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La primera novela de Eduardo Mendoza supuso una verdadera revelación e inauguró una de las trayectorias más incuestionables de las letras españolas recientes. La verdad sobre el caso Savolta se ha convertido, a treinta años de su publicación, en un clásico de nuestra literatura.
La historia del asesinato del industrial catalán Savolta, traficante de armas durante la primera guerra mundial, escrita en clave de novela negra, revela un corrosivo análisis de la realidad económica, política y social de una Barcelona en la que conviven una burguesía reaccionaria, otra liberal y un potente movimiento obrero y anarquista.
El protagonista, Javier Miranda, es un chico de pueblo, que viaja a Barcelona de principios del siglo XX, en busca de trabajo; empieza trabajando en un despacho de abogados a cargo de Cortabanyes, y pronto conoce al que será su mentor, Paul André Lepprince. La obra narra los turbios sucesos que llevaron a cabo, sobre todo Lepprince, por las ansias de poder de este último. En la obra también se trata el tema del amor, a través de María Coral, quien vuelve loco de amor a Lepprince. Hay gran variedad de personajes que permiten tener una visión de la intrahistoria de la época. La obra concluye con grandes revueltas de los trabajadores en Barcelona, que fueron quienes incendiaron la empresa de armas Savolta, que dirigía Lepprince, provocando su muerte. Tras este suceso, Miranda emigra con la que es su esposa, a Nueva York.
573 pages, Pocket Book
First published January 1, 1975
¿Habrá quien quiera escucharme con otros oídos que no sean los de la fría razón? (105)
Contemplé de cerca el rostro de la mujer que se mecía entre mis brazos y advertí en su piel tersa un tinte descolorido, una red irregular de venillas grisáceas e inicios de surcos en los alrededores de los ojos y la boca. Tras sus párpados entornados adiviné las riberas hasta donde descienden los pastos frescos, la brisa empalagosa de los bosques y el rumor del agua y las hojas y las cosas en movimiento que constituye un lenguaje secreto de la infancia. Jamás olvidaré a Teresa (50-51)
Penetramos un instante en la tiniebla, torturando y padeciendo al mismo tiempo, identificando víctima y verdugo, como el torbellino ígneo que debió ser el universo en su principio, hasta que una mano gigantesca e invisible nos separó con la fuerza con que se agrietará el suelo al fin del mundo, y quedamos tendidos sobre la colcha, enlazadas todavía las piernas, nadando hacia la orilla de la conciencia, en busca del aliento perdido y del hilo de la razón. (83-84)