera memoria», que tiene más en común con la aquí reseñada, aunque me abrumase la melancolía, la sensación de pérdida de la inocencia, el dolor contenido que latía en esa primera persona de la narradora protagonista (es posible que releer ese libro se me hiciera una pura tortura, a saber, he perdido muchas facultades como lector en general, y en particular de libros más "profundos", y oigan, es triste admitirlo). En el caso de «Pequeño teatro», supongo que adolece de ser obra primeriza (y resulta casi increíble que Matute lo escribiera con ¡17 años! ¡Qué mundo interior tan atribulado el de esta mujer! Aunque es una edad que favorece tales tormentas en los espíritus más sensibles y propensos a lo exageradamente dramático). Toda esa atmósfera de afectación, de sentimientos llevados a un extremo que roza la demencia propia de la época del romanticismo, de personajes retorcidos hasta parecer caricaturas pesadillescas, todo el non-sense que fluye de su prosa desatada, me ha provocado un acusado empacho.
No obstante, ante cualquiera sostendré que es un libro que merece una lectura con plena concentración en lo que se nos cuenta y cómo se nos cuenta, con calma y mucha voluntad de paladear esos escarceos con el lenguaje poético, con disposición a leer con ojos distintos (sobre todo, si vienes de leer unas pocas obras de fantasía más o menos épica). Quizás haya otro momento en que pueda volver al «Pequeño teatro», o quizás ha bastado con esta función y a otra orilla, capitán. Al final la aventura de leer se resume en conectar con el libro en que decides "embarcar", de ahí que toda experiencia sea siempre subjetiva. Ojalá tú, el que abra las páginas de esta novela, tengas mejor fortuna y conectes como otros no lo han logrado, pues estoy seguro de que esta obra bien lo merece.
Oiquixa te atrapa y te lleva por sus zonas de claroscuros bañadas por el naranja de la puesta de sol, con aroma salino y un viento fuerte que deseas que deje de soplar y al mismo tiempo suplicas por que no pare nunca. Todos los personajes están destrozados, comidos por la melancolía, se comportan de un modo atroz, no saben hablar con el resto sin herirse (a sí mismos y mutuamente) y tú solo puedes contemplar y admirar la belleza con la que Ana María Matute expone eso para ti. Cómo narra de forma tan preciosa, a veces ligeramente enrevesada, todos los acontecimientos, cómo piensa y siente cada personaje y dice poco o dice cosas contradictorias a lo que siente su corazón porque ellos también están siendo arrastrados por ese viento que te lleva de un capítulo a otro, que a su vez se encuentran divididos en partes que destripan a cada uno de estos títeres que forman el pequeño teatro. Es fascinante que este libro lo escribiera Ana María Matute con diecisiete años, pero al mismo tiempo creo que no hay mejor edad (comprendiéndose «edad» como una horquilla que abarca también años posteriores) para reflejar tales intensidades. En fin, una maravilla.
Desde una perspectiva local (descontextualizada) es un libro bastante «sin más»: el narrador resulta demasiado omnisciente en muchos tramos y, aunque construidos con entereza, en ocasiones los personajes dan giros muy bruscos que contribuye a hacerlos parecer desdibujados.
Enfocándolo desde su contexto: se nota que es una novela hecha por una persona joven, de escritura brillante (la creación de mitos de precocidad y otras gaitas no va conmigo así que nos saltamos todas las referencias a edades) aunque demasiado recargada y desequilibrada para mi gusto.
Llama la atención, en cualquier caso, algunos brillos tanto en la construcción de los personajes como en su puesta en escena (la dinámica entre las hermanas Antía y el resto de personajes me parece súper efectiva en el contexto de la época en que fue escrito).
pero el amor es algo poderoso, mi buen hermano. el amor es grande.
hay dos cosas que me apasionan leer de Matute: cuando escribe sobre el mar y cuando escribe sobre el amor. me produce una ternura inexpicable, una facilidad increíble para empatizar. creo que si hubiera leído esto en otro momento de mi vida me hubiera marcado más; pero agradezco la ternura y la incertidumbre, si no inocencia, que ha dado la perspectiva de ilé.
Es un libro que he encontrado por casualidad de segunda mano, una edición de planeta del año 1983 bastante vieja y con alguna que otras faltas de ortografía (Sorprendentemente. Tengo que pensar que eran otros tiempos…) Ana Maria Matute me encanta como escribe y como con argumentos relativamente sencillos nos habla tanto de sentimientos y emociones, guiándose por personajes que están en conflicto perpetuo. Este es un libro con un argumento sencillo, donde todo sucede en un pueblo pequeño pesquero del País Vasco, probablemente inventado por la autora. En ella contamos unos cuantos protagonistas que pertenecen a distintos sectores del pueblo y a diferentes estratos sociales. Pero el protagonista sin duda es Ilé Erieroak, que es un chaval pobre con una ligera deficiencia mental. Él es el hilo conductor del teatro: el que va acompañándonos en toda la comedia que se desarrolla en el pueblo. Me ha parecido curioso, porque a su vez en el pueblo hay un titiritero que recrea comedias y es un lugar en que se reúne toda la gente del pueblo: desde el gran Kepa Devar (el empresario rico que tiene varias empresas montadas en el pueblo) hasta Ilé Erieroak. La acción se desarrolla con la llegada de Marco, un exótico extranjero de cabello rubio que todo el mundo adula solo por venir de fuera y contar mil extravagancias de sus viajes y su anterior vida. Así, es acogido de manera gratuita en el hotel (propiedad de Kepa Devar). La autora no se detiene en las típicas historias manidas, sino que explora otros personajes de su entorno, como son las tías de Zazu (primas de la madre fallecida de Zazu, Zazu es la hija del Kepa Devar), y así indagamos acerca de sus aspiraciones, sus traumas, sus recovecos… y entendemos mejor las emociones de cada uno de ellos, y por qué actúan como finalmente actúan en esta pequeña obra tan bien hilada.
La primera novela de la barcelonesa Ana María Matute, Premio Planeta 1954, ha sido mi última lectura. Es la primera vez que leo a esta célebre escritora que en "Pequeño teatro" nos adentra en un mundo en el que conviven la fantasía y los sentimientos más primitivos del ser humano. Alrededor de Ilé Eroriak, el protagonista de la narración, conocemos a varios habitantes de un pequeño pueblo pesquero llamado Oiquixia. Ilé es un muchacho desamparado que hace de la playa de Oiquixia y de sus calles su hogar. Gracias a un viejo titiritero llamado Anderea, Ilé conoce la amistad verdadera. Anderea talla sus títeres y mueve sus hilos inventando historias que entretienen a la población. La rutinaria vida de la villa se ve alterada cuando el mar trae a Marco, un forastero pintoresco. La naturalidad e inocencia de Ilé atrae a Marco y, a su vez, éste captará la atención de los habitantes de Oiquixia. Así como Anderea mueve los hilos de sus títeres, la vida tiene escrita una historia para cada uno de los vecinos de Oiquixia. Me gustaría destacar que la forma que tiene la autora de describir a los habitantes del pueblo, en momentos puntuales, me ha hecho imaginarlos como títeres cuyos hilos mueve la vida a su antojo.
Impresionante que se pueda escribir tan bien con 17 años, añadiendo a esto la recién acabada guerra civil, en los primeros años de su correspondiente posguerra y siendo mujer (seguro que mal visto en la época). No voy a negar, por otra parte, que el principio me costó, esa prosa poetizada en la forma de hablar de los personajes (especialmente de Marco) y en las descripciones de la narración. Incluso pensé dejarlo. Pero poco a poco me fui adaptando, te va atrapando más. Marco es un personaje que me cae mal: es prepotente, petulante y no duda en soltar sus comentarios sin ninguna preocupación por hacer daño a los demás. Se imbuye en las vidas de Oiquixa como si hubiera estado allí siempre. Ilé me causa pena, te hace plantearte qué será de él en el futuro, y se hace muy dependiente de Marco desde que llega (incluso llegué a pensar en su homosexualidad. Quizás la autora iba por ahí, pero estaba el franquismo bien presente...). Es gratificante leer a alguien tan joven con ese vocabulario tan rico desde su primera novela, a pesar de que cueste un poco la lectura. Un placer haber conocido a Ana María.
La autora escribió este texto a los 17 años, lo que no deja de ser un mérito increíble. El libro, sin embargo, no me ha gustado tanto como me fascinó Los Abel que escribió cuatro años después. Puedo ver rasgos comunes que marcan el germen de lo que sería esa escritura y de las características que he leído de ella. El libro te cuenta la historia de algunos personajes en un pueblo del norte, brumoso, aislado, frío, nostálgico y a veces casi mágico. La ambientación es una parte importantísima del libro, porque todos los personajes tienen la misma ambición, salir de esa atmosfera cerrada y tratar de escapar de un destino que parece marcado. Los personajes son complejos y sus acciones también lo son y a sus ojos vemos enfrentados la ilusión e ingenuidad infantil con el mundo adulto.
Aunque el libro no ha llegado a mis expectativas, me ha gustado su estilo y, al ya haber leído otro libro de la autora que trata temas similares, sé que Matute alcanzó su potencial. No pasará mucho tiempo hasta que vuelva a leerla.